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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Crisis de pareja (capítulo 28)

Nos informa el señor Benengeli, primer autor –y moro– de esta verdadera e histórica biografía del famoso caballero andante, Don Quijote de la Mancha, de una segunda y muy importante ‘crisis de pareja’ entre éste y Sancho Panza, consecuencia del certero varapalo que en el anterior capítulo propinó al escudero, muy a destiempo rebuznador, precisamente uno de los del “pueblo del rebuzno” que se sintió burlado, dejándole sin sentido y teniéndole todavía dolorido y mohíno.

El Sr. Benengeli defiende la actitud y el comportamiento de Don Quijote:

“Cuando el valiente huye, la superchería está descubierta [hay alguna causa que lo justifica], y es de varones prudentes guardarse para mejor ocasión. Esta verdad se verificó en don Quijote, el cual, dando lugar a la furia del pueblo y a las malas intenciones de aquel indignado escuadrón, puso pies en polvorosa y, sin acordarse de Sancho ni del peligro en que le dejaba, se apartó tanto cuanto le pareció que bastaba para estar seguro. Seguíale Sancho atravesado en su jumento, como queda referido. Llegó, en fin, ya vuelto en su acuerdo [recuperada la consciencia], y al llegar se dejó caer del rucio a los pies de Rocinante, todo ansioso, todo molido y todo apaleado.”

Viendo que no tenía heridas visibles en el cuerpo, sin percatarse de la del alma, a Don Quijote no se le ocurre otra cosa que enfadarse y recriminarle:

“–¡Tan enhoramala supistes vos rebuznar, Sancho! ¿Y dónde hallastes vos ser bueno el nombrar la soga en casa del ahorcado? A música de rebuznos, ¿qué contrapunto se había de llevar sino de varapalos? Y dad gracias a Dios, Sancho, que ya que os santiguaron con un palo, no os hicieron el per signum crucis [‘cuchillada en la cara’; nota al pie] con un alfanje.”

El pobre varapaleado Sancho se defiende:

“–No estoy para responder –respondió Sancho–, porque me parece que hablo por las espaldas. Subamos y apartémonos de aquí, que yo pondré silencio en mis rebuznos, pero no en dejar de decir que los caballeros andantes huyen y dejan a sus buenos escuderos molidos como alheña o como cibera [hechos polvo] en poder de sus enemigos.”

Don Quijote justifica entonces su comportamiento del mismo modo que el señor Benengeli (no sabemos si Cervantes estaría o no de acuerdo con la justificación de ambos, porque en este momento no se identifica y permanece callado), haciendo un tipo de razonamientos prácticos y realistas que entran en completa contradicción con los épicos y heroicos que ha utilizado tantas otras veces:

“–No huye el que se retira –respondió don Quijote–, porque has de saber, Sancho, que la valentía que no se funda sobre la basa de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temerario más se atribuyen a la buena fortuna que a su ánimo. Y, así, yo confieso que me he retirado, pero no huido, y en esto he imitado a muchos valientes que se han guardado para tiempos mejores, y desto están las historias llenas.”

Don Quijote coincide así punto por punto con el historiador Benengeli, no reconociendo que fuese cobardía la huida a todo el galope posible de Rocinante que protagonizó en el capítulo precedente. Y lo que es más importante y peor: ¡tampoco tiene la valentía de reconocer ante Sancho el miedo y pánico que de primera mano todos sabemos que sintió cuando “puso pies en polvorosa”!

“De cuando en cuando daba Sancho unos ayes profundísimos y unos gemidos dolorosos; y preguntándole don Quijote la causa de tan amargo sentimiento, respondió que desde la punta del espinazo hasta la nuca del celebro le dolía de manera que le sacaba de sentido.”

Y sigue el caballero incordiando al escudero:

“–La causa dese dolor debe de ser, sin duda –dijo don Quijote–, que como era el palo con que te dieron largo y tendido, te cogió todas las espaldas, donde entran todas esas partes que te duelen, y si más te cogiera, más te doliera.”

