“Sancho, aunque aborrecía el ser gobernador, como queda dicho, todavía deseaba volver a mandar y a ser obedecido, que esta mala ventura trae consigo el mando, aunque sea de burlas.”
Cervantes empieza este capítulo con una inmejorable descripción irónica del ‘enganche’ del Poder, de esa ‘adicción política’ que padecen algun@s, de la que los más propensos y habilidosos hacen carrera, la mantienen activa durante 20 o más años de ejercicio continuo, para general sorpresa de los ciudadanos. El Poder, en efecto, ‘engancha’ muchísimo. Algún alto mandatario ha llegado a reconocer en privado que proporciona un placer que supera a todos: a la riqueza, el sexo, las emociones y las sustancias (pero como es lógico, ninguno quiere reconocerlo en público: prefieren decir que tienen ‘vocación de servicio’, o que buscan el ‘bien común’). Mandar y ser obedecido. ¡Quién puede resistirse!
Se acercaron por la tarde a la playa Don Quijote y Sancho Panza con don Antonio Moreno para visitar las galeras, y fueron recibidos con todos los honores [‘Barcelona estaba guardada por cuatro galeras, que la protegían de las incursiones de los corsarios berberiscos y la aprovisionaban; sus nombres eran Sant Jordi, la capitana, Sant Maurici (o Maurícia), Sant Ramon (o Ramona) y Sant Sebastià’; nota al pie, n.]:
“Disparó la capitana el cañón de crujía [‘pasillo elevado que recorre la galera de proa a popa, entre los remeros’; n.] y las otras galeras hicieron lo mesmo, y al subir don Quijote por la escala derecha toda la chusma le saludó como es usanza cuando una persona principal entra en la galera, diciendo «¡Hu, hu, hu!» tres veces.”
El general al mando les recibió amable y con elogios. Don Quijote estaba “alegre sobremanera de verse tratar tan a lo señor.” El oficial que dirigía las maniobras para zarpar “dio señal con el pito que la chusma hiciese fuera ropa” [‘era la orden que se daba para que los remeros se desnudasen de la chaquetilla o chaleco y se preparasen a bogar con fuerza’; n.]. Lo cual, hecho en un instante, dio pie para que un marinero cogiese en volandas a Sancho y le pasase a los bancos de remeros del lado de babor, que le fueron dando vueltas y vueltas hasta los de estribor, para terminar de nuevo en la popa. Aturdido, Sancho no sabía qué había pasado, mientras Don Quijote echó mano a la espada para que a nadie se le ocurriese hacer lo mismo con él. Pero en ese momento cayó de golpe con gran estruendo “la entena” [‘palo o verga horizontal que sostiene una vela’; n.], dando un tremendo susto a los dos. Se oyó orden que “zarpasen el ferro” [‘levar anclas’; n.], los remeros empezaron a bogar, y la galera a moverse. Entonces Sancho hizo una profunda e inesperada reflexión:
“Cuando Sancho vio a una moverse tantos pies colorados, que tales pensó él que eran los remos, dijo entre sí: «Éstas sí son verdaderamente cosas encantadas, y no las que mi amo dice. ¿Qué han hecho estos desdichados, que ansí los azotan, y cómo este hombre solo que anda por aquí silbando tiene atrevimiento para azotar a tanta gente? Ahora yo digo que éste es infierno, o por lo menos el purgatorio».”
En cambio, Don Quijote, también de manera sorprendente, hizo otra mucho más práctica:
“–¡Ah, Sancho amigo, y con qué brevedad y cuán a poca costa os podíades vos, si quisiésedes, desnudar de medio cuerpo arriba, y poneros entre estos señores y acabar con el desencanto de Dulcinea! Pues con la miseria y pena de tantos no sentiríades vos mucho la vuestra, y más, que podría ser que el sabio Merlín tomase en cuenta cada azote déstos, por ser dados de buena mano, por diez de los que vos finalmente os habéis de dar.”
Sin darle tiempo a responder, gritó un marinero:
“–Señal hace Monjuí de que hay bajel de remos en la costa por la banda del poniente” [‘Montjuïc’, monte al sur de Barcelona, desde el que se avistaban las incursiones navales; n.].
