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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Quijótiz y Pancino (capítulo 67)

“Si muchos pensamientos fatigaban a don Quijote antes de ser derribado, muchos más le fatigaron después de caído (…) Como moscas a la miel, le acudían y picaban (…): unos iban al desencanto de Dulcinea y otros a la vida que había de hacer en su forzosa retirada.” 

Sancho Panza se había quedado con el lacayo Tosilos en el final del capítulo anterior, bebiendo de una calabaza que llevaba “de lo caro”, tomando “queso de Tronchón” y hablando. Don Quijote le reprendió de nuevo por no darse cuenta de que aquel no era el verdadero lacayo, sino que había sido transformado en su figura por los encantadores que todavía le persiguen. Preguntó luego el amo al criado si, aunque Tosilos sin duda era falso, había hablado con él sobre la jovencita Altisidora y el amor que le tuvo, un sentimiento que el excaballero (ex en ejercicio, que no ‘mentalmente’) creía obvio por las muchas señales que dio ante todos, o si la doncella había “dejado ya en las manos del olvido los enamorados pensamientos que en mi presencia la fatigaban”. Sancho no se anduvo con rodeos, y le contestó que había estado pendiente de otras cosas como para “preguntar boberías”. Luego Don Quijote le recordó los no pocos azotes que aún debía darse para desencantar a Dulcinea, a lo que respondió: “Señor –respondió Sancho–, si va a decir la verdad, yo no me puedo persuadir que los azotes de mis posaderas tengan que ver con los desencantos de los encantados, que es como si dijésemos: «Si os duele la cabeza, untaos las rodillas».” Y le dijo que más adelante, cuando tuviese tiempo, ganas y “comodidad”, ya se los daría.  

Don Quijote, de momento, sigue ‘delirando’ de manera notable, incluso sobresaliente, aunque acepta permanecer desarmado. Que es la condición o ‘penitencia’ impuesta durante un año por el bachiller Sansón Carrasco (el supuesto Caballero de la Blanca Luna) tras vencerle en la playa de Barcelona.  

El personaje de Sancho Panza, en cambio (por lo que dijo a Tosilos en el final del capítulo anterior sobre la ‘salud mental’ de su amo, por sus filosóficas reflexiones tras la derrota, y por lo que le contesta ahora de manera directa), experimenta un proceso que el cervantista, Carlos Romero Muñoz, llama “la madurez intelectual alcanzada por Sancho” (Lecturas del Quijote, Quijote, RAE, 2015). Un ‘proceso mental’ que ya fue detectado y criticado por los muy racionales cervantistas del siglo XVIII según nos informa el filólogo, al considerar “este «crecimiento» impropio de la continuidad del carácter del escudero y aun de la misma verosimilitud.” Romero Muñoz aduce como posible clave explicativa la “campaña cervantina contra el falsario” Avellaneda que Cervantes realiza de manera muy explícita desde el capítulo 59 de esta Segunda parte: “No se olvide que C. apunta ahora al otro Sancho, al avellanedesco, siempre tan zafio, tan grosero en sus expresiones, tan poco cortés en su comportamiento con el hidalgo, a diferencia del genuino”. Cervantes habría querido diferenciar a su personaje en la etapa final de la novela no solo de la caricatura hecha por Avellaneda, sino incluso del ‘perfil psicológico’ que él mismo le dio en la Primera parte. Una hipótesis en principio verosímil, porque la lenta vuelta a la ‘realidad’ que hace el escudero en su regreso del Mediterráneo (a diferencia de la de Don Quijote, que ocurre en el último capítulo de manera rápida, aguda), no necesitaba de ningún ‘cambio madurativo’ ni de “carácter”. Sin embargo, preferimos pensar en otra interpretación: que estamos ante la última (o penúltima) gran genialidad de Cervantes, que don Miguel también ha madurado como persona y como artista, y alcanza su cenit no solo devolviendo a Don Quijote a la compleja y dura ‘realidad’ (en la que él como escritor ha estado todo el tiempo), sino haciendo además ‘madurar mentalmente’ a Sancho Panza al permitir que el personaje ‘aprenda’ y cambie. Un amargo y doloroso regalo para ambos, pero, con esos mismos sabor y sensación, ¡valiosísimo regalo final para los lectores! 

