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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

¿Sueño o alucinación? (capítulo 23)

El descenso a la cueva de Montesinos es quizá la aventura más interpretable e interpretada del Quijote. Los cervantistas la han analizado y entendido de las más diversas maneras, en relación con la literatura, las fábulas, las leyendas, la historia, la religión, y las artes mágicas y oscuras. Incluso hay varias interpretaciones psicoanalíticas del tipo del retorno al útero materno, etc. Nosotros nos limitaremos a intentar distinguir si la experiencia que aquí relata Don Quijote reproduce las características de un sueño, de una experiencia de tipo onírico, o si pudiera tratarse de un agravamiento del ‘trastorno psicótico delirante’ que dentro de la ficción narrativa tiene el personaje Alonso Quijano, un hidalgo manchego que cree ser un heroico caballero andante como los protagonistas de los fantasiosos libros de caballerías.

Pero antes de hacer esta distinción, hay que decir que el carácter burlesco e irónico de la novela ni mucho menos se interrumpe en la que quizá sea la aventura más profunda de Don Quijote. Al contrario, como nos enseña en su espléndida Lectura la filóloga, catedrática de Literatura y académica de la RAE, Aurora Egido, la parodia se multiplica:

“Cervantes desmitifica uno de los lugares más ricos de la tradición literaria para plantear cuestiones de moral y de poética. (…) Todos los géneros literarios, desde la lírica a la épica, la mística o la hagiografía, pasando por el mester de clerecía y las crónicas, habían hecho temprano uso de las cuevas como espacio mágico y visionario, sin olvidar el teatro, la novela sentimental y pastoril o el folclore. (…) La perspectiva épica se combina con la burlesca (…) Claro que C. no se quedó en puras burlas, para calar en el remitente platónico de la caverna como ámbito que explica el proceso del conocimiento y, a la par, el de la misma creación literaria (…) La de Montesinos está poblada de seres extraordinarios con remates vulgares que desmitifican así la tradición alegórica de las visiones de ultramundo (…) Ya desde Homero y Virgilio, el sueño tenía dos puertas, la de la verdad y la de la mentira (…) C. desmonta el complejo entramado de los sueños de tradición ciceroniana, desalegorizándolos, relegándolos como Aristóteles en sus ‘Parva naturalia’ al plano fisiológico y psicológico, sin gangas proféticas o sobrenaturales, y colocándolos en el terreno de la fabulación. (…) Cervantes aprovecha el género visionario y el topos de la cueva para hacer sátira antiescolástica y parodia caballeresca, pero sobre todo para situar lo admirable y maravilloso en el ámbito de la fabulación, dando al traste con la máquina de las alegorías y abriendo paso a la novela moderna.”

En la mente humana el idealismo siempre se reinventa. Está ahí, consecuencia directa del pensamiento mágico y la fantasía, e inevitablemente se manifiesta de algún modo. Circunscrito al terreno de la Literatura, Cervantes contribuye de manera decisiva a generar todos esos cambios descritos, pero sería ingenuo pensar que un escritor, ¡ni siquiera don Miguel!, ni nadie, puede producir un cambio en la mente de las personas que las permita situar todo lo mágico y sobrenatural “en el ámbito de la fabulación”, poniendo fin a “la máquina de las alegorías”. Máxime cuando el propio Cervantes, además de su gran realismo aristotélico explícito (todas las lúcidas, cultas y sensatas reflexiones que hace Don Quijote sobre los asuntos humanos al margen de la creencia de ser un caballero andante, y todas las reflexiones de pícaro sentido común que hace Sancho Panza), introduce también en el texto con su apoyo empático constante hacia el personaje del héroe idealista que fracasa, una carga aún mayor de implícito idealismo platónico. Este proceso narrativo cervantino tiene una estructura fenomenológica casi idéntica al relato de la vida de Jesucristo, y de muchos santos y figuras emblemáticas de otras religiones: después de comunicar activamente sus altos ideales al pueblo, a las gentes, la persona o personaje son escarnecidos, burlados, derrotados y sometidos en su tiempo de vida a alguna forma de agresión, martirio o sacrificio (el mayor de los cuales es su propia muerte), triunfando así finalmente en la conciencia de miles de hombres y mujeres de todos los tiempos.

