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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

‘Proceso psicopatológico’ (capítulo 2)

Fantasías, deseo, ‘ideas delirantes’, imitación, acción y ‘trastornos perceptivos’.  

“Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efeto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que emendar y abusos que mejorar y deudas que satisfacer. Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza y por la puerta falsa de un corral salió al campo, con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo.”  

Inmediatamente después del prodigio de síntesis que es el primer capítulo del Quijote, en el que Cervantes describe las condiciones sociales y económicas de un pobre hidalgo manchego de pueblo de finales del siglo XVI, su grupo de convivencia, escasa hacienda y poca actividad, las características físicas y rasgos de temperamento que tiene, y, finalmente, el ‘proceso psicopatológico’ con insomnio que trastorna su imaginación, inundada por decenas de imágenes y palabras que reproducen de manera constante en su ‘mente’ las fantasiosas hazañas y personajes de los libros de caballerías (hasta que la ‘identidad real’ de hidalgo manchego es suplantada en su interior por la ‘identidad delirada’ de creer ser un nuevo caballero andante), los lectores tenemos desde el comienzo de este segundo capítulo a Don Quijote en campo libre, su singularísima figura armada moviéndose por el espacio de La Mancha, con la dirección que Rocinante quisiera llevar conforme al canon de las aventuras caballerescas, que cedía al caballo los designios del azar [nota al pie, n.], “hablando consigo mesmo” a pleno sol.  

Una nota a pie de página en la edición de la RAE (2015) dice sobre esta salida en el mes de julio: “Primera referencia cronológica de las muchas que se encontrarán en el Q. (un poco más abajo se dice que es viernes). A partir de estos datos, se ha intentado establecer una cronología de la novela; sin embargo, las fechas son irreconciliables. La Primera parte del Q. empieza un viernes de julio, y termina un domingo de septiembre. La acción de la Segunda parte comienza un mes después del final de la primera, según se afirma en II, 1: sin embargo, se mencionan como inminentes las justas de San Jorge en Zaragoza (abril); además, la carta de Sancho a su mujer tiene como fecha el 20 de julio de 1614 (II, 36), pero DQ llega a Barcelona (II, 62), al parecer, el día de San Juan (24 de junio)”.  

Fechas irreconciliables y ‘datos’ geográficos en el texto con muchas incoherencias. Hasta el punto que la RAE, de entre todos los que se han venido postulando y todavía se postulan, no avala ningún pueblo concreto de La Mancha, ni del Campo de Montiel, como ‘el lugar’ de Don Quijote. Lugar, aldea o pueblo que Cervantes pudo tener en mente mientras escribía la novela, como pudo no tener ninguno o dar referencias sobre varios lugares. Un lugar que no quiso nombrar por razones que hace explícitas en el primero y en el último capítulos de la novela: 1) Que su nombre de caballero quedase vinculado con el de su “patria” manchega, a imitación de Amadís de Gaula, no con un pueblo concreto: “don Quijote de la Mancha” (I,1), no ‘don Quijote de Argamasilla’, ni ‘don Quijote de Montiel’, ni ‘de Villanueva de los Infantes’, etc. Y 2) “Cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero” (II, 74), razón esta que no por irónica deja de indicar una posible voluntad cervantina de que ‘el lugar’ no fuese identificado.  

De pronto, mientras caminaba sin rumbo con su extraña armadura metálica bajo un sol de justicia, “le asaltó un pensamiento terrible”: ¡aún no había sido armado caballero como exigían las leyes de caballería! “Pudiendo más su locura que otra razón alguna”, recordó entonces que el primer caballero andante con que se encontrase podía investirle como tal. De este modo, “se quietó y prosiguió su camino”. Aunque la preceptiva ceremonia para ser armado caballero no se había producido, y por tanto ‘oficialmente’ todavía no lo era, Don Quijote se siente ya en su fuero interno como caballero andante. Está convencido, cree con firmeza, que es un caballero andante. Es decir, tiene activa su nueva ‘identidad delirante’, su ‘delirio de grandeza’, desde el primer momento de salir a campo abierto por La Mancha. Su ‘trastorno’ se había desencadenado en casa, después de pasar muchas noches insomne con la imaginación invadida por cientos de fantasías caballerescas. Su primera salida en solitario para poner en práctica y ejercer su nueva identidad fue una consecuencia inevitable del ‘trastorno de pensamiento delirante’ previo. 

Caminaba, pues, Don Quijote hablando solo sobre lo que en un próximo futuro el mago o “sabio encantador” que escribiese la crónica y “verdadera historia” de sus hazañas pondría referente a esta primera épica salida al amanecer:  

«Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus harpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido [perífrasis por Titón, marido de la Aurora; n.], por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel».  

