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Lapidar con detalles

Esta misma semana ha comenzado el juicio. El viejito, el viejo asqueroso, en este caso, ha sido acusado de abusos sexuales, presuntos, por el momento, a dos niñas de 5 y 7 años.
Hasta ahí todo normal, o anormal más bien. Las dos pequeñas acudían a jugar, en sus vacaciones de verano, a un huerto del presunto cerdo, en una localidad del Norte de Palencia. Fue entre los tomates y las berzas donde el hombre dejó su azadilla para iniciar un juego perverso con las nenas por no sé qué malévola y maldita conexión enferma en sus neuronas.
Los hechos fueron contados por las niñas, denunciados por sus progenitores y tramitados por el Juzgado durante un año y medio en el que acusado no se ha podido acercar a las víctimas a menos de 50 metros. Distancia enormemente corta para los ojos de las niñas, y para los de toda una sociedad perpleja ante un pervertido.
Relatar lo sucedido con total veracidad es, debería ser, el primer mandamiento de un periodista. Y aunque reconozco que, en mi caso, la parte morbosa me seduce principalmente y casi totalmente por una curiosidad infinita que espero no mate al gato, me ha resultado desagradable escuchar y leer los pormenores de los abusos a las menores. Con todo lujo de detalles. No era necesario, que no, ni mucho menos. Bastaban tres palabras, hombre, niñas y abusos, para conformar el texto de la noticia sobre el octogenario depravado. Presunto todavía.
Fue primero en una emisora de radio donde lo escuché y después acudí a los digitales. Si al principio había cargado contra la locutora, cuando leí los periódicos comprobé que era la parte textual y entrecomillada de un escrito facilitado por el Ministerio Fiscal. Perdonad, queridos colegas, no debería haber dudado, pero esta profesión es a veces perversa. Mi indignación va dirigida en realidad a la acusación pública, que maldita la hora en la que ejerció una transparencia en otras ocasiones tan demandada.
Saber los detalles sobre lo que el viejo presunto asqueroso hizo con su miembro o con las partes íntimas de las víctimas no me conduce a una información más fidedigna, o sí, pero lo que sí que lamentablemente consigue es llevarme obligada a recrear con repulsión una tarde de juegos inocentes que, a la llegada del monstruo, acabaron probablemente en temor, angustia y asco. Saber que las niñas accedieron a tocarle y a ser tocadas no me aporta nada más que una inmensa arcada. A ellas, a sus familias, les han agujereado la intimidad justo en mitad del pecho. Su derecho. Vulnerado por uno y por otros. No era necesario. Hay puntualizaciones que siempre sobran, y más en el caso de menores.
Pedir para el acusado ocho o mil años de cárcel y 12.000 o 16.000 euros de indemnización es asunto de quienes se dedican a la cosa jurídica. Solicitar un cierto respeto a los niños es asunto prioritario de una sociedad mentalmente sana. Si no, también, se convierte en una vieja asquerosa. Y no presunta.

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