¡A tomárselo con filosofía, qué remedio!
Nada más salir de Barcelona Don Quijote se volvió para mirar la ciudad. Y dijo con pesimismo trágico, homérico:
“–¡Aquí fue Troya! ¡Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias, aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas, aquí se escurecieron mis hazañas, aquí finalmente cayó mi ventura para jamás levantarse!”
Sancho le contestó estoico y epicúreo:
“–Tan de valientes corazones es, señor mío, tener sufrimiento en las desgracias como alegría en las prosperidades [la sentencia recuerda una Oda de Horacio: ‘Acuérdate de mantener serena la mente en los momentos difíciles, así como en los favorables sosegada y lejos de la alegría desbordante’; nota al pie, n.]; y esto lo juzgo por mí mismo, que si cuando era gobernador estaba alegre, agora que soy escudero de a pie no estoy triste, porque he oído decir que esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y sobre todo ciega y, así, no vee lo que hace, ni sabe a quién derriba ni a quién ensalza.”
“–Muy filósofo estás, Sancho –respondió don Quijote–, muy a lo discreto hablas [‘con parsimonia y moderación’; n.]. No sé quién te lo enseña.”
Filósofo Sancho y filósofo Don Quijote, que frente a los caprichos y azarosos designios de la Fortuna contrapone la católica “providencia de los cielos” y una máxima atribuida a Claudio Apio el Ciego [n.] (siglos IV-III a. C.) sobre la libertad del individuo:
“–No hay fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por particular providencia de los cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: que cada uno es artífice de su ventura. Yo lo he sido de la mía, pero no con la prudencia necesaria, y, así, me han salido al gallarín mis presunciones [‘me han salido mal’; n.], pues debiera pensar que al poderoso grandor del caballo del de la Blanca Luna no podía resistir la flaqueza de Rocinante.”
El pobre Rocinante recibió la culpa de la derrota según costumbre de las ‘ordenanzas caballerescas’ [n.], que de manera muy poco caballerosa ni valiente desplazaban la responsabilidad del vencimiento del caballero, a la caballería. Aun así, Rocinante también debió permanecer estoico, porque el Sr. Benengeli no dice que diese como otras veces alguna señal o relincho. El caso es que Don Quijote se quedó sosegado, aceptando su nueva condición de ex caballero andante y el obligatorio año de retiro que tenía que cumplir según prometió a su vencedor (el supuesto Caballero de la Blanca Luna, el bachiller por Salamanca Sansón Carrasco) en aquella playa del Mediterráneo.
“–Cuando era caballero andante, atrevido y valiente, con mis obras y con mis manos acreditaba mis hechos; y agora, cuando soy escudero pedestre, acreditaré mis palabras cumpliendo la que di de mi promesa. Camina, pues, amigo Sancho, y vamos a tener en nuestra tierra el año del noviciado, con cuyo encerramiento cobraremos virtud nueva para volver al nunca de mí olvidado ejercicio de las armas.”
Efectivamente, el “ejercicio de las armas” acredita las obras y los hechos de Don Quijote como caballero andante. Las armas al servicio de las creencias religiosas y de los principios morales, porque Don Quijote actúa como un solitario cruzado de la fe católico-cristiana que considera legítimo el uso de la fuerza para imponer sus propios valores, creencias e ideales. En este sentido, si el personaje ya era anacrónico en su tiempo, en el nuestro, en el siglo XXI, la ‘metodología moral’ que emplea resulta antediluviana. Procede de los juicios medievales: el vencedor en combate lo era por voluntad divina, de los cielos, y por tanto era el que decía verdad y tenía razón. El contenido de la ética que defiende Don Quijote está formado por un núcleo principal de moral cristiana, complementado con algunos principios clásicos greco-latinos no contradictorios con el núcleo principal. Este enfoque ético sigue vigente, al menos de modo teórico, en nuestras sociedades occidentales. La ‘metodología’, por contra, el uso de las armas para imponer creencias, ideas y valores, hoy día no se considera aceptable. No, de manera explícita o declarativa, porque en la práctica comprobamos que se sigue utilizando con frecuencia. Cervantes fue un soldado, participó en batallas y guerras, y en ningún momento cuestionó la legitimidad moral