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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

La ‘mente’ de Don Quijote (capítulo primero)

¡Qué maravilla hubiese sido poder contar con el muy cuerdo y sereno juicio de Don Quijote para las próximas Elecciones del día 10 de noviembre de 2019!

¡Qué mesura aristotélica, realista lucidez, lógica sutil, llena de matices, y sabio, muy empático, sentido común en asuntos de república y reinos, en materia política y muchas otras (características cognitivas que no son sino las de Cervantes), para facilitarnos a todos elegir mejor en las cuartas Elecciones Generales en cuatro años que llevamos ya en España o Celtiberia!

¡Qué grandes ideas y enseñanzas nos hubiera transmitido, “con mucho juicio y con muy elegantes palabras”, sobre nuestro pasado y la presente situación histórica y de gentes, sobre la gobernanza de los gobiernos, y sobre el independentismo catalán, él, que conoció de cerca y quiso –con permiso de su Dulcinea, naturalmente– a la bella Barcelona que tan hondo le hirió!

Don Quijote y Sancho por su natural bonhomía… ¡seguramente irían a votar!

“Cuenta Cide Hamete Benengeli en la segunda parte desta historia y tercera salida de don Quijote que el cura y el barbero se estuvieron casi un mes sin verle, por no renovarle y traerle a la memoria las cosas pasadas.”

Transcurrido ese tiempo le visitan en casa para conocer su estado de salud mental, y antes de poner a prueba el muy delicado asunto de los caballeros y las andantes caballerías (que en principio habían acordado no tocar) se explayan hablando de política.

“Y en el discurso de su plática vinieron a tratar en esto que llaman «razón de estado» y modos de gobierno, enmendando este abuso y condenando aquél, reformando una costumbre y desterrando otra, haciéndose cada uno de los tres un nuevo legislador, un Licurgo moderno o un Solón flamante, y de tal manera renovaron la república, que no pareció sino que la habían puesto en una fragua y sacado otra de la que pusieron; y habló don Quijote con tanta discreción en todas las materias que se tocaron, que los dos esaminadores creyeron indubitadamente que estaba del todo bueno y en su entero juicio.”

No era así. La mención intencionada que hace el cura de la poderosa armada con que bajaba el Turco de nuevo amenazando las costas, según general rumor, desata en él toda su florida ideación sobre los caballeros andantes y los libros de caballerías. De pronto se vuelve un torrente incontenible de palabras, pese a estar “seco y amojamado”. Su convicción, su creencia, es plena, total. Menciona y elogia a muchos caballeros, y describe con pelos y señales (literalmente) a Roldán, Reinaldos y Amadís, del que dice como prueba de realidad de cuanto afirma:

“La cual verdad es tan cierta, que estoy por decir que con mis propios ojos vi a Amadís de Gaula, que era un hombre alto de cuerpo, blanco de rostro, bien puesto de barba, aunque negra, de vista entre blanda y rigurosa, corto de razones, tardo en airarse y presto en deponer la ira.”

En este primer capítulo de la Segunda parte Cervantes describe de modo muy realista la ‘locura’ de Don Quijote. Se sobreentiende que cuando hablamos de la ‘mente’, ‘locura’, ‘cordura’, ‘delirio’, etc. de Don Quijote lo hacemos en sentido metafórico, por analogía o comparación, porque como todo el mundo sabe los personajes literarios no padecen trastornos mentales, los padecen las personas de carne y hueso. Lo más que puede hacer un buen escritor es crear para alguno de sus personajes una ‘locura’ bien documentada, que se parezca a la de la realidad. ¡Y Cervantes sin duda lo hizo! Sus comentarios en éste y otros muchos capítulos lo demuestran.

