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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Dimisión irrevocable (capítulo 53)

¡Así no hay quién gobierne, por mucho que uno quiera y se esfuerce!

La burla que en este capítulo hacen a Sancho Panza termina definitivamente con la resistencia que le quedaba, presentando su irrevocable dimisión como gobernador de Barataria.

¡La ínsula de sus sueños no resultó ‘en realidad’ como la había soñado! 

Quebraderos de cabeza y trabajo desde el primer minuto juzgando a unos y a otros, esto y aquello; pasar hambre sometido a la dieta antinatural del Dr. Recio para mejorar supuestamente la salud; evitar envenenamientos de espías; no poder descansar la siesta; dictar pragmáticas y constituciones; hacer imprevisibles rondas nocturnas; y ya de últimas y remate, no poder dormir por la noche ante el estruendo del ataque de unos enemigos, con gritos y carreras, campanas, alboroto e “infinitas trompetas y atambores” sonando, al punto de parecer “que toda la ínsula se hundía.”

¡Sucesos de esta magnitud agotan la vocación de mando público de cualquiera! Para los actuales políticos que no se quieren ir del sillón del color que sea ni echándoles agua hirviendo… ¡ya sabemos el remedio!

“«Pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre en un estado es pensar en lo escusado, antes parece que ella anda todo en redondo, digo, a la redonda: la primavera sigue [‘persigue’; nota al pie, n.] al verano, el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua; sola la vida humana corre a su fin ligera más que el viento, sin esperar renovarse si no es en la otra, que no tiene términos que la limiten.» Esto dice Cide Hamete, filósofo mahomético, porque esto de entender la ligereza e inestabilidad de la vida presente, y de la duración de la eterna que se espera, muchos sin lumbre de fe, sino con la luz natural, lo han entendido; pero aquí nuestro autor lo dice por la presteza con que se acabó, se consumió, se deshizo, se fue como en sombra y humo el gobierno de Sancho.”

Con independencia de las creencias religiosas referidas al ‘más allá’ (musulmanas o cristianas), la reflexión que hace Cervantes a plena “luz natural” sobre la brevedad de nuestra vida es bella, dolorosa y certera, muy shakesperiana.

“La séptima noche de los días de su gobierno”, cuando estaba a punto de quedarse dormido, una marabunta de gentes “con hachas encendidas en las manos y con las espadas desenvainadas” llegó hasta su aposento dando voces y gritando:

“–¡Arma, arma, señor gobernador, arma [‘alarma’; n.], que han entrado infinitos enemigos en la ínsula, y somos perdidos si vuestra industria y valor no nos socorre! (…) ¡Ármese luego vuestra señoría, si no quiere perderse y que toda esta ínsula se pierda! (…) que aquí le traemos armas ofensivas y defensivas, y salga a esa plaza y sea nuestra guía y nuestro capitán, pues de derecho le toca el serlo, siendo nuestro gobernador.”

Sancho Panza se quedó atónito, desconcertado, pero aceptó armarse y hacer frente a los supuestos enemigos, su reacción no fue la de esconderse o huir. ¡Estaba dispuesto a defender su amada ínsula con las armas! Entonces le colocaron dos grandes escudos que traían preparados, uno delante y otro detrás, se los ataron con cordeles, y le dieron una lanza. No podía doblar las rodillas ni caminar, cayó al suelo y quedó tendido “como galápago”. Aquella “gente burladora” no le ayudó a levantarse, no tuvo compasión. Al contrario, le pisaron, descargaron una lluvia de golpes de espada sobre los escudos, y alguno incluso se subió encima para dar las órdenes de combate. Mientras, el gobernador –encogido por dentro– “sudaba y trasudaba” hasta el punto de llegar a desear: “¡que se acabase ya de perder esta ínsula y me viese yo o muerto o fuera desta grande angustia!”