Y en el mismo alto tono y lenguaje arcaizante y mitológico de los libros de caballerías, se decía a sí mismo lo inigualables que iban a ser sus logros: “Dichosa edad y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas, para memoria en lo futuro”. Y también, “como si verdaderamente fuera enamorado”, se recordaba lo enamorado que estaba de Dulcinea: “¡Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón! Mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros [‘acordaros’; n.] deste vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece.”   

Total, que ensimismado en su pensamiento, hablando consigo mismo, sin comer ni beber, y bajo un tórrido sol que le “entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera” [según las creencias de la época, el calor veraniego exacerbaba el humor colérico, y por consiguiente la locura de Don Quijote; n.], se pasó entero, de principio a fin, aquel primer glorioso día sin ver ni hablar con nadie. Hasta que al anochecer encontró una venta.  

“Y como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vio la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan.”  

Hay dos formas principales de trastornos perceptivos o trastornos de la percepción: las alucinaciones y las ilusiones. La percepción proviene de nuestros cinco sentidos: vista, oído, gusto, olfato y tacto, y por eso existen tanto ilusiones como alucinaciones visuales, auditivas, gustativas, olfativas y táctiles. En las ilusiones, un objeto físico de la realidad se distorsiona o malinterpreta, confundiéndose con otro. En las alucinaciones no existe ningún objeto físico en la realidad, nuestra mente fabrica o inventa objetos inexistentes (imágenes, voces, sonidos, olores, sabores, tacto, por ejemplo, insectos o culebras que el paciente asegura que recorren su piel y nadie ve, etc.). Las alucinaciones tienen mayor importancia psicopatológica, y se dan junto con las ideas delirantes en la enfermedad psicótica más frecuente y grave, la esquizofrenia. Los delirios, o ideación delirante, son un trastorno del pensamiento que consiste en creencias e ideas fijas, inamovibles, acríticas, a las que la persona otorga certidumbre total, absoluta, a pesar de su carácter lógico absurdo y de no poder ser demostradas (por ejemplo, las ideas paranoides, de persecución o perjuicio, las ideas delirantes de grandeza, que en ocasiones llevan a la suplantación de la propia identidad por otra famosa, ilustre o histórica como creerse Jesucristo, Napoleón o un premio Nobel, los celos delirantes, etc.).  

Don Quijote desarrolla en casa en sus noches de insomnio, con la imaginación desbordada por todas las fantasías de los libros de caballerías, un ‘trastorno del pensamiento’, un ‘delirio de grandeza’, que consiste en creer que él también es un heroico caballero andante. Esta ‘ideación o creencia delirante’ trae como consecuencia la necesidad de ponerla en práctica, de salir al exterior para ejercitar la que cree es su nueva profesión. Y cuando llega a la venta tiene por primera vez un ‘trastorno perceptivo’. Sus ojos, su ‘mente’, ven un castillo en vez de la venta, lo que equivaldría según hemos explicado a una ‘ilusión visual’.  

Como ya advertimos en el capítulo primero, todo análisis de la posible ‘psicopatología’ de Don Quijote solo puede realizarse por semejanza o analogía con los trastornos reales que padecen las personas de carne y hueso. Es un juego de semejanzas hecho a sabiendas de que los personajes de ficción no tienen trastornos mentales auténticos ni pueden ser diagnosticados en términos clínicos o médicos. Su ‘locura’ no pasa de ser una ‘locura literaria’, inventada con mayor o menor acierto por un escritor. ¡Lo que ocurre es que la ‘invención psicopatológica’ de Cervantes es magistral, muy realista! Y por esto podemos establecer con relativa facilidad una equivalencia entre lo que sucede a Don Quijote y lo que en la clínica real se llama trastorno delirante, tipo de grandeza, con contenido extravagante (DSM-5) y con ilusiones visuales.  

A la puerta de la venta había dos prostitutas jóvenes que “iban a Sevilla”. Le parecieron “dos hermosas doncellas”. Al ventero, que no entendió que le llamase “señor castellano” pues era andaluz “de los de la playa de Sanlúcar”, bien “estudiantado” como ladrón y maleante, le confundió con el alcaide o gobernador del castillo. Un porquero que hizo sonar un cuerno para recoger “una manada de puercos, (que sin perdón así se llaman)” [popularmente, es costumbre y cortesía pedir perdón al oyente al pronunciar alguna palabra tabú; C. deforma irónicamente esta costumbre (sin perdón) y se burla del recato popular al escoger el malsonante puercos frente a otras opciones para nombrar los mismos animales; n.], creyó que era el “enano” que en los libros de caballerías solía dar aviso desde las almenas con una trompeta de la llegada de algún caballero andante. Y un castrador de cerdos que llegó después e hizo sonar su “silbato de cañas”, le confirmó que estaba en alguna importante fortaleza o castillo y que le agasajaban con música, truchas y “pan candeal” en vez de con “truchuelas”, abadejo o bacalao (que de estas tres formas y más se llama), “mal remojado y peor cocido”, y “un pan tan negro y mugriento como sus armas” (al parecer, aquel día era “viernes”, día de abstinencia de carne en el que ni siquiera había desayunado).