de su profesión ni de la guerra. Al contrario, se sentía muy orgulloso de su pasado militar. Cuatrocientos años después, los ejércitos y las guerras siguen existiendo, sin que tengamos ninguna expectativa razonable (no ingenua) a corto, medio o largo plazo para pensar en su desaparición. Quizá a plazo larguísimo, ya lo verán nuestros descendientes. Don Quijote es un hombre armado, un soldado que pretende imponer al mundo su visión ética y su pensamiento cristianos. Pero el mundo, nuestra naturaleza, la realidad, son como son. Son poliédricos, no unívocos, con variados tipos de creencias, de pensamiento, y diversas visiones éticas y morales. Y con aún muchos más comportamientos humanos al margen por completo o solo muy tangencialmente relacionados con cualquier forma de racionalidad o de ética. Deseos, instintos, violencia, ambición, dinero, fama, engaños, fuertes emociones, intereses, poder, pueblan el mundo. Cervantes es multidimensional (aunque su multidimensionalidad, a diferencia de la de Shakespeare, sea de tono amable). Don Quijote es unidimensional. Cervantes es un creyente escéptico, Don Quijote un creyente fanático o ‘delirante’, Shakespeare un espejo. En este capítulo, el ex caballero andante y el exescudero y exgobernador, desarmado uno y cesado y dimitido el otro, inician el camino de regreso a la aldea de ambos, a su pequeño mundo. De un apacible lugar de La Mancha hasta el antiguo, abierto, mítico, histórico, multiétnico, intercontinental, plurilingüe, comercial, rico, activo, multicultural, bélico, hedonista y azul Mediterráneo. ¡Y vuelta!
Sancho Panza propuso a Don Quijote dejar colgadas de un árbol “las ya rotas y sangrientas armas” que transportaba el rucio obligándole a caminar a pie, “porque la culpa del asno no se ha de echar a la albarda; y pues deste suceso vuestra merced tiene la culpa, castíguese a sí mesmo”; más que “si no fuera por la falta que para el camino nos había de hacer Rocinante, también fuera bien dejarle colgado”. Lo de colgar las armas por trofeo en principio le pareció bien al excaballero [la imagen de las armas colgadas de un árbol –antiguo monumento a la victoria– es motivo reiterado en literatura; n.], que recordó “el trofeo de las armas de Roldán”. Pero en relación a Rocinante prefirió ahora exculparle: “¡Pues ni él ni las armas –replicó don Quijote– quiero que se ahorquen, porque no se diga que a buen servicio, mal galardón!”
Pasaron cinco días sin sucesos dignos de ser contados por el gran historiador moro, Cide Hamete Benengeli, hasta que finalmente sucedió uno que sí lo merecía; y fue que llegaron a un mesón a la entrada de un pueblo que estaba en fiestas, donde Sancho, como buen exgobernador, terció en una difícil apuesta en la que un “gordo desafiador”, que pesaba once arrobas, le dijo a un vecino flaco, que solo pesaba cinco, que era capaz de correr más deprisa que él si llevaba a cuestas seis arrobas de hierro para igualar la diferencia.
“–Responde en buen hora –dijo don Quijote–, Sancho amigo, que yo no estoy para dar migas a un gato [‘yo no estoy para tonterías, para menudencias’; es frase proverbial; n.], según traigo alborotado y trastornado el juicio.”
Sancho aseguró que al ser el desafiador el gordo, no podía poner las condiciones, y pidió que fuese él el que “se escamonde, monde, entresaque, pula y atilde, y saque seis arrobas de sus carnes de aquí o de allí de su cuerpo, como mejor le pareciere y estuviere, y desta manera, quedando en cinco arrobas de peso, se igualará y ajustará con las cinco de su contrario, y así podrán correr igualmente.” Un labrador dijo que había “hablado como un bendito y sentenciado como un canónigo”, pidiendo que se gastase “la mitad de la apuesta en vino” y fuesen todos a tomarlo a “la taberna de lo caro”. Don Quijote excusó la invitación diciendo: “Pensamientos y sucesos tristes me hacen parecer descortés y caminar más que de paso”, y siguió adelante espoleando a Rocinante. Otro labrador comentó:
“–Si el criado es tan discreto, ¡cuál debe de ser el amo! Yo apostaré que si van a estudiar a Salamanca, que a un tris han de venir a ser alcaldes de corte. Que todo es burla, sino estudiar y más estudiar, y tener favor y ventura; y cuando menos se piensa el hombre, se halla con una vara en la mano o con una mitra en la cabeza.”
