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mis tripas, corazón

Y el cine vino

El cine fue mi motivo de vida cada octubre durante los años que estuve al frente de la sección de cultura en un periódico. Llegaba la Seminci y, con ella, el triple de trabajo, antes, durante y hasta el final del festival. Desde que nos poníamos con el especial previo hasta que se clausuraba el certamen, me dejaba en la redacción unos cinco kilos entre las páginas de cada suplemento diario y decenas de cigarros a medio fumar, porque hubo un tiempo en que las redacciones estaban hechas de humo, y de prisas, y de risas, y de nervios, y de cabreos, y de sangre. En los últimos años, a la vez que el tabaco, se esfumaron los seres vivos y se sentaron las chufas. A poco me hago horchata.

Pues bien, de la coordinación de Seminci, que ‘heredé’ de Vidal, puede que conserve algunos de mis más buenos recuerdos. ¿El equipo? Vergaz, Benito, Óscar, Camino, Tomás, Paco López, Felipe, Laforga, Montse… Lo mejor de lo mejor entre redactores, fotógrafos, colaboradores y algún intelectual de los de prácticas que había alargado su ‘estancia’ estival. ¿Reuniones? Las justas, cuantas menos mejor. Una general para programar el trabajo y alguna esporádica por si se torcían los renglones; al finalizar éstas, sonrisas cuando les regalaba mi frase copiada de una famosa serie policiaca: “Tened cuidado ahí fuera”. ¡Qué pesada! Siempre igual, pero sabía que les gustaba, eso y que por las noches, en pleno cierre, sacara un par de botellas de vino. Se cerraba mejor y nos queríamos más.

Lambrusco el año que ganó Italiano para principiantes; uno de Mendoza por El mismo amor, la misma lluvia; no encontré ninguno japonés para celebrar a Kitano; un tinto bien oscuro para acompañar las Lágrimas negras de Ricardo Franco, y por él; varios franceses para brindar por el buen cine galo y el resto del país -de éste- para suplir carencias.

Entre coordinar, hacer entrevistas, editar, idear la portada de cada suplemento diario con un titular potente y no olvidarme del vino, en todos esos años sólo fui capaz de ver una película en Seminci. Octubre de 1993. Había quedado para entrevistar a Sergio Cabrera una mañana de miércoles a las doce. A las doce y diez ya estaba enamorada para toda la vida. Ese día no fui a comer para ver su Estrategia del caracol. A las once de la noche ya se me había olvidado eso del amor eterno y a falta de cerrar tres páginas abrí una botella. Me sentó mal el primer trago con el estómago vacío. Pérez pasó por allí a terminar de poner acentos a su especial de gastronomía y llevaba una cesta con manzanas y chistes guarros. Nos repartió todo y lanzó las tildes a boleo. Rosa, desde la ‘cárcel’ del cierre dio la voz de alarma a grito pelado: ¡Llaman de rotativa!…

Y así se cerraba otro suplemento. Y así finalizaba otra Seminci. Y así, página a página, ya son 60. Un buen motivo para brindar. Desde este sábado, cuando sintamos a Audiard, hasta que anochezca el próximo con la Binoche.

Temas

cine, Seminci, vino

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