Me llama un amigo desde Valladolid para decirme que entre las formas históricas de corrupción inherentes a la organización de los sistemas sociales, hay una cuya fuerza determinante es tal que debe ser considerada de modo independiente, siendo así tres, y no dos, las formas esenciales de corrupción humana.
Se refiere, como es lógico, a la organización de los sistemas económicos. Y en este nivel incluye tanto la corrupción burocrática de la economía altamente planificada, politizada y estatalizada que sigue las directrices del pensamiento de don Carlos Marx en sus variantes más o menos ortodoxas, como la corrupción de la especulación sin límite de los tiburones de Wall Street -o de Bankia- en su orgía de “laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même” (dejen hacer, dejen pasar, el mundo va solo).
Mi amigo vallisoletano piensa que tanto Marx como Adam Smith fueron dos grandísimos ingenuos: el uno creyendo que la economía (y la vida) se puede planificar a escuadra y cartabón como la lucha de un videojuego de combate, y el otro creyendo que su famosa “mano invisible” del mercado activa sólo los “egoísmos responsables”.
¿Cómo aminorar entonces los daños inherentes a cualquier tipo de sistema económico?
Con la Ley, con la Ley.
Aunque en asuntos de economía, si no queremos ser en el ya casi 2015 tan ingenuos como lo fueron Smith y Marx siglos atrás, hemos de reconocer que la Ley no lo tiene nada, pero que nada, nada, fácil.
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