En la cueva de Montesinos acontece una de las grandes pruebas de valor del ‘héroe’ Don Quijote. Una prueba clásica desde que Homero hizo descender al inframundo de Hades a su héroe Odiseo (Ulises, Ulysses) en el Canto XI de la Odisea, y Virgilio a Eneas al Averno hediondo en el Canto VI de la Eneida. Repetida en todos los géneros literarios, incluido el de las novelas de caballerías. Y con todas las referencias primitivas, religioso-eremíticas, nigrománticas, de brujas y magia negra, que la tradición histórica ha atribuido a las cuevas. La cueva de Montesinos es el ‘agujero negro’ puerta de entrada a otro mundo, a otro universo.
En medio de la planicie de La Mancha, en el término actual de Ossa de Montiel, Don Quijote desciende valeroso al centro de lo desconocido con una cuerda de 170 m. después de hincarse de rodillas y encomendarse como buen caballero andante a Dios, en voz baja, y en voz alta a su señora:
“Y en diciendo esto se acercó a la sima, vio no ser posible descolgarse ni hacer lugar a la entrada, si no era a fuerza de brazos o a cuchilladas, y, así, poniendo mano a la espada comenzó a derribar y a cortar de aquellas malezas que a la boca de la cueva estaban, por cuyo ruido y estruendo salieron por ella una infinidad de grandísimos cuervos y grajos, tan espesos y con tanta priesa, que dieron con don Quijote en el suelo; y si él fuera tan agorero como católico cristiano, lo tuviera a mala señal y escusara de encerrarse en lugar semejante. Finalmente, se levantó y viendo que no salían más cuervos ni otras aves noturnas, como fueron murciélagos, que asimismo entre los cuervos salieron, dándole soga el primo y Sancho, y se dejó calar al fondo de la caverna espantosa.”
Todo ocurre de forma muy rápida:
“Iba don Quijote dando voces que le diesen soga y más soga, y ellos se la daban poco a poco; y cuando las voces, que acanaladas por la cueva salían, dejaron de oírse, ya ellos tenían descolgadas las cien brazas de soga y fueron de parecer de volver a subir a don Quijote, pues no le podían dar más cuerda. Con todo eso, se detuvieron como media hora, al cabo del cual espacio volvieron a recoger la soga con mucha facilidad y sin peso alguno, señal que les hizo imaginar que don Quijote se quedaba dentro, y creyéndolo así Sancho, lloraba amargamente y tiraba con mucha priesa por desengañarse; pero llegando, a su parecer, a poco más de las ochenta brazas, sintieron peso, de que en estremo se alegraron. Finalmente, a las diez vieron distintamente a don Quijote, a quien dio voces Sancho, diciéndole:
–Sea vuestra merced muy bien vuelto, señor mío, que ya pensábamos que se quedaba allá para casta [‘para siempre’; nota al texto].
Pero no respondía palabra don Quijote; y sacándole del todo, vieron que traía cerrados los ojos, con muestras de estar dormido. Tendiéronle en el suelo y desliáronle, y, con todo esto, no despertaba; pero tanto le volvieron y revolvieron, sacudieron y menearon, que al cabo de un buen espacio volvió en sí, desperezándose, bien como si de algún grave y profundo sueño despertara.”
Después de “refocilarse” Sancho durante tres días a costa de los novios en su pueblo, y de saberse que el engaño en la frustrada boda de Camacho que leímos en el capítulo anterior fue todo industria de Basilio, porque Quiteria no sabía nada (aunque una nota al texto nos dice que esta exculpación subraya la sospecha en el lector de lo contrario), Don Quijote toma rumbo a la cueva de Montesinos acompañado por un primo del licenciado en Salamanca que le va a servir de guía, siendo despedido con los mayores elogios:
“Grandes fueron y muchos los regalos [‘agasajos’; nota al texto] que los desposados hicieron a don Quijote, obligados de las muestras que había dado defendiendo su causa, y al par de la valentía le graduaron la discreción [‘le dieron grado y título en la asignatura de discreción’, como se concedía en las universidades; nota al texto], teniéndole por un Cid en las armas y por un Cicerón en la elocuencia.”
Entre las reflexiones que hace Don Quijote antes de su partida hablando según piensa Sancho de “cosas de meollo y de sustancia”, dos tienen carácter controvertido.
“–No se pueden ni deben llamar engaños –dijo don Quijote– los que ponen la mira en virtuosos fines.”
Lo dice en el contexto del engaño amoroso que hace Basilio, pero también se podría entender en un sentido más general relacionado con las ideas de Maquiavelo (aunque la famosa frase, el fin justifica los medios, no sea del florentino; esta frase se ha atribuido también a Napoleón Bonaparte, una anotación que habría hecho precisamente en un ejemplar de El Príncipe). Que un paladín, un cruzado, un héroe de la moral cristiana y católica como Don Quijote nos deje este maquiavélico indicio, incluso solo referido a los medios para el logro de la más alta causa del amor, resulta cuanto menos curioso.
