0. Por el continuo y sistemático spoiler o ‘destripe’ que hago en este largo artículo-poliedro de 20 caras irregulares, que no es sólo ni principalmente una crítica cinematográfica, creo que es mejor no leerlo antes de ver la película. Quizá después, para reflexionar sobre su complejo contenido ético y científico. Voy a ser más crítico con Oppenheimer que Nolan, pero estoy de acuerdo en la importancia y la rehabilitación de su figura histórica. El científico fue encrucijada de muchos caminos. Un tipo de encrucijada en el que, quizá antes que después, volveremos a encontrarnos.
1. Gran película
Las películas Memento (Amnesia, 2000) y El caballero oscuro (2008) del londinense, Christopher Nolan, han sido incluidas en el American Film Registry para su preservación en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, por ser “cultural, histórica o estéticamente significativas”. Pasado el plazo exigido de diez años desde su estreno, los filmes del mismo autor, Dunkerque (2019) y Oppenheimer (2023), con una mayor madurez y calidad artísticas que sus trabajos previos, pasarán también casi con seguridad a formar parte de los fondos de la Biblioteca como dos de las mejores películas en lo que llevamos de siglo XXI. Y serían ya cuatro las obras de Nolan seleccionadas, sin duda uno de los más originales e importantes directores de cine del presente siglo.
Después de los logros de sus películas anteriores (la fragmentación e inversión cronológica de la narración mediante un virtuoso puzle, los superhéroes con lado oscuro y monólogo interior, o la ciencia-ficción sobre el multiverso de mundos simultáneos y paralelos en el espacio-tiempo), la temática y el estilo realistas de sus últimas obras, aprovechando el bagaje técnico y artístico previos, han permitido a Nolan alcanzar un nivel de creatividad y madurez muy alto. ¡El cine adulto e inteligente (que por supuesto siempre debe incluir el sentido del humor) todavía existe en Hollywood! Es menos que minoritario, porque la industria del entretenimiento simple, accesible a la familia al completo, niños y adolescentes, con guiones puerilizados y efectos especiales de principio a fin, el gran negocio, se ha comido casi todo. Pero existe. Quizá Hollywood debiera plantearse una nueva categoría futura en sus premios: el Óscar a mejor película con tema y diálogos para personas maduras con cultura. Muchos años se quedaría desierto, pero no al menos en la próxima edición. La ciencia y los científicos que aparecen en Oppenheimer elevan el nivel cognitivo del guion muy por encima del que habitualmente tiene el cine de entretenimiento. El tema y los diálogos suponen un salto cuantitativo y cualitativo. El arte cinematográfico debería tratar más a menudo temas científicos y sobre científicos. Espero que esto ocurra a lo largo del siglo XXI, que la Ciencia aparezca mucho más en el cine.
Teniendo en cuenta que a películas como Amarcord (Fellini), Ciudadano Kane (Orson Welles), El apartamento (Billy Wilder), Los siete samuráis (Kurosawa), 2001: Una odisea del espacio (Kubrick), Fanny y Alexander (Bergman) o El padrino (Coppola) –por citar como referencia solo algunos ejemplos– las doy una calificación de sobresaliente, 9 o más sobre 10 (9-10/10), a Oppenheimer la pondría un notable (7,5/10).
2. Cine en ‘cuatro dimensiones’
Trinity fue el nombre inspirado en un verso del poeta inglés del siglo XVII, John Donn: “Golpea mi corazón, Dios trino” [Dios de tres personas] que Oppenheimer eligió para llamar a la prueba de explosión de la primera bomba atómica de la Historia en el desierto de Nuevo México la madrugada del 16 de julio de 1945. ¡Impresionante en la película el silencio de más de un minuto hasta que llega el sonido de la detonación y la onda expansiva a los puestos de los observadores, durante el que se escucha la respiración de Oppenheimer! ¡El silencio de la bomba atómica, el silencio que anticipa la destrucción!
El arte cinematográfico tiene una estructura que también es tridimensional, una mezcla y síntesis de tres artes clásicas o Bellas Artes: Pintura, Literatura (narración y dramaturgia, principalmente, con contenidos poéticos en ocasiones) y Música. El Séptimo Arte lo es de la imagen, la palabra y el sonido. O dicho de otra manera: el arte de la imagen, el arte de la palabra y el arte del sonido, juntos. Un arte de estructura triple en el que la ‘cuarta dimensión’ es el montaje, el ritmo. En la película de Nolan, el montaje es muy preciso ensamblando los continuos cambios en círculo de la línea temporal y las historias paralelas. El dinamismo y la velocidad son máximos para poder captar la atención del espectador de manera constante durante nada menos que tres horas. Un logro muy inusual. Su ritmo trepidante hace que la película parezca que dura, como mucho, dos horas. ¡Todo menos una película lenta! Como sucede con las demás artes clásicas, en el cine hay también en juego un ‘quinto elemento’: las personas receptoras de la obra de arte, su imaginación, intelección y emociones. El modo en que la sienten, entienden e interpretan. Lo que la obra dice a cada persona. La película ha tenido buena acogida y críticas en todo el mundo, a pesar de sus claras dificultades ‘técnicas’ para el espectador: larga duración, muy rápida, tema difícil, alta densidad de diálogos, escenas y sucesos, frecuentes saltos en el tiempo narrativo, y muchos personajes y nombres para recordar. Con sus pros y sus contras, seguramente sea una de las más nominadas y firmes candidatas en los próximos Premios Óscar. La música, el sonido, las imágenes, los diálogos y la interpretación de los actores son protagonistas principales, y poderosos aliados, en el filme Oppenheimer.
Las imágenes, como ya es costumbre en las películas de Nolan, ofrecen un verdadero espectáculo visual. Combinan la inmensidad de los espacios abiertos en el desierto de Nuevo México y el hipnótico movimiento del fuego y de las ondas y partículas infinitesimales, con los primeros planos de hiriente autenticidad del rostro de varios actores. A destacar, Cillian Murphy (Oppenheimer), que hace una excelente interpretación, sincera, sobria, altamente emotiva, trasladando a la pantalla la gran fortaleza y a la vez gran vulnerabilidad del personaje. Recuerda a Montgomery Clift, incluso a Lawrence Olivier. También destacan la sofisticada interpretación de Robert Downey Jr. (Lewis Strauss, el maquiavélico político antagonista de Oppenheimer), Matt Damon (como el general Leslie Groves Jr., jefe militar y jefe máximo directo del proyecto para fabricar la primera bomba atómica entre 1942 y 1945, el llamado Proyecto Manhattan), Emily Blunt (Kitty Oppenheimer, que sufrió las infidelidades de su marido, abusaba del alcohol, tenía un humor irritable, pero siempre le apoyaba), Florence Pugh (Jean Tatlock, amante de Oppenheimer, psiquiatra, dubitativa, sensible, con problemas personales) y Jason Clark (fiscal en el proceso burocrático que se montó contra el científico), que está magnífico, muy sólido, con un gran dominio de la interpretación corporal. Y las carismáticas perlas de Kenneth Branagh (Niels Bohr) y Gary Oldman haciendo de presidente Truman en el Despacho Oval. Pero en general, el amplio elenco de actores principales y secundarios, Tom Conti (Einstein), Josh Harnett (Ernest Lawrence), Benny Sadfie (Edward Teller), Casey Affleck, Rami Malek, etc., hace un estupendo trabajo representando a un gran número de científicos y políticos.
La fotografía está filmada en color y en blanco y negro con la tecnología de alta resolución IMAX. Unas imágenes deslumbrantes, espectaculares.
La música en Oppenheimer es potentísima, de una fuerza extraordinaria que la convierte en protagonista principal de la película. Es un componente artístico esencial de la obra. ¡Parece ‘música atómica’! Firmada por el sueco Ludwig Göransson (ganador de un Óscar y un Grammy por la banda sonora de Black Panther). Pero no solo la música, también los efectos de sonido tienen un papel protagonista muy importante en esta película. Sincronizados de manera precisa con las imágenes y la tensión dramática de los rostros, diálogos y situaciones (quizá en algún momento, algo sobrepasados, ruidosos o efectistas).
La impresión es de una enorme fuerza y solidez, tanto de cada una de las partes como del todo. Recuerda esas animaciones digitales en las que vemos flotando y moviéndose en el aire cada vez más sillares de piedra que se van juntando unos con otros hasta que forman una pirámide de Egipto. Un puzle de muchas piezas que de manera muy rápida quedan perfectamente ensambladas. Muchas pequeñas realidades que implosionan en una realidad mayor. En cierto sentido… ¡la película también es una bomba!
3. La bomba atómica: El rayo de Zeus
El propio Nolan, que estudió Literatura Inglesa en el College de Londres, ha hecho el guion adaptado a partir del Premio Pulitzer de biografía 2006: Prometeo americano. El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer (2005). Monumental obra de dos autores norteamericanos. Kai Bird, un historiador que a lo largo de más de una década logró reunir una base documental enorme, recogiendo testimonios, consultando textos privados, grabaciones de entrevistas, archivos, documentos oficiales desclasificados, etc. Y Martín J. Sherwin, un escritor que de esa gigantesca montaña de información sacó una estructura narrativa para la biografía, construyó el relato (que aun siendo una síntesis supera las 800 páginas de extensión). No he leído esta obra, daré por supuesto que Nolan, salvo alguna licencia artística y dramática para adaptar la biografía al cine, es fiel al texto.
