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lolaleonardo

mis tripas, corazón

Una vieja en zapatillas

Hubiera preferido que el diagnóstico fuera igual que el de Marianne Faithfull en La profesión de Irina Palm (no lo pongo por si me lee mi madre). Pero no. Codo de tenista. Como mis raquetas crían malvas hasta el verano, lo achaco a un mal golpe en la clase de kick boxing. Cuelgo los guantes y el protector dental y espero dos meses hasta empezar la rehabilitación, que resulta ser todo un ejemplo de tertulias matutinas con personajes de diferentes colores y condiciones.

A las nueve y media, información pura y dura de noticias de la jornada; diez minutos más tarde, exposición de opiniones. A eso de las diez, diversidad de criterios que ya marcan en cada uno su manera de mirar el mundo: izquierda, derecha, melapela, tronos o altares.

Lo que nos igualaba a todos, además del dolor articular o molestias entre el cogote y la línea rectal, era, y es, que cada una de nuestras familias había sido lesionada por el desempleo. Y ni las corrientes, ni las ondas ni los masajes sirven para esas heridas sangrantes que se están haciendo crónicas y un día poblarán el grueso de la crónica negra de la información. Y si negro ya es el presente, ¿qué color tendrá el futuro más próximo? Habrá que inventar un nombre para otro más oscuro.

¿De qué color es la miseria, la desesperación, el plato vacío, la mochila sin libros? ¿Cómo pintas el mundo con tus hijos desperdigados por el planeta, con los abuelos estafados por los bancos, con tus vecinos desalojados de su vida? El verde se agota porque la esperanza es una anciana con alzhéimer que duerme en zapatillas a la puerta de la estación de autobuses.

Mientras seis millones de parados estiran como el chicle sus prestaciones –cuando hay-, bailan muchos millones más, pero de euros, de fundación en fundación, de palacete en planta a palacio vertical, de trama en trama, de despacho en despacho. ¿Sus dueños? Los agraciados por la codicia, esa jovenzuela rechoncha que estrena zapatos cada vez que pisa un alma.

Éstos, que sólo saben del color negro cuando se achicharran en cabinas de rayos uva, han disfrutado, incluso, de mejor tiempo que el resto durante semana santa porque gozan de un microclima alrededor de sus posesiones y de sus pasos. Mientras la mayoría contemplamos con tristeza el cielo encapotado, el frío intenso y la lluvia rabiosa, para ellos amanece en azul y el sol es radiante o, si no, lo compran con el dinero de recortarnos los sueños.


abril 2013
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