Cuando el mayordomo contó a Los Duques todas las burlas que hicieron al supuesto gobernador Sancho Panza en la supuesta ínsula Barataria, “no pequeño gusto recibieron”. Y como no podía ser de otra manera, “no quedaron arrepentidos”. Es lógico que Cervantes no se arrepienta de las burlas que concibe y escribe para que muchos de sus personajes se las hagan a los dos principales, los paganos de la novela, los muy católico-cristianos Don Quijote y Sancho. Su libro –aunque ni mucho menos solamente– va de esto, es un relato de burlas, de parodias, que necesita divertir al lector por su concepción narrativa y para tener éxito. Aunque hoy día estas burlas nos puedan parecer en no pocas ocasiones excesivas, gruesas, toscas, brutas, que se pasan claramente de la raya de acuerdo a nuestros actuales parámetros de respeto y educación entre personas, ¡y más aún yendo dirigidas a un ‘enfermo mental’!, en el contexto social de su época eran ‘normales’.
Don Miguel de Unamuno, en su Vida de Don Quijote y Sancho según Miguel de Cervantes Saavedra (1905), no lo entiende de este modo y se irrita bastante con todas las burlas que llueven sobre su idolatrado personaje heroico, Don Quijote. Esto dice don Miguel (de Unamuno):
“¡Oh, y qué terrible es en sus burlas el hombre! Más de temer es la burla del hombre que no la seria acometividad de una fiera salvaje, que os ataca por hambre. (…) ¡Cosa terrible la burla! Dicen que por burla, señor mío Don Quijote, se escribió tu historia, para curarnos de la locura del heroísmo, y añaden que el burlador logró su objeto. (…) Ríense los más de los que leen tu historia, loco sublime, y no pueden aprovecharse de su meollo espiritual mientras no la lloren. ¡Pobre de aquel a quien tu historia, Ingenioso Hidalgo, no arranque lágrimas, lágrimas del corazón, no ya de los ojos! En una obra de burlas se condensó el fruto de nuestro heroísmo; en una obra de burlas se eternizó la pasajera grandeza de nuestra España; en una obra de burlas se cifra y compendia nuestra filosofía española, la única verdadera y hondamente tal; con una obra de burlas llegó el alma de nuestro pueblo, encarnada en hombre, a los abismos del misterio de la vida. Y esa obra de burlas es la más triste historia que jamás se ha escrito; la más triste, sí, pero también la más consoladora para cuantos saben gustar en las lágrimas de la risa la redención de la miserable cordura a que la esclavitud de la vida presente nos condena. (…) Esa obra, mal entendida y peor sentida”.
¡Qué fuerte Unamuno!, diríamos en el expresivo lenguaje coloquial de los jovencit@s y no tan jovencitos de principios del siglo XXI. ¡Llorar el Quijote por dentro, desde el corazón! Fuerte, sin duda. Recuperados un poco del impacto emocional que causa el potente pensamiento del rector de la Universidad de Salamanca, podemos reflexionar y coincidir con él en parte. Sin entrar en las altas abstracciones y conceptos genéricos tan característicos de la Generación del 98 y de muchos otros pensadores y literatos de principios del siglo XX, como Ortega y Gasset, sobre el ‘alma’, las verdades únicas, los misterios insondables de la vida, el heroísmo, la esclavitud cotidiana, la grandeza, filosofía y carácter de los pueblos, de España y de los españoles, etc., lo cierto es que el Quijote muy bien puede entristecer y hacer llorar a los lectores. Por la generosidad y nobleza del caballero, por la ausencia de malicia, por su dolor ‘físico’, por las muchas magulladuras, hematomas y heridas que recibe un hombre de edad avanzada, por su sufrimiento e inquebrantable fidelidad de enamorado, por encontrar el sentido último de la vida en el amor, por la empatía hacia un ‘enfermo mental’ del que casi todos se burlan sin contemplaciones, por su ingenuo idealismo de niño, por el anhelo de libertad y justicia, por el estoicismo y paciencia ante las constantes agresiones de que es objeto y víctima, por el ánimo con que se levanta cuando cae, por su dignidad y entereza, por la fraterna amistad con Sancho, por la bonhomía de ambos. Hay muchas razones y motivos para entristecerse y llorar, pero muchos más para reír. La risa predomina en el Quijote en frecuencia e importancia. La risa, el sentido del humor, es esencial, es el eje en torno al que gira la estructura de la narración. Y las dos, risa y llanto, son parte fundamental de la vida de las personas, vivencias inevitables e imprescindibles para constituirnos como humanos. Cervantes nos regala mediante su arte de la Literatura una versión amable de esa dualidad invirtiendo el irónicamente pesimista dicho: «¿Qué tal estás? Bien a ratos y mal de continuo». El Quijote no es solo una grandísima comedia. A diferencia de muchas de las implacables obras de Shakespeare sobre la naturaleza humana y el poder, puede entenderse y sentirse en su conjunto como una amable tragicomedia con la que podemos reír y sonreír de continuo, y tal vez entristecernos o incluso llorar en algún momento. Para quienes lo entiendan y sientan como la historia del fracaso de los más nobles ideales humanos frente a la cruda realidad, el sentimiento de tristeza y el llanto serán más hondos y duraderos. Los lectores que encuentren la llama de la esperanza en medio de ese fracaso, tendrán en las lágrimas también el consuelo de su corazón.