El título es muy llamativo, impactante, marketing de alta eficacia, pero es erróneo en su analogía mitológica. ¿Oppenheimer fue una especie de dios, de Prometeo contemporáneo, y la bomba atómica el fuego que entregó a los hombres? Veamos. Según la mitología griega, Prometeo era un titán perteneciente a una estirpe de dioses anterior a los del Olimpo. En su lucha personal con Zeus, robó una llama del fuego que hasta entonces solo tenían los dioses inmortales y se la entregó a los hombres. Una forma de rebelarse para socavar el Poder del primero, más que de querer beneficiar a los humanos. Zeus le condenó a estar encadenado toda la eternidad y a que un águila le comiese cada día el hígado, que luego volvía a crecer por la noche (en alguna de las versiones del mito consigue finalmente el perdón del dios más poderoso). El fuego robado, además de su capacidad como arma de ataque, tenía también otros muchos usos que ayudaron al progreso de la especie humana. Para empezar, el uso defensivo de ahuyentar a los animales y asar la carne de los cazados. Dar calor para poder sobrevivir en los largos y fríos inviernos. Forjar muchos tipos de objetos de metal, etc. Oppenheimer fue el director científico de un proyecto militar secreto para fabricar la primera bomba atómica. La bomba no tenía ningún posible uso benefactor directo. Solo tenía capacidad destructiva. Iba a generar una estremecedora detonación y una gigantesca columna de fuego y humo hasta entonces desconocidas por la Humanidad. Su fuego evocaba un Poder aniquilador de proporciones sobrehumanas. La potencia infinita del imaginario Poder divino. ¡La peor cólera de los dioses jamás vista! No era fuego con potencial constructivo, era fuego devastador. Y esto fue precisamente lo que ocurrió en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, con un total de víctimas mortales inmediatas estimado en 110 mil personas entre las dos ciudades (70 mil en la primera y 40 mil en la segunda). Debido a los efectos de la radiación, quemaduras, leucemias y otras enfermedades, en los siguientes años el número de muertes llegó hasta 250.000. Pura destrucción humana. La bomba atómica, por tanto, no equivalía al fuego benefactor que Prometeo entregó a los hombres según el mito. La equivalencia acertada del fuego prometeico no es con la bomba sino con la energía atómica, que se puede utilizar para usos humanos beneficiosos. Por ejemplo, en el diagnóstico y tratamiento de muchas enfermedades. Además, Oppenheimer y los científicos no entregaron el arma de destrucción masiva que habían fabricado a todos los hombres. Se la entregaron a unos cuantos y concretos hombres poderosos, a la cúpula política y militar de EEUU. De este modo, algunos hombres fueron favorecidos con gravísimo perjuicio de otros. El presidente, Harry S. Truman, no dudó un instante en usarla dos veces contra miles de civiles desarmados, ancianos, hombres, mujeres y niños. Los dioses griegos no tenían códigos éticos que seguir salvo el de su propia voluntad y Poder. Eran amorales, vengativos, caprichosos, coléricos, sanguinarios, y en ocasiones muy destructivos. En cambio, los científicos, políticos y militares del Proyecto Manhattan eran hombres con dilemas éticos, como todos los seres humanos. Podían decir sí o decir no. Después del ‘éxito’ de las explosiones atómicas y del fin de la Segunda Guerra Mundial, a Oppenheimer se le consideró un héroe, con esa tendencia tan característica del país a la automitificación. Su fotografía salió en portada de las revistas Time y Life con el sobrenombre de “padre de la bomba atómica”. Todos en ese momento le elogiaron como si fuese un auténtico héroe. Pero la mitología es una cosa y la Historia otra. En la realidad, Oppenheimer fue un hombre que entregó un arma extraordinariamente destructiva a los jefes de su tribu para que ganasen la guerra que tenían con otras tribus. Nada que ver con un dios benefactor de la Humanidad.
Nolan evita el erróneo y un tanto grandilocuente título de la biografía llamando a su película de forma neutra y sencilla: Oppenheimer. Es de agradecer.
Como analogía mitológica, es más preciso comparar el fuego destructor de la bomba atómica con el rayo de Zeus. El rayo era el arma más temida en la Antigüedad mítica, el símbolo de su Poder. Zeus tenía concentrada en sus manos para utilizarla cuando quisiera y como quisiera la inmensa furia que en ocasiones desatan los cielos. Tres Cíclopes (gigantes de “soberbio espíritu” con un solo ojo en la frente), Brontes, Estéropes y Arges, lo fabricaron y se lo entregaron al padre de los dioses del Olimpo. En este sentido, a Oppenheimer y a los científicos del Proyecto Manhattan se les podría considerar, no Prometeos, sino Cíclopes modernos. ¡Los Cíclopes del presidente Truman! J. Robert Oppenheimer: el triunfo, el castigo y el renacer de un Cíclope americano.
4. Los dos procesos: al científico y al político
La narración cinematográfica de Nolan se estructura en torno a dos procesos burocráticos paralelos. Los saltos de uno a otro rompiendo la cronología lineal, y el uso alterno del blanco y negro y del color, son constantes, en círculo, hasta cerrar por completo el relato.
El primer proceso tuvo muchos rasgos kafkianos. Fue al que de manera dudosamente legal, amañada, sin público ni medios de comunicación presentes, a puerta cerrada, sometió a Oppenheimer durante un larguísimo mes una Junta de funcionarios de la Comisión de Energía Atómica del Gobierno en 1954. Después de haber sido un héroe nacional, se cuestionó su lealtad a los Estados Unidos acusándole de ser nada menos que un espía soviético. La Junta no confirmó al final esta acusación, pero por dos votos a uno le denegó las credenciales de seguridad como personal autorizado que había tenido hasta ese momento. Esto supuso el fin de su larga colaboración y trabajo histórico a las órdenes del Gobierno norteamericano. Además de un gravísimo daño a su honor e imagen pública.
El segundo proceso es al que cinco años después, en 1959, se vio sometido por una comisión del Senado, Lewis Strauss, un político al que Eisenhower había propuesto para formar parte de su Gabinete como ministro o Secretario de Comercio. A diferencia del anterior, se hizo de manera transparente, pública, con medios de comunicación de acuerdo a lo estipulado por la Ley. Strauss era un zorro de la política, un veterano en los círculos de Washington que había ocupado muchos cargos. También era supuesto amigo de Oppenheimer, al que después de finalizar el Proyecto Manhattan benefició nombrándole director del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, donde trabajaba y residía Einstein. Nolan le considera el responsable último –mediante una elaborada maquinación con la que aparentar estar al margen– del vergonzoso proceso al que sometieron al científico en 1954. Strauss es el ‘malo de la película’, el cerebro en la sombra que diseñó todo para neutralizar a Oppenheimer después de haberse convertido en un activista público contra la proliferación del armamento nuclear. ‘El malo’, o el principal antagonista, por decirlo de modo más técnico. El examen al que Strauss fue sometido en el Senado como todos los candidatos propuestos para formar parte del Gobierno terminó haciendo justicia. Gracias al voto del entonces desconocido, John Fitzgerald Kennedy, y de algún senador más, se denegó su propuesta de nombramiento. Algo muy excepcional, al ser una propuesta hecha directamente por el Presidente de Estados Unidos. Nolan acentúa en su guion este desenlace, esta forma de justicia poética: el político responsable de que a Oppenheimer, mediante un proceso oscuro y amañado, le denegasen las credenciales poniendo fin a su carrera en la Administración y dañando gravemente su imagen, poco después tuvo que ver cómo el Senado le denegaba el mayor logro que había ambicionado en toda su vida, siendo humillado ante las cámaras y ante todo el país.
Sin embargo, en este punto clave de la estructura dramática del guion (la confrontación entre la conducta del protagonista y la del antagonista principal) hay un serio problema de verosimilitud. Cuesta pensar que Lewis Strauss fuese el responsable político último del proceso que se montó contra Oppenheimer. Quizá en la realidad no fue ‘el malo’ principal. Resulta poco creíble que ni J.E. Hoover, implacable director del FBI, ni el senador McCarthy, implacable caza-izquierdistas, ni el presidente Truman, implacable comandante en jefe, tuvieran nada que ver. El FBI tenía conocimiento de un informe muy detallado sobre Oppenheimer en el que se le acusa de ser un espía comunista (hecho por uno de los funcionarios que declararon en la Junta que le denegó las credenciales). Y cuando Hoover sabía algo, nunca dejaba de actuar. En aquel momento se estaba además en pleno apogeo del macarthismo y la caza de brujas contra la más mínima señal de izquierdismo. Era una obsesión y una prioridad nacionales. Y cuando el senador McCarthy identificaba cualquier forma de activismo por parte de personajes públicos, nunca dejaba de intervenir. Muchos actores famosos, guionistas y directores de Hollywood padecieron su vigilancia, detención e interrogatorios. Oppenheimer había desafiado públicamente en reiteradas conferencias y declaraciones a los medios de comunicación la política armamentista nuclear del presidente Truman, oponiéndose al desarrollo de un programa de bomba termonuclear (la conocida como bomba H, más de mil veces más potente que las de Hiroshima y Nagasaki). Truman aprobó finalmente este programa en contra de la recomendación del comité científico asesor de la Comisión de Energía Atómica presidido por Oppenheimer. Y cuando a Truman se le contrariaba, no dejaba de actuar. El Presidente murió en 1953, pero tuvo tiempo de dejar tomadas algunas decisiones. El guion de Nolan presenta a Lewis Strauss como el maquiavélico ‘malo de la película’, el responsable último de lo que sucedió con Oppenheimer. Desconozco si hay suficientes datos históricos documentados que acrediten esta tesis. En principio, es difícil de creer. El científico era todavía un héroe con mucha influencia en la opinión pública, y se había convertido en un neo pacifista que hablaba en contra del programa de defensa y armamento nuclear del Gobierno. Parece claro que había que frenarle o callarle. No resulta verosímil que por encima de Strauss nadie diese órdenes, que actuase contra el científico movido sólo por venganza personal al sentirse ridiculizado y traicionado después de haberle favorecido. Lewis Strauss era un segundón. Es probable que fuese el urdidor del plan para desacreditar a Oppenheimer, pero la situación histórica y política hace pensar que no actuó por iniciativa propia. Desde arriba, la jerarquía del establishment pudo utilizar a Strauss como ejecutor intelectual y cortafuegos. El que a Maquiavelo mata, a Maquiavelo muere. Y Lewis Strauss tuvo la mala suerte de tener al menos tres destacadas cabezas maquiavélicas por encima: Hoover, McCarthy y Truman. Alguno de los tres, o los tres, es probable que le ordenasen actuar contra el científico.
