“Apenas la blanca aurora había dado lugar a que el luciente Febo con el ardor de sus calientes rayos las líquidas perlas de sus cabellos de oro enjugase, cuando don Quijote, sacudiendo la pereza de sus miembros, se puso en pie y llamó a su escudero Sancho, que aún todavía roncaba; lo cual visto por don Quijote, antes que le despertase, le dijo:
–¡Oh tú, bienaventurado sobre cuantos viven sobre la haz de la tierra, pues sin tener invidia ni ser invidiado duermes con sosegado espíritu, ni te persiguen encantadores ni sobresaltan encantamentos! Duermes, digo otra vez, y lo diré otras ciento, sin que te tengan en continua vigilia celos de tu dama, ni te desvelen pensamientos de pagar deudas que debas, ni de lo que has de hacer para comer otro día tú y tu pequeña y angustiada familia. Ni la ambición te inquieta, ni la pompa vana del mundo te fatiga, pues los límites de tus deseos no se estienden a más que a pensar tu jumento [doble sentido: ‘dar pienso’ y ‘pensar en’; nota al texto], que el de tu persona sobre mis hombros le tienes puesto, contrapeso y carga que puso la naturaleza y la costumbre a los señores. Duerme el criado, y está velando el señor, pensando cómo le ha de sustentar, mejorar y hacer mercedes. La congoja de ver que el cielo se hace de bronce sin acudir a la tierra con el conveniente rocío no aflige al criado, sino al señor, que ha de sustentar en la esterilidad y hambre al que le sirvió en la fertilidad y abundancia.”
Otras cargas, no pocas, congojas, desvelos, vigilias y aflicciones tienen los criados, puestas por costumbre más que por naturaleza, y de haber oído Sancho la reflexión de Don Quijote seguro que le hubiese contestado para explicarlas en detalle con su habitual pícara socarronería.
Dormir bien, dormir como un lirón, pudiera deberse al benigno efecto hipnótico del estado mental que describe Cervantes en esta frase: “Ni la ambición te inquieta, ni la pompa vana del mundo te fatiga, pues los límites de tus deseos no se estienden a más.” Pero lo cierto es que los límites de los deseos de Sancho sí se extienden a más, en concreto a conseguir escudos y doblones, el gobierno de una ínsula, y hacer condesa a Sanchica. Sancho Panza tiene ambición, mucha ambición para un labrador ‘normal’ de La Mancha en aquel tiempo, busca pompa y dinero, pero no se inquieta ni fatiga. El caballero necesita alcanzar cuanto antes sus deseos, es impetuoso, mientras que el escudero prueba suerte sin prisa. A diferencia de Don Quijote, un platónico hiperactivo, Sancho Panza es un estoico, un hombre tranquilo.
Poco dura el ‘idealismo’ de Sancho. En el capítulo previo está del lado del amor y afirma que los que bien se quieren deben casarse sin estorbos, libremente, al margen de consideraciones como la que hace Don Quijote en defensa de la autoridad de los padres para negociar y decidir los enlaces de sus hijos. Pero en éste se olvida por completo de toda emoción romántica, convertido en el primer fan de Camacho el rico. ¿El motivo? Esta ‘shakesperiana’ reflexión:
“Sancho Panza, que lo escuchaba todo, dijo:
–El rey es mi gallo: a Camacho me atengo.
–En fin –dijo don Quijote–, bien se parece, Sancho, que eres villano y de aquellos que dicen: «¡Viva quien vence!».
–No sé de los que soy –respondió Sancho–, pero bien sé que nunca de ollas de Basilio sacaré yo tan elegante espuma como es esta que he sacado de las de Camacho.
Y enseñole el caldero lleno de gansos y de gallinas, y, asiendo de una, comenzó a comer con mucho donaire y gana, y dijo:
–¡A la barba de las habilidades de Basilio!, que tanto vales cuanto tienes, y tanto tienes cuanto vales. Dos linajes solos hay en el mundo, como decía una agüela mía, que son el tener y el no tener [frase proverbial; nota al texto], aunque ella al del tener se atenía; y el día de hoy, mi señor don Quijote, antes se toma el pulso al haber que al saber: un asno cubierto de oro parece mejor que un caballo enalbardado. Así que vuelvo a decir que a Camacho me atengo, de cuyas ollas son abundantes espumas gansos y gallinas, liebres y conejos; y de las de Basilio serán, si viene a mano, y aunque no venga sino al pie, aguachirle.”
