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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Malicia (capítulo 31)

El Quijote es un libro de burlas. La narración cervantina tiene mucho de comedia burlesca. Aunque afortunadamente desde esta base se eleva, gracias a otros contenidos literarios y humanos, muy por encima de una simple o banal comedia. El texto está salpicado de grandes reflexiones, realistas, aristotélicas, fruto de una sabia experiencia. Y de comportamientos, actitudes, ideales y valores éticos. Sin duda el Quijote hace pensar, tanto o más que sonreír y reír. También emociona, por la empatía que Cervantes demuestra constantemente con la desventura de sus protagonistas. Y por la empatía, amistad y cariño entre ellos mismos… y sus cabalgaduras. La narración tiene dos niveles principales de sentido del humor. El más básico es la burla. La burla, y los golpes y caídas. El Quijote contiene decenas, cientos de burlas. ¡Y no digamos de golpes y caídas! En su inmensa mayor parte las burlas van dirigidas por otros personajes contra el ‘loco’ caballero, la diana perfecta, y su escudero, el ‘escudero del loco’. Estas burlas suelen ser toscas, de grueso calibre, de brocha gorda, irrespetuosas, y con frecuencia agresivas o violentas. Aunque Don Quijote, cuando se pone, también es violento y agresivo en sus muy serias embestidas. El segundo nivel del sentido del humor cervantino es la ironía. Un tipo de humor sutil, inteligente, que mueve más a la sonrisa que a la risa, y recorre el texto de principio a fin contrapesando lo bruto de tanto golpe, de tanta burla y de tanta caída. Y elevando la narración. Cervantes es un maestro de la ironía, ¡por fortuna! Sin este nivel de sentido del humor el Quijote no sería el Quijote. Sin las sabias reflexiones con sus equilibrados matices, la maestría irónica, la emocionante y profunda empatía, los valores éticos, los ideales, y la variedad y excepcional fluidez del lenguaje, sin su complejo discurso mental y textual, sólo por los acontecimientos que se suceden en el ‘viaje por la realidad’ de los dos protagonistas desde un lugar de la estepa manchega al Mediterráneo, y vuelta, la inmortal novela de Cervantes sería un relato burlesco notablemente brutito, aburrido y simple, que haría gracia a algunas personas.

Sancho Panza dirige la peor y más cruel de todas las burlas hechas a Don Quijote, inventando en el Capítulo X una identidad falsa para Dulcinea del Toboso en la figura de una aldeana, “no de muy buen rostro”, que con su olor a ajos “encalabrinó y atosigó el alma” al caballero. Don Quijote quedó así desolado nada más comenzar las aventuras de esta Segunda parte. Y también Unamuno, como dice en el comentario al capítulo que escribe en su Vida de Don Quijote y Sancho. Es cierto que el escudero industrió tan dolorosa burla por necesidad, para salir del atolladero en que le había puesto su amo al encomendarle ir a la “gran ciudad del Toboso” a visitar en embajada a una Dulcinea que sólo existe en la ‘imaginación’ del caballero, pero luego se recreó a placer en el engaño, y se regodea en él en varias ocasiones (como por ejemplo en este capítulo ante Los Duques). El ‘comportamiento’ de Sancho puede entenderse mejor si recordamos que Cervantes le hizo reconocer en el Capítulo VIII su disposición y tendencia naturales: “bien es verdad que soy algo malicioso y que tengo mis ciertos asomos de bellaco”.

La malicia y la bellaquería son tan frecuentes en los personajes del Quijote, y forman parte tan sustancial del nivel básico de humor, el de las burlas, que nos preguntamos: 1) si Cervantes se limita a reflejar la realidad y el tipo de humor que predominaba en su época, 2) si lo utiliza de manera deliberada como técnica narrativa para tener más lectores y éxito, 3) si está reflejando su visión escéptica del mundo, 4) si él mismo disfruta y gusta de este tipo de humor, por ser quizá también un punto malicioso y bellaco, y 5) si el Quijote sigue conectando tanto y tan bien a día de hoy con los lectores porque los lectores también tenemos nuestros asomos de bellaquería y malicia. No podemos asegurar sobre estas cuestiones ninguna cosa, mezcla, ni la contraria, pero sí que nos hubiese gustado hablar largo y tendido con don Miguel para averiguar todo.

