Desde las Elecciones Generales de 1982 los ciudadanos españoles no habíamos vuelto a sentir tantas ganas de manifestarnos políticamente, es decir, de votar, como las que tenemos ya preparadas para el próximo domingo en el que vamos a despedir con un original cóctel de Política y Navidad este intenso año 2015.
A lo largo de la pasada Legislatura los españoles hemos padecido al menos cuatro graves crisis: 1) la crisis económica, con paro, múltiples recortes y el rescate de un sector de la Banca, 2) la corrupción, muy repartida por el territorio nacional y entre todos los partidos con Poder ejecutivo, 3) la del independentismo catalán, que ha desembocado en una declaración del Parlamento Autónomo considerada ilegal por el Tribunal Constitucional, y 4) la crisis del “bipartidismo”, que no es otra que la crisis del modelo subdesarrollado de democracia (también llamado “partitocracia”) que se consensuó en la Transición como salida histórica viable en aquel entonces, pero que después de casi 40 años ha demostrado unas deficiencias muy claras quedándose anticuado.
Todas estas circunstancias tan especiales que hemos vivido en España durante cuatro años (no menciono el relevo en la Jefatura del Estado por haberse realizado de forma ejemplar, sin la más mínima turbulencia) han generado en los ciudadanos un incremento del interés por la política y de las ganas de votar. Según los coincidentes análisis sobre las motivaciones, causas y factores que determinan el color del voto realizados por los sociólogos y politólogos, parece ser que se vota primero con “la cartera” (pensando en los posibles beneficios/perjuicios económicos y laborales propios que puedan derivarse del partido que gobierne), después con “el corazón” (origen familiar, biografía personal, simpatías/antipatías, filias y fobias), y en tercer y último lugar con “la razón” (entendiendo esta última como un sistema cerrado de creencias e ideas que se comparte en grupo al que llamamos ideología, más que en el sentido de un análisis individual e independiente de las razones y argumentos expuestos por unos u otros). Por otra parte, el “voto negativo” o de castigo, el voto útil, la elección del que se considere mal menor, y las ganas de botar del Poder a quien lo detenta, en no pocas ocasiones tienen tanto o más peso a la hora de decidir el color de nuestro voto que las motivaciones del “voto en positivo” antes referidas.
Después del debate entre tres candidatos a la Presidencia del Gobierno más una Vicepresidenta en funciones, los dos líderes del “bipartidismo” celebraron en TV su tan deseado y tradicional debate bis a bis, en ganancia seguramente de las otras dos fuerzas políticas emergentes con posibilidad de obtener un buen porcentaje de votos. Es decir, a pocos días de la votación la suerte está ya echada, el pescado parece vendido.
¿Tiene alguna justificación en un escenario político con serios problemas, y en un momento que puede considerarse histórico en la evolución de nuestra democracia, hacer un voto nulo en vez de optar por un partido concreto…?
En mi opinión, sí. Primero, porque a la hora de ejercer el derecho democrático a votar todas las opciones son respetables, incluida la del voto nulo deliberado o voluntario, que debería contabilizarse como un voto distinto al voto nulo accidental o involuntario. Segundo, porque el voto nulo voluntario expresa de manera tácita un posicionamiento político: 1) defensa de la democracia, 2) interés por los asuntos sociales o públicos, y 3) mayor independencia respecto de los sistemas ideológicos de los partidos políticos. A estas razones, añadiría otras dos: a) los partidos del “viejo bipartidismo”, PP y PSOE, han rehuido constantemente comprometerse con algo que me parece muy importante, una reforma en profundidad del modelo democrático español: listas abiertas, ley de referéndum con consultas periódicas, ocho años máximo en los cargos políticos, primarias obligatorias entre varios candidatos, separación de poderes con elección del Poder Judicial por juristas, sin cuotas políticas, cese automático de cargos tras imputación judicial por posibles delitos, financiación de los partidos con listas públicas de los donantes desde el primer euro, etc., y b) la propuesta de “nueva política” de los jóvenes partidos emergentes no ha sido, a mi juicio, suficientemente bien definida: en el caso de Podemos, porque su trayectoria en poco más de un año se ha desplazado desde el anarco-comunismo antisistema a la supuesta socialdemocracia, y en el caso de Ciudadanos porque los pactos que ha realizado después de las últimas Elecciones Autonómicas y Municipales con ambos “bipartidistas” no son precisamente una garantía de confianza.
Hay otras opciones de voto, por supuesto, y algunas de ellas han sido muy injustamente ninguneadas en los medios de comunicación: Izquierda Unida, Unión Progreso y Democracia, los partidos nacionalistas, etc. En las televisiones debiera haberse producido al menos un debate entre todos los candidatos a la Presidencia del Gobierno. ¡Qué envidia de esas imágenes de las Primarias americanas cuando salen en fila por TV -por supuesto, con atril, para poder tener datos e información escrita de apoyo- 10 ó 12 candidatos! Lamentablemente, en España hemos asistido como nunca antes a una campaña de marketing y show mediático que ha prevalecido sobre los contenidos y la pluralidad política.
En fin, todas las opciones son legítimas, en esto consiste la Democracia. Y quizá en el futuro, cuando los ciudadanos vayan a votar exista en la papeleta un pequeño apartado para que el que quiera pueda escribir brevemente por qué vota lo que vota, sin que su voto se convierta por ello en un voto nulo.