Después de encontrar en el camino de vuelta de la ínsula Barataria a su amigo morisco, Ricote, y despedirse de él con un afectuoso abrazo (pero sin aceptar los 200 escudos que le ofreció por ayudarle a sacar de España su tesoro), al exgobernador Sancho Panza, ya muy cerca del castillo de Los Duques, le alcanzó la noche, que era oscura, cerrada, en la que no pudo dormir ni un minuto por ocurrirle un notable suceso significativo.
Como “era verano”, no le importó tener que dormir al raso, y buscando un refugio donde estar más cómodo tuvo la mala suerte de caer con el rucio “en una honda y escurísima sima que entre unos edificios muy antiguos [‘ruinas’; nota al pie, n.] estaba.” Del mismo modo que los grandes héroes clásicos Ulises y Eneas descendieron al averno, y Don Quijote a la cueva de Montesinos, Sancho recibirá con este inesperado, nada deliberado descenso, su bautismo simbólico como héroe. ¡Héroe a su manera, claro!
Pocos metros más abajo llegó al fondo de la sima: “Tentose todo el cuerpo y recogió el aliento, por ver si estaba sano o agujereado por alguna parte; y viéndose bueno, entero y católico de salud, no se hartaba de dar gracias a Dios Nuestro Señor.” El rucio, en cambio, “se quejaba tierna y dolorosamente”, y al oírle empezó a pensar:
“–¡Ay –dijo entonces Sancho Panza–, y cuán no pensados sucesos suelen suceder a cada paso a los que viven en este miserable mundo! ¿Quién dijera que el que ayer se vio entronizado gobernador de una ínsula, mandando a sus sirvientes y a sus vasallos, hoy se había de ver sepultado en una sima, sin haber persona alguna que le remedie, ni criado ni vasallo que acuda a su socorro?”
Se acordó entonces de la bajada de Don Quijote a la cueva de Montesinos, pensando que la suya fue una aventura feliz comparada con la desventura que él ahora estaba viviendo:
“–A lo menos no seré yo tan venturoso como lo fue mi señor don Quijote de la Mancha cuando decendió y bajó a la cueva de aquel encantado Montesinos, donde halló quien le regalase mejor que en su casa, que no parece sino que se fue a mesa puesta y a cama hecha. Allí vio él visiones hermosas y apacibles, y yo veré aquí, a lo que creo, sapos y culebras. ¡Desdichado de mí, y en qué han parado mis locuras y fantasías!”
Locuras y fantasías, reconoce Sancho en sí mismo. A continuación de este momento de ‘autoconciencia crítica’, encuentra una eficaz vía de consuelo:
“–De aquí sacarán mis huesos, cuando el cielo sea servido que me descubran, mondos, blancos y raídos, y los de mi buen rucio con ellos, por donde quizá se echará de ver quién somos, a lo menos de los que tuvieren noticia que nunca Sancho Panza se apartó de su asno, ni su asno de Sancho Panza. (…) ¡Oh compañero y amigo mío, qué mal pago te he dado de tus buenos servicios! Perdóname y pide a la fortuna, en el mejor modo que supieres, que nos saque deste miserable trabajo [‘sufrimiento‘; n.] en que estamos puestos los dos, que yo prometo de ponerte una corona de laurel en la cabeza, que no parezcas sino un laureado poeta, y de darte los piensos doblados.”
El rucio “le escuchaba sin responderle palabra alguna” [Cervantes quizá recordaba una referencia de Boiardo al caballo de Ranaldo, que entendía las palabras que se le dirigían, por más que no pudiese contestar; n.], y en estas y otras lamentaciones pasó toda la noche hasta la llegada del día. Comprobó que sin ayuda no era posible salir de aquel infierno. Empezó a dar voces, pero como no hubo respuesta ni señales de nadie, “se acabó de dar por muerto.”
De nuevo necesitó consolarse:
“Estaba el rucio boca arriba, y Sancho Panza le acomodó de modo que le puso en pie, que apenas se podía tener; y sacando de las alforjas, que también habían corrido la mesma fortuna de la caída, un pedazo de pan, lo dio a su jumento, que no le supo mal, y díjole Sancho, como si lo entendiera: Todos los duelos con pan son buenos.”
Descubrió entonces un agujero, lo agrandó para que pudiese pasar el jumento, y dieron ambos en una galería más espaciosa por la que empezaron a caminar buscando alguna salida. “A veces iba a escuras y a veces sin luz, pero ninguna vez sin miedo.” Recordando otra vez a Don Quijote, pensó en la creencia que de estar allí su amo seguramente tendría de salir pronto de la sima a “algún florido prado.” Él, por contra, decía para sí: “Falto de consejo y menoscabado de ánimo, a cada paso pienso que debajo de los pies de improviso se ha de abrir otra sima más profunda que la otra, que acabe de tragarme.”
