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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Fortuna iuvat

La última semana de mayo del 2018 quizá sea recordada en la reciente Historia de España como ‘la semana del fuerte correazo’. La sentencia judicial del ‘caso Gürtel’ (cinto, cinturón, en alemán) provocó un rápido e inesperado tsunami político que hizo que los acontecimientos se precipitasen de manera vertiginosa. Estaba claro salvo para don Mariano Rajoy y su círculo de fieles, a los que sorprendentemente parecía costarles mucho trabajo entenderlo, que la muy larga, muy grande, acumulada, muy extendida y diversificada corrupción del PP iba a terminar más pronto que tarde pasando la factura política de su desalojo del Poder. ¡Todo tiene un límite, incluso la corrupción! ¡¡Incluso en España!!

Un alto grado de corrupción se ha convertido en mal generalizado de la política española desde hace varias décadas, casi en una característica estructural. Otros partidos y líderes han ido pagando precios considerables por sus conductas corruptas. Muy lentamente, porque topamos en esto con el segundo grave mal generalizado de nuestra democracia: la lentitud y politización de la Justicia en su mayor nivel. Lentamente, pero han pagado. En Cataluña y Andalucía, por ejemplo. El PP y don Mariano habían creído que las urnas les habían absuelto de sus presuntos delitos de corrupción, otorgándoles una especie de impunidad ante la Ley. Craso error. ¡E importante aviso para futuros navegantes!

Se preveía y casi daba por hecho que el cambio lo iba a protagonizar Albert Rivera y Ciudadanos mediante unas Elecciones Generales anticipadas. El joven líder transmitía en ocasiones la impresión de verse como el próximo presidente del Gobierno de España. Pero de pronto llegó el ‘fuerte correazo’ de la Gürtel, al que inmediatamente Pedro Sánchez encadenó su moción de censura. Los planes de don Mariano y de Rivera quedaron desbaratados en siete días. El PSOE, en estos primeros días de junio, está de nuevo en La Moncloa.

La audacia de Pedro Sánchez ofrece pocas dudas. Expulsado de la Secretaría General de su partido hace poco más de un año por su persistente ‘no es no’ y por un intento de moción de censura idéntico al ahora exitoso, logró recuperarla y vencer en primarias a Susana Díaz, lo que equivale a decir a los históricos del PSOE (encabezados entre bambalinas nada menos que por Felipe González). Pedro Sánchez echó un pulso a Felipe González… ¡y perdió Felipe González! Ningún socialista puede decir lo mismo, que sepamos.

Al presentar la última moción de censura, el nuevo presidente del Gobierno ha demostrado ser audaz en varios sentidos.

Es audaz conseguir la Presidencia del Gobierno con los votos de los independentistas catalanes cuando se ha declarado contrario a la República independiente de Cataluña, ha estado de acuerdo en aplicar el artículo 155 de la Constitución, y ha llamado al nuevo presidente de la Generalitat —de forma bastante precisa, por cierto— “racista” y “el Le Pen de la política española”.

Es audaz ser presidente del Gobierno de España con los votos de Podemos, un partido que se declara contrario al “régimen” y a la Constitución de 1978 que Pedro Sánchez manifiesta defender.

Es audaz aceptar ser presidente del Gobierno con los votos de todos los diputados de la Cámara, sin rechazar los de Bildu.

Finalmente, es audaz prometer el mantenimiento de los presupuestos generales del Estado aprobados por el PP tan sólo una semana después de haber votado en contra por considerarlos “antisociales”.

¡Gran audacia aparente! Pero cabe preguntar: ¿audacia o supervivencia? Si miramos de forma retrospectiva su trayectoria podríamos concluir que a Pedro Sánchez no le ha quedado más remedio que ser audaz. Ésta ha sido la única estrategia posible para poder continuar en política. La alternativa era perderlo todo, desaparecer. O audacia o nada, no tenía elección. Si pensamos, por tanto, que su osadía o audacia han sido deliberadas, coyunturales, necesarias para alcanzar el Poder, se podría deducir que ahora, una vez alcanzado, se produzca un giro que le lleve a adoptar estrategias más conservadoras para mantenerlo. Quizá sea conveniente empezar a distanciarse desde ya de los socios que le han proporcionado los votos con los que acaba de ser nombrado presidente del Gobierno, y más todavía si existe con ellos algún tipo de compromiso verbal de arriesgado cumplimiento. Un camino que podría simultanear perfectamente compartiendo ciertas medidas sociales con buen impacto mediático.

Dificilísimo equilibrio el de Pedro Sánchez entre: 1) unos socios muy heterogéneos, varios de los cuales quieren romper la actual unidad de España y nuestro orden constitucional, 2) sus convicciones políticas igualitarias y nacionales más genuinas, y 3) el pacto más importante logrado en la Transición y que todavía apoya la mayor parte de los españoles: la Constitución democrática de 1978.

España a veces, no pocas veces, recuerda más en sus orígenes a Celtiberia que a la Hispania romana. Se parece en ocasiones preocupantemente al conglomerado de tribus centrífugas y en constante pelea que fuimos, a una especie de Balcanes Subpirenaicos, antes que a un país civilizado, vertebrado y moderno de la Unión Europea. Esta tendencia hacia la división y el enfrentamiento parece que esté marcada en algunos de nuestros más primitivos genes. En este complicado momento político e histórico que vivimos hemos de vigilar su fuerza y atemperarla.

Audacia u osadía no es lo mismo que temeridad. El proverbio latino extraído del verso de la Eneida de Virgilio tiene incluso un importante matiz de prudencia respecto de ambas. Dice: “Audentis fortuna iuvat” (a los que se atreven les ayuda la fortuna). Es decir, ‘La Fortuna’ no necesita para dar su ayuda ni de la osadía ni de la audacia, le basta con el atrevimiento de la acción.

Esperemos que Pedro Sánchez acierte en su compleja tarea de gobierno hasta las próximas Elecciones Generales. Que tome medidas legítimas para beneficiar al conjunto de los ciudadanos y ganar votantes, como hacen todos los políticos, sin complicar más las cosas ni romper los importantes equilibrios que todavía nos quedan de la Transición. Le deseamos que no tenga la mala suerte de pasar con sus decisiones y actos de la ponderada épica de Virgilio a la muy prosaica ‘ley de Murphy’. En este caso, España y todos los españoles perderíamos.

 

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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