Y así era, un bergantín que pensaron sería de corsarios de Argel se dio a la fuga, creyendo que por su ligereza podría escaparse. Pero las galeras pronto lo alcanzaron, y cuando el “arráez” [‘capitán’; n.] ante las voces para que se rindiese pensaba hacerlo, “dos toraquis, que es como decir dos turcos, borrachos”, dispararon sus escopetas y mataron a dos soldados. El general de las galeras juró ahorcar a todos los tripulantes del bergantín.
“Volvieron a la playa, donde infinita gente los estaba esperando, deseosos de ver lo que traían. Dio fondo el general cerca de tierra y conoció que estaba en la marina el virrey de la ciudad.”
Lo que sucede a partir de ahora es un artificioso cuento de hadas. El arráez del bergantín moro resulta que era una bella jovencita disfrazada, Ana Félix, una morisca llevada a la fuerza a “Berbería” que dice ser cristiana, “y no de las fingidas ni aparentes, sino de las verdaderas y católicas.” Cuenta a todos su historia con la soga al cuello que el general ya le había puesto, pero autorizada por el virrey (que subió a la capitana y quedó impactado por su hermosura, creyendo que era varón). Dijo que al salir de España debido al decreto de expulsión de los moriscos iba acompañada de su novio cristiano, don Gaspar Gregorio, que ahora estaba en Argel en gran peligro y disfrazado de mujer, pues “entre aquellos bárbaros turcos en más se tiene y estima un mochacho o mancebo hermoso que una mujer, por bellísima que sea.” Había vuelto con permiso del rey moro para recuperar el tesoro escondido por su padre, que no era otro que Ricote, el morisco vecino y amigo de Sancho Panza con el que se encontró cuando volvía algo triste hacia el castillo de Los Duques después de dejar el gobierno de la ínsula Barataria (capítulo 54). Y resulta que Ricote también estaba allí, entre los que subieron con el virrey a la galera. Total, que entre muchas lágrimas, suspiros y sollozos de todos, padre e hija felizmente se reencuentran. Ricote asegura que ellos no convinieron “en ningún modo con la intención de los nuestros, que justamente han sido desterrados” (se refiere a los moriscos), comprometiéndose a financiar el viaje para rescatar a don Gregorio. Finalmente, don Antonio Moreno se llevó invitada a su casa a la familia morisca, y el virrey perdonó la vida a los moros, incluidos los “toraquis”. “Tanta fue la benevolencia y caridad que la hermosura de Ana Félix infundió en su pecho.”
“Ricote y su familia son moriscos de Castilla, expulsados por decreto real en 1610. En ambos capítulos, II, 54 y 63, topamos, pues, con la «Historia». Ricote y su hija son personajes ficticios e históricos a la vez (…). Dicho de otro modo, la Historia es convertida en novela, por precaución, y porque no era posible presentarla en toda su crueldad. En vez de pintarla tal como es, C. prefiere edulcorarla mezclando los rasgos realistas con los novelescos. Ante estas escenas de gobernadores clementes y de nobles protectores de moriscos, el lector del Q. reacciona con la misma perplejidad que el del Persiles: una visión tan idealizada de España, del país que por propia experiencia conoce, resulta demasiado acicalada para poder pasar por verdadera. Pero hay algo más. El lector no sólo echa de menos la autenticidad histórica en estas páginas en demasía novelescas, sino que también comienza a acusar la insuficiencia de la novela heroica. (…) En el litoral de Barcelona, frontera de España, vienen a coincidir la crisis del protagonista, la de su utopía y la de la novela heroica. Sólo una novela distinta, que incluyera una reflexión crítica sobre sus propios límites, podría sobrevivir a este percance. La obra de C. sobrevive: no solamente reproduce la novela, sino que la destruye para introducir la antinovela. La nueva literatura cervantina supera la contradicción entre ambos discursos, novelesco-tradicional e histórico (…) Renegados, cristianos dudosos, falsos peregrinos, «travestis» (don Gregorio, vestido de mujer, aún espera su liberación en el harén de Argel). Todo ello es indicio de un mundo nuevo, heterogéneo y ambiguo, que no exige ya los credos firmes y las identidades claras que a sí mismo se imponía DQ, y donde el único pasaporte válido es el «dinero»” (Georges Güntert, Lecturas del Quijote).
