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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

El león; y la leona (capítulo 17)

Este es el momento en que la vida de Don Quijote corre más peligro en toda su historia. El momento del mayor acto de valentía, el más sorprendente, gratuito y disparatado, su máximo momento ‘heroico’. Y una de las pocas veces, descontando la parte final de la novela en la que el hidalgo Alonso Quijano recupera la ‘cordura’, que escuchamos al caballero andante hacer reflexiones que demuestran cierto grado de autoconciencia del significado ‘real’ de la conducta que tiene, y por tanto cierta autocrítica parcial de su ‘locura’. Vayamos por partes.

Dos leones enjaulados circulando por La Mancha en una carreta ofrecen de entrada al lector una imagen no poco surrealista. Sin embargo, es frecuente que el rey de la selva aparezca en los libros de caballerías, por ejemplo en el Belianís de Olivia, el Palmerín de Grecia y el Amadís de Gaula, según nos informa el cervantista, Randolph D. Pope (Quijote. Lecturas del Quijote). “El león forma parte de numerosas historias que demuestran la audacia, bondad, nobleza o inocencia de las personas que los confrontan y vencen o domestican. (…) El león figura como un medio de realzar el valor del héroe.”

Don Quijote, que sabe perfectamente esto, y que realiza sus actos guiado por la ‘lógica’ de los libros de caballerías, no puede dejar pasar lo que para él es una oportunidad de oro. Las ideas delirantes siguen en su desarrollo cierta lógica interna que permite comprenderlas mejor. Esta ‘lógica del delirio’ se debe a que las personas que deliran pueden aplicar la parte de su lógica y capacidad de deducción no afectadas, normales, a la creencia irreal delirante que tienen. Se produce así un funcionamiento cognitivo mixto, al mismo tiempo funcional y anómalo, lógico e ilógico. Después de vencer en singular combate al Caballero de los Espejos, enfrentarse ahora a los dos hambrientos leones (un león y una leona, para ser exactos) que desde Orán, desde Argelia, envían como regalo al rey, Su Majestad, de tamaño tal que “no han pasado mayores, ni tan grandes, de África a España jamás”, le confirmaría de inmediato como el más valiente caballero andante de todos los tiempos. Pensado, dicho y hecho.

“–¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas? Pues ¡por Dios que han de ver esos señores que acá los envían si soy yo hombre que se espanta de leones! Apeaos, buen hombre, y pues sois el leonero, abrid esas jaulas y echadme esas bestias fuera, que en mitad desta campaña les daré a conocer quién es don Quijote de la Mancha.”

De nada sirven los advertimientos del leonero y del carretero de ser las fieras propiedad del rey, ni el aristotélico razonamiento del hidalgo del Verde Gabán: “la valentía que se entra en la juridición de la temeridad, más tiene de locura que de fortaleza”, ni siquiera las lágrimas de Sancho Panza, que de ésta da ya por muerto a su amo. Don Quijote despacha sin contemplaciones al Verde: “Váyase vuesa merced, señor hidalgo –respondió don Quijote–, a entender con su perdigón manso y con su hurón atrevido, y deje a cada uno hacer su oficio. Éste es el mío, y yo sé si vienen a mí o no estos señores leones.” Al de lo Verde “no le pareció cordura tomarse con un loco, que ya se lo había parecido de todo punto don Quijote”. Prevé el caballero andante su posible muerte, y advierte a Sancho que se presente a Dulcinea, no le dice más. Picando el hidalgo su yegua, Sancho su rucio y el carretero a sus mulas, todos salen pitando.

Solo, a pie, desenvainando lentamente la espada, ahí está Don Quijote, frente a la jaula abierta del león.

“–El cual pareció de grandeza extraordinaria y de espantable y fea catadura. Lo primero que hizo fue revolverse en la jaula donde venía echado y tender la garra y desperezarse todo; abrió luego la boca y bostezó muy despacio, y con casi dos palmos de lengua que sacó fuera se despolvoreó los ojos y se lavó el rostro. Hecho esto, sacó la cabeza fuera de la jaula y miró a todas partes con los ojos hechos brasas, vista y ademán para poner espanto a la misma temeridad. Sólo don Quijote lo miraba atentamente, deseando que saltase ya del carro y viniese con él a las manos, entre las cuales pensaba hacerle pedazos. Hasta aquí llegó el estremo de su jamás vista locura. Pero el generoso león, más comedido que arrogante, no haciendo caso de niñerías ni de bravatas, después de haber mirado a una y otra parte, como se ha dicho, volvió las espaldas y enseñó sus traseras partes a don Quijote, y con gran flema y remanso se volvió a echar en la jaula.”

