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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

La mentira y la muerte (capítulo 24)

¿Miente Don Quijote?

“Dice el que tradujo esta grande historia del original de la que escribió su primer autor Cide Hamete Benengeli, que llegando al capítulo de la aventura de la cueva de Montesinos, en el margen dél estaban escritas escritas de mano del mesmo Hamete estas mismas razones:
«No me puedo dar a entender ni me puedo persuadir que al valeroso don Quijote le pasase puntualmente todo lo que en el antecedente capítulo queda escrito. La razón es que todas las aventuras hasta aquí sucedidas han sido contingibles y verisímiles, pero ésta desta cueva no le hallo entrada alguna para tenerla por verdadera, por ir tan fuera de los términos razonables. Pues pensar yo que don Quijote mintiese, siendo el más verdadero hidalgo y el más noble caballero de sus tiempos, no es posible, que no dijera él una mentira si le asaetearan. Por otra parte, considero que él la contó y la dijo con todas las circunstancias dichas, y que no pudo fabricar en tan breve espacio tan gran máquina de disparates; y si esta aventura parece apócrifa, yo no tengo la culpa, y, así, sin afirmarla por falsa o verdadera, la escribo. Tú, letor, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere (…)».”

Y en el capítulo anterior hemos leído:

“–Pero perdóneme vuestra merced, señor mío, si le digo que de todo cuanto aquí ha dicho, lléveme Dios, que iba a decir el diablo, si le creo cosa alguna.
–¿Cómo no? –dijo el primo–. Pues ¿había de mentir el señor don Quijote, que, aunque quisiera, no ha tenido lugar para componer e imaginar tanto millón de mentiras?
–Yo no creo que mi señor miente –respondió Sancho.
–Si no, ¿qué crees? –le preguntó don Quijote.
–Creo –respondió Sancho– que aquel Merlín o aquellos encantadores que encantaron a toda la chusma que vuestra merced dice que ha visto y comunicado allá bajo le encajaron en el magín o la memoria toda esa máquina que nos ha contado y todo aquello que por contar le queda.”

Está claro. El “primer autor” de esta gran historia, el moro Cide Hamete Benengeli (que él mismo o mediante una o varias fuentes verídicas –esto no lo aclara, pero a fuer de realistas, magos y encantadores no pueden ser– conoce al detalle y casi a la perfección las aventuras y lo que en todo momento sucedió y sucede a Don Quijote y a Sancho, y lo que dicen entre ellos y piensan, por el día y por la noche, de forma que lo que escribe es una muy auténtica biografía, un relato de hechos verdaderos como los que escribieron siglos antes todos los autores de los libros de caballerías), coincide plenamente con el ‘segundo autor’, “el que tradujo esta grande historia del original” al castellano (que es quien nos informa de la anotación hecha por Benengeli en el margen del capítulo anterior, donde Don Quijote cuenta lo que vio en la cueva de Montesinos, que nos pareció sueño), de lo cual y de ambas cosas nos da noticia en el texto un brevísimo ‘tercer narrador o autor’, que no es ni el moro ni el que tradujo la historia del moro, sino otro, quizá Miguel de Cervantes Saavedra, que no es posible saberlo con seguridad porque él no confirma ni desmiente que lo sea.

En fin, este excelente juego de identidades sobre el autor y la autoría de un texto literario, este juego de espejos y de ‘heterónimos’ con el que Cervantes se divierte y nos divierte desde el comienzo de la novela, junto con la apelación directa al “letor”, a los lectores, para que juzguen sobre la veracidad de lo narrado, son características muy originales que los cervantistas señalan siempre como definitorias de la narrativa moderna. Y para añadir más complejidad aún si cabe, más realismo, Cervantes da una vuelta de tuerca acto seguido al personaje principal, trastocando de pronto con una sola frase su noble imagen, la imagen veraz, pura, idealista, sin mácula, católico-cristiana, íntegra y honrada del famoso caballero andante Don Quijote de la Mancha. Esto dice y podemos leer:

«Tú, letor, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere, que yo no debo ni puedo más, puesto que se tiene por cierto que al tiempo de su fin y muerte dicen que se retrató della [retractó; nota al texto] y dijo que él la había inventado, por parecerle que convenía y cuadraba bien con las aventuras que había leído en sus historias».

¡Don Quijote miente!

