1. ¿La verdad? ¿Qué es la verdad? Quid est veritas? (Juan, 18:38), le preguntó el pagano, agnóstico o ateo Poncio Pilato a Jesucristo. No le dejó contestar en ese crucial momento, pero antes había dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan, 14:6). La ‘verdad religiosa’, sea la que fuere de entre las que hay, siempre es una libre creencia de las personas. Los científicos tenemos cálculos matemáticos, estudios doble ciego y métodos de verificación empírica para determinar la ‘verdad científica’. Los jueces, un detenido proceso de contraste entre pruebas y argumentos de la defensa y la acusación para alcanzar la ‘verdad judicial’. Pero en política y en complejas cuestiones sociales, la verdad depende del color del cristal con que se mira. La llamada demasiado generosamente ‘verdad política’ es de manera inevitable subjetiva y relativa.
2. A las personas de reconocido mérito profesional procedentes de cualquier ámbito del conocimiento (filosofía, literatura, ciencias naturales, ciencias sociales, artes, etc.) que deciden opinar en público de manera frecuente en uno o varios medios de comunicación (mediante artículos, entrevistas, tertulias, etc.) sobre los cada vez más complejos asuntos sociales y políticos de actualidad, se les suele llamar con el nombre genérico de ‘intelectuales’.
3. Los ciudadanos de reconocido prestigio profesional o académico que deciden dar este paso, jugar este rol, son una minoría, porque hablar en la plaza pública, ‘mojarse’ sobre cuestiones controvertidas en el ágora, en el foro de ciudadanos, bajar a la arena para lidiar los ‘toros y morlacos’ de la realidad social, y por ende política, a menudo es una tarea ingrata que trae muchos problemas. El riesgo de ser mal entendido, juzgado hasta en las intenciones, descalificado, atacado, acusado o insultado de manera agresiva por algunos ciudadanos, como ocurre hoy frecuentemente por desgracia en las redes sociales. Opinar siempre tiene riesgos. En una dictadura o autocracia el peligro puede llegar a ser enorme, poniéndose en juego la libertad o la propia vida, pero incluso en las democracias se corren también notables riesgos. La mayoría, por tanto, prefiere centrarse en su ámbito profesional específico y hablar de política y asuntos sociales solamente con personas de confianza. Tomando cañas con algún amigo (¡que hasta los más ilustres profesores universitarios toman cañas en España!), en alguna cena, WhatsApp seleccionado de afines o reunión familiar. Es decir, solo en el ámbito privado. ¡Y a veces ni siquiera esto! Un modo práctico de evitar ciertos problemas concretos, aunque el silencio puede traer a la larga problemas aún mayores. (En los círculos privados el riesgo de opinar abiertamente sobre cuestiones políticas y sociales está en que las relaciones personales se puedan afectar o deteriorar). Al final, son muy pocos los valientes u osados que deciden dar el salto a la opinión pública, asumiendo las consecuencias. El recientemente fallecido, Javier Marías, era uno de ellos.
4. Con su trabajo, los ‘intelectuales’ realizan una labor social muy importante para el ejercicio de la libertad y la democracia, pues sirven de ayuda con su conocimiento, argumentos, información, experiencia y razones, con su lucidez e ingenio, con su actitud y modo de entender las cosas, y en ocasiones con su rebeldía, para que los ciudadanos puedan conformar mejor sus propias opiniones. Una tarea de ‘pedagogía social’ muy relevante, que sin embargo la mayor parte de ‘intelectuales’ no busca ni desea porque no tiene vocación pedagógica. Es un ‘beneficio colateral’ que no suele formar parte de sus propósitos. Ellos se conforman con poder expresar sus opiniones como ciudadanos libres. ¡Y con que les paguen razonablemente!
5. Dice el DLE: Intelectual. Del lat. intellectuālis.
Según las dos primeras acepciones, estamos de enhorabuena, porque todos los seres humanos somos intelectuales. ¡Bravo por nosotr@s! (Sin entrar en este momento en delicadas cuestiones numéricas como la del cociente intelectual). En cambio, en la tercera acepción o significado hay ya una selección de personas o de ciudadanos al considerar como intelectual solo al “dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras”. Aunque el ejemplo que viene a continuación se presta a mucha chanza, no es uno de los más brillantes ejemplos puestos por las ilustres Academias. “Político intelectual”, dice el DLE. Expresión que se presta a bastante risa. No porque no haya habido a lo largo de nuestra etapa democrática, desde 1978, o en el momento presente, ningún político intelectual según se define en esta tercera acepción, sino porque son y han sido pocos, poquísimos. Que recuerde en este momento, Labordeta, pero seguro que ha habido y hay algun@s más. En épocas históricas anteriores los ‘intelectuales’ participaron más en política, quizá porque todavía eran un poco ingenuos pensando en el bien común y otros altos conceptos. Cuando en el fondo la política no es otra cosa que la lucha constante y despiadada por el Poder, en la que la verdad y la razón siempre quedan supeditadas a los intereses que marquen los líderes y los pequeños grupos dirigentes.