“La actitud del león es contraria –y por tanto paródica– de la que marca la tradición épica, en la que lo más corriente es que se humille ante el adalid.” (Nota al texto).

Paródica en muy sobresaliente grado de humor, al atribuirle templado carácter, exquisita educación, más comedimiento que arrogancia, generosidad, estoica flema, y sobrada madurez para no dejarse llevar de bravatas ni de niñerías, todo lo cual queda indubitadamente claro con la enseñanza ulterior.

Sin embargo, en su Vida de Don Quijote y Sancho (1905), Unamuno interpreta el episodio de forma muy distinta:

“¡Ah, condenado Cide Hamete Benengeli, o quienquiera que fuese el que escribió tal hazaña, y cuán menguadamente la entendiste! No parece sino que al narrarla te soplaba al oído el envidioso bachiller Sansón Carrasco. No, no fue así, sino lo que en verdad pasó es que el león se espantó o se avergonzó más bien al ver la fiereza de nuestro caballero, pues Dios permite que las fieras sientan más al vivo que los hombres la presencia del poder incontrastable de la fe. (…) Cuando el Caballero topó al azar de los caminos con el león aquél fue, sin duda alguna, porque Dios se lo enviaba a él, y su fortísima fe le hizo decir que él sabía si iban o no a él aquellos señores leones. (…) Y Dios quiso, sin duda, probar la fe y obediencia de Don Quijote como había probado las de Abraham mandándole subir al monte Moria a sacrificar a su hijo.”

En perfecta sintonía con el ‘acto heroico’ más extremo que realiza el caballero andante, el Rector de la Universidad de Salamanca hace la interpretación quizá más extrema del ideal de heroísmo místico-religioso que para él representa Don Quijote. En interpretaciones de este tipo también se puede creer en el siglo XXI, como es natural. O no creer… como en el XX.

Don Quijote insiste al leonero que azuce e irrite al león para que salga de la jaula, pero se convence de lo contrario:

“–Eso no haré yo –respondió el leonero–, porque si yo le instigo, el primero a quien hará pedazos será a mí mismo. Vuesa merced, señor caballero, se contente con lo hecho, que es todo lo que puede decirse en género de valentía, y no quiera tentar segunda fortuna. El león tiene abierta la puerta: en su mano está salir o no salir; pero pues no ha salido hasta ahora, no saldrá en todo el día. La grandeza del corazón de vuesa merced ya está bien declarada; ningún bravo peleante, según a mí se me alcanza, está obligado a más que a desafiar a su enemigo y esperarle en campaña; y si el contrario no acude, en él se queda la infamia y el esperante gana la corona del vencimiento.”

Cerrada pues la jaula y de vuelta los huidos personajes, Don Quijote pide a Sancho que para despedirse dé al leonero y al carretero dos escudos. El leonero promete contar todo lo ocurrido en la corte al mismo rey, y Don Quijote dice que le presente con el nombre que piensa adoptar en adelante, el Caballero de los Leones. Finalmente, caballero, escudero e hidalgo del Verde Gabán, siguen su camino.

“En todo este tiempo no había hablado palabra don Diego de Miranda, todo atento a mirar y a notar los hechos y palabras de don Quijote, pareciéndole que era un cuerdo loco y un loco que tiraba a cuerdo. No había aún llegado a su noticia la primera parte de su historia, que si la hubiera leído cesara la admiración en que lo ponían sus hechos y sus palabras, pues ya supiera el género de su locura; pero como no la sabía, ya le tenía por cuerdo y ya por loco, porque lo que hablaba era concertado, elegante y bien dicho, y lo que hacía, disparatado, temerario y tonto.”

Cervantes nos sorprende a continuación otorgando al personaje de Don Quijote una autoconciencia sobre sus actos, una autocrítica, que no se produce en los trastornos psicóticos delirantes del mundo real salvo cuando, por efecto habitualmente del tratamiento farmacológico, empiezan a mejorar.