Poco después se cantó victoria y cesó la algarabía. Le pusieron en pie, le quitaron los escudos, y le invitaron a “gozar del vencimiento” y a repartir los despojos de los enemigos. Sancho se desmayó por unos instantes. Al volver en sí, ya era otro, ya era el Sancho de siempre. Las cosas habían ido demasiado lejos en su gobierno, y no precisamente por culpa suya. Amanecía. “Calló, y sin decir otra cosa comenzó a vestirse, todo sepultado en silencio”. Luego se dirigió a las caballerizas seguido por todos…

“Y llegándose al rucio le abrazó y le dio un beso de paz en la frente [‘el que se dan los feligreses en la misa en manifestación de mutua amistad, como hijos del mismo Dios’; n.], y no sin lágrimas en los ojos le dijo: –Venid vos acá, compañero mío y amigo mío y conllevador de mis trabajos y miserias: cuando yo me avenía con vos y no tenía otros pensamientos que los que me daban los cuidados de remendar vuestros aparejos y de sustentar vuestro corpezuelo, dichosas eran mis horas, mis días y mis años; pero después que os dejé y me subí sobre las torres de la ambición y de la soberbia, se me han entrado por el alma adentro mil miserias, mil trabajos y cuatro mil desasosiegos.”

Nadie dijo nada. Se montó sobre el rucio y prosiguió su explicación:

“–Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad: dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente. Yo no nací para ser gobernador ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos que quisieren acometerlas. Mejor se me entiende a mí de arar y cavar, podar y ensarmentar las viñas, que de dar leyes ni de defender provincias ni reinos. Bien se está San Pedro en Roma: quiero decir que bien se está cada uno usando el oficio para que fue nacido. Mejor me está a mí una hoz en la mano que un cetro de gobernador, más quiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente que me mate de hambre (…). Vuestras mercedes se queden con Dios y digan al duque mi señor que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; quiero decir que sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los gobernadores de otras ínsulas (…) que saliendo yo desnudo, como salgo, no es menester otra señal para dar a entender que he gobernado como un ángel.”

El Dr. Recio trató de retenerle prometiendo que en adelante le dejaría comer todo lo que quisiese, a lo que Sancho respondió: “¡Tarde piache!” [tarde hablaste, piaste; n.]. “Quédense en esta caballeriza las alas de la hormiga, que me levantaron en el aire para que me comiesen vencejos y otros pájaros, y volvámonos a andar por el suelo con pie llano.”

El mayordomo bromista de Los Duques reconoció que por “su ingenio y su cristiano proceder” le echarían mucho de menos. Ofrecieron que tomase lo que quisiere para su comodidad en el viaje de vuelta, y…

“Sancho dijo que no quería más de un poco de cebada para el rucio y medio queso y medio pan para él, que pues el camino era tan corto, no había menester mayor ni mejor repostería. Abrazáronle todos, y él, llorando, abrazó a todos, y los dejó admirados, así de sus razones como de su determinación tan resoluta y tan discreta.”

La elegancia de Sancho Panza en su despedida, plena de bonhomía, sin asomo del enfado, cólera o ánimo de revancha que por todas las perrerías que le hicieron estarían plenamente justificados, resulta espléndida, excelente, serena, breve, magistral. ¡Todo un ejemplo también para los actuales políticos multicolores!

El lector no puede dejar de preguntarse después de escuchar las razones que Sancho da para dejar el gobierno de la ínsula, si sabía o no sabía que el tal gobierno y su nombramiento como gobernador no eran más que una burla. Se sobreentiende: si Cervantes hace que el personaje sepa o no que está siendo burlado.

Dos frases que el ex gobernador dice en su larga justificación producen cierta duda: 1) la frase, “los enemigos que esta noche se han paseado sobre mí”, podría interpretarse como que el personaje sabe que los únicos enemigos que hubo aquella noche fueron los que se estaban burlando de él, y 2) al Dr. Recio le dice: “no son estas burlas para dos veces” cuando se niega a permanecer en el gobierno de Barataria o aceptar otro. Dos pinceladas de duda en medio de una larga explicación que da a entender al lector lo contrario, la no consciencia del personaje de que su nombramiento como gobernador solo ha sido una pesadita burla más de los Señores Duques. Dos breves e imprecisas pinceladas, pero suficientes para generar la ambigüedad y ambivalencia (o polivalencia) semánticas con las que tanto le gusta jugar a Cervantes. ¡Y a Shakespeare! ¡¡Y que el lector decida!!

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Del fatigado fin y remate que tuvo el gobierno de Sancho Panza

(Quijote, II, 53. RAE, 2015)

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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