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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

La amistad y el espejo (capítulo 12)

La acción y las aventuras propias de un caballero andante tardan mucho en llegar en esta Segunda parte. Vamos ya por el Capítulo XII, y todavía no aparecen del todo en escena, no terminan de arrancar. La del capítulo anterior de la carreta de los comediantes fue más bien una aventura interruptus. Una aventura sin combate ni gloria debido a los consejos de Sancho Panza, que continuó socarrón con Don Quijote, y a que el caballero tuvo tiempo de frenar a Rocinante al ver con muy ‘realistas ojos’ cómo el “gallardo escuadrón” de actores, pie en tierra, se armaba de piedras para recibirle con una sopa contundente.

Llegada la noche, caballero y escudero se cobijan bajo unos frondosos árboles. Don Quijote trae de nuevo a plática su gran afición por el teatro, del que elogia la capacidad que tiene para reflejar “al vivo” a las personas y al mundo.

“ –Nunca los cetros y coronas de los emperadores farsantes  –respondió Sancho Panza– fueron de oro puro, sino de oropel o hoja de lata.
–Así es verdad –replicó don Quijote–, porque no fuera acertado que los atavíos de la comedia fueran finos, sino fingidos y aparentes, como lo es la mesma comedia, con la cual quiero, Sancho, que estés bien, teniéndola en tu gracia, y por el mismo consiguiente a los que las representan y a los que las componen, porque todos son instrumentos de hacer un gran bien a la república, poniéndonos un espejo a cada paso delante, donde se veen al vivo las acciones de la vida humana, y ninguna comparación hay que más al vivo nos represente lo que somos y lo que habemos de ser como la comedia y los comediantes; si no, dime: ¿no has visto tú representar alguna comedia adonde se introducen reyes, emperadores y pontífices, caballeros, damas y otros diversos personajes? Uno hace el rufián, otro el embustero, éste el mercader, aquél el soldado, otro el simple discreto, otro el enamorado simple; y acabada la comedia y desnudándose de los vestidos della, quedan todos los recitantes iguales.
–Sí he visto –respondió Sancho.
–Pues lo mesmo –dijo don Quijote– acontece en la comedia y trato deste mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y finalmente todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura.
–Brava comparación –dijo Sancho–, aunque no tan nueva que yo no la haya oído muchas y diversas veces, como aquella del juego del ajedrez, que mientras dura el juego cada pieza tiene su particular oficio, y en acabándose el juego todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura.
–Cada día, Sancho –dijo don Quijote–, te vas haciendo menos simple y más discreto.”

Sancho Panza se viene arriba, y utiliza a continuación unas palabras retóricas y afectadas que hacen reír a Don Quijote.

“Puesto que todas o las más veces que Sancho quería hablar de oposición y a lo cortesano [hablar de oposición: ‘hablar doctamente, como un catedrático’, nota al texto] acababa su razón con despeñarse del monte de su simplicidad al profundo de su ignorancia; y en lo que él se mostraba más elegante y memorioso era en traer refranes, viniesen o no viniesen a pelo de lo que trataba, como se habrá visto y se habrá notado en el discurso desta historia.”

Disponiéndose Sancho a dormir, antes dio a Rocinante y al rucio “la misma libertad” para que pudiesen pastar a sus anchas. Entonces el narrador saca a colación el importantísimo tema de la amistad… ¡entre el rucio y Rocinante!

