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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Autoría ‘coral’ (capítulo 9)

La mayor parte de este capítulo Cervantes la dedica a hacer un grandísimo juego de humor e ironía en relación con los supuestos autores del Quijote. Cómo concluye la batalla entre el irritable caballero y el colérico vizcaíno, lo sabremos al final.  

“Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero [la Alcaná era calle mercantil; cartapacios: ‘pliegos contenidos en una carpeta’; las mercancías se envolvían frecuentemente en papeles usados; nota al pie, n.]; y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía y vile con carácteres que conocí ser arábigos.”  

¡¡Aunque sean los papeles rotos de las calles!! ¿Alguien expresó alguna vez mejor la necesidad de leer? Parece que describe el enganche propio de una adición, más que de una afición.   

Ese “yo” tan necesitado de lectura habla en primera persona, como el “autor” de la famosa frase inicial del Quijote: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre [yo] no quiero acordarme…”. Pero sorprendentemente no es el mismo narrador, el mismo “yo”. Este ‘segundo yo’ es toledano, o al menos tiene casa en Toledo como él mismo nos dice en el presente capítulo. El ‘primer yo’, el “yo” que no quiere acordarse del nombre del lugar en el capítulo primero (que es el que cuenta la historia hasta el capítulo 8) dice a propósito del nombre del hidalgo manchego que “hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben”. “Se crea así una ambigüedad sobre la identidad de los narradores, traductores y revisores de esta «verdadera historia» que ha sido motivo de amplia discusión entre los comentaristas del Quijote” [n.].  

Veamos solo someramente este juego de autoría con que nos obsequia don Miguel, porque hay algunos minuciosos cervantistas que casi se vuelven locos identificando cerca de diez voces, autores, coautores, narradores, traductores-autores, etc. en el texto.  

En el final del capítulo anterior, el capítulo 8, ‘un narrador’ habla a los lectores del “autor desta historia” refiriéndose al que la ha contado hasta ese momento (el “yo” que no quiere acordarse del lugar en el capítulo primero), que deja a Don Quijote y al vizcaíno con sus espadas en alto sin contar más, “disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de don Quijote”. Luego, el narrador (que sería un ‘tercer yo’ narrativo) dice que “el segundo autor desta obra (…) no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha, que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará”. Y el modo de hallarlo es precisamente el que cuenta en este capítulo el “segundo autor”, el “yo” que está en el Alcaná y tiene casa en Toledo.   

Ahora bien, si el primer “autor” (que al disculparse por no “hallar” más escrito de la historia da a entender que los ocho capítulos precedentes que hasta ahora el lector pensaba que habían sido escritos por él, también fueron “hallados”; no sabemos si traducidos ya al castellano o no) y el “segundo autor” (que “halla” en la Alcaná de Toledo la continuación de la historia escrita en árabe; y sin traducir al castellano) lo único que hacen es “hallar” escritos, “hallar” un texto ajeno (traducido o sin traducir), entonces no serían ‘realmente’ “autores” de la historia. O como mucho, se les podría considerar autores secundarios, autores colaboradores o paraautores. El primer “autor” es el que “halla” los primeros ocho capítulos. El “segundo autor” explica en este capítulo su odisea toledana para encontrar y dar a conocer el resto de la historia. Y el ‘tercer yo’ narrativo, que tomó la palabra en el final del capítulo anterior, es el que informa por primera vez de la existencia de esos dos supuestos “autores”, del problema que tuvo el primero (el ‘hallador’ de los ocho capítulos iniciales, que tiene que dejar de contar la historia por no disponer de más escritos), anticipando que hay un “segundo autor” que “hallará” la historia completa en Toledo. Por tanto, si ninguno de estos ‘tres autores’ lo es, ¿quién fue entonces el autor principal, auténtico o verdadero de la historia de Don Quijote (que sería ya un ‘cuarto yo’ narrativo)? Pues un moro, según parece: Cide Hamete Benengeli [la figura, nombre y función del autor ficticio, Cide Hamete Benengeli, y del traductor morisco han planteado múltiples problemas a la crítica; n.].  

Cuando el “yo” que vivía en Toledo vio que los papeles de los cartapacios estaban escritos en árabe, buscó un morisco converso para que se los tradujera al castellano. El que encontró por allí empezó a leerlos, le entró pronto la risa, mencionó a Dulcinea del Toboso, y luego dijo que aquella se llamaba Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo. ¡Menuda sorpresa! Compró de inmediato al muchacho todos los papeles por “medio real” antes de que los vendiese al sedero. ¡Y estaba dispuesto a dar “más de seis”! Luego se llevó al morisco atravesando el claustro de la catedral a su casa toledana, “por no dejar de la mano tan buen hallazgo”, y “en poco más de mes y medio la tradujo toda”. El traductor fue discreto, pues “contentose con dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo” [arrobas: ‘medida de peso, equivalente a unos doce kilos’; fanegas: ‘medida de capacidad para grano, que equivale a unos cincuenta litros’. Con las pasas y la sémola del trigo se preparaba el alcuzcuz, que sigue siendo plato muy apreciado por los moros; n.].  

Así pues: ¡un verdadero autor moro y un traductor moro converso en una “verdadera historia” de ficción! ¿Alguien da más?  

El llamado “segundo autor”, el que tiene casa en Toledo, dice sobre la historia que ha encontrado:  

“Si a ésta se le puede poner alguna objeción cerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de aquella nación ser mentirosos” [la falsedad y engaño de moros, turcos y musulmanes eran proverbiales; n.].

