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Los acuerdos políticos que en menos de un año logró Adolfo Suárez, fruto de un convencido espíritu de concordia y unidad entre todos los españoles, han tardado sus colegas de un color u otro, de éste o aquel partido, más de 30 años en cargárselos.
Una prueba irrefutable del excelente trabajo que hizo el primer presidente de la democracia española.
Hoy día, nuestra democracia necesita una profunda reforma, una Segunda Transición que la adapte a los nuevos tiempos, pero el procedimiento que se siguió entre 1975-78 ya no puede repetirse: primero, porque entre los políticos actuales nadie está a la altura de don Adolfo; y segundo -y más importante-, porque al estar ahora en democracia las reformas esenciales del sistema no las debe realizar un grupo de notables, una élite política o partitocrática, sino los ciudadanos con sus votos directos en referéndum.
Para que la democracia directa tenga lugar “algún día” -ilusión que no queremos dejar abandonada-, fue condición necesaria que Suárez, y su pequeño camelot de políticos competentes y honrados, hiciesen el buen trabajo de la Primera Transición.
Gracias y descanse en paz, señor Presidente.
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