“Destas imaginaciones y deste soliloquio le sacó don Quijote, diciéndole:
–¿Quién duda, señor don Diego de Miranda, que vuestra merced no me tenga en su opinión por un hombre disparatado y loco? Y no sería mucho que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de otra cosa. Pues, con todo esto, quiero que vuestra merced advierta que no soy tan loco ni tan menguado como debo de haberle parecido. (…) Yo, pues, como me cupo en suerte ser uno del número de la andante caballería, no puedo dejar de acometer todo aquello que a mí me pareciere que cae debajo de la juridición de mis ejercicios; y, así, el acometer los leones que ahora acometí derechamente me tocaba, puesto que conocí ser temeridad esorbitante, porque bien sé lo que es valentía, que es una virtud que está puesta entre dos estremos viciosos, como son la cobardía y la temeridad: pero menos mal será que el que es valiente toque y suba al punto de temerario que no que baje y toque en el punto de cobarde, que así como es más fácil venir el pródigo a ser liberal que el avaro, así es más fácil dar el temerario en verdadero valiente que no el cobarde subir a la verdadera valentía; y en esto de acometer aventuras, créame vuesa merced, señor don Diego, que antes se ha de perder por carta de más que de menos, porque mejor suena en las orejas de los que lo oyen «el tal caballero es temerario y atrevido» que no «el tal caballero es tímido y cobarde».”

Inesperada, pragmática y aristotélica reflexión y autoconciencia de Don Quijote, que no sabemos si Cervantes pone en su boca en este momento con intención de dar mayor complejidad al personaje o solo por la necesidad de continuar la historia, para que el hidalgo del Verde Gabán, a pesar de la extremosa ‘locura’ a la que acaba de asistir como “oyente”, pueda mantener con verosimilitud narrativa la invitación de ir a su casa hecha en el capítulo anterior.

“–Donde descansará vuestra merced del pasado trabajo, que si no ha sido del cuerpo, ha sido del espíritu, que suele tal vez redundar en cansancio del cuerpo.
–Tengo el ofrecimiento a gran favor y merced, señor don Diego –respondió don Quijote.”

Lo que en este capítulo empieza con una burla muy gruesa, el estrujamiento y chorreo por toda su cara de los requesones que Sancho había comprado a los pastores y dejado en la celada de Don Quijote, termina de manera muy distinta. Esta combinación, este cóctel de grosor y sutileza (en todos los sentidos, no sólo en el del humor), pocos escritores han sabido prepararlo y servirlo en un punto tan alto de contraste como Cervantes. James Joyce y Shakespeare, también, también.

La gran olvidada en el relato de la mayor hazaña de Don Quijote, la hazaña más peligrosa y ‘heroica’, es la leona de la segunda jaula. No sabemos por qué, pero todos se olvidan de ella: Cide Hamete Benengeli, Cervantes, Unamuno, los cervantistas… y el mismísimo Don Quijote, que en un principio había hecho declaración y propósito de enfrentarse no a una, sino a las dos poderosas fieras. Los leones macho son más imponentes por su tamaño y frondosa melena, pero las hembras se encargan de cazar. Cuando tienen hambre, y la pareja de Orán la tenía según advierte el leonero, quien soluciona veloz el problema es la hembra. El macho se ocupa de cuestiones jerárquicas y de territorio, para las que la alargada figura de Don Quijote no debió suponer una amenaza. Visto el ‘rival’, se dio media vuelta para recostarse de nuevo plácido en su pequeño territorio. De haber pedido e insistido el caballero, ante la apatía del macho, que saliese de su jaula la leona, al valeroso Don Quijote quizá las cosas no le hubiesen salido exactamente de la misma manera. Pero no lo pidió, y como todo esto no son más que especulaciones, daremos por muy bienvenido el nada caballeroso comportamiento de olvidarse por completo de la única dama allí presente que todos tuvieron, y tienen.

(De donde se declaró el último punto y estremo adonde llegó y pudo llegar el inaudito ánimo de don Quijote con la felicemente acabada aventura de los leones. Quijote, II, 17. RAE, 2015)

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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