En este capítulo la locura de Don Quijote, después de llevar dos o tres días fugado y en paradero desconocido, será confirmada por su familia y amigos del Lugar: la sobrina, el ama, el cura y maese Nicolás, el barbero.
Como no podía levantarse del suelo tras el doble molimiento que le supuso la caída por el tropiezo de Rocinante, y el posterior a palos que le propinó el mozo de mulas de los mercaderes toledanos, rodó un trecho por tierra recordando lo que había leído sobre famosos héroes que se vieron en trances similares, en particular el romance sobre el malferido Valdovinos a manos de Carloto, hijo de Carlomagno, procedente de una leyenda francesa [nota al pie, n.]. Y empezó a recitarlo en voz alta diciendo sin parar cosas parecidas a estas:
“–¿Dónde estás, señora mía,
que no te duele mi mal?
O no lo sabes, señora,
o eres falsa y desleal.”
Quiso la suerte que un labrador vecino suyo que venía de transportar una carga de trigo al molino, Pedro Alonso, pasara por allí y encontrase a aquel alma en pena rodando por el suelo y recitando romances. Se quedó muy sorprendido, y más cuando le levantó la visera y le limpió el polvo de la cara, comprobando que era el…
“–Señor Quijana –que así se debía de llamar cuando él tenía juicio y no había pasado de hidalgo sosegado a caballero andante”.
Cervantes sigue jugando con el nombre ‘real’ del hidalgo manchego, haciendo que “los autores que escriben desta historia” (y este de la autoría es otro juego que se superpone) den distintos nombres. Algo que resulta indicativo de lo anónimo o poco conocido que era, en contraposición a la fama universal que desde el primer momento pretende tener el supuesto caballero andante, “don Quijote de la Mancha”. “El labrador Pedro Alonso es el único personaje de la Primera parte que llama al protagonista por su propio nombre” [n.]. La intención de Cervantes de dejar en un plano muy secundario, prácticamente de lado, la ‘identidad real o cuerda’ del hidalgo para centrarse y resaltar al máximo su ‘identidad delirante o loca’, resulta bastante explícita. El anodino “señor Quijana” debe resignarse y dejar el escenario narrativo ante el arrollador protagonismo que va a adquirir la nueva parte de su ‘yo’.
Pedro Alonso le preguntaba una y otra vez cómo estaba y qué le había ocurrido, pero Don Quijote seguía recitando su romance creyendo ser Valdovinos (malherido por el hijo de Carlomagno tras mantener amores con su esposa) y que el labrador era el tío de aquel herido, el marqués de Mantua. Aunque luego se pasó a una historia diferente, pues “no parece sino que el diablo le traía a la memoria los cuentos acomodados a sus sucesos”, creyendo ser el cautivo moro Abindarráez, enamorado de la bella Jarifa y preso por el alcaide de Antequera, Rodrigo de Narváez (que pensaba que era su vecino). Este le dijo que ni él era quién decía que era, ni Don Quijote quién creía ser, sino “el honrado hidalgo del señor Quijana”, a lo que contestó:
“–Yo sé quién soy –respondió don Quijote–, y sé que puedo ser, no sólo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia [los doce paladines que formaban el séquito de Carlomagno; n.], y aun todos los nueve de la Fama [nueve hombres que podían servir de ejemplo para los caballeros; eran tres judíos –Josué, David y Judas Macabeo–, tres paganos –Alejandro, Héctor y Julio César– y tres cristianos –Arturo, Carlomagno y Godofredo de Bullón; n.], pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajarán las mías.”
En estos momentos, el ‘delirio de grandeza’ que Don Quijote tiene en su ‘mente’ se manifiesta mediante una ‘identidad delirante múltiple’. Es por tanto un momento especial en el ‘proceso psicopatológico’ del hidalgo manchego, que de haber querido mantener Cervantes a lo largo de la novela hubiese obligado a cambiar el título. Suponiendo además un agravamiento del ‘trastorno’ y una mayor complejidad del ‘sistema mental’ del personaje. Sin duda demasiado para una novela, en su época y en casi todas las épocas. Salvo quizá la contemporánea posterior a Joyce, Kafka, Pessoa, Arnold Schönberg, Orson Welles, Bergman, Tarkovski, David Lynch, Picasso, Francis Bacon, Henry Moore, Frank Gehry y Blade Runner. Por fortuna para todos, don Miguel focalizó el ‘trastorno delirante’ de su personaje principal en una única y sencilla identidad imaginaria, la de creer ser el famoso caballero andante don Quijote de la Mancha. ¡Qué alivio!