6. La expresión ‘intelectuales’ que hoy día se utiliza en los medios de comunicación y coloquialmente entiende la mayor parte de ciudadanos, se refiere como decimos a unas personas que se dedican profesionalmente a las ciencias, las letras y las artes, de reconocido mérito, y que además opinan públicamente en los medios de comunicación sobre asuntos sociales y políticos. No hay una definición oficial o aceptada por todo el mundo, ni por supuesto un registro exhaustivo sobre quiénes son y quiénes no son ‘intelectuales’. Cuando mediante artículos, en tertulias radiofónicas, etc., opinan públicamente, los ciudadanos perciben una mayor o menor proclividad hacia los puntos de vista gubernamentales, antigubernamentales y de otros partidos políticos, de modo que terminan viendo a tan ilustres opinadores como ‘intelectuales de izquierdas’ (que a su vez suelen escribir en ‘medios de comunicación de izquierdas’) e ‘intelectuales de derechas’ (que hacen lo mismo en los habitualmente considerados ‘de derechas’). Algo que muchas veces no es acertado ni justo, pero de lo que no pueden quejarse porque esto mismo le ocurre a cualquier persona que opina en público sobre asuntos políticos y sociales. Por mucha neutralidad y originalidad que el opinante se proponga tener, inevitablemente muestra de algún modo sus propias preferencias e inclinaciones ideológicas. Argumentos y puntos de vista que al formularse se consideran solo propios, recién inventados por uno mismo, resulta que terminan pareciéndose demasiado a lo que ha dicho tal o cual político en algún medio. El Mediterráneo hace tiempo que se descubrió, aunque por supuesto todos los medios de comunicación, la inmensa mayor parte de los ‘intelectuales’, y muchos ciudadanos, se declaran… ¡completamente independientes! Solo una minoría (de ‘intelectuales’, de medios y de ciudadanos) no tiene el menor problema en manifestar en público de forma explícita sus preferencias ideológicas o partidistas. Pero al final se ‘ubica’ a todos, con mayor o menor acierto, a todos se les termina percibiendo como de derechas, de izquierdas, independentistas, extremistas, moderados, etc. (En época del general Franco hubo también un nutrido grupo de ‘intelectuales franquistas’ que fueron favorables de un modo más o menos explícito a su régimen político-militar).
7. ¿En realidad son o pueden ser políticamente independientes los ‘intelectuales’? Me parece que no. Ser independiente de la política, de los asuntos públicos, es materialmente imposible para toda persona, ‘intelectual’ o no, que opina sobre estos asuntos. Opinar es tomar posición, comprometerse ante los demás mediante la palabra. Las preferencias ideológicas, más antes que después, aparecen, se muestran, aunque algunos las nieguen o no sean del todo conscientes de ellas. A muchos de los que se autocalifican como independientes, que dicen expresar opiniones a título individual, exclusivamente suyas, se les ve de lejos el plumero, se nota con claridad el pie ideológico, e incluso partidista, del que cojean. Cuando los ‘intelectuales’ opinan en los medios de comunicación sobre temas sociales, una pretendida neutralidad política, o apolítica (por muy equilibrados que sean sus razonamientos y técnicos sus datos) resulta prácticamente imposible. En cambio, sí pueden ser independientes de la política partidista, de las consignas, argumentarios, estrategias, agendas e intereses de este o aquél partido, de la batalla de unos líderes, afiliados y votantes respecto de otros.
8. Muy por encima de las inevitables afinidades ideológicas, más o menos reconocidas, más o menos explícitas o implícitas (no debemos olvidar que a muchos ‘intelectuales’ lo implícito les gusta mucho), su rol más genuino es el de ser y demostrar ser librepensadores. Esta es en mi opinión la función principal de los llamados ‘intelectuales’ en una sociedad democrática. En nuestro caso, la complicada, muy diversa y contradictoria, España, Celtiberia. La de estar alerta para analizar y reflexionar sobre la realidad social con la mayor profundidad y sutileza posibles, con el mayor número de datos, matices y perspectivas. Pensar la complejidad sin cesiones a tópicos, tradiciones, usos y costumbres, ni a la novedad por la novedad, ni al pensamiento único, ni a lo políticamente correcto. No asumir lo gubernamental por gubernamental, ni lo antigubernamental por antigubernamental. Observar y analizar cada situación, cada hecho, proceda de donde proceda y lo realice quien lo realice. ¡Por supuesto, con sentido del humor! No hay comparación posible entre hacer análisis y críticas bien humoradas, o de forma plomiza y agresiva como a menudo observamos. Pensar, opinar, sobre el comportamiento del Poder, pero también de los propios ciudadanos, en nuestras imperfectas sociedades de sapiens. Todo ello en aras de una convivencia y conllevanza (Ortega) democráticas más libres, veraces, inteligentes, cultas y civilizadas. Con grandes aciertos, como suelen tener, y con gloriosos errores, meteduras de gamba o disparatadas hipérboles, en otras ocasiones. ¡Porque nadie es perfecto, ni siquiera los ‘intelectuales’!