Christopher Nolan apoya a Oppenheimer, está de su lado, mientras que Strauss sale peor que trasquilado. De manera sutil y compleja, sin duda, pero la tradicional dicotomía ética del cine entre los dos personajes principales, ‘el bueno’ y ‘el malo’, está presente en esta película. Un defecto, en mi opinión. Las narraciones, la Literatura, las Artes, no debieran dividir a las personas en ‘buenos’ y ‘malos’, sino mostrarnos lo que de bueno, de malo, de regular y de cambiante mezcla tiene cada persona. Mostrar la complejidad de los seres humanos.
Oppenheimer pide en su declaración escrita y leída ante la Junta burocrática que le está juzgando tener la oportunidad de contextualizar su vida y su obra, para que pudiesen entenderle mejor. Aquella Junta actuó a puerta cerrada en un cuartucho, y lo que se dijo quedó enterrado para la Historia. Nolan lo saca a la luz, expone la verdad de lo que sucedió en el proceso (o al menos, su interpretación de la verdad). La película es un gran acto para reivindicar a Oppenheimer, como persona, como científico y como figura pública e histórica. Le da la oportunidad durante nada menos que tres horas para explicar y contextualizar ampliamente su vida y obra ante el público de todo el mundo. De este modo empieza a contar su propia historia desde los años de juventud y formación.
5. La formación científica de Oppenheimer
Robert Oppenheimer fue un joven neoyorquino de altas capacidades intelectuales, origen judío y familia adinerada. Su padre era un inmigrante alemán que había hecho fortuna como empresario textil. Se graduó en Química en la Universidad de Harvard. Luego viajó a Europa, a las Universidades de Cambridge, Gotinga y Leiden, para doctorarse y conocer de mano de algunos de sus principales creadores la nueva física cuántica, que introdujo en Estados Unidos. Fue profesor en la Universidad de Berkeley, en California. Como pionero de la física cuántica, alcanzó el máximo nivel en la comunidad científica. Fue miembro de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos y de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, entre otros muchos cargos y distinciones académicas. Su principal trabajo teórico como físico lo hizo sobre la muerte de las estrellas al enfriarse, más violenta cuanto más grandes y mayor colapso gravitacional producen. Una muerte invisible, porque la luz también es absorbida. Este trabajo teórico predecía la existencia de los que luego serían conocidos como ‘agujeros negros’. Sin embargo, ni esta y otras importantes contribuciones teóricas, ni su papel en la fabricación de la primera bomba atómica de fisión nuclear, la Academia sueca consideró que fueran méritos científicos suficientes para concederle el Premio Nobel. Al contrario, su fama mundial como “padre de la bomba atómica”, después del horror en Hiroshima y Nagasaki, seguramente eliminó para siempre esa posibilidad.
6. Los Premios Nobel
Oppenheimer no consiguió el Premio Nobel, pero estaba rodeado de científicos que ya lo tenían o lo iban a tener. Conocía y se relacionaba habitualmente con muchos de ellos. En la película de Nolan aparecen y habla al menos con once Premios Nobel de Física: Albert Einstein (Nobel en 1921), Niels Bohr (1922), Werner Heisenberg (1932), Enrico Fermi (1938), Ernest Lawrence (1939), Isidor Isaac Rabi (1944), Patrick Blackett (1948), Max Born (1954), Richard Feynman (1964), Hans Bethe (1967) y Luis Walter Álvarez (1968).
7. La relatividad y la física cuántica
Con sus dos Teorías de la Relatividad, Especial (1905) y General (1915), Einstein abrió la puerta a una habitación en cuyo interior los físicos empezaron a atisbar la mecánica cuántica. Así lo explica en la película, Niels Bohr (interpretado por Kenneth Branagh). No era un paso adelante, era un nuevo universo hasta entonces oculto y desconocido en el que las partículas subatómicas mostraban una incierta naturaleza dual. Un extraño comportamiento, onda-partícula, que solo se podía predecir mediante probabilidades. La causalidad determinista de la Física dejaba de tener sentido. Era un modo nuevo de comprender la realidad. Difícil de entender y de aceptar, incluso para muchos físicos clásicos. En tres o cuatro breves diálogos que mantienen los personajes, Nolan explica de manera accesible al público en qué consiste la física cuántica. Resulta didáctico, teniendo en cuenta lo muy abstracto del tema. Lo ejemplifica además con imágenes. Hace dos símiles, el de las ondas que se producen e interaccionan en la superficie del agua cuando las gotas de lluvia caen al azar, y el de los movimientos aleatorios del fuego. Imágenes que tienen además mucha fuerza poética. Ondas en la superficie del agua, y ondas en la estructura más íntima del átomo. La mayor parte de la materia es espacio vacío, pero los múltiples tipos de partículas y/o ondas infinitesimales se entrelazan mediante fuerzas que producen la apariencia a nuestros sentidos y a nuestro cerebro de que es compacta. Todo lo relacionado con la física cuántica todavía parece ciencia-ficción, no digamos hace un siglo.
En la película, Einstein (Tom Conti) le dice a Oppenheimer que sabía lo que los físicos cuánticos pensaban sobre él: que había abierto la puerta a un universo nuevo que no entendía, que no alcanzaba a percibir el potencial y las consecuencias de sus propias teorías, que el viejo genio había perdido la capacidad de comprender lo que él mismo había empezado, el microuniverso de probabilidades y paradojas en el que la causalidad lineal desaparece. Su desacuerdo con los principios de la mecánica cuántica lo resumió en la famosa frase: “Dios no juega a los dados”. Los físicos cuánticos, en cambio, afirmaban que ‘Dios’ (o la conciencia o inteligencia universal en la que cada cual quiera pensar o creer) quizá no juegue a los dados, pero la materia y la energía sí. La materia y la energía juegan a los dados. La física cuántica había superado, o parecía haber superado, a Einstein. Las reglas para explicar el comportamiento del macrouniverso, los planetas, las estrellas, las galaxias o la curvatura de la tetradimensión espacio-tiempo, eran distintas a las que explicaban el microuniverso de cuantos de energía, ondas y partículas subatómicas. A pesar de los esfuerzos que hizo en sus últimos años, Einstein no logró una teoría o una ley de unificación de todas las fuerzas conocidas del universo que demostrase de manera inequívoca que ‘Dios’ no juega a los dados. Pero aun así, ¿es posible que tuviese razón?
En el filme de Nolan vemos a Oppenheimer haciendo unos cálculos teórico-matemáticos en una pizarra que según él demostraban que la división del núcleo de los átomos, la fisión nuclear, no era posible (la prensa acababa de dar la noticia de que los físicos alemanes lo habían conseguido). Su colega y amigo en Berkeley, Ernest Lawrens, que ya trabajaba en el ciclotrón de fisión nuclear por el que acabó recibiendo el Premio Nobel, le dice con mucha ironía que sus cálculos eran muy claros y elegantes, pero que había un pequeño problema. En el laboratorio de al lado, Luis Walter Álvarez acababa de reproducirla de manera experimental. “La teoría llega hasta un punto”, añade. Una frase que se repite varias veces a lo largo de la película y que ilustra muy bien en qué consiste el método científico. El propio Oppenheimer la dirá después al fabricar la bomba atómica. Por tanto, no sabemos si en 20 o 50 años, en uno o varios siglos, la experimentación y la evidencia científica empírica terminarán por decir con mayor seguridad si el pensamiento teórico de Einstein, el de los físicos cuánticos, o el de los dos, es acertado. Y cuánta y qué parte de razón tiene cada uno. Es decir, quién o qué no juega o sí juega, y de qué modo, a los dados.
8. Un científico con inquietudes culturales, sociales y políticas
Oppenheimer no fue un científico centrado solo en su actividad profesional. Tenía otras inquietudes intelectuales. Seguramente por influencia de su madre, coleccionista de arte y pintora. Le interesaba la pintura, él también fue un pequeño coleccionista, la música, la Historia, la literatura y la filosofía. Esto es algo que no ocurre, ni mucho menos, con todos los científicos. Y menos aún sucede que los científicos de alto nivel tengan inquietudes sociales públicas o sean activistas.
Cuando estuvo en Cambridge de joven, con poco más de 20 años, turbado por los pensamientos y visiones del universo que su aprendizaje de la mecánica cuántica le estaba desvelando, tuvo problemas de estabilidad emocional, hizo psicoanálisis, y leyó los ensayos de Freud. También por curiosidad intelectual había leído El Capital de Karl Marx, en la versión original escrita en alemán, idioma que conocía por su ascendencia paterna. Era lector de poesía. Entre otros, de Eliot (La tierra baldía) y del gran poeta ‘metafísico’ inglés, Jhon Donn. Sin tener un credo religioso concreto declarado, se interesó por la filosofía hindú. Estudió sánscrito y leía en esta lengua el Bhagavad-gīta, un texto sagrado hinduista. En definitiva –y han sido solo unos pocos ejemplos–, Oppenheimer era un científico culto. Con mucha curiosidad e interés por todo lo relacionado con la sociedad de su tiempo. Este perfil, hay que insistir de nuevo, ni lo tenía la mayor parte de los científicos de su época, ni lo tiene los de la época actual. Los científicos, tanto los de más alto nivel como los de niveles intermedios, suelen centrarse de manera bastante monográfica en su trabajo profesional, tiempo libre incluido. Algo que resulta bueno para un rendimiento máximo en el área de capacitación específica, pero no tan bueno para su cultura.
En lo que se refiere a la política, salvo votar y estar suficientemente informados, la mayoría de científicos prefiere dejarla un tanto de lado. No es su terreno, y las reglas y características del juego del Poder no suelen gustarles. Entienden que la política es inevitable, un mal menor frente al otro gran método de resolución de graves conflictos entre humanos, la guerra, pero de ahí ni pasan ni quieren pasar. La dedicación política requiere una muy notable laxitud lógica y ética que no convence a los científicos. La política exige una disposición, una mente, naturaleza o personalidad, ¡y unas tragaderas!, que no suelen tener (tampoco la mayor parte de los ciudadanos ‘normales’). Por esto son muy pocos los científicos con auténtica vocación y madera políticas, afortunadamente.
