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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Pacifismo y miedo (capítulo 27)

Cuando Don Quijote sube una loma para ver a qué se debe el ruido de trompetas y tambores que acaba de oír, no descubre un ilusorio escuadrón de ovejas y carneros (como le ocurre en el Capítulo XVIII de la Primera parte), sino uno muy ‘real’ de hombres armados. El ‘trastorno perceptivo’ que tuvo entonces, la ‘ilusión visual’ que le hizo confundirse igual que con las figurillas del retablo de maese Pedro en el capítulo antecedente creyendo que una auténtica morisma perseguía y estaba a punto de dar caza a Melisendra y a su esposo don Gaiferos, no se vuelve a repetir aquí de nuevo. Don Quijote continúa su periplo de esta Segunda parte en un ‘estado mental’ de menor ‘locura’, sin tantos ‘trastornos perceptivos visuales’ como en la Primera parte. Después de ‘ver’ correctamente un batallón de hombres, se acerca y hace entre ellos un lúcido discurso sobre la guerra y la paz. A continuación tiene oportunidad de experimentar una de las emociones más profundas que tenemos las personas en estado de cordura, quizá la más humana de todas.

“Y volviendo a don Quijote de la Mancha, digo que después de haber salido de la venta determinó de ver primero las riberas del río Ebro y todos aquellos contornos, antes de entrar en la ciudad de Zaragoza, pues le daba tiempo para todo el mucho que faltaba desde allí a las justas. Con esta intención siguió su camino, por el cual anduvo dos días sin acontecerle cosa digna de ponerse en escritura, hasta que al tercero, al subir de una loma, oyó un gran rumor de atambores, de trompetas y arcabuces. Al principio pensó que algún tercio de soldados pasaba por aquella parte, y por verlos picó a Rocinante y subió la loma arriba; y cuando estuvo en la cumbre, vio al pie della, a su parecer, más de docientos hombres armados de diferentes suertes de armas, como si dijésemos lanzones, ballestas, partesanas, alabardas y picas, y algunos arcabuces y muchas rodelas.”

Cuando ‘ve’ (correctamente también) un estandarte con un pequeño asno rebuznando, deduce que “aquella gente debía de ser del pueblo del rebuzno”, y que se proponían entrar en batalla con el pueblo que se burlaba de ellos. Desciende de la loma hasta llegar al estandarte que estaba en medio de todos, algo que le dejan hacer al quedarse sorprendidos por su aspecto y creer que “era alguno de los de su parcialidad”. Y esto dice tras pedir a los aldeanos permiso para hablar:

“–Yo, señores míos, soy caballero andante, cuyo ejercicio es el de las armas, y cuya profesión, la de favorecer a los necesitados de favor y acudir a los menesterosos. Días ha que he sabido vuestra desgracia y la causa que os mueve a tomar las armas a cada paso, para vengaros de vuestros enemigos; y habiendo discurrido una y muchas veces en mi entendimiento sobre vuestro negocio, hallo, según las leyes del duelo, que estáis engañados en teneros por afrentados, porque ningún particular puede afrentar a un pueblo entero (…). Ejemplo desto tenemos en don Diego Ordóñez de Lara, que retó a todo el pueblo zamorano porque ignoraba que sólo Vellido Dolfos había cometido la traición de matar a su rey, y, así, retó a todos (…) pues cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua padre, ayo ni freno que la corrija. Siendo, pues, esto así, que uno solo no puede afrentar a reino, provincia, ciudad, república, ni pueblo entero, queda en limpio que no hay para qué salir a la venganza del reto de la tal afrenta, pues no lo es.”

Acto seguido, teoriza y explica al escuadrón de lugareños (que suponemos con la boca abierta, aunque en esta ocasión el señor Benengeli olvida decirlo) las razones que él entiende que justifican la guerra y el uso de las armas. Razones que no son otras que las comúnmente aceptadas por la teología moral de la época de Cervantes (según nota al texto).

“Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas y poner a riesgo sus personas, vidas y haciendas: la primera, por defender la fe católica; la segunda, por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera, en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la cuarta, en servicio de su rey en la guerra justa; y si le quisiéremos añadir la quinta, que se puede contar por segunda, es en defensa de su patria. A estas cinco causas, como capitales, se pueden agregar algunas otras que sean justas y razonables.”