Cuando Pedro Alonso llegó con Don Quijote al Lugar ya anochecido, para que no le viesen en el estado en que se encontraba, le llevó a su casa donde el ama, la sobrina y sus dos grandes amigos, el licenciado Pero Pérez, el cura, y maese Nicolás, el barbero, estaban hablando muy preocupados por la fuga del hidalgo. Tanto la sobrina como el ama dieron datos inequívocos del ‘trastorno psicótico’ previo a su salida que ya empezó a tener en casa. El ama dijo:
“–Tres días ha que no parecen él, ni el rocín, ni la adarga, ni la lanza, ni las armas. ¡Desventurada de mí!, que me doy a entender, y así es ello la verdad como nací para morir, que estos malditos libros de caballerías que él tiene y suele leer tan de ordinario le han vuelto el juicio; que ahora me acuerdo haberle oído decir muchas veces, hablando entre sí, que quería hacerse caballero andante e irse a buscar las aventuras por esos mundos. Encomendados sean a Satanás y a Barrabás tales libros, que así han echado a perder el más delicado entendimiento que había en toda la Mancha” [delicado: ‘fino, sutil’, pero también con el valor de ‘débil, enfermizo’; n.].
Y la sobrina:
“–Muchas veces le aconteció a mi señor tío estarse leyendo en estos desalmados libros de desventuras dos días con sus noches, al cabo de los cuales arrojaba el libro de las manos, y ponía mano a la espada, y andaba a cuchilladas con las paredes; y cuando estaba muy cansado decía que había muerto a cuatro gigantes como cuatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio decía que era sangre de las feridas que había recebido en la batalla, y bebíase luego un gran jarro de agua fría, y quedaba sano y sosegado, diciendo que aquella agua era una preciosísima bebida que le había traído el sabio Esquife, un grande encantador y amigo suyo” [la cólera se atribuía en la medicina de la época a la sequedad del celebro].
Todos estaban de acuerdo en que el origen del trastorno de Don Quijote eran los libros de caballerías, y se propusieron quemarlos “como si fuesen de herejes”. Entró entonces el hidalgo con el labrador y se alegraron mucho de verle, comprobando que no tenía heridas que sangrasen porque “todo era molimiento”. También pudieron comprobar que el caballero ‘deliraba’: pedía que llamasen a la sabia Urganda para sanarle y dijo que se había enfrentado en batalla con diez gigantes, “los más desaforados y atrevidos”. Pero que no quería seguir contestando preguntas sino comer algo y dormir.
“Según las creencias de la época, el insomnio provocaba un resecamiento del cerebro y llevaba a la locura; el profundo sueño en el que cae DQ al final de cada salida restablece en él cierto grado de equilibrio” [n.]. Hoy día se sabe en la clínica psiquiátrica que muchos brotes y trastornos psicóticos debutan junto con, o previo, insomnio grave. Y a su vez, el insomnio acompaña como síntoma permanente a muchos de estos trastornos. La medicación hipnótico-antipsicótica, por tanto, es frecuente. La presencia de insomnio grave puede considerarse un factor de agravamiento de los trastornos psicóticos. Del mismo modo que la recuperación de cierto grado de descanso nocturno, signo de mejoría. El origen y los mecanismos cerebrales de producción de los trastornos psicóticos (esquizofrenia, trastorno delirante, etc.), pese al conocimiento que ya tenemos sobre neurotransmisores, alteraciones estructurales y disfunciones en determinadas zonas y circuitos neuronales, y la influencia genética, siguen siendo a día de hoy (es decir, en pleno siglo XXI, más de cuatro siglos después de la época de Cervantes y de Don Quijote) un gran enigma.
El ama exclamó: “¡Me decía a mí bien mi corazón del pie que cojeaba mi señor!” Y determinaron dejarle dormir y quemar al día siguiente los libros de Don Quijote.
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Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero
(Quijote, I, 5. RAE, 2015)
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