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Genocidio sobre el asfalto

Mientras escribo esto, me faltan dedos en toda mi calle para contar las muertes.

El año pasado se produjo un centenar por desahucios. El viernes fue día elegido para morir contra el asfalto. A veces el silencio dice más que las palabras.

Fran, activista de Stop Desahucios, ya había intentado quitarse la vida. Lo hizo delante de un banco, desesperado porque “la cosa está malamente”, decía. Se arrepintió inmediatamente de haberse cortado el cuello: “No sé cómo se me ocurrió; tengo que mirar por mi mujer y mi hija”.

Protestó, pero se quedó sin la casa que había levantado con sus manos y siguió pagando una deuda sin vivir en ella, y el alquiler de un pequeño piso. Volvió a protestar y se acordó de los diputados que en esos momentos se oponían a viajar en clase turista porque necesitaban hacerlo en primera. Aún lo necesitan. Toda la clase política y algunos familiares y otros tantos amigos viajando en preferente mientras él cobraba poco más de 400 al mes. Se había quedado sin alianza. Había vendido los pendientes de su hija haciendo cuentas para comprar pan.

El viernes, dejó a la niña en el cole y volvió a casa. Se arrojó a la calle. Dicen los vecinos que los llantos de la mujer aún resuenan en el portal. Otro expulsado del sistema y en los límites de lo soportable.

Los periodistas hemos evitado siempre publicar los suicidios por ser suicidios, actos voluntarios que se quedan en el ámbito cercano como un duelo silencioso ante un enorme drama humano, pero individual.

Desde que la desesperación por los desahucios deja a 500 familias al día en la calle, los suicidios han saltado a todos los informativos. ¿La razón? No son suicidios. “Genocidio financiero”.

Las ejecuciones hipotecarias masivas producen una violación sistemática de varios artículos de la Declaración de Derechos Humanos y aun así, la banca señala que la legislación española al respecto es estupenda. Ada Colau, portavoz de la Plataforma Afectados por la Hipoteca, se reprime a medias: no se quita un zapato para lanzarlo, pero se atreve a llamar criminales tanto a la ley como a los representantes de las entidades financieras. Éstas, apoyadas por los gobiernos de turno, condenan a sus conciudadanos no sólo a la miseria, sino también a la muerte.

Atendamos a José Luis Sampedro. Nos advierte de que cuando no se para por la razón, se parará por la catástrofe.

Y después habrá que reforestar todos los desiertos del alma.

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