De este modo interpreta el cervantista suizo, catedrático y profesor emérito de la Universidad de Zúrich: 1) el tratamiento novelesco que Cervantes hace de la Historia, en concreto de la expulsión de los moriscos, y 2) el giro innovador que al introducir la Historia en la ficción da a la concepción literaria de la novela que existía previamente.
Sobre esta interpretación haremos dos comentarios. En primer lugar, decir que la “insuficiencia de la novela heroica” y las identidades múltiples, heterogéneas, complejas, no monolíticas ni idealizadas ni heroicas, son mostradas por Cervantes y percibidas por el lector desde el Capítulo I de la Primera parte. Este es su propósito e intención declarados en el Prólogo y puestos de manifiesto de manera más que gráfica con la elección de un ‘loco’ para el papel protagonista de héroe. En los últimos capítulos de la Segunda parte que transcurren en Barcelona y culminan con la derrota del caballero andante en su playa, a lo que asistimos es al desenlace final de lo mostrado y percibido desde el principio de la novela. En segundo lugar, el tratamiento que en este capítulo hace Cervantes de la expulsión de los moriscos (en el capítulo 54 resulta más equilibrado, ¡pero en ningún caso multicultural sin claras condiciones!) es ahora, en efecto, tan edulcorado, acicalado, novelesco, idealizado e inverosímil, que más que topar con la Historia parece que topemos con una versión hollywoodiense de la Historia con final feliz. Hasta el punto de que la “antinovela” histórica resulta más novelesca que la propia novela. ¿Por qué hizo esto Cervantes? ¿Por qué decidió narrar así este hecho histórico? Probablemente, para no tener problemas con las autoridades y la censura de su época. Y también porque era lo que más convenía a un relato de entretenimiento cuya pretensión explícita (la implícita era alcanzar la gloria literaria universal, que finalmente logró) era agradar, divertir, vender y granjear buena fama a su autor entre un público casi exclusivamente cristiano. Pero un matiz queremos recordar que ya señalábamos en el capítulo 54 y don Miguel vuelve a remarcar en este. Los moriscos que Cervantes hace que despierten la simpatía del lector, que sean aceptados y queridos por sus vecinos, e incluso en esta ocasión protegidos por las autoridades (un general, un noble, y nada menos que el sensible virrey de Cataluña) son moriscos renegados. Moriscos como Ana Félix que se declara cristiana no fingida ni aparente, sino de las verdaderas y católicas; y como su padre, Ricote, que aunque es mucho menos claro en su confesión de fe, afirma sin ambages que los suyos han sido justamente desterrados. Sin olvidarnos, por supuesto, de que Ricote es rico, y lleva encima cuando va invitado a casa del caballero catalán, según declara ante todos, su tesoro: “Muchas perlas y piedras de gran valor, con algunos dineros en cruzados y doblones de oro.”
En fin, la navegación por el bello Mediterráneo azul empezó como una muy auténtica y prometedora aventura, pero lamentablemente no es así como termina. El realismo esta vez da paso a cierta artificiosa fantasía.
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De lo mal que le avino a Sancho Panza con la visita de las galeras, y la nueva aventura de la hermosa morisca
(Quijote, II, 63. RAE, 2015)
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[Nota.- Con la inmunización lenta y progresiva que podemos ir adquiriendo con las vacunas a lo largo de este año (las que disponemos en este momento y las de la siguiente generación), es posible que a finales de 2021 en los países occidentales empecemos a normalizar nuestra vida, nuestro ‘estilo de vida’. Para alcanzar este tan deseado objetivo hemos de pasar aún por una tercera ola que en estos momentos es una gran incógnita incluso para los expertos, pero que puede perfectamente darnos una muy desagradable sorpresa. Hay que vigilar también de cerca las frecuentes mutaciones del virus. Con realismo, podemos tener esperanza en vencer a finales de este año la pandemia por coronavirus, pero tenemos que tener muchísimo cuidado con lo que estamos haciendo justo ahora].
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