9. El controvertido perfil político de Oppenheimer
En la conversación que tiene en la película con el general Leslie Groves (Matt Damon), en la que le ficha como director científico del Proyecto Manhattan, ante el comentario que el general hace sobre su fama de ser un “comunista”, o al menos un “supuesto comunista”, Oppenheimer se define políticamente como favorable al New Deal de Roosevelt y al Partido Demócrata. El llamado Nuevo Pacto del presidente Roosevelt consistió en una serie de medidas reguladas por el Estado tras el crack económico de 1929, que se inspiraron en parte en las teorías de intervencionismo estatal moderado del Premio Nobel de Economía, John Maynard Keynes. Al Partido Demócrata americano se le suele considerar un partido liberal de centro, liberal-social, o comparado con Europa, un partido socialdemócrata light. En este sentido, al científico se le podría considerar de manera genérica ‘izquierdista’, socialdemócrata, pero no comunista.
La fama de que Oppenheimer era comunista se debía a sus relaciones personales. En su círculo privado y profesional hubo muchas personas que pertenecían o habían pertenecido al Partido Comunista de los Estados Unidos de América. Él nunca estuvo afiliado, pero su mujer, su hermano (también físico, que participó en el Proyecto Manhattan), su pareja y amante, la psiquiatra Jean Tatlock, y muchos de sus amigos y compañeros en la Universidad de Berkeley –donde apoyó la creación de sindicatos docentes–, sí estaban o estuvieron afiliados en algún momento al Partido Comunista. Un hecho que se debe contextualizar de inmediato, porque como le dice su hermano la mitad del profesorado universitario en aquel tiempo lo estaba. Robert le responde que la otra mitad no, precisamente la mitad que ocupaba los puestos directivos y de Poder. En la película se muestra muy contrario a la afiliación al Partido de su hermano, aunque la acepta por considerar más importante que hiciese con su vida libremente lo que quisiera para sentirse feliz.
Oppenheimer no negaba su curiosidad intelectual por el marxismo. Pero tener curiosidad intelectual por las teorías de Marx, es una cosa, y ser un adepto comunista y marxista afiliado al Partido, otra muy distinta. Pensaba a nivel teórico que era una de las muchas revoluciones que su tiempo estaba viviendo. Igual que la física cuántica, de la que él fue pionero en EEUU, el psicoanálisis de Freud, la música de Stravinsky, o la pintura cubista y los rostros en varias perspectivas de Picasso. Su mente estaba abierta a todos los cambios que sucedían a su alrededor, con cierta predisposición a aceptarlos. El Premio Nobel, Ernest Lawrence, tenía otro enfoque. Le dice que la “revolución” ya se había hecho en Estados Unidos más de un siglo antes, y que la Universidad no era lugar apropiado para el activismo político. En el breve cortejo que tiene en la película con Jean Tatlock (Florence Pugh), comunista convencida y afiliada, Oppenheimer afirma que la obra de Marx le parece “grandilocuente”, y que su compromiso personal e intelectual no era con una teoría o una visión concreta de la sociedad y del mundo, sino con el pensamiento libre. Un difícil compromiso que nos recuerda el problema que han tenido prácticamente todos los librepensadores a lo largo de la Historia: que al no encajar en un patrón reconocible o preestablecido de pensamiento, se les ha acusado de tener ideas que no tenían.
Jean Tatlock, comunista militante, activista, marxista sin dudas, con problemas psicológicos y tratamiento antidepresivo, rechazó casarse o ser pareja estable de Oppenheimer. Más adelante, cuando el científico entró en el Proyecto Manhattan se vio obligado a cortar la relación con ella por motivos de seguridad. La joven psiquiatra se suicidó con tan solo 29 años. Algunos familiares afirmaron que había sido asesinada por su filiación y activismo políticos. Entre las rápidas imágenes de la preparación de su suicidio por ahogamiento en la bañera, después de una sobredosis de fármacos, aparece una mano enguantada sobre su cabeza. Nolan deja así abiertas ambas posibilidades. Una licencia dramática cuestionable.
España aparece en la película representada por Picasso y la Segunda República. A Picasso le veía como un innovador revolucionario de la Pintura. En las imágenes aparece algún cuadro suyo. Mediante un símil flexible, los rostros en multiperspectiva del pintor malagueño se podrían calificar como ‘cuánticos’. Respecto de la República, hizo donaciones económicas a refugiados y exiliados a título personal, no de manera directa al Partido Comunista al no estar afiliado. Oppenheimer estaba a favor de la República frente al golpe militar del general Franco y el “fascismo”. No expresa ninguna opinión sobre el comportamiento que tuvieron antes los partidos de izquierda. Tampoco si en un momento determinado, a consecuencia de todo lo que fue ocurriendo durante la República española, su opinión inicialmente favorable se volvió matizada o en contra. Como le ocurrió a nuestro don Miguel de Unamuno, un gran librepensador que terminó criticando tanto a los hunos como a los hotros.
Políticamente, Oppenheimer no estuvo alerta sobre el peligro potencial que suponían Stalin y el comunismo soviético (que en aquel momento eran aliados de Occidente en la guerra contra Hitler y el nazismo). El comunismo tenía además buena acogida en los círculos universitarios americanos. Los políticos de la Administración Truman, en cambio, estaban ya muy prevenidos. Su amigo, Haakon Chevalier, profesor de Literatura en Berkeley, le dice que el Gobierno consideraba más peligrosos a los comunistas que a los fascistas españoles que habían dado el golpe contra la República, y era cierto. Los políticos preveían que el siguiente gran peligro para el futuro de Occidente, una vez vencidos Hitler y el Imperio japonés, era el comunismo soviético. Oppenheimer y los intelectuales americanos de aquel tiempo esto no lo veían. ¡Y la mayoría tardó décadas en verlo y reconocerlo!
10. Militares, políticos y científicos
Los políticos y los militares mandan, son quienes manejan los hilos desde arriba. Es una mera cuestión de jerarquía de la fuerza, detentan el Poder. Esto queda muy claro en la película. Los científicos aparecen como soldados a sus órdenes, casi como marionetas.
Lo vemos en la impactante reunión que Oppenheimer tiene con el presidente Truman en la Casa Blanca (magnífico Gary Oldman). El científico se derrumba ante él y confiesa sentir que tiene las manos manchadas de sangre. El gran ‘jefe de la tribu’ se recuesta impasible en su sillón, y después de aclararle que se equivoca, que la decisión de lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki fue suya, una decisión que le llena de orgullo por haber salvado muchas vidas americanas, le ofrece su pañuelo para que se limpie las manos. Cuando Oppenheimer sale del Despacho Oval, Truman, que era miembro del Partido Demócrata, dice entre dientes que no quiere ver más por allí a aquel “llorón”. ¡Un Cíclope americano llorón! Después de haber fabricado para Zeus el rayo destructor y de comprobar lo que Zeus había hecho tan tranquilo con su arma, se sentía culpable. El impertérrito Comandante en Jefe se burló del científico, de aquel Cíclope a sus órdenes que se había vuelto tan sensible.
La relación de supeditación de los científicos al Poder político y militar queda también muy clara en la reunión que Oppenheimer tiene con el Secretario de Defensa y varios generales y asesores, a la que fueron convocados los tres científicos máximos responsables del Proyecto Manhattan (él por Los Álamos, Lawrence por Berkeley, y Fermi por el laboratorio de Chicago). En esa reunión se eligieron las ciudades japonesas sobre las que caerían las bombas atómicas. Los políticos y militares presentes imponen su lógica a los científicos. Había que ganar una guerra. Y finalmente, en la relación que Oppenheimer mantiene con el general Leslie Groves. Este general fue el que le eligió y nombró como director científico del Proyecto Manhattan. Groves (Matt Damon) era un militar con formación científica. Había estudiado ingeniería en el MIT y fue el encargado de la construcción del Pentágono. En su trato se muestra respetuoso con Oppenheimer, pero no puede compartir las dudas éticas de los científicos. Antepone con absoluta frialdad su deber como militar. Estados Unidos y los aliados occidentales estaban en guerra con varios peligrosos enemigos: Hitler y el régimen nazi, el Imperio japonés, y Mussolini. Por encima de todo, de una forma u otra, había que derrotarlos. Sin contemplaciones, sin paliativos. En la reunión mencionada con el Secretario de Defensa en la que también estaba, apoya el lanzamiento, no de una, sino de dos bombas atómicas sobre dos ciudades japonesas para borrarlas del mapa. Creía que de un modo menos cruento los japoneses no se rendirían. Para el general los hechos relevantes eran sencillos: había una guerra, había que ganarla, y había que hacerlo cuanto antes para evitar bajas americanas. Del mismo modo pensaba la cúpula política, con el presidente Truman a la cabeza.
“La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Esta es la conocida máxima que escribió en su obra, De la guerra (1832), el teórico de la ciencia militar y director de la Academia Militar Prusiana en Berlín, Carl von Clausewitz. Buena parte de cuyo aprendizaje fue directo y práctico en las guerras napoleónicas. El pensamiento encierra una gran verdad, que es posible ampliar. Del mismo modo que la materia y la energía se transforman una en otra, la política y la guerra también lo hacen. La guerra es la continuación de la política por otros medios, en efecto, y la política la continuación de la guerra por medios diferentes. En la guerra se hace política, y la política no deja de ser una forma de guerra. Asistimos además en este siglo XXI a una tercera transformación o metamorfosis: la de la guerra en terrorismo, y el terrorismo en guerra. Son las dos milenarias caras y el más reciente canto de una misma moneda que la especie homo sapiens tiene genéticamente grabada en su cerebro: la voluntad y la lucha por el Poder.
La política es el terreno social en el que la ambición humana alcanza su máximo grado en tiempos de paz. La política y todas las élites de Poder, en particular las económicas. El antagonista principal de Oppenheimer en la película, Lewis Strauss, es un veterano político de Washington con mucha ambición y grandes dotes maquiavélicas. Dice: “Los aficionados salen al sol y se los comen, el Poder se queda en la sombra”. Sin duda sabía cómo funciona. Pero al final la realidad no sale como quiere, es derrotado. La política y la guerra devoran también a sus propios hijos, a sus mejores guerreros (profesionales y mercenarios). A veces, cuando más confiados están y menos lo esperan.
