Mientras los Señores Duques preparaban para su diversión el falso combate entre Don Quijote y el hijo del labrador rico que les prestaba dineros, poniendo en su lugar a un lacayo gascón de nombre Tosilos (ya que el otro mozo había huido a Flandes por no casarse con la hija ni tener como suegra a doña Rodríguez), Sancho Panza, de vuelta de la ínsula Barataria (o lo que fuese, “que él nunca se puso a averiguar si era ínsula, ciudad, villa o lugar la que gobernaba”), caminando “entre alegre y triste” sobre el rucio, se encontró con seis peregrinos “de estos estranjeros que piden la limosna cantando.” [El canto en coro para pedir limosna se consideraba característico de los mendigos alemanes; nota al pie, n.]. Y según cuenta el muy veraz historiador moro, Cide Hamete Benengeli, como “era caritativo además” les entregó toda la fortuna que llevaba encima, que no era otra que la que había conseguido en su durísima semana de esforzado y voluntarioso trabajo como gobernador: ¡¡medio pan y medio queso!!
De entre los peregrinos se dio a conocer uno que resultó ser “Ricote el morisco”, vecino, amigo de Sancho, y “tendero” rico de Un Lugar de la Mancha. Tras reconocerle, que iba vestido como un “moharracho” [‘mamarracho’; n.], se fundió con él en un abrazo “sin apearse del jumento.”
Cervantes introduce en este capítulo con el episodio de “Ricote el morisco” un importante tema histórico, político y social de su tiempo (que se proyecta con fuerza hasta nuestra más reciente actualidad, hasta pleno siglo XXI en la sociedades occidentales) sobre el que se posiciona de manera compleja. Una realidad específica entra de lleno en la ficción literaria. Los moriscos, los moros que permanecían en España previa conversión a la fe católica (auténtica o fingida) tras la reconquista cristiana del territorio en que vivían, fueron expulsados con voto unánime del Consejo de Estado mediante varios decretos que se promulgaron por orden de Felipe III, desde 1609 a 1613 [n.]. Es decir, justo entre las fechas de publicación de la Primera y la Segunda parte del Quijote, 1605 y 1615. Se calcula que salieron del país unas 300.000 personas. El planteamiento que sobre este hecho histórico hace don Miguel en la novela siempre ha despertado mucho interés en los cervantistas. Trevor J. Dadson, hispanista británico, historiador, académico y profesor en la Universidad de Londres, escribió en su Lectura del ‘Quijote’ que: «Todo el episodio es un acto de subversión por parte de Cervantes. (…) La expulsión fue un acto tan innecesario e injustificado que Cervantes no fue el único en rechazarlo y criticarlo» (Quijote. RAE, 2015).
Los argumentos con los que Dadson defiende su interpretación del pensamiento y la actitud de don Miguel, son estos: 1) Cree que pone el nombre de Ricote al morisco en recuerdo del Valle de Ricote (entre Albacete y Murcia, cerca de esta), último reducto de los moriscos antes de su expulsión definitiva en 1613. 2) Sancho Panza y Ricote eran vecinos y buenos amigos, se tenían aprecio, se abrazan tras reconocerse y cuando se despiden, hablan a solas con confianza, y a Ricote no le importa desvelarle su identidad, a pesar del riesgo, ni tampoco que tiene un tesoro oculto por el que ha venido y quiere llevarse; todo lo cual demostraría que entre los cristianos viejos y los moriscos podía existir verdadera amistad. 3) El retrato del tendero adinerado y de su familia no coincide con «los tópicos de los propagandistas gubernamentales, como los fanáticos fray Jaime de Bleda y Pedro Aznar de Cardona», que les consideraban gente socialmente no integrada. 4) La despedida que los vecinos de Un Lugar de la Mancha hicieron a la hija y a la mujer de Ricote desmontaría a su vez «el tópico de que era una raza odiada por los españoles», pues sus amigos y los del pueblo salieron a despedirlas con pena (hasta el punto que Sancho reconoce que “a mí me hizo llorar, que no suelo ser muy llorón”), admirados de la tristeza y de lo bella que era la joven. “Y a fee que muchos tuvieron deseo de esconderla y salir a quitársela en el camino; pero el miedo de ir contra el mandado del rey los detuvo”. Dadson añade que Cervantes conocía bien la situación real de la Mancha y del cercano Campo de Calatrava, «donde muchos vecinos no tuvieron ningún miedo “de ir contra el mandado del rey” y salieron a ayudar a sus convecinos moriscos, escondiéndolos y amparándolos una y otra vez, llevándoles comida y avisándoles de la llegada de las tropas u otros oficiales mandados a expulsarlos.» 5) El cervantista británico considera como «último acto de subversión cervantina» la que entiende como gran ironía de poner en boca del morisco Ricote un elogio por haber sido expulsado: “que me parece que fue inspiración divina la que movió a Su Majestad a poner en efecto tan gallarda resolución.”
Cervantes, ¿subversivo? ¿Cervantes en contra de la expulsión de los moriscos y a favor de una sociedad multiétnica y multicultural…? Veamos.