La multi parodia del mundo heroico fantástico, de los sueños alegóricos o con significados concretos, y de las incontables formas que adopta la fantasía y el pensamiento mágico, no fue Cervantes el primero en hacerla. Cuenta con antecedentes filosóficos y literarios, y por supuesto científicos, pero él añadió su ironía, su particularísimo sentido del humor épico-prosaico.

Por ejemplo, cuando el mismo Montesinos, un anciano con barba blanca por debajo de la cintura ataviado a lo Merlín, con túnica morada hasta los pies, beca de colegial, gorra milanesa y un gran rosario de cuentas, “mayores que medianas nueces”, sale a recibir y abraza a Don Quijote “en la mitad del más bello, ameno y deleitoso prado que puede criar la naturaleza”, presentándose como el alcaide del gran palacio de cristal transparente que allí cerca estaba, o parecía estar, y responde que una vez muerto en Roncesvalles su primo Durandarte (que permanece tumbado en carne y hueso sobre un sepulcro con la mano en el lado izquierdo del pecho, en una sala “fresquísima” del palacio en la que entran, encantado como todos los moradores del alcázar por el auténtico Merlín, que según Montesinos “supo un punto más que el diablo”, y que de vez en cuando suspiraba y hablaba el caballero, no mucho, pero hablaba), le sacó el corazón a Durandarte, pero no con una pequeña daga como “en el mundo de acá arriba se contaba”, sino con “un puñal buido, más agudo que una lezna” (que Sancho Panza dice debió ser del afamado cuchillero sevillano, Ramón de Hoces), para llevárselo a su amada Belerma, dicho lo cual y oído tal nombre Durandarte dio de pronto una gran voz, recitando un romance para recordar que ese era en efecto su deseo, y Montesinos, de rodillas y con lágrimas en los ojos, le dice que así lo hizo, partiendo con él “de carrera para Francia”, y “en el primero lugar que topé saliendo de Roncesvalles eché un poco de sal en vuestro corazón, porque no oliese mal y fuese, si no fresco, a lo menos amojamado a la presencia de la señora Belerma”, y después le informa que allí estaba de cuerpo presente el famoso caballero andante Don Quijote de la Mancha, que quizá pudiese socorrerles y romper su encantamiento, pues “las grandes hazañas para los grandes hombres están guardadas”. «Y cuando así no sea –respondió el lastimado Durandarte con voz desmayada y baja–, cuando así no sea, ¡oh primo!, digo, paciencia y barajar.» Y volviéndose de lado tornó a su acostumbrado silencio, sin hablar más palabra.”

O cuando aparece la señora Belerma acompañada en procesión por dos hileras de doncellas vestidas de negro trayendo en las manos “un corazón de carne momia, según venía seco y amojamado”, el de Durandarte, y ve entonces Don Quijote con sus propios ojos que “era cejijunta, y la nariz algo chata”, con los dientes “ralos [separados] y no bien puestos”, pero que si parecía “algo fea” era por causa de las malas noches y días que allí pasaba encantada, como le explica Montesinos, no por “estar con el mal mensil ordinario en las mujeres, porque ha muchos meses y aun años que no le tiene ni asoma por sus puertas”.

O también cuando el primo erudito que les llevó a la cueva pregunta si los encantados comen: “–No comen –respondió don Quijote–, ni tienen escrementos mayores, aunque es opinión que les crecen las uñas, las barbas y los cabellos.” O cuando vio “tres labradoras que por aquellos amenísimos campos iban saltando y brincando como cabras”, dándose cuenta que eran las mismas que Sancho le había mostrado a las afueras del Toboso, siendo una de ellas sin duda Dulcinea, todavía encantada en forma de labriega, que aunque no quiso hablar con él y salió huyendo, luego envió a una de sus compañeras con la prenda íntima de un “faldellín” [falda interior; nota al texto], para que a cambio le prestase “media docena de reales”, que por lo visto estaba en una gran necesidad, porque como dice Montesinos, “esta que llaman necesidad adondequiera se usa y por todo se estiende y a todos alcanza”, pero solo pudo darle cuatro, pues no llevaba más, y por supuesto negándose a tomar la prenda como buen caballero.