11. La ingenuidad y la ambición de los científicos
La ingenuidad política de los científicos es proverbial, enorme, mientras que su ambición se parece a la de las demás personas.
Los científicos no suelen ser buenos analistas políticos. La política tiene demasiados intereses en juego, demasiadas variables no lógicas y no éticas, muy irracionales, emocionales e incluso instintivas, que desbordan la capacidad de percepción y previsión de una ordenada mente científica (excepción hecha si acaso de los científicos del comportamiento humano). De dedicarse a la política, casi con seguridad la mayor parte de los cerebros científicos más brillantes serían pésimos políticos prácticos. Se la darían por muchos lados. Y si esto es así respecto de la política, con la lógica y la operatividad militares los científicos se quedan en mantillas, como peces fuera del agua. O al menos, como peces adaptados a respirar y sobrevivir en aguas poco contaminadas que de pronto entran en un entorno hídrico no potabilizado, con frecuentes fangos. El salto de la Ciencia a la política es un salto cualitativo, un cambio de reglas, de mundo, casi de universo. Un lógico jugador de ajedrez que se mete en una partida de póquer entre experimentados tahúres. ¡Un salto cuántico!
Dos de los teóricos clásicos de la política más realistas que ha habido a lo largo de la Historia son, Maquiavelo, con su obra El príncipe (1532), y por encima de él, Sun Tzu, el estratega, general y filósofo chino del siglo VI a.C. y su obra El arte de la guerra. Ambos resultan diáfanamente claros para los políticos contemporáneos, para los militares, y para los profesionales del siglo XXI que se mueven en el terreno quizá más salvaje e implacable de todos, el de los grandes negocios, transacciones y mercados. En cambio, para las mentalidades lógico-científicas más puras (tanto racional como éticamente) su discurso resulta poco aceptable. La habitual ingenuidad política y militar de los científicos –que se recuerda en la película–, su frecuente idealismo y ‘buenismo’, no es sin embargo incompatible con la ambición personal y profesional. De los políticos dependen los cargos y los nombramientos de máximo nivel que los científicos pueden llegar a tener, y por tanto buena parte de su relevancia pública y social. Los científicos más ambiciosos a veces ponen como primer objetivo de su carrera alguno de esos nombramientos o cargos, o al menos como objetivo paralelo de igual importancia que los logros profesionales. Los políticos lo saben, y se aprovechan de ellos para conseguir lo que les pueda interesar. Las rencillas, luchas y envidias, personales y profesionales, son tan frecuentes como en cualquier otra profesión o actividad humana. Los científicos son como los demás ciudadanos. En su trabajo y en su vida privada toman decisiones más o menos éticas para conseguir lo que ambicionan y desean.
12. La ambición y la ingenuidad de Oppenheimer
Una de las cuestiones interesantes que plantea la película de Nolan es en qué medida Robert Oppenheimer fue un científico ambicioso, ingenuo, o ambas cosas a la vez. El guionista y director no le describe como particularmente ambicioso ni ingenuo, sino más bien como un idealista que tenía cierto lado pragmático. Sin embargo, lo que refleja el filme ante el espectador, quizá más allá de la intención consciente de Nolan, es que Oppenheimer pudo perfectamente haber sido ambicioso e ingenuo. Muy ambicioso y muy ingenuo incluso, como veremos más adelante.
13. La ética evoluciona
La ética, el sentido que los seres humanos tenemos de manera intuitiva, y mediante el uso de la razón, sobre lo que llamamos ‘el bien’ y ‘el mal’, evoluciona con el paso del tiempo. No es inamovible, estática. Los códigos éticos racionales suelen ser consensos laicos, en parte expresos y en parte tácitos, que la mayor parte de los miembros de una sociedad acepta en un momento histórico determinado en función de las creencias e ideas predominantes. Después de la Segunda Guerra Mundial, el código ético más importante ha sido y todavía es la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU, aprobada a finales de 1948. Los códigos morales religiosos son mucho más antiguos, y comparten algunos principios con los códigos éticos laicos. Pero al provenir de la fe, de las creencias diversas y singulares de cada uno de los grandes relatos religiosos, incluyen también principios propios o exclusivos. Los principios morales de origen religioso son más estáticos, aunque también hay normas éticas racionales que duran milenios. No matar o no robar, por ejemplo. El individuo que vive en sociedad se compromete a no hacer algo a los demás a cambio de que los demás no se lo hagan a él. Es un pacto tácito de autodefensa (equivale en otro nivel a poner la luz corta cuando nos cruzamos en la carretera con otro coche, para que haga lo mismo y no nos deslumbre).
La evolución histórica de las normas y principios éticos resulta muy evidente en algunos casos. La esclavitud no se abolió en Estados Unidos hasta 1863, con la Proclamación de Emancipación del presidente Abraham Lincoln. En la Cuba bajo dominio español, la prohibición llegó en 1888. A partir de entonces se empezó a pensar de manera mayoritaria en las respectivas sociedades que considerar y tener a otras personas como esclavos era éticamente reprobable. Antes no.
El caso de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki también es muy claro. La sociedad americana, y en general la sociedad occidental, aceptó en 1945 que se lanzasen sobre dos ciudades en las que solo podía haber víctimas civiles inocentes, ancianos, mujeres, hombres y niños. Según la actual legislación internacional y la opinión pública en las sociedades democráticas más avanzadas, su uso hoy sería considerado un gravísimo crimen de guerra. Y una total falta de ética.
De manera coloquial, cuando una decisión o el comportamiento de una persona se ajusta a las normas y principios que acepta la mayoría, se dice que esa persona, comportamiento o decisión, son éticos. Cuando sucede lo contrario, se dice que el comportamiento o la decisión son éticamente reprobables, faltos de ética, o una falta ética. O que la persona no es ética, no se comporta con ética, o no tiene ética.
14. Los científicos pacifistas
En 1942, cuando empezó el Proyecto Manhattan, Robert Oppenheimer y muchos científicos tuvieron que plantearse una dificilísima cuestión ética: fabricar o no una bomba atómica con una enorme capacidad destructiva. Entre los científicos hubo división de opiniones sobre si fabricar la bomba se podía considerar ético o no. Varios de los que aparecen en la película muestran claras reticencias éticas cuando les fichan para el Proyecto, que por encima de todo era un proyecto secreto de armamento militar en tiempo de guerra. Se trataba de aprovechar los conocimientos más recientes de la Física para fabricar un nuevo tipo de bomba mucho más potente que todas las conocidas hasta entonces. La responsabilidad de las decisiones que después se tomasen sobre su uso no correspondía a los científicos que la iban a fabricar (era entera responsabilidad de los políticos y de los militares, y en última instancia del presidente de Estados Unidos), pero la alta probabilidad de que hubiese muchas víctimas colaterales o de que fuera lanzada contra población civil causando la muerte de miles de personas inocentes, como finalmente sucedió, estaba en mente de todos. El argumento de impedir que los físicos alemanes, que llevaban la delantera a los norteamericanos en mecánica cuántica y física de energías, pudiesen fabricarla antes, con lo que Hitler y el régimen nazi la tendrían a su disposición, convenció a la mayoría. Otros en cambio no quisieron participar.
Según la versión de la película de Nolan, Einstein no participó porque Oppenheimer no quiso contar con él, al considerar que pertenecía a una generación de físicos antigua. Algo más que dudoso. Si Einstein con la fama mundial que tenía hubiese querido participar, no parece creíble que Oppenheimer se atreviera a impedirlo. Es más verosímil pensar que el genio se desmarcó por voluntad propia. Cuando Oppenheimer le lleva a Princeton unos cálculos matemáticos hechos por Edward Teller prediciendo la posibilidad de una reacción en cadena al explotar la bomba atómica que incendiase la atmósfera propagándose por todo el planeta, el genio le dice que las matemáticas no son su fuerte, y que uno de los científicos que participa en el Proyecto, el Premio Nobel, Hans Bethe, era capaz de hacerlos. Añadiendo que de confirmarse esa posibilidad se lo tendrían que comunicar a los científicos alemanes, para que nadie fabricase una bomba que podía destruir el mundo. La escena no es histórica, porque a quien consultó Oppenheimer fue a Arthur Compton, Premio Nobel de Física en 1927, pero refleja bien la actitud y la posición ética de Einstein.
De modo parecido, el Premio Nobel, Niels Bohr, al que Oppenheimer admiraba más todavía que a Einstein, se niega a participar en el Proyecto cuando se lo ofrece después de conseguir trasladarse de Dinamarca a Estados Unidos. La razón que aduce es que los científicos que ya participaban podían perfectamente fabricar la bomba sin su ayuda. Bohr estaba muy preocupado por las consecuencias que se iban a derivar de todo aquello. “Hay que prepararse para la serpiente que podemos encontrar al levantar la piedra”, según lo expresa él mismo.
Algunos de los científicos más importantes de la época, por tanto, dijeron no a su participación directa en el Proyecto Manhattan.
Hitler fue derrotado y Alemania capituló el 7 de mayo de 1945, antes de que el laboratorio de Los Álamos terminase de fabricar la primera bomba atómica (en realidad se están fabricando al menos tres: la primera para la prueba Trinity en la madrugada del 16 de julio de 1945, y las dos que finalmente se lanzaron el 6 y el 9 de agosto sobre Hiroshima y Nagasaki). Los científicos hicieron asambleas. Muchos pensaban que era el momento de parar, de dejarlo, que no había que seguir fabricando las bombas, que el fin ya no justificaba los medios (así lo dice literalmente una de las científicas), y que el gran peligro para la Humanidad en ese momento no eran los japoneses sino precisamente lo que ellos estaban haciendo. Oppenheimer se declara a favor de terminar de fabricar las bombas.