El Duque se adelanta a su “casa de placer”, que llama “castillo”, para instruir a todos los criados sobre el recibimiento que deben hacer a Don Quijote como si fuese un caballero andante, siguiendo los protocolos de los libros de caballerías. Dos hermosas doncellas le ponen al entrar un “gran mantón de finísima escarlata”, y todos los criados reunidos derraman frascos de perfume diciendo en alto: “¡Bien sea venido la flor y la nata de los caballeros andantes!” El engaño estaba tan bien preparado y hecho que:

“Aquél fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero, y no fantástico, viéndose tratar del mesmo modo que él había leído se trataban los tales caballeros en los pasados siglos.”

En una sala adornada con ricas telas “de oro y de brocado” le quitan la armadura seis sonrientes doncellas “industriadas y advertidas” por Los Duques, que al verle tan delgado, seco y estirado tuvieron que esforzarse en “disimular la risa” según “una de las precisas órdenes que sus señores les habían dado”. Luego le pidieron que se dejase desnudar para ponerle una camisa, “pero nunca lo consintió, diciendo que la honestidad parecía tan bien en los caballeros andantes como la valentía.”

Cuando se queda a solas en una habitación con Sancho Panza para ponerse la camisa, Don Quijote le reprende con mucha severidad, pero no lo hace con malicia. El motivo de su enfado es el incidente que antes se había producido con la dueña [‘mujer mayor que sirve a una familia noble’; nota al pie, n.] doña Rodríguez, a la que acordándose el escudero de un romance sobre Lanzarote que había oído recitar a su amo: «Cuando de Bretaña vino, que damas curaban dél, y dueñas del su rocino», y “remordiéndole la conciencia de que dejaba al jumento solo” siendo “el pobrecito un poco medroso”, la pidió en voz baja que hiciese el favor y merced de cuidar y alimentar a su “asno rucio”. Esto ofendió sobremanera a la dueña, que le contestó airada. Sancho, muy lejos de callarse, responde con sorna y malicia llamándola vieja. Todo el episodio da mucho gusto a la Duquesa y mucho disgusto a Don Quijote, que a solas con el escudero le pide que tenga mucho cuidado con su lengua.

“–Dime, truhán moderno y majadero antiguo [‘ahora bufón de corte, hombre de placer, y hasta ahora tonto’; n.]: ¿parécete bien deshonrar y afrentar a una dueña tan veneranda y tan digna de respeto como aquélla? (…) Por quien Dios es, Sancho, que te reportes, y que no descubras la hilaza de manera que caigan en la cuenta de que eres de villana y grosera tela tejido. (…) ¿No adviertes, angustiado de ti, y malaventurado de mí, que si veen que tú eres un grosero villano o un mentecato gracioso, pensarán que yo soy algún echacuervos o algún caballero de mohatra?” [‘charlatán y estafador’; n.]. No, no, Sancho amigo: huye, huye destos inconvinientes, que quien tropieza en hablador y en gracioso, al primer puntapié cae y da en truhán desgraciado [‘bufón sin gracia’; n.].”

Sancho Panza hace serio propósito de enmienda, pero no puede evitar sus tendencias más naturales.

“Sancho le prometió con muchas veras de coserse la boca o morderse la lengua antes de hablar palabra que no fuese muy a propósito y bien considerada, como él se lo mandaba, y que descuidase acerca de lo tal, que nunca por él se descubriría quién ellos eran.”

Cuando la mesa está dispuesta para comer, el Duque pide a Don Quijote que haga el honor de sentarse en la cabecera, pero el caballero se niega por considerarlo inmerecido y entre ellos se produce una porfía. Sancho aprovecha pícaro la ocasión para contar un largo cuento (con el mayor gusto y beneplácito de nuevo de la señora Duquesa) sobre un suceso muy parecido que ocurrió en su pueblo entre un hidalgo rico y un labrador pobre y ceremonioso al que invitó a comer y ofreció también la cabecera de la mesa, porfiando asimismo los dos:

“–Hasta que el hidalgo, mohíno, poniéndole ambas manos sobre los hombros, le hizo sentar por fuerza, diciéndole: «Sentaos, majagranzas [‘idiota’; n.], que adondequiera que yo me siente será vuestra cabecera.»

