>

Blogs

Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

El diálogo, la ínsula y la oreja (capítulo 10)

Este es un curioso capítulo en que, según nos informa la correspondiente nota a pie de página, no se trata sobre ninguno de los dos asuntos que anuncia el título. Don Quijote no vuelve a interactuar con el vizcaíno, ni lo hace hasta el capítulo 15 con los yangüeses o gallegos. La extraña falta de congruencia, que también llama la atención del lector no técnico o experto, normal, ha dado lugar desde antiguo a diversas especulaciones sobre la composición del texto por parte de los cervantistas. De entre ellos, hay quien ha pensado que Cervantes reorganizó la materia narrativa de la novela e interpoló aquí temas ubicados inicialmente más adelante. O que el relato se fue desarrollando a medida que lo escribía, pues da la impresión que “la obra le crece entre las manos”, y que la división en capítulos no la hizo hasta llegar casi al 18. O que tuvo distintas fases de redacción, hasta seis, pudiendo haber narrado en un principio la aventura del vizcaíno de manera continua o seguida, e interpolar después su interrupción con el hallazgo por el “segundo autor” del manuscrito en árabe de Cide Hamete Benengeli. O bien que tuvo un simple descuido al no hacer concordar el título con lo narrado, etc. 

Especulaciones o sofisticadas fantasías filológicas que, más o menos acertadas, dejan en el lector la sensación de lo orgánico, de lo vivo que es un texto literario. Y de los avatares, imprevistos y ‘aventuras’ múltiples a que están sometidos el trabajo diario y la visión global, el mundo, de los escritores.

En su Lectura del capítulo (Quijote, Volumen complementario. RAE, 2015), el catedrático emérito de Literatura Española de la Universidad de Santiago de Compostela, Luis Iglesias Feijoo, señala que esta es la primera vez en la novela en que el diálogo entre Don Quijote y Sancho Panza “predomina de manera tan significativa”. Diálogo que a partir de ahora será la estructura fundamental a lo largo de toda la narración, la quintaesencia del Quijote de la que los lectores obtendremos la mayor fuente de placer, risas, sonrisas y reflexión. Además de ser un eficaz recurso técnico que evita “tener que utilizar a cada paso un narrador omnisciente”.

Un espléndido y magistral diálogo entre Don Quijote y Sancho Panza que los románticos alemanes del siglo XIX sobre todo (aunque siempre han existido ‘cervantistas románticos’, antes y después) interpretaron como un diálogo trascendente entre la realidad y los ideales humanos. 

En el siglo XXI, un lector puede pensar que con trascendencia (de tipo místico, poético, filosófico-metafísico, religioso o mixto) o sin trascendencia, con un enfoque más pragmático, el diálogo realidad / ideales es uno de los diálogos posibles del Quijote. Una dialéctica detectable, entendible o implícita en el texto incluso más allá de la deliberada intención que Cervantes tuviese. Ningún escritor puede ser consciente y controlar al 100% los significados de su obra. El universo polisémico de las palabras, de las frases, de los relatos y narraciones, desborda el propósito de un control y autoconciencia individuales completos. En el Quijote se pueden detectar muchos posibles diálogos de fondo, como siempre ocurre con todas las grandes obras literarias. De hecho, si no suscita este tipo de abstractos diálogos sobre la vida y la naturaleza humanas, una obra literaria no puede considerarse grande. Entre cordura y locura, hechos y fantasías, entre ilusiones, expectativas, ambiciones, y logros, entre éxito y fracaso, fama y anonimato, noble pureza y pícaro utilitarismo, ética teórica y conducta real, amor imaginario, platónico, y amor vivido, humor y dolor, fe y escepticismo, son algunos ejemplos. La sensibilidad, percepción, cogniciones y enfoques de miles y miles de lectores (no solo expertos o cervantistas) inevitablemente añaden muy diversos significados a la poliédrica capacidad significante de las palabras. Un texto es una realidad, y como toda realidad concreta, libremente interpretable.

En cuanto Sancho Panza recuperó el sentido después de la paliza que le dieron los mozos de los frailes, dejándole tendido en el suelo por pretender desnudar a uno de ellos al creer que sus ropas eran botín de guerra ganado por Don Quijote, estuvo muy pendiente de la batalla con el vizcaíno, rogando a Dios “en su corazón” que le diese la victoria. Y viendo que finalmente fue así, se acercó antes que subiese sobre Rocinante, “se hincó de rodillas delante dél y, asiéndole de la mano, se la besó y le dijo: 

–Sea vuestra merced servido, señor don Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado, que, por grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar tal y tan bien como otro que haya gobernado ínsulas en el mundo.”

¡Ni un segundo perdió Sancho en desvelar el principal objeto de su deseo, y eso que todavía debía estar un poco aturdido!

