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Mi trocito ruso de Ucrania

 

Marzo de 2008. Hace exactamente seis años, paseaba yo sola y fría por las calles de Donetsk. Era invierno gris de tullidos pidiendo limosna y gatos rebuscando en la basura. Mi punto de orientación, para no perderme entre carteles en cirílico, la gran estatua de Lenin, en la plaza que lleva su nombre. Vladimir Illich sigue siendo referencia para miles de habitantes del sureste ucranio, en la plaza que ocupa su corazón ruso. Un trocito del mío está con ellos porque Ucrania ha parido a mis dos hijos; al mayor en Jarkov, al pequeño en Donetsk, provincias (óblasts) donde ahora desempolvan las banderas rusas. La primera olía a eneldo y a pobreza; la segunda, a mineros muertos.

Lugares de grandes contrastes con centros lujosos y barrios cochambrosos, con cochazos de jeque o ladas a punto de derrumbarse en carreteras hambrientas de asfalto. Y aunque tiene Ucrania una tasa de paro que ya quisiéramos, un 9%, lo cierto es que más del 35% de la población vive bajo el umbral de la pobreza. Lo corroboro: el salario mínimo es de poco más de 100 euros y una botella de aceite de oliva cuesta igual que aquí. Lo testifico: los trabajadores, en horas libres, recogen cascos de botellas y soportan largas colas a bajo cero a las puertas de locales donde se las cambian por unas cuantas grivnas.

Y luego las llenan de vodka, agua con etanol, para que no se congele, y se las restituyen al pueblo, a veces como parte del salario, para que olvide llorar.

Ellos, como nosotros, se levantan cada día y luchan por sus sueños o simplemente se levantan cada día para sentarse en una acera gris oscura casi negra con una botella de olvido.

El pulso entre Bruselas y Moscú no les importa. En Crimea, en Donetsk, en Jarkov, hablan ruso, se sienten rusos. ¿Por qué tanto interés en que no se oigan sus sentimientos?

El acuerdo de libre comercio con la UE implicaría que a Ucrania se le concedería un préstamo para aliviar su maltrecha economía. Eso sí, a cambio, recortes sociales, con bajada de salarios y pensiones y subida del precio del gas.

¿Sueldos aún más bajos? Recuerdo que en el orfanato, cuando llevé fruta y batidos para los niños, una de las cuidadoras, en un descuido, se llevó una bolsa. Después me enteré: tenía tres hijos y jamás habían comido un plátano. Si a las babuskas les bajan las pensiones, tendrán que vender los dientes de oro para pagar su entierro y dejar a sus nietos en los tristes lugares donde yo conocí a mis hijos.

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