“–¡Deteneos, mal nacida canalla, no le sigáis ni persigáis; si no, conmigo sois en batalla!
Y, diciendo y haciendo, desenvainó la espada y de un brinco se puso junto al retablo, y con acelerada y nunca vista furia comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a éste, destrozando a aquél, y, entre otros muchos, tiró un altibajo tal, que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán.”
Así reacciona Don Quijote contra el retablo de figurillas de maese Pedro que todos contemplan callados y atentos en la venta, cuando a instancias del emperador Carlomagno, “padre putativo” de Melisendra [‘que pasa por padre sin serlo’; nota al texto], su esposo don Gaiferos la rescata de una torre del alcázar que el rey moro Marsilio tenía en Zaragoza, llamada entonces Sansueña, y huyen los dos veloces a caballo hacia la “raya de Francia”, pero en ese preciso momento están a punto de ser alcanzados por sus perseguidores. Todo ello según la “verdadera historia que aquí a vuesas mercedes se representa (…) sacada al pie de la letra de las crónicas francesas y de los romances españoles que andan en boca de las gentes y de los muchachos por esas calles”, historia que relata con una varilla el “intérprete y declarador de los misterios del tal retablo”, un joven criado narrador, mientras maese Pedro acciona por dentro las figuras.
“–Deténgase vuesa merced, señor don Quijote, y advierta que estos que derriba, destroza y mata no son verdaderos moros, sino unas figurillas de pasta. Mire, ¡pecador de mí!, que me destruye y echa a perder toda mi hacienda.
Mas no por esto dejaba de menudear don Quijote cuchilladas, mandobles, tajos y reveses como llovidos. Finalmente, en menos de dos credos, dio con todo el retablo en el suelo, hechas pedazos y desmenuzadas todas sus jarcias y figuras, el rey Marsilio malherido, y el emperador Carlomagno, partida la corona y la cabeza en dos partes.”
El mono huye despavorido por los tejados, y maese Pedro queda “desolado y abatido, pobre y mendigo (…) En fin, el Caballero de la Triste Figura había de ser aquel que había de desfigurar las mías.”
Junto con el de los molinos de viento y el de los pellejos o cueros de vino (capítulos 8 y 35 de la Primera parte), el del retablo de maese Pedro es uno de los episodios más famosos de la novela en los que el personaje Don Quijote presenta un ‘trastorno perceptivo’ que por su similitud con los que se producen en la realidad podemos llamar ‘ilusión visual’. Y es la primera vez que le ocurre en esta Segunda parte.
Recordemos las diferencias, ya comentadas a propósito de algún otro capítulo, que existen en psicopatología entre los dos tipos principales de trastornos perceptivos: las alucinaciones y las ilusiones (ya sean visuales, auditivas, gustativas, olfativas o táctiles, es decir, procedentes de cualquiera de los cinco sentidos a partir de los que tenemos nuestra percepción del mundo físico real). La palabra ilusión tiene otros significados más usuales y bonitos, pero en psicopatología es un término técnico que se utiliza para definir uno de los tipos de trastornos de la percepción. Las ilusiones se definen como los errores en la percepción de la realidad física (procedentes de uno o varios de los cinco sentidos) que tiene una persona en estado de consciencia despierta, confundiendo unos objetos o estímulos con otros. Una ilusión visual, en concreto, consiste en la percepción visual errónea de algún objeto del mundo real, viendo mentalmente un objeto distinto. En el texto cervantino, una ilusión visual equivaldría a que un personaje (Don Quijote en nuestro caso) ‘vea’ cosas distintas de las que ‘ven’ los demás personajes. Por ejemplo, cuando ‘ve’ gigantes donde otros personajes ‘ven’ molinos de viento o cueros de vino. Y en este capítulo, cuando ‘ve’ moros persiguiendo a una dama y un caballero completamente ‘reales’ para él, mientras que los demás personajes lo que ‘ven’ es un retablo de títeres y figuras.
“–Real y verdaderamente os digo, señores que me oís, que a mí me pareció todo lo que aquí ha pasado que pasaba al pie de la letra: que Melisendra era Melisendra, don Gaiferos don Gaiferos, Marsilio Marsilio, y Carlomagno Carlomagno.”
Esto dice Don Quijote cuando pocos instantes después se da cuenta de lo que ha hecho.
Las alucinaciones (ya sean también visuales, auditivas, olfativas, gustativas o táctiles) se definen como percepciones puramente mentales, en estado de consciencia despierta, sin objeto físico alguno en la realidad empírica que les de origen, como si se produjesen en el aire, en el vacío. Son de mayor gravedad que las ilusiones perceptivas, y se producen a menudo en enfermedades mentales también más graves como la psicosis esquizofrénica o esquizofrenia. Si hablamos en concreto de alucinaciones visuales y auditivas, consisten en la percepción solo mental, sin objeto exterior físico alguno, respectivamente de imágenes y de sonidos (con frecuencia voces individuales o voces dialogadas). En la novela, las alucinaciones equivaldrían a que un personaje ‘viese’ u ‘oyese’ cosas mientras que los demás personajes en ese lugar y en ese momento no ‘ven’ ni ‘oyen’ nada. Por ejemplo, si Cervantes hubiese hecho ‘ver’ a Don Quijote gigantes en mitad del campo, en el aire, en vez de hacer que se confunda con los molinos de viento; o si la habitación de la venta hubiese estado vacía, no hubiese habido nada, en vez de estar llena de grandes cueros de vino que también confunde con gigantes. Las ‘experiencias mentales’ que tiene Don Quijote equivalen a ilusiones visuales, no a alucinaciones.