Después de comer con los peregrinos sobre la hierba de una alameda, pan, queso, aceitunas, nueces y, sorprendentemente,“cavial” [‘caviar’; n.], y tras empinar todos bien empinado el codo hasta dejar seca la bota de vino que cada uno llevaba, Ricote, que compartió la suya con Sancho, le apartó un poco, se sentaron “al pie de una haya” mientras los demás dormían, y le dijo:
“–Yo tendré lugar de contarte lo que me ha sucedido después que me partí de nuestro lugar, por obedecer el bando de Su Majestad, que con tanto rigor a los desdichados de mi nación [‘grupo étnico o cultural’; n.] amenazaba (…). Bien sabes, ¡oh Sancho Panza, vecino y amigo mío!, como el pregón y bando que Su Majestad mandó publicar contra los de mi nación puso terror y espanto en todos nosotros (…). Doquiera que estamos lloramos por España, que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural (…). No hemos conocido el bien hasta que le hemos perdido; y es el deseo tan grande que casi todos tenemos de volver a España, que los más de aquellos, y son muchos, que saben la lengua, como yo, se vuelven a ella y dejan allá sus mujeres y sus hijos desamparados: tanto es el amor que la tienen; y agora conozco y experimento lo que suele decirse, que es dulce el amor de la patria.”
Esta declaración de amor por la patria y de dolor por la pérdida que Cervantes pone en boca del morisco nos parece sincera. Dice también: “Yo sé cierto que la Ricota mi hija y Francisca Ricota mi mujer son católicas cristianas, y aunque yo no lo soy tanto, todavía tengo más de cristiano que de moro, y ruego siempre a Dios me abra los ojos del entendimiento y me dé a conocer cómo le tengo de servir.”
Un tendero rico (quizá por este motivo Cervantes parodia su nombre como hace tantas veces y le llama Ricote) (1), con una mujer y una hija sinceras creyentes católicas, que ama con sinceridad la patria España, más cristiano que moro, según se declara él mismo, y buen bebedor de vino, puede considerarse un perfil minoritario entre los moriscos. Con este perfil, no con otro, Sancho Panza tiene un amigo morisco (2). Este perfil es el que apoya Cervantes en el texto, no otro, un perfil concreto, personal, en ningún momento se muestra a favor de toda la ‘nación morisca’ (3). Del mismo modo, es a una familia morisca con un perfil socialmente integrado a la que despiden con pena los habitantes de Un Lugar de la Mancha, no a otro tipo de familia morisca (4). Y sobre el quinto argumento de Dadson, la supuesta ironía y acto de subversión de Cervantes al hacer que el morisco Ricote elogie al rey que le ha expulsado de su casa y de su patria, no parece que sean tales si se amplía el contexto de la cita (5):
“–Bien vi, y vieron todos nuestros ancianos, que aquellos pregones no eran sólo amenazas, como algunos decían, sino verdaderas leyes, que se habían de poner en ejecución a su determinado tiempo; y forzábame a creer esta verdad saber yo los ruines y disparatados intentos que los nuestros tenían, y tales, que me parece que fue inspiración divina la que movió a Su Majestad a poner en efecto tan gallarda resolución, no porque todos fuésemos culpados, que algunos había cristianos firmes y verdaderos, pero eran tan pocos, que no se podían oponer a los que no lo eran, y no era bien criar la sierpe [culebra, serpiente] en el seno, teniendo los enemigos dentro de casa. Finalmente, con justa razón fuimos castigados con la pena del destierro, blanda y suave al parecer de algunos, pero al nuestro la más terrible que se nos podía dar.”
Esto piensa Ricote, el personaje morisco socialmente integrado y apreciado por los cristianos, sobre el conjunto de la ‘nación morisca’, su etnia, cultura y religión. Y sobre la dura pena de destierro que hizo pagar a ‘justos’ (unos pocos a su entender) por ‘pecadores’ (la mayoría). Cabe interpretar, pues, que la opinión de don Miguel sobre el destierro de los moriscos es similar. Con matices, reconociendo la existencia de una minoría bien adaptada y las duras consecuencias que para esta supuso, estaría de acuerdo con la expulsión. De la literalidad del texto puede deducirse que Cervantes era favorable a un multiculturalismo multiétnico que demuestre una clara voluntad de integrarse en la cultura de la etnia y nación de acogida, y que en gran parte lo consiga.
Ricote pide por dos veces a Sancho Panza que le ayude a desenterrar el tesoro para sacarlo de España a cambio de 200 escudos, una suma de dinero muy considerable en la época que podría remediar su pobreza. Y por dos veces Sancho se lo niega. La primera vez dice al amigo: “Yo lo hiciera –respondió Sancho–, pero no soy nada codicioso, que, a serlo, un oficio dejé yo esta mañana de las manos donde pudiera hacer las paredes de mi casa de oro y comer antes de seis meses en platos de plata; y así por esto como por parecerme haría traición a mi rey en dar favor a sus enemigos, no fuera contigo, si como me prometes docientos escudos me dieras aquí de contado cuatrocientos.” Y la segunda: “Ya te he dicho, Ricote –replicó Sancho–, que no quiero: conténtate que por mí no serás descubierto, y prosigue en buena hora tu camino y déjame seguir el mío, que yo sé que lo bien ganado se pierde, y lo malo, ello y su dueño.”
Sancho se muestra prudente y temeroso del castigo que había por ayudar a un morisco [se amenazaba con seis años de galeras; n.], y además no quiere traicionar a su rey. Amistad sí, pero no a cualquier precio. Por la lectura de este capítulo se puede entender que Cervantes veía posible y estaba de acuerdo con una sociedad multiétnica y multicultural, aunque no con cualquier condición o tipo de multiculturalismo y de sociedad multiétnica. Subversivo en cierto modo, pero con matices decisivos.
La mayor ‘subversión’ de Cervantes en el Quijote es la de hacer fracasar una y otra vez (de forma tosca, práctica y explícita) el idealismo cristiano frente a la cruda realidad. Luego, mediante la fuerte empatía que genera hacia sus dos personajes principales, mantiene al final viva (de manera sutil, emocional e implícita) la llama de ese idealismo. Cervantes es bastante más que ‘subversivo’. Es complejo, poliédrico, multivalente. ¡Como la vida misma!
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Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna
(Quijote, II, 54. RAE, 2015)
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