Léo Szilárd, un físico húngaro-estadounidense, escribió la carta que firmó Einstein dirigida al presidente Roosevelt en 1939, alertando del peligro de que los físicos alemanes pudiesen fabricar antes una bomba atómica. Los historiadores reconocen que esta carta tuvo gran influencia en la génesis del Proyecto Manhattan, en el que Szilárd participó desde el laboratorio de Chicago. Sin embargo, cuando fue vencida Alemania escribió una nueva carta al ya presidente Truman, encabezando una larga lista de científicos contrarios a que las bombas atómicas se utilizaran sobre Japón sin advertencia previa, y en ningún caso contra su población civil. No se sabe con certeza si a Truman le llegó la carta o si decidió no darse por enterado. Oppenheimer no quiso firmarla.
Después del éxito de la explosión de la primera bomba atómica en el desierto de Nuevo México, hubo como sabemos una reunión de alto nivel con el Secretario de Defensa estadounidense y varios generales y asesores políticos, a la que fueron convocados los tres científicos máximos responsables del Proyecto Manhattan: Oppenheimer (Los Álamos), Enrico Fermi (Chicago) y Ernest Lawrence (Berkeley). En esta reunión se decidió sobre qué ciudades japonesas caerían dos bombas atómicas. En la película, Fermi y Lawrence piden que no fueran utilizadas contra objetivos civiles, solo contra objetivos militares. O que se hiciese una demostración de fuerza, de la potencia destructiva de las bombas, sin causar víctimas mortales. Los políticos y los militares presentes no les hacen caso. El general, Leslie Groves, defiende el uso de dos bombas contra la población civil para provocar un impacto de tal magnitud que obligase a Japón a capitular poniendo fin a la guerra y a la muerte de soldados norteamericanos. Ante la afirmación del general, Oppenheimer calla. Y otorga.
Muchos científicos consideraron ético fabricar una bomba atómica si se usaba contra Hitler. Pero utilizarla contra la población civil para la mayoría de los participantes en el Proyecto Manhattan no era ético. Coincidían con el punto de vista de Enrico Fermi y Ernest Lawrence. Oppenheimer no mantuvo ninguna de estas posiciones más pacifistas. Sus reticencias éticas, pacifismo y activismo público aparecieron después de las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, no antes.
15. La ética de Oppenheimer: del no pacifismo al ‘giro pacifista’
No se trata de juzgar a nadie, por supuesto, sino de describir los dilemas éticos que se plantearon y cómo los resolvieron las personalidades históricas implicadas.
En la película de Christopher Nolan, Oppenheimer dice sí a los tres principales dilemas éticos: 1) participar y dirigir el Proyecto Manhattan para fabricar una bomba atómica, 2) continuar con el Proyecto después de la derrota de Hitler y Alemania, y 3) la más cuestionable: aceptar por pasiva que las bombas se lanzasen contra la población civil de dos ciudades japonesas.
Las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki produjeron la devastación que todos conocemos y quedará para la peor Historia de los seres humanos. La justificación que Oppenheimer da sobre esta decisión es que estaba convencido que el impacto que provocaría una masacre de grandes proporciones haría reflexionar a la Humanidad, poniendo no solo fin a la Segunda Guerra Mundial sino a todas las guerras. La primera parte de su razonamiento, compartida por políticos y militares como el general Groves, fue acertada, Japón capituló. Pero la segunda resulta muy poco creíble. Nadie pensaba que un arma de destrucción masiva fuese a poner fin a las guerras. Todo lo contrario. Los científicos más lúcidos sabían que con la bomba atómica la peor y más peligrosa de las carreras armamentistas no había hecho más que empezar.
La actitud pacifista de Oppenheimer fue a posteriori, cuando las bombas ya habían explotado con su conformidad. A partir de ese momento hizo un giro en su posición ética. Vio documentales sobre la catástrofe humana producida en las dos ciudades (imágenes que Nolan no muestra en la película, quizá porque todo el mundo las conoce, están en la mente de todos) y comprobó que los políticos no frenaban su ciega carrera armamentista. Se fabricaban más y más bombas, cada vez más potentes. Entonces fue cuando empezó a decir no. Empezó a mostrarse contrario públicamente, en conferencias y declaraciones en los medios de comunicación, a un programa de armamento nuclear unilateral por parte de Estados Unidos. Creía que debía hacerse mediante acuerdos de equilibrio con los soviéticos y la mediación de la ONU. Siendo todavía presidente del consejo asesor científico de la Comisión de Energía Atómica, se opuso al programa de fabricación de la bomba H o bomba termonuclear. Era favorable a un diálogo diplomático para equilibrar el arsenal atómico entre las dos grandes superpotencias que emergieron después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética. Todo esto suponía chocar frontalmente con la política de armamento establecida por el presidente Truman. Como era de esperar, Truman no hizo caso de sus recomendaciones y autorizó el proyecto para fabricar la bomba termonuclear. Oppenheimer cayó en desgracia ante el establishment político y militar. De aquí a maquinar un plan para quitarle de en medio aprovechando su pasado político en apariencia comunista, había un paso.
Otro aspecto importante en relación a las decisiones éticas de Oppenheimer es el de sus lealtades personales. A su amigo, Haakon Chevalier, profesor de Literatura Francesa en Berkeley y miembro del Partido Comunista, le terminó delatando ante el general Leslie Groves. Chevalier había ayudado al científico quedándose con su hijo cuando tuvo problemas de pareja por el abuso de alcohol de Kitty, su mujer. Tras la delación, perdió el trabajo, no consiguió que le contratasen en ninguna otra universidad americana, y finalmente tuvo que emigrar a París. Este episodio, el llamado ‘caso Chevalier’, pone en evidencia la división ética de Oppenheimer, su conflicto de lealtades. En el guion de Nolan queda confuso en qué medida trató de proteger a algunos de sus compañeros ante las investigaciones del personal de contraespionaje al mando del general Groves, y en qué medida delató a otros. Pero en una u otra medida, la delación política formó parte de las decisiones de Oppenheimer. Fue un delator. Este es uno de sus lados más oscuros. Además de velar por sus propios intereses preservando su puesto, es decir, de la lealtad para con uno mismo, tuvo un conflicto de lealtades entre varios amigos y compañeros de trabajo miembros y activistas del Partido Comunista americano, de un lado, y los intereses de seguridad de su patria frente al espionaje soviético, del otro. Una patria a la que ante Einstein, Oppenheimer dice amar. ¿La patria o la amistad? Determinar el grado de amor por la patria que en cada persona puede llevar a que prevalezca sobre la lealtad y el amor a algunos de sus amigos y compañeros, es un dilema ético en el que nadie quisiera encontrarse. Delatar a los amigos, traicionarlos, en principio no es ético, pero en determinadas circunstancias podría serlo. Con frecuencia la realidad no deja a las personas elegir entre buenas y malas opciones, porque no hay ninguna buena. Menos aún en situaciones límite y de riesgo vital. El mal menor a menudo es la única opción posible.
16. Crítica y ‘psicoanálisis’ a Oppenheimer
No se puede realizar una evaluación psicológica, psicopatológica o psiquiátrica de una persona sin que los profesionales cualificados realicen entrevistas clínicas con ella. Cuando el análisis, descripción e interpretación de las dinámicas psíquicas, y la evaluación de signos, síntomas y criterios de posibles diagnósticos, se basan en información indirecta: textos de la persona, de otros autores, testimonios de terceros, grabaciones, vídeos, películas biográficas, etc. (¡y no digamos si lo que se pretende evaluar es el ‘estado mental’ de un personaje literario, como Don Quijote!), a lo más que se puede llegar de manera técnico-profesional es a formular hipótesis aproximativas o semejanzas con la realidad clínica. Por tanto, lo de ‘psicoanalizar’ a Oppenheimer debe ir entre comillas.
Oppenheimer tiene en la película de Nolan dos acerados críticos. Su oposición al protagonista principal les convierte en ‘los malos de la película’. Son muy incisivos y duros, pero a su vez también son los que analizan con mayor profundidad al personaje, las motivaciones que tiene. Uno es el político, Lewis Strauss (Robert Downey Jr.). Y el otro, el fiscal en el proceso que le denegó las credenciales, Roger Robb (excelente trabajo de Jackson Clark).
Strauss es el crítico más implacable de Oppenheimer, su antagonista principal, el gran ‘malo de la película’. Enfadado después de que el Senado rechazase su propuesta de nombramiento para el Gobierno, afirma que el científico no tenía nada de idealista, que era ególatra y muy ambicioso. Primero quiso hacerse mundialmente famoso dirigiendo el proyecto para fabricar la primera bomba atómica de la Historia, y después quiso reconvertirse en el mayor y más famoso de los pacifistas oponiéndose a la fabricación de la bomba H y al programa de armamento nuclear. Siempre buscando la fama, ser el centro de atención. Le acusa de hacerse la víctima, el mártir, en su proceso, de manipular a los científicos en beneficio propio, y de no haberse arrepentido nunca en público de la decisión de fabricar la bomba atómica ni de aceptar que dos bombas cayeran sobre Hiroshima y Nagasaki. Strauss cree tener calado a Oppenheimer, conocer bien sus motivaciones, porque parece convencido de que tiene como él un ‘alma política’ llena de ambición. Ambicioso y también ingenuo. Lo expresa de manera muy gráfica: “La genialidad no supone sensatez. ¿Cómo un hombre puede ver tanto y ser tan ciego?”.
El relato cinematográfico muestra a un Oppenheimer muy ingenuo, en efecto, pero no porque lo afirme Strauss. Las primeras señales aparecen con su rotunda negativa a admitir la posibilidad de que alguno de los científicos que participaban en el Proyecto Manhattan pudiese espiar para los alemanes o para los soviéticos. Cuando años después se descubrió que un científico que trabajó codo con codo con él en Los Álamos, Klaus Fuchs, había pasado información secreta a los soviéticos, no podía creerlo. Pero la mayor demostración de ingenuidad que aparece en la película, como ya sabemos, es su creencia en que la explosión de una bomba atómica produciendo una masacre humana de proporciones gigantescas haría reflexionar a todo el mundo poniendo fin a las guerras. ¡Si Oppenheimer creía realmente esto, no solo era un idealista, era un grandísimo ingenuo! Creer en un argumento así demostraría una enorme ingenuidad sobre la naturaleza humana, la Historia, la política y el ejército. O quizá haya que interpretar su razonamiento de otra manera, porque por muy idealista que fuese, por muchas ideas sociales teóricas que tuviera sobre una nueva sociedad de humanos más justa y mejor, es difícil aceptar que un científico inteligente y culto fuese tan ingenuo (aunque desde luego no es imposible). Su afirmación suena más a otro tipo de dinámica: a racionalización para justificarse ante sí mismo, y a excusa (o mentira) para justificarse ante los demás por haber aceptado que dos bombas atómicas explotasen sobre la población civil causando la muerte a miles de personas.
