Nos los hacen ver como una panda de gorrones que viven del cuento. Como unos tremendos holgazanes que no saben subsistir si no es a base de subvenciones. Como parásitos que jamás han trabajado y chupan la sangre de ‘honrados’ ciudadanos ¿como Bárcenas? Piensan de ellos que son toxicómanos, dipsómanos, erotómanos, cleptómanos y hasta bosquimanos si la palabra fuera esdrújula.

Nuestros actores, desde el famoso ‘No a la guerra’ (ya ves, Gandhi, qué tremendo delito pronunciarse por la paz) han sido condenados al desprecio por gran parte de la derecha, que no sólo ha recortado las ayudas al cine, sino que también ha emprendido una campaña de descrédito: contra los que no tienen trabajo (es un sector con un 90% de paro) porque están muy revoltosos, y contra los que lo han encontrado en otro país, porque allí tributan, allí gastan sus dólares y allí paren. Recordemos en este punto que un alto cargo del PP de Castilla y León, mujer, para más señas, tras hacer la correspondiente campaña pro-región y marcarnos a fuego el ‘palabro’ identitario, se fue a una clínica madrileña a parir a su retoño, y eso antes de los tremendos recortes en sanidad.

Igual que la política es un servicio público, también lo es la cultura. ¿O es que ésta consiste sólo en tener un departamento editorial para publicar las soporíferas tesis doctorales de algún amiguete? ¿No pagamos a los políticos, y mucho, por hacernos llorar? ¿Y a los bancos, aún más, por quitarnos el sueño y el suelo? ¿Y por qué no a quien nos provoca el llanto con gusto, la risa con ganas o la simple contemplación de lo bien hecho?

Tanto es el empeño en desacreditar el cine que también desde otros sectores de la cultura comienzan amagos de ataque. “Que me subvencionen a mí”, gruñía en un foro un aspirante a escritor. ¿Nos hemos puesto a pensar cuánto dinero mueve una película? No es sólo la idea de un ‘creador’ que se pasa un tiempo delante de un ordenador, o frente a un lienzo o un bloque de granito. Productores, directores, actores, cámaras, fotógrafos, guionistas, equipo de iluminación, vestuario, maquillaje y otros cien a los que Francia cuida en su justa medida y España desprecia con injustas formas, con discursos rancios de ciertos políticos que insultan y se mofan mientras guardan su mierda bajo una carísima alfombra persa. Como dice el Negrón, un amigo que vino de la Cuba de Fidel: “Nena, algunos sólo hablan pa cagallll la”.