Una popular regla aplicable al señor Benengeli en particular y a todos los moros en general, que también sirve para el morisco converso (del que no sabemos su nombre). Cabe pensar pues por simple deducción que este anónimo traductor debió faltar a la verdad en alguna medida. Y por tanto, modificar, quitar, resaltar, infravalorar o añadir de su cuenta lo que bien le pudo parecer a partir del original del señor Benengeli. Es decir: ¡que al traductor también se le puede considerar un más que probable ‘autor’ del texto! Sería entonces el ‘quinto yo creativo’ o ‘autor’. De modo que si Miguel de Cervantes Saavedra tuvo algo que ver en la autoría del Quijote, ocuparía en el mejor de los casos el ‘sexto lugar’ como posible yo o autor de la genial novela (es una broma, claro).   

Un sistema de al menos seis posibles ‘yos’ conforma una de las hipotéticas ‘autorías corales’ del Quijote. El lío, como se ve, no es pequeño. Y explicarlo, como se ha podido comprobar, no resulta fácil.  

La idea original de los autores fingidos y de los traductores, sin embargo, no la tuvo Cervantes, procede de los libros de caballerías [n.]. Amadís de Gaula supuestamente está escrito por el sabio Frestón, y casi todos los caballeros andantes “cada uno dellos tenía uno o dos sabios como de molde, que no solamente escribían sus hechos, sino que pintaban sus más mínimos pensamientos y niñerías, por más escondidas que fuesen”. Pero con la parodia y juego que don Miguel hizo sobre: 1) la autoría de la novela, 2) el desdoblamiento y transformación del hidalgo manchego, Alonso Quijano, en Don Quijote, y 3) los cambios dinámicos que tienen lugar en la ‘mente’ de Sancho Panza, llevó más lejos que ningún otro escritor una comprensión de la identidad humana a la vez unitaria, cambiante y múltiple. Un complejo sentido identitario que solo igualan los mejores personajes de Shakespeare, y en el que tres siglos después profundizó Fernando Pessoa con sus heterónimos (si bien en este último caso ciertos rasgos psicopatológicos en la personalidad del poeta son observables). 

¡Una “verdadera historia” de ficción! Cervantes se refiere a la verosimilitud o realismo de los textos literarios, siguiendo el patrón estético aristotélico del humanismo. Si bien por boca del “segundo autor” toledano, que reprende al señor Benengeli por silenciar y quedarse corto en las alabanzas a Don Quijote, añade:  

“Cosa mal hecha y peor pensada, habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y nonada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rancor ni la afición [‘el odio ni la amistad’; n.] no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir” [esta definición de historia está basada en un esquema de Cicerón; n.]. 

En fin, si no tanto la literaria (pues los modelos estéticos se han multiplicado y son muy distintos), esperemos al menos que la Historia se atenga lo más posible a esos principios ciceroniano-cervantinos. Porque en no pocas ocasiones los historiadores nos producen considerables dudas sobre la objetividad mínima de sus relatos.  

“Estaba en el primero cartapacio pintada muy al natural la batalla de don Quijote con el vizcaíno, puestos en la mesma postura que la historia cuenta (…) el uno cubierto de su rodela, el otro de la almohada (…) levantadas en alto las cortadoras espadas de los dos valerosos y enojados combatientes, no parecía sino que estaban amenazando al cielo, a la tierra y al abismo (…) Y el primero que fue a descargar el golpe fue el colérico vizcaíno”.   

Se llamaba don Sancho de Azpetia [actual Azpeitia (Guipúzcoa); el nombre de Sancho era proverbial de vizcaínos, cuya universal hidalguía indica el don; n.]. El golpe que dio a Don Quijote fue tremendo, para haberle matado, pero tuvo suerte y se desvió un poco, alcanzando el hombro izquierdo y llevándose “la mitad de la oreja”. Mucha rabia entró entonces en “el corazón de nuestro manchego”. Y descargó de lleno la espada sobre la almohada y la cabeza del vasco, que “comenzó a echar sangre por las narices y por la boca y por los oídos”. Su mula empezó a correr, y al poco le derribó en tierra. Don Quijote se acercó ligero y con la punta de su espada le dijo que se rindiese, o que le cortaría la cabeza. Las señoras del coche le suplicaron por su vida. Contestó que sí la perdonaba, pero con la condición de presentarse ante Dulcinea del Toboso para que hiciese de él “lo que más fuere de su voluntad”. Prometieron que así haría el vizcaíno, y dijo Don Quijote que aunque lo tenía merecido, “en fe de esa palabra yo no le haré más daño”.  

La continuación de la historia de Don Quijote encontrada por el “segundo autor” , el de Toledo, traducida por un anónimo morisco converso que encontró por azar, y al parecer, escrita en caracteres arábigos por el historiador, Cide Hamete Benengeli, cuenta también dos cosas muy curiosas sobre los dibujos que había en los cartapacios de Rocinante y de Sancho Panza. Del primero, que estaba “maravillosamente pintado, tan largo y tendido, tan atenuado y flaco, con tanto espinazo, tan hético confirmado [atenuado: ‘fino, casi transparente’; espinazo: ‘espina dorsal’; hético confirmado: ‘tísico o tuberculoso consumido’; n.]. Y del segundo, que en un “rétulo” se le llamaba o “decía «Sancho Zancas», y debía de ser que tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto y las zancas largas, y por esto se le debió de poner nombre de «Panza» y de «Zancas», que con estos dos sobrenombres le llama algunas veces la historia” [es la única ocasión en que se le llama así en el Q.; n.]. 

“Otras algunas menudencias había que advertir, pero todas son de poca importancia y que no hacen al caso a la verdadera relación de la historia, que ninguna es mala como sea verdadera.”

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Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron

(Quijote, I, 9. RAE, 2015)

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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