La tendencia a la culpa de las religiones de raíz judía es bien conocida. En la película, Oppenheimer le dice al presidente Truman sentir que tiene las “manos manchadas de sangre”. Es posible que este judío neoyorquino desarrollase fuertes sentimientos de culpa tras la contemplación del horror que causaron ‘sus’ bombas. Unos sentimientos potenciados quizá por la ambición. Si la brutal muerte de seres humanos provocada en Hiroshima y Nagasaki se debió en parte a una ambición personal, si Oppenheimer era consciente de que la ambición por conseguir prestigio y fama había jugado un papel relevante en sus decisiones, o incluso no siendo consciente, lo natural era desarrollar ese tipo de sentimientos. Siguiendo con la hipótesis, es probable que después de tanta muerte y destrucción causadas necesitase lavar su culpa, obtener alguna forma de perdón. Trató de hacerlo enfrentándose en público de manera muy activa a la política armamentista del Gobierno, lo que he llamado su ‘giro pacifista’. Un hombre que amaba la vida y sentía una gran curiosidad por ella, aceptó que fuese destruida sin piedad. En adelante y hasta su propia muerte necesitó compensarlo. Como hipótesis dinámica es verosímil.
El otro incisivo crítico de Oppenheimer es el fiscal, Roger Robb. En sus interrogatorios le pregunta hasta acorralarle cómo era posible que no hubiese tenido ningún escrúpulo ético hasta que explotaron las bombas atómicas, y después tuviese tantos. “Ningún escrúpulo en 1945, y muchos en 1949”. Oppenheimer trata de justificarse con la explicación mencionada.
Finalmente, recordar que el general, Leslie Groves (con el que en la película congenia bastante bien, afirmando incluso que haber elegido a Oppenheimer como director científico del Proyecto Manhattan fue la mejor decisión de su vida), le suelta en su cara que, además de comunista, tiene fama de ser ególatra, melodramático, neurótico, mujeriego e inestable. Pero lo cierto es que aun así, le elige. En la película no se cuentan las razones del general, una cuestión que me parece importante para conocer mejor al científico. ¿Por qué el general Groves eligió a Oppenheimer a sabiendas de sus afinidades políticas de izquierdas, en vez de elegir a un científico no izquierdista o claramente de derechas (republicano)? ¿Le puso alguna condición para nombrarle, como por ejemplo el apoyo público a todas las decisiones que el Gobierno de Estados Unidos tomase sobre las bombas atómicas? ¿Aceptó Oppenheimer algún compromiso previo? Según él mismo dice al general, cree que le eligió porque su pasado político le hacía más débil y manejable que otros. Lo que no aclara el guion es hasta qué punto el general podía manejar al científico, hasta qué punto le tenía pillado.
Nolan está claramente del lado de Oppenheimer. Su antagonista principal, Lewis Strauss, le hace una crítica muy dura, pero como es el gran ‘malo de la película’ y el Senado le desacredita, también queda desacreditado su punto de vista. La base del apoyo a Oppenheimer en la película es el injusto proceso burocrático al que fue sometido en 1954. Sin embargo, una cosa es que ese proceso estuviese políticamente amañado para desacreditarle y neutralizar su posterior activismo pacifista, y otra muy distinta el comportamiento ético que había tenido antes como ciudadano y como científico: aceptar fabricar una bomba atómica, y aceptar su uso contra población civil. Estructurar el relato dando clara preferencia a la narración de los dos procesos administrativos desvía la atención de lo más relevante: los porqués y la ética de sus decisiones. Se podría considerar un ‘truco de guion’, aunque seguramente no es deliberado. Reconocer que a Oppenheimer se le sometió a un proceso injusto no supone que se avalen sus decisiones previas. Muy en particular, la de aceptar que se lanzasen dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Esta decisión resulta éticamente rechazable, tanto hoy como en su día.
17. La rehabilitación de Oppenheimer
En una de las conversaciones que tiene con Einstein –que en sus apariciones en la película habla como un hombre sabio–, el genio anticipa a Oppenheimer que después de que todos le hubieran convertido en héroe nacional, y de que el establishment le castigase luego por su libertad de pensamiento y oposición al Poder, llegará un día en que volverá a ser reconocido, le darán un premio, apretones de manos, palmadas en la espalda, le dedicarán sonrisas, y comerán salmón y crema de patata en algún salón elegante.
El científico mantuvo su activismo pacifista hasta que murió en Princeton por cáncer de faringe en 1967, a los 62 años de edad (fumaba continuamente, sobre todo en pipa). No recibió el Premio Nobel, pero en 1963, pocas semanas después del asesinato del presidente Kennedy que se lo había concedido, recibió en la Casa Blanca de manos de su sucesor, Lyndon B. Johnson, el prestigioso Premio Enrico Fermi. En el año 2022 se anularon oficialmente las decisiones tomadas en su proceso por considerarlo irregular. El presidente, Joe Biden, revirtió la denegación de las credenciales de seguridad al científico. La Secretaria de Energía, Jennifer Granholm, manifestó en un comunicado que la Comisión de Energía Atómica había tomado sus decisiones en 1954 mediante un “proceso viciado” que infringió las propias normas de la comisión. “A medida que ha pasado el tiempo, más pruebas han salido a la luz sobre el proceso injusto y carente de imparcialidad al que fue sometido el doctor Oppenheimer mientras se reafirman aún más las pruebas de su lealtad y amor hacia el país”.
La última película de Christopher Nolan, Oppenheimer (2023), está difundiendo por todo el mundo la rehabilitación del científico. En espera de que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas la avale de manera definitiva en la próxima edición de los Premios Óscar.
18. La paternidad de la bomba atómica: Einstein, Szilárd y Oppenheimer
Con su famosa fórmula de equivalencia entre la materia y la energía, E = m c², Albert Einstein dio el primer paso teórico que abría la posibilidad de fabricar una bomba atómica. A partir de aquí, otros científicos comprobaron la enorme cantidad de energía que se liberaba cuando las partículas subatómicas colisionaban en los aceleradores provocando la división del núcleo de los átomos, la llamada fisión nuclear. El modelo de fisión fue el que siguieron los científicos para fabricar la primera bomba atómica de la Historia en 1945. Einstein firmó en 1939 la carta dirigida al presidente Roosvelt, escrita por Leó Szilárd, alertando del peligro de que los científicos alemanes pudiesen fabricarla antes. Esta carta resultó decisiva para impulsar el Proyecto Manhattan. Por estas dos razones, puede decirse que tuvo cierto papel, cierta influencia, en la fabricación de la bomba atómica. Albert Einstein fue una condición necesaria, pero ni mucho menos suficiente. El paso teórico que había dado no tuvo en su origen relación alguna con la idea de fabricar una bomba. Pero la bomba se terminó fabricando.
A Oppenheimer le llamaron, y todavía se le llama, “padre de la bomba atómica”. Sin embargo, el verdadero padre científico fue el físico, Leó Szilárd, que concibió la idea e hizo importantes trabajos teóricos y prácticos para su desarrollo. Es el principal autor intelectual. Estuvo con Enrico Fermi en Chicago, uno de los tres laboratorios principales del Proyecto Manhattan (1942-45). Fermi y Szilárd habían sido pioneros en la invención de los reactores nucleares y en la investigación de las reacciones atómicas en cadena utilizando el uranio. El papel de Oppenheimer fue sobre todo el de gestor o coordinador del equipo de científicos que terminó de completar la ‘paternidad’. Una contribución más operativa que de autor, aunque fundamental para su nacimiento. Se podría decir que fue el jefe del equipo de obstetras. A Einstein se le puede considerar como un ‘abuelo’ indirecto e involuntario.
En el plano ético, las decisiones de Einstein, Szilárd y otros muchos científicos fueron y evolucionaron de manera muy distinta a las de Oppenheimer, como ya sabemos. Einstein no participó en el Proyecto Manhattan, no estaba de acuerdo en lanzar la bomba atómica sobre la población civil, y años después se arrepintió de haber firmado la carta dirigida al presidente Roosvelt en 1939. Szilárd participó en el Proyecto, pero escribió después una carta al presidente Truman para que la bomba no se utilizase contra civiles en Japón. Oppenheimer no quiso firmar esta carta, no se arrepintió en público de haber fabricado la bomba, ni tampoco de aceptar su lanzamiento sobre Hiroshima y Nagasaki. Parece una paradoja pero no lo es. Los científicos que hicieron las mayores contribuciones teóricas para fabricar la primera bomba atómica de la historia de la Humanidad dijeron no, un no muy claro y rotundo, a que se utilizase contra civiles. Mientras que Oppenheimer, que solo había hecho pequeñas contribuciones teóricas en las conversaciones que mantenían en grupo, se mostró favorable al uso genocida que Truman, los políticos y los militares decidieron darle para poner fin a la Segunda Guerra Mundial.
Einstein y Oppenheimer hablan en varias ocasiones en la película, tienen buena relación personal. Así fue en la realidad, a pesar de que Einstein no estaba de acuerdo con las teorías probabilistas de la nueva física cuántica, y de que Oppenheimer y los físicos cuánticos pensaban que Einstein había perdido la capacidad de entender el nuevo universo que él mismo había desvelado con sus dos Teorías de la Relatividad. Se respetaban en una distancia cordial. En la conversación que mantienen en Princeton junto a un pequeño lago con ondas de agua provocadas por las piedrecitas que lanza el genio, queda en el aire un interrogante sobre algo que hablan entre ellos. Los espectadores lo sabrán al final.
