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Esposa de insurrecto

Dice mi marido que ya está bien, que después de los últimos acontecimientos va a sacarse el master de insurrecto para ponerlo en su tarjeta de visita en vez de perito en lunas. Que los cien primeros temas de insurgencia se los ha aprendido sin ni siquiera leerlos. Que le llegaban a la mente en forma de ciencia infusa dosificada en cada arcada. Que esos conatos de vómito se le han manifestado con más intensidad a la hora del telediario. Que antes sólo le pasaba con las noticias de economía y que últimamente perduran y se acentúan con las de tribunales.

Pronto vomitaremos en el tiempo. Al tiempo.

Dice mi marido que en cuanto se saque el pasaporte de apátrida aprovechará las noches para ir a desplumar gaviotas, a deshojar rosas para echar los pétalos en los urinarios de los bancos porque apestan y a dejar los mástiles huérfanos de telas de colores. Que con las banderas quiere coser colchas para quienes duermen en el vacío de nuestras conciencias, tejer alfombras para extender sobre el barro de los campos de refugiados y hacer sacos de dormir para quienes tuvieron que dejar sus colchones en las casas que les arrebató la codicia. En ellos pernoctan ahora los gérmenes de la indolencia.

Y conseguirá el título de sobran banderas y faltan mantas. A manta.

Dice mi marido que, más que sedicioso –que le suena a rey sediento y vicioso- prefiere apellidarse subversivo de primero y ¿de segundo? Que no hacen falta apellidos, a veces ni nombre. Que, de sobrar, sobran, sobre todo, los gentilicios, los títulos y los tratamientos protocolarios. Que los canallas ya no tienen derecho a ser ísimos, salvo cuando rozan el joputismo.

Y son tantos los que se arriman. Arribistas.

Mientras se doctora en rebeldía ha comenzado a pintar graffitis en la fachada de la casa. Le ha dado por plagiar a Basquiat porque procede. SAMO, me ha escrito con letras rojas debajo de la ventana de la cocina. Ya sabes, Same Old Shit, “la misma mierda de siempre”, acompañado de la diosa de la justicia sin venda, sin ojos, sin brazos y sin balanza. Sin nada, vamos, una mancha de vacío. En la tapia que protege el lilo se ha atrevido con Banksy y ahí mismo ha plantado, en azul magenta y verde que te quiero verde, la frase que inició el proceso de su persecución: “Si repites una mentira con la suficiente frecuencia, se convierte en política”. La historia se complicó para él cuando el vecindario al completo comenzó a escribir su indignación en los muros de la calle, calzadas, aceras y papeleras. Twitter es demasiado pequeño para gritos tan grandes.

Está en prisión a la espera de juicio. Le acusan de insurrección, injurias, desacato y exhibicionismo (salía a pintar en pijama). Han venido a detenerme, pero he alegado que soy la esposa. Me han pedido disculpas y me han sugerido amablemente que friegue la fachada, a lo que me he negado. A ver qué hacen cuando se den cuenta de que me inventé un marido.

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