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Pedro y su lobo

14 de noviembre de 2013, 20.00 horas. Pedro Luis Gallego coge su macuto azul y se oculta tras unas gafas de sol sin sol. Sale andando. Deja atrás Alcalá Meco después de 20 años. Una de sus víctimas llama a la Asociación Clara Campoamor: “Me siento como si me hubiera vuelto a violar”.
Las otras 64 mujeres agredidas también temblaron. Leticia y Marta lo hicieron en sus tumbas.
La condena superaba los 270 años, pero, a veces, se nos olvida contar: qué fracaso del sistema de numeración.
Algunos alertaron de que no salía rehabilitado. En los penales en los que habitó, Texeiro, Herrera de la Mancha y Alcalá, se negó a realizar cursos y terapias que le ayudaran a dejar de ser un monstruo.
No volvió a su Valladolid natal, o sí, pero de paso. Se instaló en Segovia en 2014 donde vivía en un barrio a las afueras con su perro y la compañía intermitente de una novia espero que, ignorante de sus antecedentes, pues cuesta creer lo contrario.
A finales de 2016, pánico en la zona madrileña de La Paz. Un depredador sexual secuestra mujeres –una de ellas menor- a punta de pistola, las introduce en su coche, las amordaza y las ata con bridas. Las traslada no saben dónde (luego se supo que las agredía en su piso) y, después de unas horas, las libera de nuevo en Madrid. Meses después es detenido. Otra vez Pedro Luis, y ya sexagenario.
A los 19 años cometió su primera agresión. Una temporadita en la cárcel y más abusos que le devuelven a prisión, pero vuelta a la calle. En el 87 le aplican otra condena: 10 años. Sin embargo, en el 92 apuñalaba hasta la muerte a Marta en Burgos y a Leticia en Valladolid y cometía decenas de violaciones. De nuevo, se nos olvidó contar.
Hace unos días se ha celebrado otro juicio contra él dos meses después de que hubiera intentado suicidarse en prisión sin éxito: qué fracaso del karma. El violador reincidente y asesino se ha negado a declarar, pero ha pedido perdón y confiesa arrepentirse hasta de haber nacido. Ha aparecido una nueva víctima y es él mismo: se considera esclavo de un impulso que no puede controlar. Es consciente de lo que ha hecho y también de que acabará su vida en prisión.
Se cree víctima de su compulsiva obsesión y de un sistema penitenciario que no ha hecho lo suficiente por rehabilitarlo. Se lamenta de que su vida haya sido un fracaso y de que nadie le ha proporcionado los instrumentos necesarios para combatir a su lobo. Ahí está la clave: cierto es que durante sus períodos de estancia en la cárcel nunca pidió realizar cursos de rehabilitación y que durante esta última prisión preventiva tampoco ha solicitado ningún tipo de terapia, pero siendo ya un viejo conocido, asesino y violador en serie algo se podría haber hecho al respecto. Así que volverá al ‘talego’ donde tendrá que merendarse sus impulsos de depredador porque ningún fármaco enseña conductas y los tratamientos psicológicos no llegan a tiempo. Qué fracaso del sistema.

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