El ‘pensamiento’ de Sancho Panza en la situación límite en que se encuentra es temeroso y negativo, en contraposición a los optimistas ‘delirios’ de Don Quijote, pero también sabe darse ánimos y consolarse: 1) se apoya en la amistad, la que tiene con su asno, hasta el punto de correr los dos la misma suerte en “la hora última de nuestro pasamiento”, 2) se apoya en poder satisfacer en ese momento una necesidad primaria, la comida, que con generosidad cede primero a su amigo, y 3) ante el pensamiento de poder caer en una sima aún más profunda que termine por tragarle, es decir, ante la posibilidad de morir, se apoya en un nuevo refrán de autoconsuelo: “Bien vengas mal, si vienes solo.”
Miedoso y con pensamientos negativos, ciertamente, aunque el personaje de Sancho Panza también demuestra en este suceso que le pone ante la muerte tener capacidad de respuesta, de afrontamiento, no ser un completo e ineficaz cobarde. ¡Y eso que el buen exgobernador volvía desnutrido y vapuleado por el sin fin de burlas que le hicieron en la ínsula Barataria!
Quiso la casualidad (y Cervantes) que a la boca misma de la cueva llegase Don Quijote, que estaba entrenando con Rocinante para el combate del día siguiente con Tosilos (el lacayo que iba a ocupar el puesto del hijo del labrador rico “robador de la honra” de la hija de la dueña doña Rodríguez). Don Quijote oyó las voces, y cuando Sancho se identificó quedó “atónito”, pensando que había muerto y hablaba desde el otro mundo.
“Y llevado desta imaginación dijo:
–Conjúrote por todo aquello que puedo conjurarte como católico cristiano que me digas quién eres; y si eres alma en pena, dime qué quieres que haga por ti, que pues es mi profesión favorecer y acorrer [‘socorrer’; n.] a los necesitados deste mundo, también lo seré para acorrer y ayudar a los menesterosos del otro mundo, que no pueden ayudarse por sí propios.”
Sancho reconoció “el órgano de la voz” de su amo, y preguntó si era él:
“–Don Quijote soy –replicó don Quijote–, el que profeso socorrer y ayudar en sus necesidades a los vivos y a los muertos.”
Sancho Panza aseguró: “Nunca me he muerto en todos los días de mi vida.” Le contó lo que había sucedido, y añadió que el rucio, que estaba también allí, “no me dejará mentir”. “¡Famoso testigo!”, respondió Don Quijote. Luego se fue a buscar ayuda al castillo de Los Duques, llevaron “sogas y maromas”, y finalmente sacaron a los dos de aquel averno.
Héroe ya, defendió su trabajo como gobernador cuando un impertinente “estudiante” se burló al ver el estado en que salía de la sima:
“–Desta manera habían de salir de sus gobiernos todos los malos gobernadores: como sale este pecador del profundo del abismo, muerto de hambre, descolorido y sin blanca, a lo que yo creo.”
Una vez que contestó al joven “hermano murmurador”, Don Quijote salió en su ayuda diciendo que no merece la pena enojarse “de lo que oyeres, que será nunca acabar: ven tú con segura conciencia, y digan lo que dijeren, que es querer atar las lenguas de los maldicientes lo mesmo que querer poner puertas al campo.” ¡Y eso que Cervantes no conocía la TV ni Twitter! Sancho “no quiso subir a ver al duque sin que primero no hubiese acomodado al rucio en la caballeriza, porque decía que había pasado muy mala noche en la posada.” Una vez que acomodó al jumento, se presentó ante los Señores Duques y les explicó por qué había decidido dimitir como gobernador de la ínsula Barataria. Entre otras cosas, y para dejar clara su honradez, les dijo que entró desnudo y desnudo había salido, “si he gobernado bien o mal, testigos he tenido delante, que dirán lo que quisieren.” Añadió que había “tanteado las cargas que trae consigo, y las obligaciones, el gobernar”, y que “antes que diese conmigo al través el gobierno, he querido yo dar con el gobierno al través.”
La razones de Sancho son genéricas y no resultan convincentes. En ningún momento apunta, ni siquiera de manera muy indirecta, que se haya percatado de que todo el asunto del gobierno de la ínsula ha sido una gran burla. Algo que cuesta creer al lector. Si el personaje Sancho Panza se hubiese dado cuenta (por decisión de Cervantes, por supuesto) de que fue objeto de una broma, el porqué de su dimisión sería obvio. Si el personaje no es consciente de la burla que le han hecho (como parece en este capítulo), la dimisión se justificaría mejor por lo insoportable de las pesadas bromas que le gastan, que por las dificultades ‘reales’ del gobierno.
¡Sancho, pues, merecía seguir siendo gobernador! ¡Pero ya era tarde! Y ante todos y los divertidos Duques manifestó que quería volver al servicio de su señor Don Quijote.
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De cosas sucedidas a Sancho en el camino, y otras que no hay más que ver
(Quijote, II, 55. RAE, 2015)
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