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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Tres ‘culturas’ políticas en las democracias occidentales del siglo XXI

En este primer cuarto del siglo XXI, Occidente tiene tres tipos de orientaciones político-ideológicas principales o ‘culturas’. Se las llama así, no porque quienes forman parte de cada una de ellas tengan una verdadera cultura (científica, filosófica, histórica, literaria, artística, etc.), sino porque incorporan en su sistema de creencias una serie de valores, ideas e interpretaciones de la realidad que van más allá de lo que suele ser una ideología política sensu stricto.

De estas ‘culturas’, dos son populistas, extremistas, y una moderada. Esta última, la cultura liberal, es la mayoritaria entre los ciudadanos occidentales. Es una cultura política democrática, tolerante y moderada. La única con capacidad de ofrecer un mínimo de garantías para que la democracia y la prosperidad económica puedan continuar en paz, sin nuevos conflictos violentos internos en los países occidentales. Las otras dos ‘culturas’ son los populismos de extrema izquierda y de extrema derecha. Que no sólo no pueden garantizar la paz ni la prosperidad, sino que de ser mayoritarios conducirán casi con seguridad, por su intolerancia, a la confrontación social y civil violentas. Como pasó hace ahora un siglo.

Los términos más utilizados para referirse a estas tres ‘culturas’ son: 1) populismo de izquierdas, populismo neocomunista, extrema izquierda o ‘cultura woke’ (woke, despierto en inglés, es un término que empezaron a usar las asociaciones antirracistas en Estados Unidos y después se ha generalizado para todos los movimientos sociales de izquierda); 2) populismo de derechas, extrema derecha, ‘cultura neocon’ o ‘cultura ultraliberal’ (activa desde la década de los 60 como reacción a los movimientos sociales también en EEUU, e intensificada en los últimos años por los populismos más hiperconservadores, tradicionalistas y estáticos); y 3) cultura liberal, que tuvo su origen hace ya casi dos siglos y medio con la Constitución norteamericana de 1787. Y en Europa se consolidó tiempo después, tras los desastres de la Segunda Guerra Mundial, gracias a la acción conjunta de varios partidos políticos: conservadores, liberales y socialdemócratas moderados.

Esta es, además de los programas de los partidos concretos, la triple estructura ideológica de fondo que las democracias occidentales tienen en este comienzo del siglo XXI.

La cultura liberal democrática es la que hemos conocido por fortuna varias generaciones de ciudadanos a lo largo de nuestras vidas. A ella se deben la paz y el progreso económico y social de los últimos 80 años en Europa. Además de a los avances científicos y tecnológicos, por supuesto. En España pudimos conocerla por fin tras la dictadura del general Franco (la Segunda República estuvo invadida por el extremismo ideológico de la época: nacionalsocialismo, fascismo, falangismo, comunismo prosoviético, socialismo revolucionario, anarquismo, etc.; no fue, por tanto, un sistema democrático liberal). Dentro de pocos días celebraremos 46 años de nuestra reincorporación a la cultura liberal, la Constitución de 1978… Bueno, los populistas de izquierdas y de derechas quizá no lo celebren tanto.

