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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Clonación humana: ¿identidad duplicada?

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En el año 2003 se publicó traducida al castellano la novela del premio Nobel de Literatura, José Saramago, titulada El hombre duplicado. En ella cuenta la extraña peripecia de un profesor de Historia que un buen día, viendo una película, descubre que existe otra persona, un actor, con un físico, unos gestos y una voz iguales por completo a los suyos. La intriga y el desasosiego del personaje van creciendo a medida que sus reflexiones le hacen tomar consciencia de que esa persona, que tiene una cicatriz idéntica a la suya, es un “duplicado” completo de sí mismo. Más adelante conocerá al “doble”, comprobará que el movimiento de las emociones, deseos y pensamientos de ambos, sus identidades psíquicas, resultan indistinguibles. Y entrará con ese “otro yo” en un peligroso juego de intercambio de las respectivas identidades sociales.

En otro nivel, la fábrica de sueños, Hollywood, estrenó en el año 2000 la película de ciencia ficción, El sexto día, protagonizada por el contundente actor Arnold Schwarzenegger. El título del filme alude al relato mitológico del Génesis según el cuál en el sexto día, Yahvé, dios del pueblo hebreo, creó al hombre (la mujer fue “clonada” poco después a partir de una de sus costillas: ¡la primera clonación de la Historia!). El malo, malísimo, de esta película quiere alcanzar la inmortalidad, un poder que la fantasía y las creencias humanas han reservado hasta ahora a todo tipo de dioses y espíritus. Para conseguir tan estremecedor resultado en seres de carne y hueso, los guionistas se inventan una máquina prodigiosa que puede fabricar un cuerpo clónico idéntico al de una persona adulta, extraer del cerebro de esa persona todos sus recuerdos, archivarles en un super DVD llamado disco-memory, y después transferir toda la información al cerebro vacío del clon para que adquiera su completa personalidad, memoria y biografía. Resultado: en pocos minutos la máquina de los prodigios consigue un duplicado completo y perfecto de una persona adulta.

La fantasía humana se dispara, y se disparata, con mucha facilidad, igual que lo hace el pensamiento mágico. El racionalismo en general, y el racionalismo empírico o científico en particular, siguen manteniendo con los dos (pensamiento mágico y fantasía) el singular “combate” que se inició nada más surgir la mente del homo sapiens, hace más de cien mil años.

¿La narración de Saramago y la película de Schwarzenegger tienen algo que ver con la clonación de células humanas de la que tanto se está hablando estos días tras la publicación en Cell del experimento realizado por el equipo de Shoukhrat Mitalipov en la Universidad de Oregon? No, la respuesta es NO. Tanto el Nobel como los guionistas del Sexto día, Cormac y Marianne Wibberley, incurren en un error de fondo muy parecido: la posibilidad de duplicar la identidad humana no tiene nada que ver con la realidad científica conocida ni con la clonación biológica.

¿Por qué? Pues porque la mente de una persona no se puede clonar. Nuestra mente es un sistema funcional complejo que en gran medida no depende de los genes. La mente humana es la resultante dinámica de la interacción entre un cerebro -dotado de una plasticidad neuronal que le permite ir cambiando con el tiempo su configuración sináptica interna- y miles, millones, de variables ambientales. Estas variables, indefectiblemente, son diferentes en cada individuo. Cada persona tiene experiencias sensoriales y emocionales únicas, y también un particular aprendizaje y desarrollo de su personalidad. Cada persona tiene su propia e incopiable memoria. Se puede clonar la base estructural genética del cerebro, pero no se puede clonar una biografía.

La clonación real es una biotecnología que no permite clonar la mente humana ni nuestra identidad individual. Esta idea pertenece al mundo de la fantasía literaria y cinematográfica, no tiene fundamento científico. Tanto el mágico disco-memory que permite implantar en otro cerebro los recuerdos de toda una vida, como el novelesco “otro yo” deambulante de Saramago con nuestras mismas cicatrices y pensamientos, son pura ficción. La vieja fantasía humana de inmortalidad -compensatoria en parte del miedo que nos produce la consciencia de la muerte- sigue siendo eso, una fantasía, y no hay el más mínimo indicio racional de que pueda dejar de serlo.

