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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Las constituciones (capítulo 51)

El mayordomo bromista enviado por Los Duques para vigilar a Sancho en la ínsula e informarles de todo, no salía de su asombro. Tras la ronda nocturna dedicó el resto de la noche a “escribir a sus señores lo que Sancho Panza hacía y decía, tan admirado de sus hechos como de sus dichos, porque andaban mezcladas sus palabras y sus acciones, con asomos discretos y tontos.”   

En este capítulo se produce un intercambio de cartas entre Don Quijote y Sancho Panza, culminando con las leyes que, junto a la ‘jurisprudencia’ acumulada mediante los dictámenes y sentencias de los juicios que resuelve, formarán el corpus de conocimientos y sentido común que el gobernador dejará como legado.  

Vayamos por partes. 

En la carta que el caballero andante escribe a su escudero le da nuevos consejos para el buen gobierno de la ínsula, y de todo buen gobierno, pero en esta ocasión son distintos. Los presentes se han desprendido en cierto modo del idealismo cristiano bajo cuyo signo se encuentra la mayoría de los del Capítulo 42. Ahora son más realistas, pragmáticos, laicos, similares a algunos de los que Maquiavelo da en El príncipe (1513). ¡Ni Alonso Quijano es ‘delirante’ al 100%, ni Don Quijote un completo idealista!

“Levantose, en fin, el señor gobernador, y por orden del doctor Pedro Recio le hicieron desayunar con un poco de conserva y cuatro tragos de agua fría [conserva: ‘bocados de fruta u otros vegetales que se cuecen en almíbar y se dejan secar después, escarchándose’. El desayuno más popular de los españoles consistía en unos tragos de aguardiente y unas tajadas de ‘conserva’. Pedro Recio hace sustituir el primero por agua fría, enfriada con nieve, que era moda y lujo entre las personas de prestigio; nota al pie, n.], cosa que la trocara Sancho con un pedazo de pan y un racimo de uvas; pero viendo que aquello era más fuerza que voluntad, pasó por ello, con harto dolor de su alma y fatiga de su estómago, haciéndole creer Pedro Recio que los manjares pocos y delicados avivaban el ingenio, que era lo que más convenía a las personas constituidas en mandos y en oficios graves, donde se han de aprovechar no tanto de las fuerzas corporales como de las del entendimiento [la relación entre el régimen de comidas y la agudeza de ingenio era moneda corriente en la medicina de la época; n.]. Con esta sofistería [‘palabrería de pretendido sabio’; n.] padecía hambre Sancho, y tal, que en su secreto maldecía el gobierno, y aun a quien se le había dado.”   

Después de que el Dr. Recio despertara en el Capítulo 47 la cólera de Sancho, y de que este le dejase claro e impusiese su autoridad y carácter amenazando incluso con romperle una silla en la cabeza, al lector le sorprende la docilidad con que ahora el gobernador acepta la dieta del médico. ¡Servidumbres de personaje! Cervantes antepone los efectos cómicos que constantemente está dirigiendo al lector, a la coherencia de sus criaturas (en esta ocasión Sancho, aunque otras veces ocurre lo mismo con Don Quijote). La comicidad es prioritaria. ¡Donde esté una nueva risa o sonrisa que se quite la perfecta coherencia! El hambre que pasa Sancho, tan amigo del buen comer, produce un notable efecto cómico, y más adelante utilizará también esa misma hambre como justificación en su desencanto del gobierno. ¡Pobres personajes, sometidos a la conveniencia y voluntad omnímodas de los creadores literarios que les dan vida!  

Aquel día Sancho juzgó un juego o dilema de lógica circular que le presentó “un forastero” sobre un hombre que quiso pasar un puente y juró que iba a morir, y como solo se permitía pasar según la ley estipulada a los que jurasen verdad y a los que no se les ahorcaba, si le dejaban pasar vivo el juramento hecho sería falso, con lo que no podría pasar y tendrían que ahorcarle por mentir; pero en cuanto muriese se cumpliría el juramento, por lo que debieran haberle dejado pasar vivo por haber dicho la verdad. Total, que Sancho dio muchas vueltas y revueltas al asunto, y acordándose de uno de los consejos de Don Quijote, concluyó:  

“–Pues están en un fil [fil o filo: ‘línea de la balanza que marca el punto de equilibrio entre los dos platillos, cuando el fiel o aguja está en él’; n.] las razones de condenarle o asolverle, que le dejen pasar libremente, pues siempre es alabado más el hacer bien que mal.”   

El veredicto gustó tanto al mayordomo de Los Duques, que no dudó en comparar al “gran Panza” nada menos que con Licurgo. Se apiadó además de él (que ya estaban preparando la última burla para sacarle del gobierno), “pareciéndole ser cargo de conciencia matar de hambre a tan discreto gobernador”, por lo que tomó la decisión de dejarle comer a gusto, sin permitir que el muy recio doctor le aplicase una vez más su medicina: “dieta y más dieta.”  