¡Miente Don Quijote! Inventa la verdad a su conveniencia con una picardía propia de Sancho Panza. Aunque… alto, “cepos quedos”, que despacio y mejor pensado quizá no mienta, porque es Cide Hamete Benengeli el que tal cosa escribe y dice que dicen, y ya nos advirtió en el Capítulo III el ‘segundo autor’, el que tradujo esta verdadera historia al castellano, de lo siguiente:

“Pensativo además quedó don Quijote, esperando al bachiller Carrasco, de quien esperaba oír las nuevas de sí mismo puestas en libro, como había dicho Sancho, y no se podía persuadir a que tal historia hubiese, pues aún no estaba enjuta en la cuchilla de su espada la sangre de los enemigos que había muerto, y ya querían que anduviesen en estampa sus altas caballerías. Con todo eso, imaginó que algún sabio, o ya amigo o enemigo, por arte de encantamento las habría dado a la estampa: si amigo, para engrandecerlas y levantarlas sobre las más señaladas de caballero andante; si enemigo, para aniquilarlas y ponerlas debajo de las más viles que de algún vil escudero se hubiesen escrito, puesto –decía entre sí– que nunca hazañas de escuderos se escribieron; y cuando fuese verdad que la tal historia hubiese, siendo de caballero andante, por fuerza había de ser grandílocua, alta, insigne, magnífica y verdadera. Con esto se consoló algún tanto, pero desconsolole pensar que su autor era moro, según aquel nombre de Cide, y de los moros no se podía esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas.”

La verdad no es otra que la que Cervantes aconseja: los lectores hemos de juzgar lo que nos pareciere.

Con intención ya los tres, Don Quijote, Sancho y el ‘primo erudito’, de pasar la noche, se acercaron a una ermita en la que solo estaba la “sotaermitaño”, que les informó que no tenía “de lo caro” [‘vino de calidad’; eran «vinos caros» los de San Martín, Ciudad Real, La Membrilla, Alaejos y Medina del Campo; «ordinarios», los de otras procedencias; nota al texto], pero sí “agua barata”, tomando rumbo los tres a una venta que próxima estaba. Alcanzaron a un “mancebito” de unos 18 o 19 años, con la camisa por fuera y una espada al hombro de la que colgaba un bulto con ropa, más no tenía. Su destino era la guerra, y embarcar en Cartagena. “Iba cantando seguidillas [Es, junto con la copla, el vehículo más extendido de la lírica popular hispánica, particularmente en la variedad que se puso de moda hacia 1600; nota al texto], para entretener el trabajo del camino.” Las palabras que dice el zagal: “más quiero tener por amo y por señor al rey, y servirle en la guerra, que no a un pelón en la corte”, y el hecho de considerarse “un paje aventurero”, ganan de inmediato la simpatía y la camaradería de Don Quijote (que teorizó ampliamente en el Capítulo VI sobre las diferencias que hay entre los ‘caballeros aventureros’, como él, versus los ‘caballeros cortesanos’). Y para demostrarlas, le invita a subir a las ancas de Rocinante hasta llegar a la venta. “El paje no aceptó el convite de las ancas, aunque sí el de cenar con él en la venta”.

Don Quijote (y Cervantes por su biografía entendemos que también pensaba de este modo) defiende una vez más el “ejercicio de las armas” como el trabajo más noble y elevado.

“–No hay otra cosa en la tierra más honrada ni de más provecho que servir a Dios, primeramente, y luego a su rey y señor natural, especialmente en el ejercicio de las armas, por las cuales se alcanzan, si no más riquezas, a lo menos más honra que por las letras [‘abogacía’; nota al texto], como yo tengo dicho muchas veces; que puesto que han fundado más mayorazgos las letras que las armas, todavía llevan un no sé qué los de las armas a los de las letras, con un sí sé qué de esplendor que se halla en ellos, que los aventaja a todos.”