Ante la imposibilidad de retomar por un año el ejercicio de la caballería andante, la fantasía del ahora ‘civil’ hidalgo manchego, Alonso Quijano, vuela hacia otra posible alternativa. Camino de regreso hacia su famoso lugar de La Mancha, él y Sancho Panza llegaron al prado en que en el viaje de ida al Mediterráneo se habían encontrado con unas alegres doncellas y mancebos, vestidos para la ocasión, que querían rememorar e imitar la pastoril Arcadia. ¡Eureka! ¡Ya está! ¡Bucólicos pastores durante un año!  

“–Yo compraré algunas ovejas y todas las demás cosas que al pastoral ejercicio son necesarias, y llamándome yo «el pastor Quijótiz» y tú «el pastor Pancino», nos andaremos por los montes, por las selvas y por los prados, cantando aquí, endechando allí [‘entonando endechas’; nota al pie, n.], bebiendo de los líquidos cristales de las fuentes, o ya de los limpios arroyuelos o de los caudalosos ríos. Daranos con abundantísima mano de su dulcísimo fruto las encinas, asiento los troncos de los durísimos alcornoques, sombra los sauces, olor las rosas, alfombras de mil colores matizadas los estendidos prados, aliento el aire claro y puro, luz la luna y las estrellas, a pesar de la escuridad de la noche, gusto el canto, alegría el lloro, Apolo versos, el amor conceptos, con que podremos hacernos eternos y famosos, no sólo en los presentes, sino en los venideros siglos.”   

¿Es ‘delirante’ el nuevo pensamiento pastoril de Don Quijote? No, es idealista y fantasioso, pero no ‘delirante’. Proclividad a la fantasía e idealismo son dos características de la ‘mente’, ‘carácter’ o ‘estructura psíquica’ que Cervantes construye para el hidalgo manchego, Alonso Quijano, dos rasgos de su ‘personalidad’ sobre los que se añaden tres ‘delirios’ específicos que le convierten en Don Quijote: 1) El delirio de grandeza de creer que es un caballero andante como los de los libros de caballerías medievales, con su mismo legendario poder y capacidad de combate. 2) El delirio de persecución o paranoide de creer que existen unos encantadores que constantemente le persiguen para perjudicarle. Y 3) El delirio erotomaníaco, amor delirante o síndrome de Clérambault de creer que enamora a las mujeres de más alto linaje y a las más hermosas doncellas. El personaje Alonso Quijano podría haber sido idealista y fantasioso sin ser ‘delirante’, pero Cervantes no quiso construirlo así, con determinados ‘rasgos de personalidad’ solamente. Le dio la categoría de ‘loco’, que sin duda ofrecía muchas más posibilidades cómicas y narrativas. El proyecto pastoril que ahora tiene Alonso Quijano no supone una suplantación ‘psicótica’ de su identidad. Elige varios sobrenombres para él, para Sancho y para sus amigos del pueblo (que el exescudero está convencido aceptarán de inmediato participar en tan grata y placentera vida, “y aun quiera Dios no le venga en voluntad al cura de entrar también en el aprisco, según es de alegre y amigo de holgarse”), pero todos estos sobrenombres no implican la creencia en un cambio de la identidad propia y de todos ellos, sino la voluntaria “imitación” del idealizado y literario “pastoral gremio”. El matiz es decisivo: creer ser versus querer imitar. Los límites y el diagnóstico diferencial entre el idealismo más fantasioso, por un lado, y el delirio, por otro, en el mundo real en ocasiones resultan difíciles de establecer. Sin olvidar que ambos, idealismo y delirio, son compatibles y pueden concurrir al mismo tiempo.  

(Como hemos recordado ya varias veces a los más despistados, al hablar de ‘mente’, ‘realidad’, ‘diagnóstico’, ‘rasgos de personalidad’, ‘trastornos mentales’, ‘delirios’, etc. de los personajes de una obra literaria, el Quijote en nuestro caso, lo hacemos solo por semejanza o analogía con los que tienen las personas en el mundo real y se describen en manuales como el DSM-5 o la CIE-11, a sabiendas de que esta categorización clínica y científica no es posible en la ficción. Las enfermedades y trastornos mentales los padecemos las personas de carne y hueso. Solo a las personas reales se nos puede hacer un diagnóstico médico o psiquiátrico. De aquí que utilicemos esos conceptos y palabras entre comillas simples; que alguna vez, porque son muchas las ocasiones, se deducen o se nos olvida poner). 