La ambición de Sancho Panza resulta transparente. Quizá por esto el caballero tuvo que templar su ímpetu y expectativas antes de adentrarse por un bosque, sin ni siquiera despedirse de las damas del coche ni decir nada más al maltrecho vizcaíno (que sin duda recibió el peor de los dos espadazos que se dieron).

“–Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y las a ésta semejantes no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza, o una oreja menos. Tened paciencia, que aventuras se ofrecerán donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino más adelante [‘algo de mayor categoría; nota al pie, n.].

El diálogo entre Don Quijote y Sancho Panza continuó manifestando el escudero su temor a que la Santa Hermandad [cuerpo armado, regularizado por los Reyes Católicos (1476), que tenía jurisdicción policial y condenatoria, sin apelación a tribunal, sobre los hechos delictivos cometidos en descampado, sobre todo frente al bandidismo; sus miembros –los cuadrilleros– no tenían demasiada buena fama, tanto por la arbitrariedad de su comportamiento y, a veces, venalidad, como por su tendencia a desentenderse de los asuntos difíciles y no ser capaces de proporcionar seguridad a los viajeros; n.] les detuviese por su recién acabada pelea; preguntando Don Quijote  a Sancho si había leído que hubiese en el mundo un caballero más valiente que él; respondiendo Sancho que no, porque no sabía “leer ni escrebir”; hablando a propósito de la oreja, que le sangraba y “me va doliendo mucho”, sobre el famoso “bálsamo de Fierabrás” [bálsamo que habría servido para ungir a Jesús antes de enterrarlo. En un poema épico francés, el bálsamo formaba parte del botín que consiguieron el rey moro Balán y su hijo el gigante Fierabrás («el de feroces brazos») cuando saquearon Roma; n.], un mágico ungüento que no solo podía curar orejas cortadas por la mitad, sino dejarle “más sano que una manzana” después de quedar en algún combate “partido por medio del cuerpo, como muchas veces suele acontecer”; de la cólera que entró al caballero al ver rota su celada o casco por el golpe del vizcaíno, que fue tanta que “pensó perder el juicio” (¡menuda ironía de Cervantes!), y del juramento que hizo como en el romance del marqués de Mantua de “no comer pan a manteles, ni con su mujer folgar” (¡nueva ironía superlativa cervantina!), hasta conseguir por la fuerza otra celada del siguiente vencido caballero, igual que sucedió con el no menos célebre y famoso “yelmo de Mambrino” [rey moro cuyo yelmo consiguió Reinaldos de Montalbán (Orlando innamorato); n.]; respondiendo Sancho que el juramento de “aquel loco viejo” de marqués no le hacía ninguna gracia, porque además juró no dormir en cama ni cambiarse de ropa; diciendo luego Don Quijote que no le faltarían reinos que ofrecer a su escudero, reales como el de “Dinamarca” o imaginarios como el de “Sobradisa” [del que era rey Galaor, hermano de Amadís de Gaula; n.], que para él unos y otros existían igualmente, reinos que le quedarían “como anillo al dedo”, y el escudero creyéndole todo; recordando Don Quijote que los caballeros andantes, aunque esto no se dijese ni escribiese en los libros de caballerías, “se deja entender que no podían pasar sin comer y sin hacer todos los otros menesteres naturales, porque en efeto eran hombres como nosotros”, y que “andando lo más del tiempo de su vida por las florestas y despoblados, y sin cocinero”, su comida más habitual debían ser “viandas rústicas”, por lo que no pensaba ni de lejos despreciar la cebolla, los mendrugos de pan y el poco de queso que Sancho llevaba en las alforjas, que tenía mucha hambre, diciendo a su escudero (que había creído que rechazaría esos manjares por no ser propios de un caballero): “¡Qué mal lo entiendes!”, y también: “No te congoje lo que a mí me da gusto: ni quieras tú hacer mundo nuevo”; sacando Sancho Panza a relucir su socarronería ya desde el principio diciendo que para Don Quijote proveería en adelante las alforjas de fruta seca como la que tomaban los andantes caballeros, y para él guardaría  “otras cosas volátiles y de más sustancia” [en referencia a ‘aves’, que se conservaban en fiambre, en escabeche, en adobo o empanadas, y se llevaban en los viajes; n.]; finalmente, el diálogo terminó comiendo los dos “en buena paz y compaña”; y como no encontraron venta ni poblado antes de faltarles el sol, decidieron dormir junto a las chozas de unos cabreros a “cielo descubierto”, para pesar de Sancho y contento de Don Quijote, “por parecerle que cada vez que esto le sucedía era hacer un acto posesivo que facilitaba la prueba de su caballería”.

De lo que más le avino a don Quijote con el vizcaíno y del peligro en que se vio con una caterva de yangüeses

(Quijote, I, 10. RAE, 2015)

.

.

Temas

Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


julio 2021
MTWTFSS
   1234
567891011
12131415161718
19202122232425
262728293031