Espléndida reflexión seria de Cervantes: “Que todo es burla, sino estudiar y más estudiar, y tener favor y ventura”.
Después de pasar la noche “en mitad del campo, al cielo raso y descubierto”, al día siguiente se encontraron con un “correo de a pie”, que resultó ser Tosilos (el lacayo de Los Duques al que ordenaron suplantar en el combate contra Don Quijote al hijo del labrador rico que les prestaba dineros y había “yogado” con la hija de la dueña doña Rodríguez, pero que finalmente no quiso pelear para de ese modo perder y verse obligado a casarse con ella, que la moza le había encandilado a primera vista). Les contó que las cosas no salieron como le hubiesen gustado, pues al irse Don Quijote “el duque mi señor me hizo dar cien palos” por haberle desobedecido, la moza entró en un convento, y doña Rodríguez tuvo que regresar a Castilla. ¡Los desafíos al Poder establecido se pagaban, y se siguen pagando!
Don Quijote reconoce: 1) que ya no es un caballero andante en activo: “Cuando era caballero andante…”, y 2) que lleva “alborotado y trastornado el juicio”, pero esto no quiere decir ni mucho menos que esté ‘sano’, que haya dejado de ‘delirar’ recobrando al fin la identidad del hidalgo manchego, Alonso Quijano. Ante la inesperada presencia de Tosilos (que también les invita a beber del vino que llevaba en “una calabaza llena de lo caro” y a tomar unas “rajitas de queso de Tronchón”), el ex caballero andante manifiesta seguir creyendo que “los encantadores mis enemigos transformaron en ese lacayo que decís, por defraudarme de la honra de aquella batalla”. Y espeta a Sancho Panza:
“–Tú eres, Sancho, el mayor glotón del mundo y el mayor ignorante de la tierra, pues no te persuades que este correo es encantado, y este Tosilos, contrahecho [‘falso’, ‘ficticio’; n.]. Quédate con él y hártate, que yo me iré adelante poco a poco, esperándote a que vengas.”
Sancho aceptó encantado la invitación de Tosilos, y mientras bebían y comían “en buena paz compaña” sobre la verde hierba, se dijeron:
“–Sin duda este tu amo, Sancho amigo, debe de ser un loco.
–¿Cómo debe? –respondió Sancho–. No debe nada a nadie, que todo lo paga, y más cuando la moneda es locura [es decir, no debe a nadie, pues la locura es únicamente suya, ha contraído la deuda consigo mismo; n.]. Bien lo veo yo, y bien se lo digo a él, pero ¿qué aprovecha? Y más agora que va rematado, porque va vencido del Caballero de la Blanca Luna” [el participio es ambiguo: DQ es un ‘loco de remate’ y ha sido ‘derrotado’; n.].
Sancho Panza, como viene ocurriendo en la mayoría de los capítulos de esta Segunda parte (pasados los primeros en los que se generó alguna duda), no comparte la ‘locura’ de Don Quijote. El personaje del ahora exgobernador y exescudero sin duda es fantasioso y ambicioso, crédulo a la vez que desconfiado, ingenuo, pero no tiene un ‘trastorno psicótico o delirante compartido’, una ‘folie à deux’ (locura a dos). Don Quijote en cambio sigue en su mundo, sigue ‘delirando’, a pesar de haberse reconocido como ex caballero andante.
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Que trata de lo que verá el que lo leyere o lo oirá el que lo escuchare leer
(Quijote, II, 66. RAE, 2015)
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[‘Las lecturas colectivas en voz alta eran práctica común y difundida en el Siglo de Oro’; n.].
[Aunque “el que lo escuchare leer” además de oírlo también lo ve (con la imaginación, por supuesto), la fórmula contenida en el título de este capítulo expresa muy bien el carácter de oralidad de la narrativa cervantina. El Quijote no está pensado ni escrito tanto para ser leído individualmente en silencio como para leerse en voz alta, declamado y escuchado en grupo. Este intencionado propósito de oralidad da lugar a una estructura gramatical, sintáctica y semántica de compleja sencillez narrativa. Con la que Cervantes logra, talento literario de por medio, una prosa accesible y extraordinariamente fluida].
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