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En el Peni con Nina

Con mi otoño amenazante, pisándome los talones, y el de ella a pleno pulmón, me encuentro a Nina Infante en El Penicilino y nos renacen las primaveras y los veranos. No sabemos decir cuántos años han pasado desde que no nos vemos porque las noches de los viernes sólo nos gusta contar historias.
La conocí cuando nacía la década de los noventa, entonces ella era concejala de Izquierda Unida y yo arrancaba en el periodismo. Más que coincidir con esta activista del feminismo en actos públicos o políticos, la noche nos llevaba a los mismos locales de barras con vasos donde casi siempre comenzábamos hablando de la última salida de tono de aquel alcalde de verbo machista (nunca fue la última) y que se convirtió en una de las bestias negras de la lucha de Nina. De la lucha de tantas.
Desde que anunciaron el inminente cierre del Penicilino, somos muchos los que nos empeñamos en volver. El sábado pasado, imposible entrar. Entre los fieles de Seminci en su clausura y que el buen tiempo se alió con la noche, el centro de la ciudad era un bullicio permanente con las calles procesionadas hasta las tantas y los bares a tope.
Renace el centro y el estado de ocio ya que nos empeñamos en sobrevivir también fuera de casa y, por supuesto, más allá del trabajo. Porque la vida se agarrota entre cuatro paredes. Las amenazas de recesión nos acojonan lo justo, pero no todo el rato, y allá que nos vamos de tapeo, eso que tanto echamos de menos, en ocasiones lo único, cuando ponemos un codo fuera de España, de un país que se empecina en no sacudirse la caspa convirtiendo unos premios de categoría internacional (los que se apellidan Asturias) en una pasarela de trajes y joyería varia en la que uno de los mensajes vuelve a abofetearnos con eso de que las niñas quieren, de nuevo, ser princesas.
Damos pasos de cangrejo, querida Nina. Ya lo dijo Umberto Eco: “Parece como si la historia, cansada de dar saltos hacia delante en los dos milenios anteriores, se encerrara de nuevo en sí misma y volviera a los fastos confortables de la tradición”.
Involución, se llama. Y el riesgo existe. En peligro están los avances legislativos, culturales, sociales y políticos desde el punto de vista de la igualdad. Sólo hay que echar un vistazo, aunque sea de refilón, a los programas electorales de ciertos grupos surgidos del temor y la nostalgia. Ha nacido un nuevo pacto de caballeros que aplauden, apoyan, respaldan, patrocinan y corean también muchas mujeres: un oxímoron en toda regla.
A un paso están, otra vez, las elecciones generales. Días después me encontraré contigo, Nina, en cualquier bar y ya con frío de castañeras. ¿Lamentaremos ascensos de quienes nos cortan las alas? Qué pena sería, sí, después de tanto tiempo y tanta lucha de quienes os habéis partido los cuernos con el feminismo activo y de quienes lo hemos ejercido en el día a día. De nuevo, a empezar. Y no es que sea cuestión de pereza.

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