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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

El currículum (capítulo 18)

Don Quijote se acomoda durante cuatro días en la amplia y silenciosa casa del Caballero del Verde Gabán, don Diego de Miranda. Una casa típica de un labrador rico de aldea manchega de la época, con blasón de hidalguía en la puerta, patio, y muchas tinajas del Toboso al derredor [la fabricación de tinajas era la primera industria del Toboso; nota al texto], siendo recibido y tratado con la mayor cortesía por su mujer, doña Cristina, y por su hijo poeta y estudiante en Salamanca, don Lorenzo, de tan solo dieciocho años de edad.

“–¿Quién diremos, señor, que es este caballero que vuesa merced nos ha traído a casa? Que el nombre, la figura y el decir que es caballero andante, a mí y a mi madre nos tiene suspensos.
–No sé lo que te diga, hijo –respondió don Diego–; sólo te sabré decir que le he visto hacer cosas del mayor loco del mundo y decir razones tan discretas, que borran y deshacen sus hechos: háblale tú y toma el pulso a lo que sabe, y, pues eres discreto, juzga de su discreción o tontería lo que más puesto en razón estuviere, aunque, para decir verdad, antes le tengo por loco que por cuerdo.”

Con este encargo de ‘evaluación psiquiátrica’ que le hace su padre por tener más estudios, y mientras se preparan las mesas, el joven don Lorenzo mantiene un diálogo con Don Quijote. El caballero andante declara y demuestra con sus comentarios entender algo de poesía y “achaque de glosas”, lo que lleva al estudiante a preguntar:

“–Paréceme que vuesa merced ha cursado las escuelas: ¿qué ciencias ha oído [‘¿qué asignaturas ha cursado?’; nota al texto]?
–La de la caballería andante –respondió don Quijote–, que es tan buena como la de la poesía, y aun dos deditos más. 
–No sé qué ciencia sea ésa –replicó don Lorenzo–, y hasta ahora no ha llegado a mi noticia.
–Es una ciencia –replicó don Quijote– que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo.”

Entonces, Don Quijote, como si de un emérito profesor de la Universidad de Salamanca se tratase, explica al joven alumno con detalle en qué consiste el currículum de estudios de un buen caballero andante, que nada tiene de “ciencia mocosa”. El lector comprueba que, aparte de unos conocimientos genéricos de leyes para decidir sobre lo justo e injusto, sobre hierbas medicinales para las heridas, de astronomía para orientarse por la noche, de matemáticas porque son necesarias para todo, de teología para mejor explicar su fe, y, en fin, de saber nadar y herrar un caballo, lo principal en un caballero andante es tener un potente sistema de virtudes morales. De dos tipos: 1) virtudes cristianas: “ha de guardar la fe a Dios y a su dama; ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos y, finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida el defenderla”, y 2) virtudes específicamente católicas: “ha de estar adornado de todas las virtudes teologales y cardinales [‘las virtudes teologales son fe, esperanza y caridad; las cardinales, prudencia, justicia, fortaleza y templanza’; nota al texto]”.

Es decir, el modelo o ideal de caballero andante que tiene y practica Don Quijote es ante todo el de un Caballero Moral, Cristiano, un Caballero Católico, un Caballero de la Fe, como le llama Unamuno, un Caballero Santo, como también le considera el rector, pero al mismo tiempo un Caballero dispuesto a defender sus creencias e ideas mediante la violencia de las armas, un Cruzado o Legionario de Cristo, dispuesto a morir y matar por ellas. 

Descartado un trastorno psicótico delirante relacionado con las ideas religiosas y morales, un férreo grado de convicción subjetiva, junto a la voluntad de cumplirlas a rajatabla, punto por punto y hasta sus últimas consecuencias, solo se observa en el mundo real: 1) en las muy pocas personas (en principio, sanas, cuerdas) que alcanzan en su vida el más alto grado de perfección o santidad dentro de alguna religión o creencia religiosa, y 2) en personas individuales o pertenecientes a comunidades y grupos (estos casos son más frecuentes) que han desarrollado un intenso fanatismo religioso. Por tanto, trasladada por analogía la realidad a la ficción literaria, si el hidalgo manchego, Alonso Quijano, no tuviese el delirio de grandeza y moral de creer que es un caballero andante sometido a un estricto código de conducta católico-cristiano, sería: o bien un santo, o bien un gran fanático. Asumir como normal el uso de las armas para imponer las propias creencias e ideas le convertiría, además, en un fanático violento.

El personaje de Don Quijote tiene muchas caras, muchas dimensiones, es poliédrico. Se interesa de verdad, no por diplomática educación, en la poesía de don Lorenzo, y le elogia vivamente después de escuchar una glosa suya y los “versos mayores” de un soneto. “Entre los infinitos poetas consumidos que hay he visto un consumado poeta, como lo es vuesa merced, señor mío”. El joven, que finalmente le ‘diagnostica’ como su padre de más loco que cuerdo (si bien “loco bizarro” [‘curioso loco’; nota al texto], “entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos”, de “entremetidas razones (…), ya discretas y ya disparatadas”), no por esto deja de sentirse ufano ante las alabanzas: “¡Oh fuerza de la adulación, a cuánto te estiendes, y cuán dilatados límites son los de tu juridición agradable!”, nos recuerda Cervantes. También recibe del caballero sabios consejos, como que trate de quedar en las salmantinas justas literarias en el segundo puesto, que es el que corresponde a los méritos, ya que el primero, como ocurre con el primero de la promoción de “las licencias [licenciaturas] que se dan en las universidades”, se da por influencia, favor o enchufe. Y le anima a seguir siendo humilde, pues “no hay poeta que no sea arrogante y piense de sí que es el mayor poeta del mundo.”

Todo en casa del Caballero del Verde Gabán es plácido, sobre todo el “maravilloso silencio que en toda la casa había, que semejaba un monasterio de cartujos.” Cuatro días en los que todos los personajes se tratan con respeto y cortesía, sin burlas de ningún tipo. Un extraño remanso, una ‘ínsula’ de paz, en medio de esta combativa historia. Merecido descanso para todos, Cervantes y lectores incluidos, de tanta burla y de tanta lucha. Don Quijote ni siquiera se encoleriza cuando el joven don Lorenzo pone en duda la existencia de la caballería andante, simplemente dice que rogará al Cielo para que milagrosamente le dé a entender la verdad y le saque de su error. Pero debido al “tema [‘monomanía’; nota al texto] y tesón que llevaba de acudir de todo en todo a la busca de sus desventuradas aventuras” y “por no parecer bien que los caballeros andantes se den muchas horas al ocio y al regalo, se quería ir a cumplir con su oficio.” Cosa que hizo al quinto día.

Sancho Panza, ajeno su interés a los currículum académicos, a los códigos morales heroicos, a la santidad, y a la ciencia y arte de la poesía, no dice una sola palabra en este capítulo.

(De lo que sucedió a don Quijote en el castillo o casa del Caballero del Verde Gabán, con otras cosas extravagantes. Quijote, II, 18. RAE, 2015)

 

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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