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Normalizar el fracaso

Mientras a los sufridos ciudadanos no se nos había pasado ni por el agujero negro del bolsillo pensar en la posibilidad de una tercera cita electoral, ellos, los que están cobrando por hacer mal su trabajo (aguantamos ésta y no más), se atreven a hablar de ella para garantizar su inexistencia; el sólo hecho de mencionarla debería ser constitutivo de falta grave por obscenidad suprema. Al banquillo, señor Sánchez, que ahora van los otros.

Así que puede ser que llegue agosto y desfilen todos a su destino vacacional sin los deberes hechos mientras los demás reducimos días, distancias, consumo, esperanzas.

Quienes disculpan el fracaso de los pactos (éste se da ya por normalizado) hablan de movimientos tácticos cuando no son más que aprendices bastante avanzados del perro del hortelano y lo cierto es que, al paso que vamos, no pararemos de votar hasta que el resultado no les venga bien a todos y cada uno de los partidos. La cita con las urnas se va a convertir en una rutina como la cena con los amigos los viernes a final de mes. Y no hay cosa que más fastidie que transformar en costumbre lo placentero porque acaba perdiendo la magia, y tendremos que montar nuestra vida (viajes, intervenciones quirúrgicas, domingo de sofá) y que transcurran nuestros actos más cotidianos en torno al paseíllo hasta la mesa electoral. Probablemente acaben poniendo una aplicación en el móvil y podremos ejercer nuestro derecho al voto en pijama y zapatillas, desde una cafetería en Montmartre o en la sala de partos.

Ya lo adelantó Ibsen: “La vida podría ser bastante agradable si no llamasen a la puerta esos acreedores reclamando el cumplimiento de los ideales a pobres hombres como nosotros”. Total, nuestros ideales les importan un pimiento. Sobre las 9.30 de la noche a nosotros también nos empiezan a importar un poco menos nuestros ideales a favor de un gobierno que funcione. Por la mañana es otra cosa la que nos palpita aún en el fondo del estómago, pero la vamos mitigando al ver pasar el día y vamos deduciendo que es inútil tener razón (incluso razones) cuando el gobierno está equivocado. De nada nos vale. Hasta que no saquen todos la pajita más larga no nos dejarán en paz.

Así las cosas, esto no avanza. Los refugiados esperan un lugar en el mundo y el mundo no es capaz de encontrarles un sitio; de nuevo el fracaso se normaliza. Osman agoniza en Idomeni y son Bomberos en Acción los que mueven cielo y tierra para que no muera en el infierno. Decisiones y acciones políticas están en funciones y los voluntarios tiran del carro de la solidaridad mientras las organizaciones rimbombantes con funcionarios de postín redactan informes con graves faltas de humanidad pero con letra bonita de colegio de pago.

España se comprometió a acoger a 15.000 refugiados. No ha llegado aún ni medio centenar porque los otros se han perdido entre papeles. A este paso daremos refugio a sus cadáveres.


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