De este modo, Sancho pasa de un capítulo a otro en un pis pas de defender el idealismo romántico, al más sabroso de los materialismos. Un cambio tan rápido suscita en el lector una pregunta: ¿controla Cervantes a sus personajes al 100%, controlan a los suyos los grandes novelistas, o más bien por olvido, por no ser conscientes o del todo conscientes en algún momento, o por las circunstancias narrativas que se dan en un punto concreto del relato, les hacen sentir, pensar, decir o hacer algo que contradice o no es coherente con su ‘perfil narrativo’ previo? Casi con seguridad esto le ocurre a los grandes y a los pequeños escritores (descontando algún perfeccionista infalible). La imperfección en su arte, en este sentido y siempre que no sea ‘excesiva’, en vez de restar, suma. Cierto grado de incoherencia y contradicción añade realismo, añade verdad. ¡Todas las personas lo tenemos! ¡La vida es así!
“–A la fe, señor, yo soy de parecer que el pobre debe de contentarse con lo que hallare y no pedir cotufas en el golfo. Yo apostaré un brazo que puede Camacho envolver en reales a Basilio; y si esto es así, como debe de ser, bien boba fuera Quiteria en desechar las galas y las joyas que le debe de haber dado y le puede dar Camacho, por escoger el tirar de la barra y el jugar de la negra de Basilio. Sobre un buen tiro de barra o sobre una gentil treta de espada no dan un cuartillo de vino en la taberna. Habilidades y gracias que no son vendibles (…). Sobre un buen cimiento se puede levantar un buen edificio, y el mejor cimiento y zanja del mundo es el dinero.”
Dinero e interés mueven el mundo, como representa una danza alegórica a la que asisten caballero y escudero cuando empiezan los festejos, de ocho ninfas, guiadas la mitad por el dios Cupido (Poesía, Discreción, Buen linaje y Valentía) y las otras cuatro por el Interés (Liberalidad, Dádiva, Tesoro y Posesión pacífica), que bailan, recitan poemas y luchan para conseguir el favor de la doncella que está en lo alto de un castillo de madera arrastrado por “cuatro salvajes, todos vestidos de yedra y de cáñamo teñido de verde”. Finalmente, el Interés gana la batalla al Amor, según parece. (Esta obra la había compuesto un bachiller del pueblo, “que tenía gentil caletre para semejantes invenciones”).
Desesperado con las “arengas” de Sancho Panza, Don Quijote se queja de que como por ley natural ha de morir primero, nunca tendrá ocasión de verle mudo. Sancho aprovecha el tema, y continúa estoico filosofando.
“–A buena fe, señor –respondió Sancho–, que no hay que fiar en la descarnada, digo, en la muerte, la cual tan bien come cordero como carnero; y a nuestro cura he oído decir que con igual pie pisaba las altas torres de los reyes como las humildes chozas de los pobres. Tiene esta señora más de poder que de melindre; no es nada asquerosa: de todo come y a todo hace, y de toda suerte de gentes, edades y preeminencias hinche sus alforjas. No es segador que duerme las siestas, que a todas horas siega, y corta así la seca como la verde yerba; y no parece que masca, sino que engulle y traga cuanto se le pone delante, porque tiene hambre canina, que nunca se harta; y aunque no tiene barriga, da a entender que está hidrópica y sedienta de beber solas las vidas de cuantos viven, como quien se bebe un jarro de agua fría.”
Admirado por esta última reflexión, Don Quijote teoriza sobre el origen de la sabiduría. Pero las fuentes de inspiración filosófica que tiene Sancho Panza son otras: 1) su “agüela”, y 2) la “elegante espuma”.
“–(…) En verdad que lo que has dicho de la muerte por tus rústicos términos es lo que pudiera decir un buen predicador. Dígote, Sancho, que si como tienes buen natural y discreción, pudieras tomar un púlpito en la mano y irte por ese mundo predicando lindezas.
–Bien predica quien bien vive –respondió Sancho–, y yo no sé otras tologías.
–Ni las has menester –dijo don Quijote–. Pero yo no acabo de entender ni alcanzar cómo siendo el principio de la sabiduría el temor de Dios, tú, que temes más a un lagarto que a Él, sabes tanto.
–Juzgue vuesa merced, señor, de sus caballerías –respondió Sancho–, y no se meta en juzgar de los temores o valentías ajenas, que tan gentil temeroso soy yo de Dios como cada hijo de vecino. Y déjeme vuestra merced despabilar esta espuma, que lo demás todas son palabras ociosas, de que nos han de pedir cuenta en la otra vida.
Y diciendo esto comenzó de nuevo a dar asalto a su caldero, con tan buenos alientos, que despertó los de don Quijote, y sin duda le ayudara, si no lo impidiera lo que es fuerza se diga adelante.”
(Donde se cuentan las bodas de Camacho el rico, con el suceso de Basilio el pobre. Quijote, II, 20. RAE, 2015)
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