El tiempo tritura todo, personas incluidas, y también le ha triturado a él. A él y a su periodismo creativo, literario, teatral. Tenía un nombre artístico, y esto ya lo dice casi todo. Le bastó aplicar el principio de economía de palabra y prolongación de silencios que descubrió por casualidad. De Jesús Rodríguez Quintero se […]
El tiempo tritura todo, personas incluidas, y también le ha triturado a él. A él y a su periodismo creativo, literario, teatral. Tenía un nombre artístico, y esto ya lo dice casi todo. Le bastó aplicar el principio de economía de palabra y prolongación de silencios que descubrió por casualidad. De Jesús Rodríguez Quintero se quedó en Jesús Quintero, como hacen muchos cantantes y otros artistas. Perdido en los papeles con las preguntas que escribía junto a varios guionistas-negros (de tanta agudeza como Raúl del Pozo, Manuel Vicent, etc.), al parecer le ocurrió varias veces que se quedaba en silencio tratando de recordar o encontrar la siguiente pregunta, y comprobó que este silencio estimulaba la respuesta del entrevistado. Quizá por un cierto horror vacui insoportable ante el micrófono y las cámaras. Fuese este o no el motivo, la cosa funcionaba, y empezó a perfeccionar la técnica. Preguntas breves, certeras, muy estudiadas, entendidas como dardos que debían dar en el centro de una diana (aunque nunca sabremos cuáles fueron suyas y cuáles de los negros), combinadas con largos silencios y una histriónica gestualidad. Histrionismo y narcisismo de miraditas profundas, sonrisas, risas contenidas hasta que explotaban y se prolongaban en aparatoso eco tanto o más que los silencios, rizos por decenas en perfecto desorden, mil fulares y chalecos de colores. Quería ser tan protagonista o más que el propio entrevistado, y por eso plantó a la Caballé: “¡Pa divos ya estoy yo!”. Quiso ser actor de joven, pero tiró hacia el periodismo. Sin olvidar su vocación teatral, todo lo contrario. Sus entrevistas no solo eran artísticas en los contenidos reflexivos, literarios, poéticos, sino también y de manera muy especial en las formas, con un tratamiento escenográfico de luces, sombras, penumbras, ausencia de decorados, escenario desnudo, grandes micrófonos de color oro, etc. Todo muy teatral y cinematográfico. Y también musical, con una voz cálida que sabía modular y entonar con gran destreza. Algunos de sus propios primeros planos en el papel de histrión andaluz lleno de sorna, de pícaro barroco, y sobre todo de los rostros de sus entrevistad@s, son antológicos. La imagen (no cualquier imagen, por supuesto) dice más que mil palabras, aunque sean palabras poéticas. Combinó con maestría ambos niveles de comunicación. Lograba sacar lo más hondo de las personas por medio de la palabra y la expresión de sus caras, que todavía sigue siendo en ocasiones el espejo del alma. Nunca fue ni se consideró un periodista entrevistador con el esquema convencional, de Facultad, directo, ortodoxo, simple, de preguntas y respuestas. Utilizó una técnica de entrevista pausada, introspectiva, compleja, creando una atmósfera de comunicación más veraz y productiva. Silencio / dardo, dardo / silencio. Los dardos llegaban dentro, casi siempre benéficos. Contaban con el beneplácito de los entrevistados. ¡Los silencios eran ‘peores’… o mejores aún! ‘Psicoanalista’ que no juzgaba nada ni a nadie. En estos tiempos de comunicación prefabricada, de WhatsApp y redes sociales, radios y programas de televisión veloces, de tuits y mensajes de dos líneas, de memes toscos, simplistas, maleducados y agresivos, su estilo de periodismo está anticuado por completo. Actor, personaje de sí mismo, heterónimo y tan artista como muchos de los que entrevistaba. Presumido, coqueto, muy narcisista, le aterraba el paso del tiempo, la decrepitud, el envejecimiento y la muerte. Que ya le llegó. Dorian Gray exquisitamente educado y respetuoso. Elegante. Caballero. Un dandi ácrata con inclinaciones izquierdistas de corazón, aunque siempre poniendo por delante la individualidad, la independencia, el librepensamiento. Un ególatra útil a los demás. Un cuerdo alocado, pero muy cuerdo. Raro para la norma. Con una inteligencia superior a lo normal. La inteligencia de los que destacan, de los perros verdes y los ratones coloraos. Romántico, sentimental, idealista. Un Quijote mediático de mirada múltiple. Que igual que Velázquez, retrató en sus entrevistas tanto a grandes y poderosos como a bufones y marginales. Polifonía de lo humano. Pero sobre todo a gentes de escenario (no recuerdo entrevistas a científicos, la escenografía seguramente no estaba pensada para ellos). El arte, el teatro, le elevó en su profesión, pero también le hundió finalmente en sus negocios y en su vida. El Teatro Quintero de Sevilla al parecer fue su ruina. O quizá su ruina, como la de todos, fueron los años. Los poetas son las voces de la tribu que dicen las grandes verdades y proclaman los grandes ideales. Con sutileza, con profundidad, con belleza. Mientras tanto, la tribu sigue a lo suyo, como de costumbre. Oye, pero de lejos. Aunque parte de razón no le falta. Un mundo de poetas o guiado por poetas sería el más estético y elevado caos. Un mundo de Quijotes, el más perfecto desastre pragmático para una sociedad. Así pues, con un bello poema que grabó en audio, El viaje definitivo, de Juan Ramón Jiménez (nacido en el pueblo onubense al lado del suyo, con el mismo olor a océano, a Atlántico) se ha despedido de sus amigos y de todos. Se ha despedido de nuestro mundo. Con su voz. La amplia voz que tuvo en vida.
Bon voyage, señor caballero Quintero. Que tu espíritu libre disfrute errando nostálgico por el huerto florido. Junto al árbol verde, el pozo blanco, el cielo azul y plácido.
(In memoriam de uno de los más famosos locos de Celtiberia desde los tiempos de Don Quijote)
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