“Cuya amistad dél y de Rocinante fue tan única y tan trabada, que hay fama, por tradición de padres a hijos, que el autor desta verdadera historia hizo particulares capítulos della, mas que, por guardar la decencia y decoro que a tan heroica historia se debe, no los puso en ella, puesto que algunas veces se descuida deste su prosupuesto y escribe que así como las dos bestias se juntaban, acudían a rascarse el uno al otro, y que, después de cansados y satisfechos, cruzaba Rocinante el pescuezo sobre el cuello del rucio (que le sobraba de la otra parte más de media vara) y, mirando los dos atentamente al suelo, se solían estar de aquella manera tres días, a lo menos todo el tiempo que les dejaban o no les compelía la hambre a buscar sustento. Digo que dicen que dejó el autor escrito que los había comparado en la amistad a la que tuvieron Niso y Euríalo, y Pílades y Orestes; y si esto es así, se podía echar de ver, para universal admiración, cuán firme debió ser la amistad destos dos pacíficos animales, y para confusión de los hombres, que tan mal saben guardarse amistad los unos a los otros. Por esto se dijo: No hay amigo para amigo: las cañas se vuelven lanzas; y el otro que cantó: De amigo a amigo, la chinche, etc. Y no le parezca a alguno que anduvo el autor algo fuera de camino en haber comparado la amistad destos animales a la de los hombres, que de las bestias han recebido muchos advertimientos los hombres y aprendido muchas cosas de importancia, como son, de las cigüeñas, el cristel [‘jeringa para administrar enemas, lavativa’, nota]; de los perros, el vómito [por metonimia, ‘hierbas que sirven de purga en el empacho’, nota] y el agradecimiento; de las grullas, la vigilancia; de las hormigas, la providencia; de los elefantes, la honestidad, y la lealtad, del caballo. Finalmente Sancho se quedó dormido al pie de un alcornoque, y don Quijote, dormitando al de una robusta encina.”

Cervantes, igual que hizo en el capítulo anterior opinando sobre el mundo, lo hace ahora con el mismo escepticismo respecto de la amistad humana. Pone a los animales, a Rocinante y al rucio, como ejemplo de gran amistad. Y de los hombres dice que no saben guardarla. Menciona un refrán: «De amigo a amigo, chinche en el ojo». Y cita dos versos de un romance nuevo (notas al texto): «No hay amigo para amigo: las cañas se vuelven lanzas». ¡Tremendo! Muy cruda reflexión cervantina. Los seres humanos sabemos mal guardar la amistad, y muchas veces valorarla.

Cide Hamete Benengeli, autor arábigo de esta historia, el narrador del capítulo, y Cervantes, mantienen una actitud preventiva sobre las relaciones de amistad que tanto han elogiado, e incluso idealizado, otros autores y escritores clásicos. De hecho, los tres coinciden en reservar para los cuadrúpedos, no para los humanos, la comparación con las amistades proverbiales cantadas por Esquilo y Eurípides (Orestes y Pílades), y por Virgilio en la Eneida (Niso y Euríalo).

Las referencias directas que hace Cervantes sobre la amistad humana recuerdan más a Oscar Wilde: «Los verdaderos amigos son los que te apuñalan de frente». Y también nos recuerdan bastante a don Oscar las referencias indirectas sobre la amistad entre las cabalgaduras: 1) que el autor arábigo no quiera poner algunos capítulos escritos de la particular relación entre Rocinante y el rucio, “por guardar la decencia y decoro que a tan heroica historia se debe”, 2) que con frecuencia se junten y rasquen el uno al otro, hasta quedar cansados y satisfechos, y 3) comparar su relación con la de los cuatro jóvenes greco-latinos, quizá más explícita en Virgilio entre el adolescente Euríalo y Niso.

Al poco de estar “dormitando” Don Quijote y “durmiendo” Sancho Panza, se acercan en plena noche a los árboles dos personas: el Caballero de los Espejos o Caballero del Bosque, un caballero enamorado como todos los andantes, “lamentador” e intérprete de “laúd o vigüela”, del número de “los afligidos”, no de “los contentos” [reminiscencia de Garcilaso, nota al texto], número del que también declara formar parte Don Quijote; y su escudero. Lo que hicieron los cuatro, caballeros y escuderos, pronto se verá.

(De la estraña aventura que le sucedió al valeroso don Quijote con el bravo Caballero de los Espejos. Quijote, II, 12, RAE, 2015)

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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