19. La bomba atómica y la termonuclear
Los científicos habían comprobado que la ruptura del núcleo de los átomos en los aceleradores de partículas, la fisión nuclear, liberaba una gran cantidad de energía. En este proceso físico se basaba la primera bomba atómica. Luego comprobaron que la unión de átomos ligeros para formar átomos más pesados, la conocida como fusión nuclear, liberaba una cantidad mucho mayor. El modelo Teller-Ulam combinaba la fisión nuclear con un combustible de fusión. De este modo aumentaba la capacidad explosiva, más de mil veces superior a las bombas de Hiroshima y Nagasaki. La potencia medida en kilotones en las bombas de fisión, pasaba a cuantificarse en megatones con las de fusión.
Edward Teller fue el ‘padre de la bomba termonuclear’, bomba H o bomba de hidrógeno (llamada así por utilizar en el proceso de fusión nuclear el deuterio, un isótopo del hidrógeno). Estuvo en el laboratorio de Los Álamos con Oppenheimer, donde ya demostró tener más interés en fabricar la bomba termonuclear que la atómica. En la estructura dramática del guion de Nolan, Teller hace de tercer antagonista intelectual y ético de Oppenheimer (el primero es el político, Lewis Strauss, y el segundo el fiscal que le acusó en el proceso administrativo, Roger Robb). En contra del criterio de Oppenheimer, que había realizado ya su ‘giro pacifista’ tras las explosiones en Hiroshima y Nagasaki, Teller defendía la fabricación de la bomba H como la forma lógica de continuar la carrera armamentista que el mundo había iniciado. Siguiendo el mismo argumento que sirvió para fabricar la bomba atómica con el fin de impedir que los alemanes la fabricaran antes, estaba convencido de que había que fabricar la bomba termonuclear para que los soviéticos no la fabricasen primero. No creía que con la masacre humana provocada por las bombas atómicas en Japón, como luego demostró la realidad, ni la carrera armamentista ni mucho menos las continuas guerras de la historia de la Humanidad fuesen a terminar. Todo lo contrario, se acababa de dar un salto cualitativo en esa carrera, en la capacidad destructiva y en el riesgo de globalización de la guerra. Fue más realista que Oppenheimer en este sentido. Nada ingenuo. Los soviéticos hicieron explotar con éxito su primera bomba atómica de fisión en 1949, tan solo cuatro años después que los americanos. Y estos, una vez que Truman aprobó el programa en contra del criterio de Oppenheimer, explotaron la primera bomba termonuclear de la Historia a finales de 1952 en un atolón de las Islas Marshall del Pacífico, bajo la dirección científica de Teller. Este físico siempre estuvo de acuerdo con la lógica militar armamentista, basada en esencia en la máxima latina: “Si vis pacem, para bellum” (si quieres la paz, prepárate para la guerra). Una máxima reconocida, enseñada e inscrita en todas las academias militares del mundo que tiene un indudable fondo de verdad y de sentido común. Pero en el siglo XXI su mensaje debe ser ampliado. Si quieres la paz, prepárate para la guerra y también para la paz. No hay que buscar la paz solo mediante la disuasión de la fuerza y las armas. La paz necesita que se la prepare, que se trabaje por ella para conseguirla, que sea tenida en consideración y se cuide. Los métodos proactivos posibles son muchos y diversos: educación, tolerancia, negociación, acuerdos, diplomacia, política, tratados, inversiones, etc. Si nos preparamos únicamente para la guerra, la probabilidad de tenerla será mayor. La disuasión armada tiene un techo por efecto de saturación, un límite. Además de muy probables gravísimos efectos adversos no reversibles. Los ciudadanos, políticos y militares de las democracias occidentales del siglo XXI tendrán que tener en cuenta todo esto, porque la guerra, como se puede comprobar cada día, no para. Es un animal hambriento que merodea sin cesar a nuestro alrededor, que sigue con nosotros.
20. La destrucción del mundo
La carrera armamentista de la Guerra Fría después de terminar la Segunda Guerra Mundial se descontroló por completo. Durante la conocida como Era Nuclear se fabricaron sin descanso bombas y misiles cada vez más potentes. Hasta que en la década de los 60 se hicieron los primeros acuerdos y tratados para la no proliferación y el desarme. En el año 2023 del siglo XXI, al menos nueve países tienen armas nucleares: Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Israel, China, Rusia, Corea del Norte, India y Pakistán. Y seguramente las tengan Irán y varios países más. Del total estimado de unas 12.000 cabezas nucleares que habría en la actualidad tras aplicar los tratados, cerca de 10.000 están listas para ser usadas. La destrucción de buena parte del mundo es perfectamente posible. La duda está en si además es probable. Las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki alcanzaron potencias de 16 y 20 kilotones, respectivamente (un kilotón son 1.000 toneladas de TNT). La bomba termonuclear más potente conocida es de fabricación rusa. Los soviéticos la hicieron explotar en una prueba en 1961, y alcanzó los 50.000 kilotones (50 megatones). Es decir, era casi 1.400 veces más potente que las dos que se lanzaron contra Japón juntas. Si en esas dos ciudades se estima que murieron de manera inmediata unas 110.000 personas, con la explosión de una potente bomba termonuclear morirían millones de personas. Una sola bomba podría borrar del mapa a las megaciudades más grandes del mundo con sus extensas áreas metropolitanas incluidas: Tokio (40 millones de personas), Shanghái (40 millones), Delhi (30 millones), Nueva York (24 millones), Ciudad de México (22 millones), São Paulo (22 millones), Pekín (21 millones), El Gran Los Ángeles (20 millones), Moscú (18 millones), Londres (15 millones) o París (14 millones). Cada una de estas aglomeraciones humanas desaparecería por completo con la explosión de una única bomba termonuclear. Su gigantesca potencia de calor puede causar quemaduras de tercer grado en un radio de 100 km. España tiene 48 millones de habitantes. ¡Un equivalente a casi toda la población de España moriría en pocos minutos! Una auténtica locura, un delirio de muerte y destrucción que superaría con creces al peor nunca imaginado por los seres humanos. Zeus tenía en sus manos el poder de la tormenta y el rayo (muy impactante en la Antigüedad pero muy limitado en su capacidad mortífera), y en el Infierno de Dante las almas de los penados ‘solo’ se queman a fuego lento. En un infierno termonuclear todo se destruye y volatiliza.
Oppenheimer tenía ciertas ideas y sentimientos religiosos de tipo místico. El nombre que puso al ensayo de explosión de la primera bomba atómica fue Trinity, en recuerdo de un verso del gran poeta inglés, Jhon Donn: “Golpea mi corazón, Dios trino” [Dios de tres personas]. Un verso del Bhagavad-gīta (poema sagrado hinduista que cuenta el diálogo entre un gran príncipe guerrero llamado Arjuna y su auriga, Krishna, encarnación de Vishnu) le impresionó mucho. Y se identificó plenamente con él: “Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. La conversación misteriosa que tiene con Einstein en la película de Nolan se desvela al final. Oppenheimer recuerda a Einstein los cálculos matemáticos que llevó a Princeton para que los revisase sobre la posibilidad de que al estallar la bomba atómica se produjese una reacción en cadena que incendiara la atmósfera propagándose por todo el planeta. Einstein lo recuerda. Oppenheimer comenta que cree que la ‘reacción en cadena’ imparable y destructiva de nuestro mundo, refiriéndose a la proliferación descontrolada de armas nucleares, se ha iniciado. Einstein se va pensativo.
Si observamos con mucha mayor perspectiva histórica, prehistórica y paleoantropológica ese pensamiento negativo o pesimista de Oppenheimer, es fácil comprobar que una ‘reacción en cadena’ agresiva o destructiva entre los seres humanos está activa desde el mismo surgimiento de la especie homo sapiens, hace unos 200 mil años. Se trata de algo genéticamente ‘escrito’ en nuestro cerebro, en nuestra naturaleza, y que han conocido sin excepción todas las épocas históricas, culturas y civilizaciones humanas. En los genes de todas las especies animales y seres vivos está grabada la lucha por la supervivencia. Miles y miles de especies han surgido y desaparecido, incluidas las más depredadoras. La cadena de la lucha por la supervivencia llega hasta las primitivas bacterias, hasta Luca (last universal common ancestor), nuestro “último ancestro común universal”, hace aproximadamente 4.000 millones de años. La agresión del entorno hacia toda forma de vida, y de toda forma de vida hacia su entorno y otras formas de vida, es inherente a su existencia. La vida es caníbal, se devora a sí misma. Sin olvidar que desde el principio de los tiempos, debido a la constante transformación de la materia y la energía, el universo está lleno de sucesos ‘violentos’. Empezando por el que dio origen a todo según piensa la Física actual: el Big Bang (Gran Estallido, Gran Explosión), hace unos 13.800 millones de años. Nuestro universo en expansión empezó con un instantáneo y grandísimo bombazo, con la más inconmensurable de las explosiones. El universo, el planeta, la especie, todo ha empezado de manera ‘violenta’. La realidad es violenta. La ‘reacción en cadena’ agresiva y destructiva entre los seres humanos es más que antiquísima.
La Tierra y la especie humana tuvieron suerte. La posible reacción en cadena al estallar la bomba atómica incendiando la atmósfera que había previsto Teller, no ocurrió. El riesgo teórico era muy pequeño, pero no nulo. La teoría llega hasta un punto. ¡Afortunadamente, también para las previsiones y cálculos más desalentadores! Las bombas termonucleares no se han utilizado hasta ahora en ningún conflicto bélico. Y esperemos que nunca se utilicen. Quizá la ‘reacción en cadena’ prevista por Oppenheimer de una carrera armamentista descontrolada que finalmente destruya el mundo, tampoco ocurra. Será necesario alcanzar acuerdos de desarme suficiente para que el total de armas nucleares que exista no tenga capacidad de destruir nuestro mundo. Difícil de controlar, pero con mucha voluntad, trabajo, esfuerzo y suerte, la ONU y los Gobiernos pueden conseguirlo. A todos nos interesa. Muy en particular a las nuevas generaciones que poblarán este bello planeta azul. Es posible que Oppenheimer estuviera equivocado en su pesimista intuición.
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