Los Duques seguían con el férreo propósito de divertirse a costa del caballero y del escudero. Llegó el día del combate amañado entre Don Quijote y el lacayo Tosilos, que por orden del Duque iba a ocupar fraudulentamente el puesto del hijo del labrador rico prestamista de los aristócratas (el que había “yogado” con la hija de la dueña doña Rodríguez quitándole la honra, pero que en esos momentos estaba en “Flandes”). El caso es que estando ya todo preparado en el patio del castillo de Los Duques, habiendo acudido gentes de todas las aldeas de los alrededores sorprendidas por un combate medieval que desde el Concilio de Trento (1545-63) estaba prohibido para establecer justicia [n.], a caballo los contendientes y dispuestos a acometerse (si bien El Duque había instruido a Tosilos para que no matase ni hiriese a Don Quijote; aunque el historiador moro, Sr. Benengeli, no aclara si por caridad cristiana o por el enorme lío en que se hubiese metido al permitir celebrar en su casa un combate ilegal con resultado de muerte), renovada por doña Rodríguez y su hija la fe que depositaban en Don Quijote para resolver su cuita, sonando ya tambores y trompetas, se quedó de pronto pensativo el lacayo, y ocurrió lo que nadie había pensado:
“Parece ser que cuando estuvo mirando a su enemiga le pareció la más hermosa mujer que había visto en toda su vida, y el niño ceguezuelo a quien suelen llamar de ordinario «Amor» por esas calles no quiso perder la ocasión que se le ofreció de triunfar de una alma lacayuna y ponerla en la lista de sus trofeos; y así, llegándose a él bonitamente sin que nadie le viese, le envasó al pobre lacayo una flecha de dos varas por el lado izquierdo y le pasó el corazón de parte a parte; y púdolo hacer bien al seguro, porque el Amor es invisible y entra y sale por do quiere, sin que nadie le pida cuenta de sus hechos.”
Muy quieto se quedó Tosilos, pues “estaba nuestro lacayo transportado, pensando en la hermosura de la que ya había hecho señora de su libertad”. Don Quijote inició la carrera, pero el joven llamó a voces al maestro de campo y le dijo que, mejor pensado, prefería darse por vencido y casarse con “aquella señora”.
El desconcierto fue general. El Duque “quedó suspenso y colérico en estremo”. Tosilos se dirigió donde estaba doña Rodríguez con su hija, y habló de esta manera:
“–Yo, señora, quiero casarme con vuestra hija y no quiero alcanzar por pleitos ni contiendas lo que puedo alcanzar por paz y sin peligro de la muerte.
Oyó esto el valeroso don Quijote y dijo:
–Pues esto así es, yo quedo libre y suelto de mi promesa: cásense enhorabuena, y pues Dios Nuestro Señor se la dio, San Pedro se la bendiga.”
Entonces se quitó el enamorado pre combatiente la celada y todos vieron quién era. La primera reacción de la hija y de doña Rodríguez fue la de denunciar engaño: “¡Éste es engaño, engaño es este! ¡A Tosilos, el lacayo del duque mi señor, nos han puesto en lugar de mi verdadero esposo! ¡Justicia de Dios y del rey de tanta malicia, por no decir bellaquería!”
Una malicia y bellaquería procedentes de los inventores y patrocinadores de la burla: los Señores Duques. Cervantes mete (o envasa) una buena puya a la pareja de aristócratas. Aunque de manera indirecta, les llama bellacos y maliciosos. Con estos calificativos compensa en cierta forma y hace justicia poética por todas las burlas a las que para su diversión someten sin tregua al hidalgo ‘loco’ y al labrador manchegos. Pero tampoco quiere hacer sangre con ellos (no es su estilo, no le convenía atacar a la clase social de sus mecenas, la censura de la época seguramente le hubiese dado el alto, y lo principal: estos personajes de inclinación burlesca le resultan muy útiles para construir muchos de los capítulos de esta Segunda parte), de modo que hace salir a Don Quijote diciendo que la malicia y la bellaquería no proceden de Los Duques, sino de los “malos encantadores” que le persiguen, que habían transformado la cara del hijo del labrador prestamista en la del lacayo Tosilos, como antes transformaron al Caballero de los Espejos en el Bachiller Sansón Carrasco y a Dulcinea del Toboso en una rústica aldeana. ¡Don Quijote salva a Los Duques con su ‘paranoia’ o ‘delirio de persecución’ de quedar ante las dueñas y los súbditos allí reunidos como unos maliciosos bellacos!
“Los más quedaron tristes y melancólicos de ver que no se habían hecho pedazos los tan esperados combatientes, bien así como los mochachos quedan tristes cuando no sale el ahorcado que esperan porque le ha perdonado o la parte o la justicia.” (Como se ve, para Cervantes la malicia y la bellaquería estaban bastante extendidas en su tiempo… ¡quizá tanto como ahora!). En cambio, gracias a una rápida y sorprendente segunda reacción que tuvieron doña Rodríguez y su hija: “Séase quien fuere este que me pide por esposa, que yo se lo agradezco, que más quiero ser mujer legítima de un lacayo que no amiga y burlada de un caballero”, no quedaron finalmente las dos tristes ni llorosas, sino “contentísimas de ver que por una vía o por otra aquel caso había de parar en casamiento”.
Alegría de unos, tristeza de otros, así es el Quijote.
De la descomunal y nunca vista batalla que pasó entre don Quijote de la Mancha y el lacayo Tosilos en la defensa de la hija de la dueña doña Rodríguez
(Quijote, II, 56. RAE, 2015)
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