Muchos escritores de novelas informan directamente a los lectores de que alguno de los personajes tiene ‘alucinaciones’, pero son muy pocos o ninguno los que conocen y reflejan en sus textos la distinción psicopatológica entre alucinaciones e ilusiones. Cervantes, aunque hubiese querido, no habría podido mencionar el término ‘ilusión visual’ para referirse a lo que le pasa a Don Quijote en este y otros capítulos, por la sencilla razón de que en su época no existía tal definición psicopatológica. Sin embargo, en el Quijote (que como es sabido es una obra de ficción, aunque algunos lectores y estudiosos son abducidos de tal manera que les parece casi real) hace una descripción muy realista de este repetido ‘trastorno de la percepción’ y del ‘delirio’ o ‘ideación delirante’ del personaje (que cree ser un heroico caballero andante como los de los libros de caballerías). Esto nos hace pensar, e hipotetizar, que probablemente conoció a lo largo de su vida a alguna persona o personas con este tipo de trastornos.
Sancho Panza, desconcertado como todos los presentes, afirma que “jamás había visto a su señor con tan desatinada cólera”. Una cólera muy rápida e intensa que cede tras el aluvión de espadazos contra las figuras del retablo. Cede la cólera y desaparece la ‘ilusión visual’… ¡pero no el ‘delirio’ ni la ‘interpretación delirante’ que Don Quijote hace habitualmente cuando se recupera de sus ‘ilusiones visuales’!
“–Quisiera yo tener aquí delante en este punto todos aquellos que no creen ni quieren creer de cuánto provecho sean en el mundo los caballeros andantes. Miren, si no me hallara yo aquí presente, qué fuera del buen don Gaiferos y de la hermosa Melisendra: a buen seguro que ésta fuera ya la hora que los hubieran alcanzado estos canes y les hubieran hecho algún desaguisado. En resolución, ¡viva la andante caballería sobre cuantas cosas hoy viven en la tierra!”
Y añade:
“–Ahora acabo de creer –dijo a este punto don Quijote– lo que otras muchas veces he creído: que estos encantadores que me persiguen no hacen sino ponerme las figuras como ellas son delante de los ojos, y luego me las mudan y truecan en las que ellos quieren.”
Después del desaguisado y de reconocer su ‘error visual’, el caballero da amplias muestras de liberalidad, “intención generosa” y de ser “tan católico y escrupuloso cristiano” como de él dice Sancho.
“–Deste mi yerro, aunque no ha procedido de malicia, quiero yo mismo condenarme en costas: vea maese Pedro lo que quiere por las figuras deshechas, que yo me ofrezco a pagárselo luego, en buena y corriente moneda castellana.”
Entran entonces, con “el señor ventero y el gran Sancho” de “medianeros y apreciadores”, en una divertida tasa de todas las figuras rotas y descalabradas, en la que Don Quijote demuestra que también tiene en su ‘mente’ una parte de muy contante realismo. “Desta manera fue poniendo precio a otras muchas destrozadas figuras, que después los moderaron los dos jueces árbitros, con satisfación de las partes, que llegaron a cuarenta reales y tres cuartillos”.
En el comienzo de este capítulo Cervantes hace varias reflexiones sobre el arte de la Literatura. Al locuaz criado de maese Pedro en un momento de su narración le dice:
“–Niño, niño –dijo con voz alta a esta sazón don Quijote–, seguid vuestra historia línea recta y no os metáis en las curvas o transversales” [las palabras de DQ rechazando las digresiones parecen reflejar las ideas del propio C.; n.].
Algo parecido le recrimina maese Pedro desde dentro cuando vuelve a las andadas:
“–Muchacho, no te metas en dibujos, sino haz lo que ese señor te manda, que será lo más acertado: sigue tu canto llano y no te metas en contrapuntos, que se suelen quebrar de sotiles. (…) Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala” [La frase responde a un ideal estilístico muy propio del Renacimiento y se ha convertido en proverbial; n.].
Y añade el propio muchacho, que parece haber aprendido:
“–De la prolijidad se suele engendrar el fastidio.”
Finalmente, sobre el teatro nuevo de la época (y en posible referencia a Lope de Vega según algunos cervantistas, como escribe en su Lectura del Quijote el filólogo y catedrático de la Universidad de Navarra, Ignacio Arellano), se produce este coloquio en medio de la narración:
“–No faltaron algunos ociosos ojos, que lo suelen ver todo, que no viesen la bajada y la subida de Melisendra, de quien dieron noticia al rey Marsilio, el cual mandó luego tocar al arma; y miren con qué priesa, que ya la ciudad se hunde con el son de las campanas que en todas las torres de las mezquitas suenan.