Si alguna vez en el mundo real, superados los actuales problemas técnicos, nacen niños clonados -como ya han nacido otros mamíferos-, estos bebés tendrán al nacer la misma dotación genética que la persona donante de la célula adulta inicial. Esta igualdad en el ADN es algo que viene ocurriendo de manera natural, desde el comienzo de la especie, con los gemelos monocigóticos. La naturaleza ha fabricado miles y miles de “clones humanos naturales”. El embrión clónico creado en el laboratorio, e implantado después en el útero de una mujer, no sería un “doble” o “duplicado” del donante de la primera célula. Ambos, donante y clon, serían “gemelos genéticos artificiales”, pero no la misma persona.

Desde el minuto uno de activación de la división celular en el laboratorio, y durante el embarazo en el útero materno implantado, cada clon comenzará a procesar hechos y  circunstancias diferentes. El gigantesco acúmulo de experiencias vitales de cada persona, incluidos los eventos prenatales, no depende de los genes sino de continuas contingencias biográficas y ambientales irrepetibles, que ocurren a cada minuto. Esas experiencias sensoriales, cognitivas y emocionales, y esos aprendizajes individualizados, configurarán, gracias a la plasticidad de las neuronas, cerebros distintos. Y también personalidades e identidades diferenciadas con memorias propias.

 

 

Todo el mundo sabe que los hermanos gemelos, a pesar de su semejanza física, no son la misma persona, no tienen la misma mente. Cuanto más diferentes son sus vidas, más distinta resulta su manera de ser. Igual ocurriría con las personas clónicas. Incluso el cuerpo clonado, con las huellas concretas que en cada sujeto va dejando el tiempo, tendría unas características que le diferenciarían del otro. Si la persona clonada se aficiona a la gimnasia, podrá tener unos músculos abdominales muy desarrollados. Si, en cambio, se aficiona a beber cerveza, su barriga también tendrá un gran desarrollo. ¿Qué gen, o genes, determinan los gustos, las aficiones, los hábitos o las sutiles inclinaciones personales?. Ninguno, que sepamos todavía. Las personas que nazcan por clonación tendrán sus propias cicatrices, físicas y psíquicas, producidas a partir de una experiencia y unas vivencias sólo suyas. Unas cicatrices muy diferentes a las de la persona que les dio origen.

De modo muy generalizado, tanto en la comunidad científica como en la opinión pública, se ha establecido el consenso de rechazar la llamada clonación reproductiva. Es decir, la clonación completa de una persona que, implantando el embrión en el útero de una mujer, llegaría a nacer como cualquier otro niño. Al mismo tiempo, hay una mayoría de ciudadanos que acepta la clonación terapéutica de células durante las dos primeras semanas para obtener tejidos específicos que podrán utilizarse, sin riesgo de rechazo, en la regeneración de órganos y en el tratamiento de varias enfermedades graves: diabetes, Parkinson, Alzheimer, infarto de miocardio, etc. El argumento religioso de la Iglesia católica y de otras confesiones en contra de la clonación de células es el mismo con el que se declaran contrarias al aborto: según sus creencias, un cigoto, una mórula, un blastocisto o un embrión, son ya un ser humano con alma. En cambio, para quienes con un enfoque laico, o incluso siendo creyentes, están a favor del aborto en determinados supuestos regulados por Ley en la mayoría de las democracias occidentales, la clonación de células humanas con fines terapéuticos equivaldría a un supuesto legítimo más. La clonación reproductiva no es un objetivo sanitario, por lo que está desaconsejada por la comunidad científica y por la Organización Mundial de la Salud, y prohibida por las leyes.

En el año 2012, Shinya Yamanaka y John Gurdon, recibieron el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por los trabajos que permitieron crear las células madre pluripotentes inducidas (las llamadas células iPS). Con estas células se podrían obtener resultados similares en relación al objetivo sanitario de crear y regenerar tejidos humanos específicos que estén dañados. La nueva técnica sólo utiliza células adultas que se reprograman, no se crean embriones. De este modo se evita el problema ético de su destrucción, y la posibilidad de la clonación reproductiva. Las ventajas en principio son evidentes, pero todavía no está completamente demostrado que las células adultas reprogramadas tengan unas capacidades en todo idénticas a las embrionarias. Por el momento, muchos científicos prefieren mantener abiertas las dos líneas de investigación.