“–La mujer hermosa y honrada cuyo marido es pobre merece ser coronada con laureles y palmas de vencimiento y triunfo. La hermosura por sí sola atrae las voluntades de cuantos la miran y conocen, y como a señuelo gustoso se le abaten las águilas reales y los pájaros altaneros; pero si a la tal hermosura se le junta la necesidad y estrecheza, también la embisten los cuervos, los milanos y las otras aves de rapiña: y la que está a tantos encuentros firme bien merece llamarse corona de su marido. Mirad, discreto Basilio –añadió don Quijote–: opinión fue de no sé qué sabio que no había en todo el mundo sino una sola mujer buena, y daba por consejo que cada uno pensase y creyese que aquella sola buena era la suya, y así viviría contento. Yo no soy casado, ni hasta agora me ha venido en pensamiento serlo, y, con todo esto, me atrevería a dar consejo al que me lo pidiese del modo que había de buscar la mujer con quien se quisiese casar. Lo primero, le aconsejaría que mirase más a la fama que a la hacienda, porque la buena mujer no alcanza la buena fama solamente con ser buena, sino con parecerlo [el pensamiento, atribuido a César, lo hizo célebre Plutarco; nota de texto], que mucho más dañan a las honras de las mujeres las desenvolturas y libertades públicas que las maldades secretas. Si traes buena mujer a tu casa, fácil cosa sería conservarla y aun mejorarla en aquella bondad; pero si la traes mala, en trabajo te pondrá el enmendarla, que no es muy hacedero pasar de un estremo a otro. Yo no digo que sea imposible, pero téngolo por dificultoso.”
Estas ideas de Cervantes seguramente sean consideradas hoy día por la mayoría de lectores, mujeres y hombres, como patrimonialistas del hombre respecto de la mujer. Es decir, dicho en términos usuales o coloquiales de principios del siglo XXI, como ‘machistas’. Pero estamos obligados a matizar de inmediato que el ‘machismo’ pertenece más a la época, al comienzo del siglo XVI, que a Cervantes, porque don Miguel fue muy liberal para su tiempo y defensor de las mujeres en sus textos.
En cambio, aunque dura, esta otra sigue siendo actual:
“El de casarse los enamorados era el fin de más excelencia, advirtiendo que el mayor contrario que el amor tiene es la hambre y la continua necesidad, porque el amor es todo alegría, regocijo y contento, y más cuando el amante está en posesión de la cosa amada, contra quien son enemigos opuestos y declarados la necesidad y la pobreza”.
Camino ya hacia la cueva de Montesinos se produce un interesante ‘diálogo académico’ en el que el primo-guía se declara “humanista” [‘especialista en filología e historia antigua’, y, en especial, ‘profesor de humanidades’; el término tenía a esas alturas connotaciones poco favorables; nota al texto] y componedor de “libros para dar a la estampa”, libros que asegura son “todos de gran provecho y no menos entretenimiento para la república [‘el conjunto de los habitantes de una nación’; nota al texto]”. Pero cuando dice el título y empieza a explicar el contenido de los tres que tiene en preparación, tanto Don Quijote como Sancho caen en la cuenta de que el ‘primo humanista’ –al que Cervantes en todo momento se refiere por el parentesco sin mencionar su nombre– tiene bastante más de lo primero que de lo segundo.
“–Otro libro tengo, que le llamo Suplemento a Virgilio Polidoro, que trata de la invención de las cosas, que es de grande erudición y estudio, a causa que las cosas que se dejó de decir Polidoro de gran sustancia las averiguo yo y las declaro por gentil estilo. Olvidósele a Virgilio de declararnos quién fue el primero que tuvo catarro en el mundo, y el primero que tomó las unciones para curarse del morbo gálico [sífilis], y yo lo declaro al pie de la letra, y lo autorizo con más de veinte y cinco autores, porque vea vuesa merced si he trabajado bien y si ha de ser útil el tal libro a todo el mundo. Sancho, que había estado muy atento a la narración del del primo, le dijo: –Dígame, señor, así Dios le dé buena manderecha [suerte; nota al texto] en la impresión de sus libros: ¿sabríame decir, que sí sabrá, pues todo lo sabe, quién fue el primero que se rascó en la cabeza, que yo para mí tengo que debió de ser nuestro padre Adán?
–Sí sería –respondió el primo–, porque Adán no hay duda sino que tuvo cabeza y cabellos, y siendo esto así, y siendo el primer hombre del mundo, alguna vez se rascaría.”
Dice Sancho: “para preguntar necedades y responder disparates no he menester yo andar buscando ayuda de vecinos.” Y añade Don Quijote: “hay algunos que se cansan en saber y averiguar cosas que después de sabidas y averiguadas no importan un ardite al entendimiento ni a la memoria.” Cervantes vuelve hacer aquí una de sus parodias del conocimiento erudito y académico que se pierde por las ramas en cuestiones insignificantes, minúsculas, y solo sirve para alimentar ante los demás el ego de sus habitualmente exhibicionistas depositarios. En nuestro caso, el primo es un claro ‘erudito a la violeta’ avant la lettre, un auténtico primo.
Despierto ya del sueño que le produce su descenso al abismo, Don Quijote se queja de que le hayan sacado tan pronto: “todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño o se marchitan como la flor del campo.” Pero antes de explicar qué ha visto y oído pide que le den de comer, porque tiene mucha hambre. Y así, él, Sancho y el primo “merendaron y cenaron todo junto”.
(Donde se da cuenta de la grande aventura de la cueva de Montesinos, que está en el corazón de la Mancha, a quien dio felice cima el valeroso don Quijote de la Mancha. Quijote, II, 22. RAE, 2015)
(Nota.- En muy poco tiempo las cosas han cambiado. Atravesamos una etapa muy difícil, imprevista y dura. El virus más canalla y descomunal de cuantos han existido, el COVID-19, nos está poniendo a prueba, como personas y como sociedad. No podemos pedir a Don Quijote que nos ayude, aunque de ser posible ya estaría entre nosotros lanza en ristre para acometer a ese cobarde enemigo que ni siquiera se deja ver, pero sí podemos ayudarnos unos a otros, estar unidos y vencerle. Cada día miles de héroes y de heroínas anónimos colaboran desde sus respectivas profesiones para salvar vidas, y para que podamos mantener la nuestra en casa. Es tiempo de solidaridad, de hermandad, como la que se tuvieron Don Quijote y Sancho).