Finalmente, Sancho Panza estalla, y a continuación se produce un diálogo con una secuencia narrativa casi idéntica a la que tuvo lugar en el Capítulo VII de esta Segunda parte cuando por indicación de Teresa, su mujer, pidió un salario a Don Quijote.

“–¿Tan encubierta estaba la causa de mi dolor, que ha sido menester decirme que me duele todo todo aquello que alcanzó el palo? Si me dolieran los tobillos, aún pudiera ser que se anduviera adivinando el porqué me dolían, pero dolerme lo que me molieron no es mucho adivinar. A la fe, señor nuestro amo, el mal ajeno de pelo cuelga [‘es fácil desentenderse del mal de otros’; n.], y cada día voy descubriendo tierra de lo poco que puedo esperar de la compañía que con vuestra merced tengo; porque si esta vez me ha dejado apalear, otra y otras ciento volveremos a los manteamientos de marras y a otras muchacherías, que si ahora me han salido a las espaldas, después me saldrán a los ojos. Harto mejor haría yo, sino que soy un bárbaro y no haré nada que bueno sea en toda mi vida, harto mejor haría yo, vuelvo a decir, en volverme a mi casa y a mi mujer y a mis hijos, y sustentarla y criarlos con lo que Dios fue servido de darme, y no andarme tras vuesa merced por caminos sin camino y por sendas y carreras que no las tienen, bebiendo mal y comiendo peor.”

Sin incluir por “respeto” a Don Quijote, ataca a la caballería andante:

“–Quemado vea yo y hecho polvos al primero que dio puntada en la andante caballería, o a lo menos al primero que quiso ser escudero de tales tontos como debieron ser todos los caballeros andantes pasados.”

Todo lo que dice Sancho disgusta a Don Quijote, pero consiente por si alivia su dolor. En esta ocasión se adelanta al escudero y le ofrece saldar cuentas.

“–Hablad, hijo mío, todo aquello que os viniere al pensamiento y a la boca, que a trueco de que a vos no os duela nada, tendré yo por gusto el enfado que me dan vuestras impertinencias; y si tanto deseáis volveros a vuestra casa con vuestra mujer y hijos, no permita Dios que yo os lo impida: dineros tenéis míos, mirad cuánto ha que esta tercera vez salimos de nuestro pueblo y mirad lo que podéis y debéis ganar cada mes, y pagaos de vuestra mano.”

Comienza entonces entre ellos un gracioso coloquio y ajuste de contantes y sonantes cuentas sobre cuál puede ser el salario que corresponde al escudero de un caballero andante, que además de mal beber y mal comer, y de dormir sobre la tierra al raso, ha de hacer frente a muchos y dolorosos peligros, conformándose Sancho al fin con que a los dos ducados que ganaba al mes cuando trabajaba en el pueblo para el padre del bachiller Sansón Carrasco se añadan dos reales más. Y hasta aquí las cuentas iban por muy buen camino, pero de pronto… ¡con la ínsula han topado! Sancho Panza dice que por la palabra de gobierno que se le dió han de añadirse seis reales más al mes desde el mismo momento en que Don Quijote hizo tal promesa: ¡20 años atrás! El caballero se ríe, pero a continuación hace un duro ataque personal. Un ataque inteligentemente escalonado que empieza recordando las leyes de la caballería andante, continúa tentando su punto débil del gobierno de la ínsula, y termina insultándole sin reparos.

