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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Mal psicoterapeuta (capítulo 4)

Desconsiderando por completo todos los esfuerzos e ingenios realizados por el cura y el barbero en el final de la Primera parte para traer de vuelta a su pueblo al trastornado hidalgo manchego, Alonso Quijano, conocido en su lugar como ‘el bueno’, y despreciando los desvelos y cuidados de la sobrina y ama durante un mes para garantizar descanso y alimentación confortativa con los que alejar de la ‘mente’ sus más vivas y altas imaginaciones, el bachiller por Salamanca, Sansón Carrasco, informa en detalle a Don Quijote de la historia de sus “hazañas” que ya andaba impresa en libro y era leída con gusto por todo tipo gentes, habiendo obtenido en tan corto mes de reposo (según la cronología interna de la novela) gran fama y general estima. Esto le resultó placentero en grado máximo, alentando su mundo imaginario y el deseo de volver a la acción, a ejercitarse en plenitud por los caminos como caballero andante.

“Y el cándido Don Quijote –siempre lo fueron los héroes– al oír hablar de la historia que de sus hazañas andaba compuesta, se encendió en sed de renombre.” (Unamuno, Vida de DQ y S, segunda edición, 1913)

El joven bachiller de 24 años no piensa ni por un instante en la salud de un hombre ya mayor como Alonso Quijano. Qué puede convenirle y qué no para recuperar y mantener la cordura. Muy al contrario, su actitud desde que llega a casa del hidalgo es seguirle la corriente, elogiar la ‘falsa identidad’ caballeresca, las salidas, darle la razón, estimular sus fantasías, y regodearse burlonamente con todo ello. ¡Un pésimo y nada respetuoso ‘terapeuta’ el bachiller! Cervantes utiliza al personaje para hacer en este momento el papel de ‘malo’. Un ‘malo’ necesario a fin de que se produzca la tercera salida y exista la Segunda parte del Quijote. La ‘salud mental’ y la ‘cordura’ de Alonso Quijano hubiesen supuesto el final anticipado de la historia. ¡Una auténtica catástrofe! Sansón Carrasco representa el deseo (un tanto malévolo al anteponer risa y entretenimiento propios a ‘salud’ ajena) de los muchos lectores que desde 1605 hasta 1615 habían leído la Primera parte, y este mismo deseo de los de cualquier época posterior hasta llegar a la nuestra que la hayan leído o lean. De modo que el ‘malo’ en el fondo somos todos… ¡viva el ‘malo’!

En el coloquio entre los tres no es solo Sansón el que calienta la mollera a Don Quijote, también lo hace Sancho. Pensando en la prometida ínsula que aún no ha recibido pero de la que no se olvida.

“Sancho nací y Sancho pienso morir; pero si con todo esto, de buenas a buenas, sin mucha solicitud y sin mucho riesgo, me deparase el cielo alguna ínsula, o otra cosa semejante, no soy tan necio que la desechase; que también se dice «cuando te dieren la vaquilla, corre con la soguilla», y «cuando viene el bien, mételo en tu casa» (…) Atienda ese señor moro, o lo que es, a mirar lo que hace, que yo y mi señor le daremos tanto ripio a la mano en materia de aventuras y de sucesos diferentes, que pueda componer no sólo segunda parte, sino ciento. Debe de pensar el buen hombre, sin duda, que nos dormimos aquí en las pajas; pues ténganos el pie al herrar y verá del que cosqueamos. Lo que yo sé decir es que si mi señor tomase mi consejo ya habíamos de estar en esas campañas deshaciendo agravios y enderezando tuertos, como es uso y costumbre de los buenos andantes caballeros.”

Y se viene arriba:

“–Vos, hermano Sancho –dijo Carrasco–, habéis hablado como un catedrático; pero, con todo eso, confiad en Dios y en el señor don Quijote, que os ha de dar un reino, no que una ínsula. –Tanto es lo de más como lo de menos –respondió Sancho–; aunque sé decir al señor Carrasco que no echara mi señor el reino que me diera en saco roto, que yo he tomado el pulso a mí mismo y me hallo con salud para regir reinos y gobernar ínsulas, y esto ya otras veces lo he dicho a mi señor.”

Cervantes bromea también con la autocrítica literaria que continúa haciendo en este capítulo. Pone en boca de Sancho, ya de vuelta de comer y reparar “con dos tragos de lo añejo” el “desmayo de estómago” que le había entrado, una irónica explicación sobre el robo y recuperación del rucio no relatados en la Primera parte, y sobre el destino de los cien escudos que encontró en Sierra Morena.

“–Yo los gasté en pro de mi persona y de la de mi mujer y de mis hijos, y ellos han sido causa de que mi mujer lleve en paciencia los caminos y carreras que he andado sirviendo a mi señor don Quijote: que si al cabo de tanto tiempo volviera sin blanca y sin el jumento a mi casa, negra ventura me esperaba; y si hay más que saber de mí, aquí estoy, que responderé al mesmo rey en presona, y nadie tiene para qué meterse en si truje o no truje, si gasté o no gasté: que si los palos que me dieron en estos viajes se hubieran de pagar a dinero, aunque no se tasaran sino a cuatro maravedís cada uno, en otros cien escudos no había para pagarme la mitad; y cada uno meta la mano en su pecho y no se ponga a juzgar lo blanco por negro y lo negro por blanco, que cada uno es como Dios le hizo, y aún peor muchas veces.”

(Donde Sancho Panza satisface al bachiller Sansón Carrasco de sus dudas y preguntas, con otros sucesos dignos de saberse y de contarse. Quijote, II, 4, RAE, 2015)

 

 

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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