Rematando su relato a placer el escudero: “Y éste es el cuento, y en verdad que creo que no ha sido aquí traído fuera de propósito.” Los Duques advirtieron de inmediato “la malicia de Sancho”. Y Don Quijote se puso “de mil colores, que sobre lo moreno le jaspeaban y se le parecían.”

Don Quijote es duro cuando habla, hiriente, muy claro y directo, carece de la más mínima diplomacia, e incluso dice mentiras (niega haber instruido a Sancho para que controle su lengua), pero no tiene malicia contra los demás. Sancho y Los Duques son otro cantar. En el capítulo precedente los aristócratas manifestaron su intención de seguir la corriente al ‘loco’ para divertirse, iniciando una larga serie de burlas. La primera es tomarle y tratarle como si fuese un auténtico caballero andante. En muchas de las burlas venideras se reirán de Don Quijote con bastante mala uva. Los Duques, la bella Señora Duquesa y el Señor Duque, tienen también sus más que notables asomos de malicia… ¡Y de bellaquería!

Sancho Panza, “siempre aficionado a la buena vida” y a “regalarse” en cuanto podía, se las promete muy felices por la preeminencia que desde el principio le concede la Duquesa, creyendo estar ante una nueva oportunidad de pasarlo a lo grande (empezando por la comida), mejor aún que en casa del Caballero del Verde Gabán y en las bodas de Camacho. Pronto comprobará que está muy equivocado.

A la comida asiste por voluntad de Los Duques un “grave religioso” que al conocer la identidad de Don Quijote se encara con él diciendo que son “disparates”, “vaciedades”, “simplicidades” y “sandeces” todo lo escrito en los libros de caballerías, pidiéndole que vuelva a casa a cuidar de su hacienda, que deje de “andar vagando por el mundo, papando viento y dando que reír a cuantos os conocen y no conocen”, y, en fin, llamándole sin miramientos “alma de cántaro” y “don Tonto”. Ante ofensas tan repentinas y desproporcionadas el caballero se pone de inmediato en pie dispuesto a dar la respuesta que se merece el “religioso”, un… 

“Grave eclesiástico destos que gobiernan las casas de los príncipes: destos que, como no nacen príncipes, no aciertan a enseñar cómo lo han de ser los que lo son; destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos; destos que, queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados, les hacen ser miserables.”

“Pero esta respuesta capítulo por sí merece.”

(Que trata de muchas y grandes cosas)
(Quijote, II, 31. RAE, 2015)

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(Nota.– Entramos ya en Celtiberia en las Fases 1 y 2 de recuperación de nuestra libertad tras el descomunal cautiverio que nos ha impuesto el felón COVID-19 [de gestión técnica y política no hablamos en esta narración]. Hasta ahora nadie sabía que la libertad tiene 5 fases: 0, 1, 2, 3 y… 4 o fase de salida de la ‘nueva normalidad’, dejándola por completo antigua y entrando en la pura y simple ‘normalidad’. ¡Hasta en medio de una pandemia se pueden aprender cosas importantes! Para recuperar toda nuestra libertad, la ‘libertad normal’, queda todavía. Los españoles somos extrovertidos, confiados, a veces un tanto irresponsables, llevamos una primavera encerrados, ha llegado el calor y queda poco para el verano, las miles y miles de terrazas en las que se sirven cañas muy fresquitas han abierto, tenemos excelentes playas, pronto casi todos circularemos por la ‘piel de toro’ y llegarán incontables sonrientes extranjeros, y el fútbol, cómo no, habrá bastante fútbol. Hasta el otoño-invierno, salvo muy graves errores de responsabilidad personal y social, podemos disfrutar de una larga tregua. ¿Qué pensará de todo esto el malicioso felón atrincherado…?).

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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