–¡Eso no! –dijo a esta sazón don Quijote–. En esto de las campanas anda muy impropio maese Pedro, porque entre moros no se usan campanas, sino atabales y un género de dulzainas que parecen nuestras chirimías; y esto de sonar campanas en Sansueña sin duda que es un gran disparate.
Lo cual oído por maese Pedro, cesó el tocar y dijo:
–No mire vuesa merced en niñerías, señor don Quijote, ni quiera llevar las cosas tan por el cabo, que no se le halle. ¿No se representan por ahí casi de ordinario mil comedias llenas de mil impropiedades y disparates, y, con todo eso, corren felicísimamente su carrera y se escuchan no sólo con aplauso, sino con admiración y todo? Prosigue, muchacho, y deja decir, que como yo llene mi talego, siquiera represente [‘tanto da que represente’; n.] más impropiedades que tiene átomos el sol.
–Así es la verdad –replicó don Quijote.”
Unamuno escribe sobre este capítulo uno de los comentarios más brillantes de los muchos y todavía polémicos que realiza en su Vida de Don Quijote y Sancho según Miguel de Cervantes Saavedra, explicada y comentada por Miguel de Unamuno (1905). Intentaremos resumirlo:
“Arman los maeses Pedros sus retablos de farándula y pretenden que por ser las de ellos figurillas de pasta, declaradas tales, se les respete (…) —Mire, señor, que no haga el ridículo ni se meta a perseguir figurillas de retablo; que estamos todos en el secreto y es éste un juego de compadres en que a nadie se engaña; mire que aquí no se trata sino de pasar el tiempo y hacer que hacemos (…) aquí a nadie se embauca, sino que se deleita y regocija a la galería, que aunque finge creer la comedia tampoco la cree en verdad (…) —Pues porque son de pasta las figurillas y estamos en ello todos —respondo— es por lo que hay que descabezarlas y destrozarlas, pues nada más pernicioso que la mentira por todos consentida. (…) Hay que limpiar el mundo de comedías y de retablos (…) Y acude Maese Pedro cariacontecido y exclama: mire, pecador de mí, que me destruye y echa a perder toda mi hacienda. Pues no vivas de eso, Ginesillo de Pasamonte: es lo que le debemos responder. Trabaja y no armes retablos. (…) ¡Viva la andante caballería y muera la farándula! ¡Muera la farándula! Hay que acabar con los retablos todos, con todas las ficciones sancionadas. (…) Un retablo hay en la capital de mi patria y la de Don Quijote, donde se representa la libertad de Melisendra o la regeneración de España o la revolución desde arriba, y se mueven allí, en el Parlamento, las figurillas de pasta según les tira de los hilos Maese Pedro. Y hace falta que entre en él un loco caballero andante, y sin hacer caso de voces, derribe, descabece y estropee a cuantos allí manotean, y destruya y eche a perder la hacienda de Maese Pedro. (…) Aunque si bien se mira justo es que al que vive de mentiras, cuando se le han quebrado éstas, se le remedie en lo posible el daño hasta que aprenda a vivir de la verdad. Porque es lo que se dice: si quitáis a los faranduleros la farándula, de la cual tan sólo han aprendido a vivir ¿cómo vivirán? (…) ¡Oh Don Quijote el Bueno! y cuán magnánimamente después de haber derribado, descabezado y estropeado la mentira pagaste lo que ella valía, dando cuatro reales y medio por el rey Marsilio de Zaragoza, cinco y cuartillo por Carlo Magno, y así por los otros, hasta cuarenta y dos reales y tres cuartillos. ¡Si no costara más hacer añicos el retablo parlamentario y el otro!”
(Donde se prosigue la graciosa aventura del titerero, con otras cosas en verdad harto buenas. Quijote, II, 26. RAE, 2015)
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(Nota.– El felón virus COVID-19, conocido también como SARS-CoV-2, es un enemigo más resistente de lo que pensábamos. Aún no le conocemos bien. Hemos parado su acometida permaneciendo durante cinco semanas en nuestras casas, pero de la meseta en la que se ha hecho fuerte se niega a descender. Los sanitarios siguen en las trincheras con su lucha diaria, y todavía no pocas veces sin materiales adecuados ni suficientes de protección. La presión ha bajado en las urgencias y plantas de los hospitales, pero es alta en las UCI. Siguen falleciendo muchos ciudadanos, muchos ancianos. Debemos prolongar el confinamiento en esta extraña primavera del año 2020. Y hacer cada vez más test a los sanitarios, a otros profesionales esenciales y a la población general, a fin de disminuir aún más los contagios y programar mejor el desconfinamiento. Varios ensayos de vacunas están en marcha para el futuro. Por ahora no tenemos un medicamento de alta eficacia, pero continúa la búsqueda. Dentro de una semana los niños retomarán parte de la libertad que todos ansiamos. Los pasos deben medirse con cuidado para no volver a perderla, pues el felón aprovechará cualquier oportunidad que le demos. Muchos de ellos están mejor que los adultos, lo llevan con gran naturalidad, pero quieren salir a respirar y jugar al aire libre).
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