En las últimas dos décadas, desde que comenzó el siglo, en las democracias occidentales ha aumentado mucho el extremismo ideológico de izquierdas y de derechas. Embrión, por experiencia histórica, de regímenes autocráticos y autoritarios. Es un fenómeno sociológico inesperado para quienes durante más de medio siglo hemos compartido los principios de la cultura liberal democrática. Esta veterana cultura se ha consolidado así como ‘tercera vía’, como centro o término medio del actual espectro político. Un lugar fuera del eje de los polos ideológicos extremos. El término medio, de origen clásico aristotélico, no es una simple división cuantitativa entre dos posiciones extremas. Entenderlo así es muy simplista, muy maniqueo. Aristóteles lo explica muy bien en el Libro II, Capítulo VI, de su Ética Nicomaquea (mal traducida como Ética a Nicómaco). No es una proporción aritmética. «Hablo, bien entendido, de la virtud moral, que tiene por materia pasiones y acciones, en las cuales hay exceso y defecto y término medio». Es un concepto cualitativo para aplicar en las situaciones humanas más complejas. Un punto de vista, una actitud, que triangula las perspectivas, percepciones, interpretaciones de la realidad, ideas y opciones. Para no caer en dilemas maximalistas del tipo todo o nada, blanco o negro. Nada que ver por tanto con la mitad de la distancia entre dos posiciones extremas. Esa mitad no es el término medio. En realidad son dos mitades: la mitad de ambos extremos. Hay personas que tienen ciertas dificultades cognitivas o caracteriales para entender y/o aceptar el concepto de término medio. Pero la mayoría de los extremistas ideológicos no lo son por causa de algún rasgo psíquico personal, no tienen un trastorno de personalidad. Lo que tienen es ese tipo de ideología. El extremismo siempre plantea dicotomías y polaridades excluyentes. Los extremos odian todo lo que no coincide con su interpretación de la realidad, pero sobre todo se odian entre ellos. Se odian, y se necesitan. Construyen su identidad en simetría especular, como contra-identidad del otro extremo. Necesitan mirarse, medirse, desafiarse y combatirse de manera constante. La identidad que tienen se alimenta de la confrontación, de la lucha sin tregua ni cuartel. Se retroalimentan. Se tocan, como dice el refrán. Sin los unamunianos hunos, la identidad de los hotros quedaría en muy poca cosa. Y viceversa. El extremismo ideológico no puede llevar las cosas por buen camino, a mi juicio. Ni los partidos populistas de derechas, ni los partidos populistas de izquierdas. Ni la ‘cultura woke’, ni la ‘cultura ultraliberal’. Los populismos políticos son caminos equivocados. El problema que genera un extremismo no lo soluciona otro extremismo. ¡Se convierte en dos explosivos problemas!

La mejor opción es seguir y mejorar lo que tenemos, nuestra cultura liberal democrática, el centro o término medio políticos. Entendidos como una amplia zona social e ideológica de ciudadanos muy diversos. En Europa, dentro de este espacio hay y ha habido distintos partidos políticos, de izquierdas y de derechas. Es un espacio multicolor que refleja la realidad social. Se diferencia muy bien de la clara tendencia hacia lo monocolor de los extremos. Sus principales características son la tolerancia política, la moderación y la voluntad de convivencia pacífica por encima de todo. Los ciudadanos con cultura liberal saben que existen personas de derechas y de izquierdas. Y que ambas tienen derecho a existir y a pensar como piensan. Aceptan la realidad social. Una convivencia mínimamente pacífica entre diferentes exige este reconocimiento y respeto. Aunque se piense que los rivales políticos e ideológicos están completamente equivocados. ¡Porque resulta que esto mismo piensan nuestros rivales! Suprimir, eliminar al adversario, sólo se puede conseguir mediante la fuerza, la violencia o la guerra. La política tampoco es la Champions League, en la que un único equipo resulta ganador absoluto y los demás quedan eliminados por completo. Esta mentalidad futbolística (y también militar) aplicada a la política tiene muchísimo riesgo. En democracia nadie puede ser eliminado por completo, ni nadie puede ganar absolutamente. Para que el sistema democrático funcione, todos tienen que ganar algo, más o menos, y alternar periódicamente en las ganancias.

La democracia liberal europea posterior a la Segunda Guerra Mundial es una combinación, una síntesis, de liberalismo y socialdemocracia. El Estado social o de bienestar proporciona salud, educación, servicios sociales y pensiones a toda la población, nada que ver con el ultraliberalismo. Nunca se ha puesto en práctica a lo largo de la Historia un modelo político y social mejor, más avanzado y civilizado. Merece la pena protegerlo. En el comienzo del siglo XXI se perciben señales cada vez más claras de que corre peligro de ser borrado del mapa si se produce, como en el siglo pasado, una deriva mayoritaria hacia los extremos ideológicos. De ocurrir, los extremistas entrarán primero en una confrontación verbal creciente, plagada de insultos y descalificaciones, muy agresiva. No mucho tiempo después, pasarán al enfrentamiento violento. Y lo justificarán, con mil palabras y discursos. Llevan en su naturaleza, en su ADN, la intolerancia, la confrontación y la exclusión. La Historia es previsible en ocasiones, porque se repite. Ojalá que una mayoría de ciudadanos occidentales sepa ver el riesgo de una deriva hacia los extremos ideológicos. Ojalá que no se dejen engañar ni asustar por los extremistas, y sigan manteniendo fuerte la cultura liberal democrática. En España, en Europa y en todo el mundo civilizado.

 

 

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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