La profunda distorsión de la ‘realidad’ manchega que Don Quijote encuentra en su primera salida, es decir, la percepción e interpretación anómalas de la venta, los sonidos, la comida y la identidad de las personas que hablan con él, se debe como bien explica Cervantes a que “a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído”. Y así: “Al instante se le representó [representaba] a don Quijote lo que deseaba”. No se trata solo por tanto de una simple imitación de los libros de caballerías. Si solo fuese imitación, como creen algunos cervantistas, no habría ‘psicopatología psicótica’. Los libros de caballerías determinan el ‘tema y contenido delirantes’ y el ‘tipo de delirio’, no son un referente solo a imitar. Entender como “locura libresca” o “locura caballeresca” con mero sentido imitativo lo que le sucede a Don Quijote es un error. Al hidalgo se le representa la realidad, piensa y ve la realidad, distorsionada: 1) por una percepción visual anómala con ‘ilusiones visuales’ que le hacen confundir unos objetos con otros, y 2) por constantes ‘interpretaciones delirantes’ de todo cuanto le circunda, que tienen su origen en el ‘delirio de grandeza’ de creer ser (no solo emular o imitar a) un auténtico caballero andante. En la ‘mente psicótica’ de Don Quijote, por tanto, la ‘realidad’ que se va a ir encontrando a lo largo de las aventuras será transformada en buena medida a causa de un ‘doble trastorno’: de la percepción y del pensamiento. Más en concreto, la ‘realidad’ que le rodea se verá profundamente distorsionada en su ‘mente’ como consecuencia de sus ‘ilusiones visuales’ y de sus ‘delirios’. ¡Con toda razón Cervantes informa a los lectores en el capítulo anterior que el juicio del buen hidalgo acabó “rematado”! De manera directa, sin ambages, y para nada en un difuso sentido genérico o metafórico, don Miguel utiliza muchas veces en la novela al referirse a la muy trastornada ‘mente’ del hidalgo manchego la palabra “locura” (que sin perdón, así también se llamaba y llama).  

Cuando muy cortés trató a las prostitutas de “doncellas”, las dos empezaron a reírse, algo que irritó un tanto al caballero. Pero de este enfado, que fue muy breve, pues luego le ayudaron a desvestirse de sus armas y a comer al “fresco” en la puerta de la venta (con el extraño casco o “contrahecha celada” puesta, ya que no pudieron desatar los “ñudos” ni quiso cortar las “cintas verdes” que la sujetaban, de forma que el ventero o “castellano” tuvo que darle el vino con una caña), Don Quijote empezó a desplegar por primera vez su mucha sabiduría, que como la otra cara de la moneda acompañará siempre a su no menor locura. Y dijo a aquellas damas: “Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causa procede”. ¡Don Quijote empieza hacer grandes reflexiones, y Cervantes empieza al mismo tiempo a descontextualizarlas con su genial ironía ya a pleno rendimiento para provocar el humor! Aunque no solo empezó con las reflexiones. Don Quijote también sacó por primera vez a relucir ante las “doncellas” sus dotes poéticas (que aun estando mediatizadas por la comicidad son las de Cervantes, un gran poeta en prosa). Y de este modo adaptó el conocido romance viejo de Lanzarote:

 

–«Nunca fuera caballero 

de damas tan bien servido 

como fuera don Quijote 

cuando de su aldea vino: 

doncellas curaban dél; 

princesas, del su rocino»

 

A todos los que esa noche estaban en la venta o castillo les habló en la retórica fabla caballeresca o lenguaje arcaico de los libros de caballerías, que apenas podían entender [la diversidad de lenguaje de los personajes es una de las fuentes de malentendidos del Q., que hoy suele considerarse como la primera novela ‘polifónica’ moderna (M. Bajtín); n.].   

En fin, “autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la del Puerto Lápice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha es que él anduvo todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre, y que, mirando a todas partes por ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta”

 

Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote 

(Quijote, I, 2. RAE, 2015)

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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