Comprobada a lo largo de las últimas décadas en todo el mundo, tanto por la Psiquiatría como por la Psicología, la dificultad de rehabilitar a las personas con el trastorno de la inclinación sexual llamado PAIDOFILIA (diagnóstico codificado como F65.4, CIE 10, OMS, 1992), el único recurso del que dispone la sociedad para proteger a las niñas y a los niños es prevenir el delito en el que los casos más graves incurren de forma reincidente: la PEDERASTIA o abuso sexual de menores.
Un pederasta reincidente que ha violado a cinco niños, por poner un ejemplo, que ha causado graves daños psíquicos o arruinado la vida de esos menores, cuando cumpla su condena (siempre inferior a 20 años merced al bondadoso Código Penal que venimos padeciendo, y que nadie se atreve a cambiar) ¿es justo entender que ya ha pagado su deuda con la sociedad, muy especialmente con esos cinco niños, y debe quedar libre por completo poniendo en peligro a otros tantos?
La tecnología actual puede aportar alguna solución: una pulsera o tobillera electrónica de por vida.
Pero claro: hacen falta políticos a los que les circule sangre por las arterias, y no agua, políticos que no antepongan su imagen pública para quedar “bonitos”, “modernos” y “humanitarios” con los delincuentes, políticos que se atrevan a reformar el actual Código Penal y establecer la pena para los casos más graves y dañinos de libertad vigilada perpetua. Muchos niños y niñas españoles, en el futuro, se lo agradecerán.