La ‘locura’ de Don Quijote se parece mucho a la que tienen las personas que en la vida real son diagnosticadas de un trastorno concreto: el trastorno de ideas delirantes persistentes (CIE-10, OMS, 1992), que en el último manual de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (DSM-5, APA, 2014) se denomina trastorno delirante. Es uno de los tipos de trastorno psicótico que hay, junto a la esquizofrenia, etc. y suele aparecer en la edad media o tardía. En él la cordura y la locura coexisten, a veces de forma sorprendente. La locura (entendida en sentido técnico como el juicio de realidad anómalo que genera trastornos perceptivos y / o ideas delirantes) solo se pone de manifiesto en el discurso verbal en relación a un tema, o en ocasiones a más de uno. La cordura se manifiesta en cualquier otra cuestión distinta al tema o temas delirantes, y puede ser una cordura muy inteligente y culta, si culta y muy inteligente es la persona que padece el trastorno (la parte ‘cuerda’ de Don Quijote es culta y muy inteligente, porque así es el creador literario que le da voz, Miguel de Cervantes). Hay descritos varios subtipos del trastorno según el contenido de las ideas delirantes. Las más frecuentes son las persecutorias o paranoicas, las celotípicas, las erotomaníacas, las somáticas y las de grandeza o megalómanas (que es el subtipo que tendría Don Quijote, con su extravagante ‘creencia delirante’, ‘idea delirante’ o ‘delirio’ de ser un caballero andante como los de los libros de caballerías). Algunas personas, por ejemplo, creen que son Dios o Jesucristo. Es frecuente desarrollar un afecto disfórico o irritable.

Resulta muy curioso el conocimiento que había en la época, del que Cervantes nos informa, sobre el origen y la manera de tratar la enfermedad mental. La sobrina y el ama se encargan de cuidar durante todo ese mes a Don Quijote “dándole a comer cosas confortativas y apropiadas para el corazón y el celebro, de donde procedía, según buen discurso, toda su mala ventura.” En las notas al texto de este capítulo, leemos: “Se recomendaba una dieta apropiada para corregir el exceso o mala proporción de algún humor que pudiera afectar al temperamento o complexión y, consiguientemente, al cerebro. Cervantes menciona también el corazón porque, según la medicina de la época, había una comunicación estrecha entre ambos órganos: el corazón era la sede de la ira, la concupiscencia y otras potencias naturales que podían perturbar el cerebro, por lo que era necesario confortarlo con una alimentación adecuada.”

Confortativos alimentos para el corazón y el ‘celebro’, reposo (el cura y el barbero encuentran a Don Quijote sentado en la cama con un bonete colorado toledano y una almilla verde) y una importante tercera ‘medida terapéutica’ que queda implícita: Cervantes no menciona que durante ese tiempo Don Quijote volviese a leer o releer algún libro de caballerías, por lo que su ‘mente’, su ‘imaginación’, habrían permanecido alejadas de tales historias… ¡salvo que Cervantes se olvidase de decirlo! Esto en cuanto a la parte material y psíquica, porque también en la época existía la creencia de una poderosa influencia religiosa directa sobre las enfermedades en general y las mentales en particular.

Cuando todo esto fallaba, el destino de las personas con enfermedad mental era bien conocido:

“En la casa de los locos de Sevilla estaba un hombre a quien sus parientes habían puesto allí por falto de juicio. Era graduado en cánones por Osuna, pero aunque lo fuera por Salamanca, según opinión de muchos, no dejara de ser loco.”

De esta forma empieza el cuento que relata el barbero pretendiendo ilustrar, con muy poco tacto, el estado en que ve a Don Quijote (precisamente en el manicomio de Toledo, llamado Casa del Nuncio, dejó don Álvaro Tarfe al ‘don quijote’ apócrifo de Avellaneda). Cervantes hace gala una vez más de su gran capacidad irónica al poner en boca del graduado por Osuna (que afirma no estar ya loco y logra convencer al capellán enviado por el arzobispo para comprobarlo, pero que sigue estándolo) los remedios contra la locura:

“No sirvieron de nada para con el capellán las prevenciones y advertimientos del retor para que dejase de llevarle. Obedeció el retor viendo ser orden del arzobispo, pusieron al licenciado sus vestidos, que eran nuevos y decentes, y como él se vio vestido de cuerdo y desnudo de loco, suplicó al capellán que por caridad le diese licencia para ir a despedirse de sus compañeros los locos (…) y llegado el licenciado a una jaula adonde estaba un loco furioso, aunque entonces sosegado y quieto, le dijo: «Hermano mío, mire si me manda algo, que me voy a mi casa, que ya Dios ha sido servido, por su infinita bondad y misericordia, sin yo merecerlo, de volverme mi juicio: ya estoy sano y cuerdo, que acerca del poder de Dios ninguna cosa es imposible. (…) Yo tendré cuidado de enviarle algunos regalos que coma, y cómalos en todo caso, que le hago saber que imagino, como quien ha pasado por ello, que todas nuestras locuras proceden de tener los estómagos vacíos y los celebros llenos de aire.”

Un licenciado por Salamanca con seguridad no hubiese actuado de esa forma, saludando y despidiéndose de sus compañeros de “la casa de los locos”, sino que habría salido pitando de allí. Al hacer esto, el de Osuna perdió su oportunidad:

“Todas estas razones del licenciado escuchó otro loco que estaba en otra jaula, frontero de la del furioso (…) «Mirad lo que decís, licenciado, no os engañe el diablo (…) sosegad el pie y estaos quedito en vuestra casa, y ahorraréis la vuelta.» «Yo sé que estoy bueno–replicó el licenciado–» (…) «¿Tú libre, tú sano, tú cuerdo, y yo loco, y yo enfermo, y yo atado?»

El enfado de este segundo compañero deshizo los planes del de Osuna, pues afirmó ser Júpiter Tonante y no volver a llover más en tres años por la injusticia que se estaba cometiendo. A lo que el graduado en cánones contestó ante el capellán y ante todos: «No tenga vuestra merced pena, señor mío, ni haga caso de lo que este loco ha dicho, que si él es Júpiter y no quisiere llover, yo, que soy Neptuno, el padre y el dios de las aguas, lloveré todas las veces que se me antojare y fuere menester.»

¡Un auténtico licenciado por Salamanca jamás hubiese reconocido en ese momento y ante aquel público sus facultades!

La ‘mente’ de Don Quijote, la ‘mente’ creada por Cervantes para este personaje, es muy compleja porque aúna dos grandes polaridades o dualidades. Dicho de otra forma, una doble dualidad simultánea: 1) la ‘dualidad psicopatológica’ entre ‘cordura’ y ‘locura’: una ‘cordura’ culta y muy inteligente, y una extravagante ‘locura’, y 2) la ‘dualidad filosófica’ entre platonismo y aristotelismo: entre una visión descriptiva, lógica, realista del mundo (que coincide con su parte ‘cuerda’), y otra idealista, imaginaria, idealizada (que coincide con su ‘locura’). El tercer componente estructural relevante, el canto de la moneda que une y mezcla todo con gran naturalidad, dinamismo e ingenio, es el espléndido sentido del humor de Cervantes, su maestría irónica que le convierte en uno de los mejores ironistas de la historia de la Literatura, y de la general.

Los ideales y valores que defiende Don Quijote (verdad, justicia, conocimiento, bondad, ayuda al prójimo, amor, belleza, etc.) son en esencia y fundamentalmente los ideales platónico-cristianos. El hecho de que Cervantes encarne estos grandes ideales en un personaje ‘loco’ puede hacer pensar que para él eran en el fondo una enorme locura. ¡Hay que estar loco para pretender que el mundo sea bueno! La ‘locura’ de Don Quijote, y el Quijote, podrían interpretarse entonces como una monumental ironía respecto de la moral cristiana, una ironía que los censores religiosos y civiles de la época no supieron captar. Sin embargo, al hacer de esta ‘locura idealista’ el tema principal del libro y la historia, al inculcarla en el personaje principal que poco a poco va contagiándola a su escudero y a todos, lector incluido, al tratarla en el texto con gran respeto pese a los repetidos fracasos del ‘héroe’, cabe interpretar mejor que Cervantes la consideraba una ‘locura’ buena, una ‘locura’ incluso conveniente. Don Miguel y Don Quijote hacen muchas y excelentes reflexiones realistas a lo largo del libro, pero no es Aristóteles sino Platón quien inspira su más hondo pensamiento. ¡Al fin y al cabo se trata de una obra literaria, por fortuna no de un estudio científico!