La evolución de la sociedades occidentales más civilizadas y el movimiento pacifista, muy activo desde la Segunda Guerra Mundial y sobre todo después de la Guerra de Vietnam, han hecho que las “cinco causas” que Cervantes considera aceptables, legítimas, para “tomar las armas y desenvainar las espadas” se hayan reducido sustancialmente. Ya el propio don Miguel no menciona de manera explícita entre las “algunas otras” a la caballería andante que ejerce su armado y combativo hidalgo, porque en este momento da la impresión de estar hablando en serio. ¡Y esto hace que paradójicamente Don Quijote aparezca ahora ante los lugareños y ante los lectores como un pacifista!

El concepto de “guerra justa” está sujeto hoy día a criterios democráticos y a leyes nacionales e internacionales. Un Rey o Presidente de una República o Gobierno no puede decidir por sí mismo cuándo una guerra es “justa” y cuándo no. El criterio fundamental para utilizar las armas o entrar en guerra es el de la legítima defensa. Solo ante un ataque individual o colectivo que suponga un grave riesgo para la propia vida o libertad, las de los familiares, o las del conjunto de los ciudadanos de una nación, se considera hoy aceptable una respuesta armada. Bien es cierto que este criterio puede ser muy laxo cuando median determinados intereses (y a menudo los intereses median), y también que no se tiene la misma perspectiva en Europa occidental y Canadá que en Estados Unidos, por ejemplo, pero en el conjunto del mundo que llamamos civilizado se ha producido una considerable evolución pacifista respecto de los tiempos de Cervantes. Ahora bien, cuidado, porque estamos ante un cambio muy reciente en la historia de la Humanidad. Un cambio de mentalidad activo durante las últimas décadas: ¡tan solo 75 años! (1945-2020), lo que en una magnitud de tiempo histórico apenas equivale a la edad de un bebé de pocos días. Nadie debiera cantar ingenuamente victoria, por tanto. No es posible asegurar que el pacifismo pueda ser un cambio estable en la mentalidad de Occidente. No tenemos la más mínima garantía sobre lo que pueda ocurrir en el futuro, incluso en un futuro próximo… ¡incluso muy próximo! Disfrutamos de un periodo histórico de paz más largo que los anteriores después del terrible impacto y la devastación de la Segunda Guerra Mundial, pero no sabemos si final y fatalmente habrá un nuevo periodo de guerra (justa o no tan justa) siguiendo la que hasta ahora parece haber sido una ley de conducta de la especie homo sapiens.

El ‘pacifista’ Don Quijote continúa ante los del pueblo del rebuzno con sus razones:

“A estas cinco causas, como capitales, se pueden agregar algunas otras que sean justas y razonables y que obliguen a tomar las armas, pero tomarlas por niñerías y por cosas que antes son de risa y pasatiempo que de afrenta, parece que quien las toma carece de todo razonable discurso; cuanto más que el tomar venganza injusta, que justa no puede haber alguna que lo sea, va derechamente contra la santa ley que profesamos, en la cual se nos manda que hagamos bien a nuestros enemigos y que amemos a los que nos aborrecen, mandamiento que aunque parece algo dificultoso de cumplir, no lo es sino para aquellos que tienen menos de Dios que del mundo y más de carne que de espíritu; porque Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que nunca mintió, ni pudo ni puede mentir, siendo legislador nuestro, dijo que su yugo era suave y su carga liviana, y, así, no nos había de mandar cosa que fuese imposible el cumplirla. Así que, mis señores, vuesas mercedes están obligados por leyes divinas y humanas a sosegarse.”

Pero ni las leyes humanas ni las divinas sosiegan a un aldeano que cuando Sancho toma la palabra a continuación y dice que es “necedad” enfadarse por la broma de rebuznar que les gastan los del otro pueblo, que él mismo lo aprendió de muchacho: “y porque se vea que digo verdad, esperen y escuchen, que esta ciencia es como la del nadar, que una vez aprendida, nunca se olvida. Y, luego, puesta la mano en las narices, comenzó a rebuznar tan reciamente, que todos los cercanos valles retumbaron”, cree ese aldeano que se está burlando de ellos, dándole entonces tal golpe con un “varapalo” [‘palo largo y grueso’; n.] que le dejó inconsciente en el suelo.

El valiente y heroico caballero andante Don Quijote de la Mancha tiene en este momento una reacción que ha sido muy comentada por los cervantistas, y cuya interpretación les divide.

“Don Quijote, que vio tan malparado a Sancho, arremetió al que le había dado, con la lanza sobre mano; pero fueron tantos los que se pusieron en medio, que no fue posible vengarle, antes, viendo que llovía sobre él un nublado de piedras y que le amenazaban mil encaradas ballestas y no menos cantidad de arcabuces, volvió las riendas a Rocinante, y a todo lo que su galope pudo se salió de entre ellos, encomendándose de todo corazón a Dios que de aquel peligro le librase, temiendo a cada paso no le entrase alguna bala por las espaldas y le saliese al pecho, y a cada punto recogía el aliento, por ver si le faltaba.”