Cuando Copérnico hizo los cálculos que demostraban que la Tierra no está en el centro del Universo, el antropocentrismo y el narcisismo humanos sufrieron un serio correctivo. Las resistencias duraron siglos. Cuando Darwin planteó la procedencia de la especie humana a partir de unos antecesores llamados primates, el impacto no fue menor. Y la resistencia a aceptar esa idea tampoco. Sería un nuevo y muy duro impacto para nuestra orgullosa autoimagen plantearnos el fin de la identidad humana individual e irrepetible, el fin de la creencia en que cada ser humano es una creación única. Con la clonación biológica este fin no puede producirse, pues, como ya se ha dicho, no es posible clonar ni “duplicar” nuestra mente. Tampoco podremos cruzarnos un buen día por la calle con una persona de nuestra misma edad que tenga un físico casi idéntico al nuestro, y a la que no conozcamos de nada. Siempre existirá una diferencia de edad entre el donante de la célula inicial y el clon recién nacido. Si el donante tiene 38 años, como el personaje de Saramago, 38 años más nueve meses de gestación será la diferencia de edad que separará al “progenitor” de la persona clonada.

 

 

 

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Los avances científicos, en sí mismos, son amorales. Se les puede dar un uso positivo o negativo, legal o ilegal, benefactor o destructivo. Es nuestra responsabilidad hacer un uso ético y legal de la ciencia. A medida que ésta avanza, aumentando nuestra capacidad para manipular y controlar la realidad, aumenta el riesgo en la misma medida. Hay quién piensa que el ritmo de avance del conocimiento científico es muy superior al necesario incremento de la responsabilidad racional humana, con lo que nuestra especie estaría abocada a un catastrófico desenlace. La hipótesis, basada en las múltiples evidencias empíricas que nos proporciona la Historia, es bastante coherente. Sin embargo, no podemos permitir que este tipo de enfoques pesimistas sobre la naturaleza humana logren censurar o prohibir el avance del conocimiento. Sí son motivo, en cambio, para que se adopte la máxima prudencia.

¿Hay mucha diferencia genética entre ser “la copia mezclada de dos progenitores” (padre y madre biológicos) o ser “la copia de un solo progenitor” (padre o madre biológicos)? La diferencia, ¡no pasa del 50 % de los genes! Lo más importante en toda esta compleja situación que el avance científico plantea a la sociedad seguramente no sea la dimensión cuantitativa (la cantidad de genes de una procedencia u otra que tengamos al nacer), sino la dimensión cualitativa: tener padres, cultura y biografía, tener identidad. ¿Qué importancia tienen los padres biológicos de una niña o de un niño adoptados al poco de nacer en otro Continente o hemisferio de la Tierra, y a los que nunca van a conocer? ¿Pueden, los padres adoptivos, proporcionarles un buen vínculo y aprendizaje emocionales, una educación y un pormenorizado relato de sí mismos? La experiencia ha demostrado que sí.

No hay que olvidar que la delincuencia existe. Y también, y en no menor medida, la avaricia, la ambición y la egolatría humanas. La realidad va por delante de las leyes. Antes o después quizá veamos en Internet y en todas las televisiones del mundo el vídeo de un simpático y sonriente bebé, niño o niña, el primer ser humano clonado de la historia de la Humanidad. Si tenemos ocasión de asistir a ese momento histórico, habremos de recordar que la ilegalidad no corresponde al “hijo ilegítimo”. Todos tendremos obligación de respetar la dignidad humana y los derechos de las personas clonadas que, de un modo u otro, lleguen a este mundo. Una dignidad y unos derechos, éstos sí, 100% idénticos a los nuestros.

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Alfredo Barbero – Psiquiatra del Centro de Salud Mental “Antonio Machado” de Segovia

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