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mis tripas, corazón

50 sombras de Dorian

Que el lenguaje es mágico, ya nos lo han dejado sobradamente claro los grandes de la literatura y los pequeños de la familia. Que encierra innumerables paradojas, lo vemos cada día en nuestra lección de vida. Que es pervertido y nauseabundo, lo notamos y sufrimos en la piel cada mañana con cada justificación de pacto antitético y patético.
También encierran sus curiosidades el lenguaje, y las palabras, y las letras, y hasta las tildes, y no digamos las comas. De qué forma tan peculiar los vocablos aluniceros y alucineros se convierten en dos términos opuestos en un mismo contexto: en política, unos hacen alusión a los verdugos y otros toman el papel de víctimas. Y eso se hace posible solamente con el baile de dos letritas.
Los aluniceros son ésos que chocan vehementemente, con nocturnidad, crueldad y alevosía, contra el escaparate de nuestro voto y lo destrozan en mil pedazos. Los alucineros, los que nos quedamos asustados, alelados y también impávidos, viendo cómo se resquebraja nuestro cristal.
El que hayamos votado y se hayan pasado por el forro nuestra decisión, nos sirve para indignarnos. Pero ya lo estábamos. Es sólo una prolongación de nuestro estado, ya que el otro, el que va con mayúscula, se está convirtiendo en una birria. Sólo cuando reaccionamos, nos damos cuenta de que lo único que nos queda por hacer es barrer la acera con extremo cuidado porque quizá mañana no nos quede más remedio que andar descalzos.
Cuando pienso en Luis Tudanca, el candidato socialista a la Presidencia de la Junta, me vienen a la mente los versos de una conocida canción de Víctor Manuel: “… porque entre los dedos, a su padre, como un pez se le escurrió…”
Pues así ha sido. Y así con tantos gobiernos regionales, locales, provinciales y agropecuarios. Algo que no ocurre en las comunidades de vecinos, donde ostentar la presidencia es, sobre todo, un castigo del tiempo y del espacio.
Han desvirtuado y descuajeringado la palabra pacto. Lo que significaba un acto en busca del bien común, se ha convertido en onanismo y consecución a toda costa del bien propio. Por los siglos de los siglos más truco que trato.
Encuentro en este punto algunas similitudes entre la novela El retrato de Dorian Gray y el teatro del esperpento que se han montado nuestros políticos tras las últimas elecciones. No es que éstos busquen la belleza eterna, como el personaje de Oscar Wilde, pero sí coinciden en ese enfermizo narcisismo que les impide obedecer las decisiones de unos y admitir las posibilidades de otros, porque su culo, indudablemente, es el mejor culo para ese sillón. Y si de no perderlo se trata (da igual el culo o el sillón), qué más da merendar con el diablo o desayunar con un angelote de Murillo. Qué importa bailar con el más feo o yacer con el eunuco. Lo malo será luego enfrentarse al retrato.
Pues nada, que los embistan. Ay, perdón, que los invistan. Cosas del lenguaje y de mis lapsus.


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