En fin, la multi parodia de Cervantes no puede ser mayor. Ni mejor.

En el relato de su descenso, Don Quijote cuenta a Sancho y al primo erudito que: “a obra de doce o catorce estados de la profundidad desta mazmorra” [estado: ‘medida de longitud que equivale a la altura de un hombre’, aproximadamente 1,70 metros; nota al texto], es decir, a unos 20 ó 25 m., encontró una cavidad con algo de luz en la que se detuvo y en la que le asaltó “un sueño profundísimo”. Y con un profundo sueño llega de nuevo arriba cuando tras esperar media hora tiran de la soga y le ascienden, como supimos en el capítulo anterior (sin notar peso al principio, pues Don Quijote dice que recogió y enroscó la soga, y se sentó sobre ella pensativo antes de quedarse dormido): “no respondía palabra don Quijote; y sacándole del todo, vieron que traía cerrados los ojos, con muestras de estar dormido. Tendiéronle en el suelo y desliáronle, y, con todo esto, no despertaba; pero tanto le volvieron y revolvieron, sacudieron y menearon, que al cabo de un buen espacio volvió en sí, desperezándose, bien como si de algún grave y profundo sueño despertara” (II, 22).

Don Quijote dice luego que después de estar profundamente dormido en la cavidad, “sin saber cómo ni cómo no”, se despertó del sueño, se palpó la cabeza y el cuerpo, se refregó los ojos y observó su mente, por ver si seguía dormido, asegurando haber comprobado que “realmente estaba despierto”. Todo lo que ve y oye a continuación, según él, sucede así, estando despierto. Los hacedores de la novela, Cervantes y Cide Hamete Benengeli, que seguro que lo sabían de sobra, astutamente no informan al lector en este momento sobre si Don Quijote se despertó ‘en realidad’ o si continuó dormido, manteniendo el misterio y la duda. Sin embargo, a partir del texto puede deducirse lo que le ocurre en el interior de la cueva de Montesinos.

Don Quijote asegura que se despierta, por tanto que no estuvo soñando, pero ‘se equivoca’. Por tres razones: 1) Reconoce que se durmió en la cavidad de la cueva, y sale dormido al exterior cuando le suben poco más de media hora después. 2) Si hubiese estado despierto, la evaluación clínica de la experiencia perceptiva que relata se corresponde con un cuadro de muy floridas y elaboradas ‘alucinaciones visuales y auditivas’: ve un bonito y agradable prado, un palacio de cristal transparente, a varios personajes de ficción que le hablan, oye sus voces, y mantiene conversaciones con ellos. Este tipo de alucinaciones se encuentran en el mundo real en trastornos como la esquizofrenia, la parafrenia alucinatoria y las psicosis tóxicas por drogas, y raras veces en el trastorno delirante (que es el tipo de trastorno mental que más se parece al ‘perfil psicopatológico’ que Cervantes construye para el hidalgo Alonso Quijano). Entre los que pudiéramos llamar ‘antecedentes psicopatológicos’ de Don Quijote, a lo largo del texto se describen varios episodios de ‘ilusión perceptiva visual’ (que en el mundo real se define como la denotación visual errónea de algún objeto físico de la realidad, percibiendo mentalmente un objeto distinto; en el texto equivaldría a una ‘percepción visual’ distinta de la ‘realidad’ que ‘ven’ los demás personajes; por ejemplo, cuando ‘ve’ gigantes donde los personajes ‘ven’, y el narrador dice que hay, molinos de viento), pero hasta ahora no se habían descrito ‘experiencias mentales’ compatibles con ‘alucinaciones visuales y auditivas’ (que en el mundo clínico real se definen como percepción puramente mental de imágenes y sonidos en estado de consciencia despierta, sin ningún objeto físico real que los origine; en el texto equivaldría a ‘imágenes y sonidos’ que otros personajes presentes en una escena no podrían ‘ver’ ni ‘oír’, y el narrador o narradores, o el escritor en primera persona, dirían al lector que no están en la ‘realidad’ creada en la novela, o bien el autor diría directamente en el texto que un personaje está ‘alucinando’; por ejemplo, si Cervantes hubiese hecho ‘ver’ a Don Quijote gigantes en mitad del campo, en el aire, en vez de hacerle confundirse con los molinos de viento). Todo este tipo de imágenes y de diálogos, en cambio, son muy frecuentes en el recuerdo que tenemos de los sueños. 3) El descenso y ascenso de Don Quijote dura aproximadamente una hora, según dicen Sancho Panza y el primo erudito, pero él cree que estuvo más tiempo: “allá me anocheció y amaneció y tornó a anochecer y amanecer tres veces, de modo que a mi cuenta tres días he estado en aquellas partes remotas y escondidas a la vista nuestra.” Esta distorsión en la percepción del transcurso del tiempo no suele producirse en los trastornos psicóticos con estado de consciencia preservado, y en cambio es una de las características habituales de los sueños.