“–Ahora digo que quieres que se consuma en tus salarios el dinero que tienes mío; y si esto es así y tú gustas dello, desde aquí te lo doy, y buen provecho te haga, que a trueco de verme sin tan mal escudero, holgareme de quedarme pobre y sin blanca. Pero dime, prevaricador de las ordenanzas escuderiles de la andante caballería, ¿dónde has visto tú o leído que ningún escudero de caballero andante se haya puesto con su señor en «cuanto más tanto me habéis de dar cada mes porque os sirva»? Éntrate, éntrate, malandrín, follón y vestiglo, que todo lo pareces, éntrate, digo, por el maremágnum de sus historias, y si hallares que algún escudero haya dicho ni pensado lo que aquí has dicho, quiero que me le claves en la frente y por añadidura me hagas cuatro mamonas selladas en mi rostro. Vuelve las riendas, o el cabestro, al rucio, y vuélvete a tu casa, porque un solo paso desde aquí no has de pasar más adelante conmigo. ¡Oh pan mal conocido, oh promesas mal colocadas, oh hombre que tiene más de bestia que de persona! ¿Ahora cuando yo pensaba ponerte en estado, y tal, que a pesar de tu mujer te llamaran «señoría», te despides? ¿Ahora te vas, cuando yo venía con intención firme y valedera de hacerte señor de la mejor ínsula del mundo? En fin, como tú has dicho otras veces, no es la miel, etcétera. Asno eres, y asno has de ser, y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida, que para mí tengo que antes llegará ella a su último término que tú caigas y des en la cuenta de que eres bestia.”

¡Demasiado para Sancho! Igual que le ocurrió en el Capítulo VII, ante el potente y contra él directo discurso de Don Quijote se ve desbordado, siente arrepentimiento, y empieza a llorar:

“–Señor mío, yo confieso que para ser del todo asno no me falta más de la cola: si vuestra merced quiere ponérmela, yo la daré por bien puesta, y le serviré como jumento todos los días que me quedan de mi vida. Vuestra merced me perdone y no se duela de mi mocedad [‘inexperiencia’; n.], y advierta que sé poco, y que si hablo mucho, más procede de enfermedad que de malicia; mas quien yerra y se enmienda, a Dios se encomienda [Sancho alega la teología tomística del pecado, diciendo que «sabe poco» (de ignorantia), hablando de su enfermedad (de infirmitate), y apartando la malicia (de malitia). Acto seguido, proclama el propósito de enmienda; n.].
–Maravillárame yo, Sancho, si no mezclaras algún refrancico en tu coloquio. Ahora bien, yo te perdono, con que te enmiendes y con que no te muestres de aquí adelante tan amigo de tu interés, sino que procures ensanchar el corazón y te alientes y animes a esperar el cumplimiento de mis promesas, que, aunque se tarda, no se imposibilita.
Sancho respondió que sí haría, aunque sacase fuerzas de flaqueza.”

Se adentraron después en una alameda para dormir, protegidos por olmos y hayas, “y al salir del alba siguieron su camino buscando las riberas del famoso Ebro”. La crisis había terminado. En la ‘memoria’ de Sancho Panza seguro que quedó grabado el último consejo de Don Quijote, porque a pesar de tan profundo varapalo reconoce que su amo “sabe un punto más que el diablo en cuanto habla y en cuanto piensa”. Un consejo además bien sencillo: “no te muestres de aquí adelante tan amigo de tu interés, sino que procures ensanchar el corazón.”

(De cosas que dice Benengeli que las sabrá quien le leyere, si las lee con atención)(Quijote, II, 28. RAE, 2015) 

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(Nota.- ¡La libertad ha comenzado! Por medio de un extraño proceso llamado “desescalada”. Bueno, el nombre es lo de menos, lo importante es que lo hagamos bien. La fase anterior de ‘escalada’ o confinamiento, de encierro en nuestras casas, requería sobre todo de resistencia. El himno ya famoso del Resistiré (cansinas repeticiones y valores musicales aparte) estaba bien fundamentado. Lo que vamos a necesitar a partir de ahora es aún más difícil: una PROLONGADA RESPONSABILIDAD. Durante meses tendremos que seguir tomando en serio las medidas de distancia física y protección individual y grupal para evitar un nuevo brote del felón SARS-CoV-2. En otras pandemias históricas, los segundos o terceros brotes fueron peores que el primero. Será mejor que los sapiens no olvidemos esto, porque el coronavirus lo tiene grabado en su RNA. ¡Libertad con mucha responsabilidad! ¡Y un gran consenso de Estado sin imposiciones ideológicas para reconstruir entre todos a la muy malherida dama que tanto nos afecta, la economía!).

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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