Cobardía o no cobardía, esta es la cuestión. La nota al pie de página de la edición de la RAE dice: “La actitud de Don Quijote puede juzgarse como cobardía, pero más bien es prudencia o cautela, pues no en balde disparaban armas de fuego, ante las cuales no era deshonroso huir o retroceder.” Bien, pero la cuestión relevante no es el hecho en sí de la huida, sino su porqué, lo que en ese momento ‘siente’ Don Quijote. Y en este punto, tanto el Sr. Benengeli como Cervantes coinciden en informar al lector –y parecen decir verdad– que Don Quijote sale despavorido, llevado a todo galope del miedo, cuando no del pánico. Una reacción que nada tiene de heroica, aunque sea muy humana. El miedo es una de las emociones más potentes que tenemos las personas, si no la más. En este episodio, lo que ‘siente’ el supuesto caballero andante le humaniza profundamente. Máxime cuando el miedo lo sienten por igual (en proporción a las experiencias concretas de los sentidos) los locos que los cuerdos, las personas sanas o las que tienen un trastorno psicótico. Pudiendo proceder en el personaje, que esto no lo aclaran los narradores, tanto de la parte ‘sana’ de su ‘mente’ como de la ‘trastornada’, tanto de la parte ‘loca’ como de la ‘cuerda’, tanto de la ‘identidad real’ dentro de la ficción, el hidalgo Alonso Quijano, como de la ‘identidad delirante’, el caballero Don Quijote… ¡o quizá el miedo procedió de ambas ‘identidades’ y ‘partes de su mente’, porque el galope que dio a Rocinante fue máximo!

(En el comienzo de este capítulo conocemos que el pícaro que se esconde detrás de la identidad de maese Pedro no es otro que Ginés de Pasamonte, uno de los galeotes que liberó Don Quijote en el Capítulo XXII de la Primera parte –y que por tanto le conocía muy bien–, que luego mal se lo agradeció robando el rucio a Sancho Panza; sabemos también del truco que utilizaba con el mono comprado a cristianos ya libres vueltos de Berbería, y de cómo se informaba antes de llegar a un lugar de sus historias más conocidas y los nombres de los protagonistas).

(A su vez, detrás de la identidad literaria del galeote Ginés de Pasamonte, al que Don Quijote llama «Ginesillo de Parapilla», pudiera estar la identidad real, histórica, de Jerónimo de Pasamonte, un aragonés soldado y escritor como Cervantes que participó también en la batalla de Lepanto, fue hecho preso por los turcos, estuvo en galeras, y es autor igual que el personaje cervantino de una autobiografía. Como dijimos en el comentario al PRÓLOGO, Martín de Riquer y otros cervantistas consideran que es el posible autor del Quijote apócrifo de Avellaneda, por haberse sentido en aquel capítulo burlado y bien burlado –quizá debido a algún antiguo pique o asunto personal entre los dos escritores y soldados).

Donde se da cuenta de quiénes eran maese Pedro y su mono, con el mal suceso que don Quijote tuvo en la aventura del rebuzno, que no la acabó como él quisiera y como lo tenía pensado

(Quijote, II, 27. RAE, 2015)

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(Nota.– ¡Llegó por fin un poco de libertad para los niños y adolescentes menores de 14 años, nuestros pequeños héroes! Y pronto para los adultos. Los contagiados con síntomas y test PCR realizado y positivo (en muchos medios de comunicación solo dicen “contagiados”, pero contagiados habrá millones), las personas fallecidas, y la saturación en los hospitales y las UCI van descendiendo. Somos el país del mundo con más sanitarios infectados, más de 35.000, un 20% del total de contagiados confirmados. ¿Por qué? Los sanitarios que han luchado en primera línea en las trincheras sin medios de protección adecuados son los grandes héroes de la pandemia. También otros muchos profesionales a los que ahora llamamos “esenciales” e “imprescindibles”, bastante poco reconocidos antes. Lo peor de lo peor parece ir quedando atrás. Aun así, cautela. No conocemos bien todavía al muy felón COVID-19, pero sí que aprovechará cualquier oportunidad para volver a atacarnos. El movimiento, los gritos, las risas y la alegría han vuelto a las calles por una hora casi infinita. ¡El mundo existe!).

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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