En el siglo XXI, cuatro siglos después, invocar el servicio a Dios o al rey como fin último, o primero, de nuestro trabajo diario, no tiene sentido para la inmensa mayor parte de las personas, salvo con toda legitimidad para el estamento religioso y militar. La mayoría no tiene esos referentes en sus trabajos de tipo civil. Tampoco puede considerarse el ejercicio de las armas como el de más provecho, honra y esplendor. Las profesiones religiosas y militares merecen el mismo respeto que las civiles, ni más ni menos. El “esplendor” de las armas, y sobre todo el concepto tan español de “honra” fraguado en aquella época (muy vinculado a la Contrarreforma y a las conquistas del Imperio español), han perdurado con pequeñas modificaciones hasta el último cuarto del siglo XX, ¡que se dice pronto!, pero finalmente han sido superados por la mayor parte de la sociedad democrática española contemporánea. Los valores, las prioridades y las creencias ahora son otros. El hedonismo pacífico y pragmático ha ganado casi todo el terreno en la mentalidad de las personas. Con el significado concreto de ‘abogacía’, o con el más amplio de ‘profesiones civiles’, las “letras” han derrotado a las armas (al menos, por ahora; en España llevamos más de 80 y 40 inauditos años de paz interna y democracia, respectivamente; una situación político-social análoga a la de los países occidentales tras la Segunda Guerra Mundial, salvo nuestro retardo en la llegada de la democracia).

Cervantes y Don Quijote tienen un profundo sentido de la épica militar y de la mística del combate armado en defensa de los ideales que consideran más elevados. Algo que resulta perfectamente comprensible por: 1) Sus biografías: primero la real del escritor, que fue soldado y mutilado leve de guerra en una batalla con un gran simbolismo épico en la Historia de España, la de Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”, según dice el mismo don Miguel en el Prólogo de esta Segunda parte, pensamos que con cierta exageración; y en segundo lugar la ‘biografía de ficción’ de su principal personaje –y quizá alter ego–, un pobre hidalgo manchego que busca la fama transformándose en un acometedor y belicoso caballero andante. Y 2) La mentalidad de su época, la ‘mentalidad imperial’ del largo Siglo de Oro español que tanta impronta ha dejado a lo largo de nuestra Historia. Pero la mentalidad de una época y de un lugar, como ocurre con la de todas las épocas y todos los lugares, con el paso inexorable, cambiante, heraclíteo del tiempo, con la evolución del conocimiento y de la sociedad, termina siendo una mentalidad anticuada y superada en gran medida. ¡Ni siquiera las ideas de los más grandes clásicos de la Literatura son eternas al 100%!

Don Quijote / Cervantes, y esto sigue emocionando en el siglo XXI, piden que se remedie a “los soldados viejos y estropeados, porque no es bien que se haga con ellos lo que suelen hacer los que ahorran y dan libertad a sus negros cuando ya son viejos y no pueden servir, y echándolos de casa con título de libres los hacen esclavos de la hambre, de quien no piensan ahorrarse sino con la muerte.” Y añaden, por su sencillez y crudeza, una muy bella reflexión sobre esa dama, sobre la muerte:

“Preguntáronle a Julio César, aquel valeroso emperador romano, cuál era la mejor muerte: respondió que la impensada, la de repente y no prevista; y aunque respondió como gentil y ajeno del conocimiento del verdadero Dios, con todo eso dijo bien, para ahorrarse del sentimiento humano. Que puesto caso que os maten en la primera facción y refriega, o ya de un tiro de artillería, o volado de una mina, ¿qué importa? Todo es morir, y acabose la obra”.

Cuando llegan todos a la venta al anochecer, “la juzgó por verdadera venta, y no por castillo, como solía” [en esta Segunda parte, el protagonista casi nunca se deja engañar por la apariencia de las cosas; nota al texto]. Antes de la cena, el ‘primo erudito’ y Sancho dieron a Rocinante “el mejor pesebre y el mejor lugar de la caballeriza.”

(Donde se cuentan mil zarandajas tan impertinentes como necesarias al verdadero entendimiento desta grande historia. Quijote, II, 24. RAE, 2015) 

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(Nota.- Tenemos que seguir luchando, tenemos que mantener el confinamiento. Hemos empezado a parar la acometida del malandrín COVID-19, pero queda mucho para vencerle. Resistencia, persistencia, calma. El trabajo de un montón de profesionales merece todo elogio, y más por las condiciones en las que muchos tienen que hacerlo. Evitar contagios es una clave decisiva. Cuando podamos salir de nuestras casas será poco a poco, en grupos y lugares restringidos, con mascarillas en los espacios públicos durante meses. La investigación científica encontrará más fármacos eficaces contra el virus, y lo antes posible la vacuna. Vendrá una importante crisis económica, ya está aquí, con menos empresas, más paro y menos riqueza, que podremos superar de nuevo juntos y con tiempo. Nuestra esperanza es más que verosímil).    

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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