Por tanto, salvo que se crea en la existencia de fenómenos mágicos, que todo es posible, y salvo que alguno de los narradores diga más adelante lo contrario, que también es posible, podemos concluir por deducción a partir del texto que Don Quijote está dormido y soñando en la cueva de Montesinos.

Don Quijote cree con total certidumbre lo contrario, que estaba despierto, porque “lo que he contado lo vi por mis propios ojos y lo toqué con mis mismas manos”, “cuya verdad ni admite réplica ni disputa.” Pero Sancho, que “sabía la verdad del fingido encanto de Dulcinea, de quien él había sido el encantador y el levantador de tal testimonio, acabó de conocer indubitablemente que su señor estaba fuera de juicio y loco de todo punto.” Piensa de esta manera porque de forma sorprendente cree a Don Quijote cuando afirma que se despertó, y que todo lo que vio y oyó pasa estando ya despierto. Dice no creer que su amo mienta, lo atribuye a locura y a los encantadores, y no se le ocurre que fuese un sueño. Sancho también ‘se equivoca’. De haber estado despierto Don Quijote y haber experimentado todas esas visiones y diálogos, el personaje Alonso Quijano tendría entonces un tipo de ‘psicosis’ más grave que la simple idea, creencia o ‘delirio’ de ser un heroico caballero andante.

Además de la profunda parodia que Cervantes hace en este capítulo del inmenso caudal de mitos que transitan por la literatura, la historia, la sociedad y la mente humana, también añade su propio granito de arena. Y en apariencia paradójica, no en sentido burlón o irónico sino como fábula geográfica poética.

“–Con otros muchos de vuestros conocidos y amigos, nos tiene aquí encantados el sabio Merlín ha muchos años; y aunque pasan de quinientos, no se ha muerto ninguno de nosotros. Solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha las llaman las lagunas de Ruidera; las siete son de los reyes de España, y las dos sobrinas, de los caballeros de una orden santísima que llaman de San Juan. Guadiana, vuestro escudero, plañendo asimesmo vuestra desgracia, fue convertido en un río llamado de su mesmo nombre, el cual cuando llegó a la superficie de la tierra y vio el sol del otro cielo, fue tanto el pesar que sintió de ver que os dejaba, que se sumergió en las entrañas de la tierra; pero, como no es posible dejar de acudir a su natural corriente, de cuando en cuando sale y se muestra donde el sol y las gentes le vean.”

(De las admirables cosas que don Quijote contó que había visto en la cueva de Montesinos, cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa. Quijote, II, 23. RAE, 2015)

(Nota.- Dentro de poco lo hará la ciencia, pero ahora nos toca a nosotros. Con el esfuerzo, trabajo y ayuda de todos en estos que son los peores momentos de la pesadilla, del combate, podemos empezar a derrotar a ese malandrín y descomunal enemigo al que nos estamos enfrentando, el COVID-19)

 

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


marzo 2020
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