“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre, con la voz cálida y pausada que sólo en muy pocas ocasiones utilizaba para decir las cosas importantes, empezó a leer, a la sombra del castaño, ´Cien años de soledad´. Al poco del comienzo, todos los habitantes de Macondo se quedaron con los ojos y los oídos como platos.”
Gracias, Gabo, por hacernos entender que la realidad tiene más dimensiones de las aparentes, que la pueblan más seres que los vivos, y que en la vida hay un lado mágico tan real como el que no lo es.
Gracias por facilitarnos sentir que los recuerdos y las emociones son de todos, no sólo nuestros, y que pueden lograr que el tiempo no nos dirija en línea recta.
Gracias por hacernos ver la belleza de las personas, de los sucesos inesperados, de los afanes, de las cosas más pequeñas y olvidadas.
Gracias por la luz, por el mar, por el color, por el ensueño, por los olores, por los sabores, por las manos, por el amor, por la alegría, por los deseos, por el cielo azul y los amaneceres que hay en tus palabras.
Gracias por desperezar nuestra curiosidad, y devolvernos la ilusión y la mirada esencial de un niño.
Gracias por permitirnos sentir el dolor, el fracaso, el sufrimiento y la muerte, no con resignación, sino como algo que también es nuestro.
Gracias por consolar una soledad que no es de cien años, ni de mil años, es de siempre, casi infinita.
Gracias por ayudarnos a vivir sobre este viejo mundo, nuevo cada día.
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…….. Alfredo Barbero -Psiquiatra del Centro de Salud Mental “Antonio Machado” de Segovia
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