Entre los consejos prácticos que Don Quijote da a su escudero en la carta que llegó “al levantar de los manteles”, están estos:  

“Quiero que adviertas, Sancho, que muchas veces conviene y es necesario, por la autoridad del oficio, ir contra la humildad del corazón, porque el buen adorno de la persona que está puesta en graves cargos ha de ser conforme a lo que ellos piden, y no a la medida de lo que su humilde condición le inclina.”  

“Para ganar la voluntad del pueblo que gobiernas, entre otras has de hacer dos cosas: la una, ser bien criado con todos, aunque esto ya otra vez te lo he dicho; y la otra, procurar la abundancia de los mantenimientos, que no hay cosa que más fatigue el corazón de los pobres que la hambre y la carestía.” 

“No hagas muchas pragmáticas [‘disposiciones’, normalmente prohibiendo lo que se suponía un abuso; n.], y si las hicieres, procura que sean buenas, y sobre todo que se guarden y cumplan, que las pragmáticas que no se guardan lo mismo es que si no lo fuesen, antes dan a entender que el príncipe que tuvo discreción y autoridad para hacerlas no tuvo valor para hacer que se guardasen.” 

“Sé padre de las virtudes y padrastro de los vicios. No seas siempre riguroso, ni siempre blando, y escoge el medio entre estos dos estremos, que en esto está el punto de la discreción.” [La exigencia de moderación y reflexión, con formulación de la máxima aristotélica, es una constante cervantina; n.]. 

“Visita las cárceles, las carnicerías y las plazas, que la presencia del gobernador en lugares tales es de mucha importancia.” 

“No te muestres, aunque por ventura lo seas, lo cual yo no creo, codicioso, mujeriego ni glotón; porque en sabiendo el pueblo y los que te tratan tu inclinación determinada, por allí te darán batería, hasta derribarte en el profundo de la perdición.”  

Sancho Panza contesta de inmediato dictando una carta al secretario en la que explica que no le había dado antes noticias porque en la ínsula no para, ocupado de continuo en sus “negocios” aunque no haya “tocado derecho ni llevado cohecho”, como según le han asegurado hicieron otros gobernadores y es “ordinaria usanza en los demás que van a gobiernos, no solamente en éste”, a quienes “o les han dado o les han prestado los del pueblo muchos dineros.” Él, en cambio, por culpa del Dr. Recio está pasando “más hambre que cuando andábamos los dos por las selvas y por los despoblados”, teniendo la sensación de que ha llegado a ese lugar para “hacer penitencia, como si fuera ermitaño.” Le informa también de la ronda nocturna y del marido que ha encontrado para Sanchica, de la visita que hizo a la plaza, de donde tuvo que expulsar por quince días a una desvergonzada “placera” que vendía avellanas nuevas mezcladas con otras vanas, y finalmente se despide de este modo:

“Criado de vuestra merced, Sancho Panza el Gobernador.”

Por su parte, Don Quijote terminó así su carta:

“Tu amigo, Don Quijote de la Mancha.”

“Aquella tarde la pasó Sancho en hacer algunas ordenanzas tocantes al buen gobierno”, mientras sus burladores preparaban la última de las pesadas bromas con la que “despacharle” de él. Ordenó que en la ínsula no hubiese “regatones” [‘especuladores’, ‘revendedores de artículos de primera necesidad’, que compraban a productores y vendedores al menudeo, acaparándolos para hacer subir su precio; n.] y que se pudiera “meter en ella vino de las partes que quisiesen, con aditamento que declarasen el lugar de donde era, para ponerle el precio según su estimación, bondad y fama, y el que lo aguase o le mudase el nombre perdiese la vida por ello.” También: 

“Moderó el precio de todo calzado, principalmente el de los zapatos, por parecerle que corría con exorbitancia; puso tasa en los salarios de los criados, que caminaban a rienda suelta por el camino del interese; puso gravísimas penas a los que cantasen cantares lascivos y descompuestos, ni de noche ni de día; ordenó que ningún ciego cantase milagro en coplas si no trujese testimonio auténtico de ser verdadero, por parecerle que los más que los ciegos cantan son fingidos, en perjuicio de los verdaderos. Hizo y creó un alguacil de pobres, no para que los persiguiese, sino para que los examinase si lo eran, porque a la sombra de la manquedad fingida y de la llaga falsa andan los brazos ladrones y la salud borracha.”  

En fin, nada de todo esto parece tener tanta profundidad y trascendencia como la obra legislativa que el legendario Licurgo hizo en Esparta, o Solón y el reformador democrático Clístenes en Atenas, pero según el Sr. Benengeli se consideraron cosas tan buenas “que hasta hoy se guardan en aquel lugar, y se nombran «Las constituciones del gran gobernador Sancho Panza».  

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Del progreso del gobierno de Sancho Panza, con otros sucesos tales como buenos

(Quijote, II, 51. RAE, 2015)

.La comicidad es prioritaria.

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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