9. Entendidos como una especie de ‘élite’ de ciudadanos, de grupo selecto con mayor cualificación técnica específica en determinada área, con mayor cultura y a veces incluso inteligencia, con más capacidad de observación, capacidad analítica, de reflexión y argumentación que la media, muchos ciudadanos sienten por los ‘intelectuales’, precisamente por todo esto, una notable ambivalencia. Por un lado les admiran, les tienen respeto y llegan a identificarse en gran medida con las opiniones y puntos de vista de algunos de ellos (todo lo contrario que les ocurre con otros, por los que llegan a sentir auténtica aversión), pero al mismo tiempo tienen ciertos recelos. Los ciudadanos se perciben como Sancho Panzas ante unos Don Quijotes un tanto teóricos e idealistas, a los que si se hiciese caso en todo lo que dicen, en poco tiempo se produciría un caos social mucho mayor del habitual. Algunos dan además demasiadas vueltas a las cosas, rizan el rizo, van de sabiondos o se muestran vanidosos, o son demasiado barrocos, con mucho adorno, o critican en ocasiones a los propios ciudadanos, o sus palabras resultan ambiguas, confusas o equidistantes sobre temas que por simple sentido común resultan más claros y fáciles de entender.
10. La distinción entre ‘intelectuales’ y ciudadanos, digamos, normales, no afecta en absoluto a las libertades de pensamiento y de expresión que tenemos todos en una sociedad democrática, que son exactamente las mismas. Ciudadanos e ‘intelectuales’, ‘intelectuales’ y ciudadanos, tienen el mismo derecho a opinar. Tenga la preparación, la inteligencia y la cultura que tenga cada persona, su opinión vale lo mismo democráticamente. Y no son pocos los ciudadanos que opinan con mayor sensatez que muchos ‘intelectuales’.
11. En Celtiberia, en España, hay bastantes más ‘intelectuales’ procedentes del campo de las ciencias sociales, la filosofía, las letras y las artes, que del campo de las ciencias experimentales o naturales. Con el tiempo y la evolución social en un mundo en el que la ciencia y la tecnología estarán cada vez más presentes, esta balanza se irá equilibrando. Javier Marías, Vargas Llosa, Savater, Manolo Vicent (con mayor calidad literaria y respeto que, por ejemplo, Pérez-Reverte, más combativo), Sánchez Dragó, de Prada, Trapiello, Millás, Albiac, en su tiempo los grandes Ferlosio y Umbral, ambos Premio Cervantes, entre otros muchos, han cumplido y cumplen con el rol que venimos llamando de ‘intelectuales’ a lo largo de nuestra etapa democrática, desde 1978. Y visto el panorama que ahora les rodea en un país en el que desde hace años viene aumentando la polarización, el simplismo maniqueo de buenos y malos, el maximalismo, la intolerancia y los extremos ideológicos… ¡poco dinero les pagan por su heroico trabajo!
12. El peso, la importancia de la calidad literaria del recientemente fallecido, Javier Marías, con la pléyade de buenos literatos que hubo en la segunda mitad del siglo XX y este comienzo del XXI, me parece que todavía necesita tiempo para poder decantarse. Cada vez resulta más difícil separar el éxito de ventas y mediático (muy vinculado hoy a cuestiones de imagen del escritor), del valor creativo y artístico genuinos de un autor y de una obra literaria. Ya se verá con más perspectiva. De momento me quedo con nuestros clásicos antiguos. Muy en particular con Cervantes, tanto como escritor como ‘intelectual’ (que me disculpe desde el otro lado por esta extemporánea atribución). A sabiendas de que su sabio y tolerante escepticismo, la ironía, las actitudes ponderadas, comprensivas, y las aristotélicas y muy matizadas reflexiones cervantinas no están de moda en los tiempos que corren, ni mucho menos. En realidad, nunca lo estuvieron en esta soleada, apasionante, algo tribal y ventosa Celtiberia entre el Atlántico y el Mediterráneo. Don Quijote y Sancho Panza, sí, siguen siendo dos ‘extremos’ muy representativos (que en su caso confluyen por fortuna, la fortuna que don Miguel quiso darles, de manera amistosa). Pero no lo son los rasgos de su carácter, de su personalidad, la actitud vital y el temple del Cervantes maduro, que podemos detectar y disfrutar en sus textos. También sin duda muy recomendables.
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