Preguntado por el barbero sobre el tamaño del gigante Morgante, contesta: “En esto de gigantes –respondió don Quijote– hay diferentes opiniones, si los ha habido o no en el mundo”. El cervantista inglés, Edward C. Riley, señala con agudeza en la sección ‘Lecturas del Quijote’ del tomo complementario del Quijote de la RAE: “Muestra una gran discreción al dar su opinión sobre la existencia histórica de los gigantes. Apoya su respuesta afirmativa con la autoridad de la Santa Escritura por una parte, y por otra con una prueba paleontológica. DQ está más cuerdo que en la Primera parte.” La argumentación y razonamiento que hace ahora Don Quijote son impensables, en efecto, en el famosísimo capítulo 8 de la Primera parte en el que arremete contra los molinos de viento creyendo que son gigantes (en ese momento, la efervescencia del ‘delirio’ y de la acción le lleva a tener además lo que en terminología psicopatológica se llama una ilusión visual: denotar de manera errónea la visión de un objeto del mundo real confundiéndolo con otro de la fantasía; si hubiese visto gigantes en el vacío, en el aire, sin la presencia de algún objeto real con el que confundirlos, esta alteración perceptiva más grave se llama alucinación visual). Riley apunta también que en la Segunda parte se produce un “aumento del diálogo” y un “ritmo de la acción en general más pausado”. Unas características que podrían considerarse favorables para cierta toma de ‘autoconciencia’ por parte del personaje, y para su ‘curación’ final. ¡Sobre todo teniendo en cuenta que en aquella época no había antipsicóticos!

En este capítulo Don Quijote hace un bello discurso en defensa de los tiempos pasados, más nobles y felices (habitualmente se recuerdan así por la selección subjetiva que hace nuestra memoria), y en contra del tiempo presente, que suele ser más decepcionante. Un “presente visto como edad de hierro”, se apunta en las notas al texto. El alegato hace pensar, pero hay otra ‘edad de hierro’ que no es la colectiva de la mitología clásica aludida por Don Quijote, y que en ocasiones sentimos con nostalgia: la personal, el día a día después de haber dejado atrás la ‘edad de oro’ de la infancia y la juventud.

“Sólo me fatigo por dar a entender al mundo en el error en que está en no renovar en sí el felicísimo tiempo donde campeaba la orden de la andante caballería. Pero no es merecedora la depravada edad nuestra de gozar tanto bien como el que gozaron las edades donde los andantes caballeros tomaron a su cargo y echaron sobre sus espaldas la defensa de los reinos, el amparo de las doncellas, el socorro de los huérfanos y pupilos, el castigo de los soberbios y el premio de los humildes. Los más de los caballeros que agora se usan, antes les crujen los damascos, los brocados y otras ricas telas de que se visten, que la malla con que se arman; ya no hay caballero que duerma en los campos, sujeto al rigor del cielo (…) Mas agora ya triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de la valentía y la teórica de la práctica de las armas, que sólo vivieron y resplandecieron en las edades del oro y en los andantes caballeros.”

No obstante, el vaticinio que hace Don Quijote en este primer capítulo contestando a su sobrina: “caballero andante he de morir”, no se cumplirá en el último.

(De lo que el cura y el barbero pasaron con don Quijote cerca de su enfermedad. Quijote, II, 1, RAE, 2015).

 

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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