Quijótiz y Pancino. El bachiller Sansón Carrasco se podría llamar «el pastor Sansonino» o «el pastor Carrascón». El barbero Nicolás, «Niculoso». El cura, «el pastor Curiambro» [el nombre pastoril parece construido sobre cura más corambre, ‘odre de vino’; n.]. La mujer de Sancho se llamaría Teresona, “que le vendrá bien con su gordura y con el propio que tiene, pues se llama Teresa” . Y Dulcinea se seguiría llamando igual, por ser un nombre que “cuadra así al de pastora como al de princesa”. De este modo, con un mismo nombre representativo para Dulcinea, Cervantes unifica genialmente los dos principales mundos que habitan en la ‘mente’ del hidalgo Alonso Quijano: el idealismo literario-fantástico, y el ‘delirio psicótico’. 

Don Quijote termina su propuesta de nueva vida con esta frase: “…podremos hacernos eternos y famosos, no sólo en los presentes, sino en los venideros siglos.” Ha dejado voluntariamente de actuar como caballero andante para cumplir su palabra, pero no ha dejado de pensar en la fama, nada menos que en la eterna. Este rasgo megalómano del personaje puede tener origen tanto en su idealismo como en su ‘delirio’. Puede tener origen en la mente de personas idealistas y/o ambiciosas, pero cuerdas. Y también es compatible con una proyección psíquica del escritor en el personaje. Es decir, con el deseo que en el fondo pudo haber tenido Cervantes respecto de su fama literaria.  

Aclarados los nombres y sobrenombres, Don Quijote exclamó:  

“–¡Válame Dios –dijo don Quijote–, y qué vida nos hemos de dar, Sancho amigo! ¡Qué de churumbelas han de llegar a nuestros oídos, qué de gaitas zamoranas, qué de tamborines y qué de sonajas y qué de rabeles! Pues ¡qué si destas diferencias de músicas resuena la de los albogues! Allí se verá casi todos los instrumentos pastorales.”  

Conseguir una vida tan musical y feliz como bucólicos pastores de ovejas no es tarea fácil. Don Quijote dice que les será de gran ayuda:  

“–El ser yo algún tanto poeta, como tú sabes, y el serlo también en estremo el bachiller Sansón Carrasco. Del cura no digo nada, pero yo apostaré que debe de tener sus puntas y collares de poeta; y que las tenga también maese Nicolás, no dudo en ello, porque todos o los más son guitarristas y copleros. Yo me quejaré de ausencia; tú te alabarás de firme enamorado; el pastor Carrascón, de desdeñado, y el cura Curiambro, de lo que él más puede servirse, y, así, andará la cosa, que no haya más que desear.”  

Como puede comprobarse, Cervantes no solo obtiene comicidad de la ‘locura’ más explícita o evidente de Don Quijote, sino también de su tendencia al idealismo y la fantasía. ¡Un fantasioso idealista y un pícaro fantasioso! En lo que a fantasear se refiere, tal para cual. De aquí procede buena parte de la excelente sintonía entre ambos personajes. Sancho Panza no comparte los ‘delirios’ de su amo, no tiene una folie à deux ni ningún ‘delirio’ propio, está cuerdo, pero sí comparte con él dos importantes rasgos: la mencionada tendencia a la fantasía, y no poca ambición. Con todos estos rasgos del “carácter” o ‘personalidad’ de los personajes Cervantes nos hace sonreír y reír muchas veces a lo largo de la novela:  

“–¡Oh, qué polidas cuchares tengo de hacer cuando pastor me vea! [cuchares: ‘cucharas’, forma rústica. Los pastores, entonces como ahora, solían tallar objetos de madera o cuerno para entretener sus soledades; n.] ¡Qué de migas, qué de natas, qué de guirnaldas y qué de zarandajas pastoriles, que, puesto que no me granjeen fama de discreto, no dejarán de granjeármela de ingenioso!”  

El contexto narrativo no da a entender que Sancho Panza esté tomando el pelo en este capítulo a Don Quijote, que le siga la corriente para burlarse de él o por ‘necesidad’ (como hizo con el falso encantamiento de Dulcinea), sino más bien que el criado se mete de lleno en la fantasía pastoril del amo. No obstante, tampoco puede negarse a ciencia cierta lo contrario, cabe cierta duda interpretativa.  

En fin, Sancho concluye que sería mejor que Sanchica no fuese a llevarles la comida a los verdes prados, porque “¡guarda!, que es de buen parecer, y hay pastores más maliciosos que simples, y no querría que fuese por lana y volviese trasquilada; y tan bien suelen andar los amores y los no buenos deseos por los campos como por las ciudades y por las pastorales chozas como por los reales palacios, y quitada la causa, se quita el pecado, y ojos que no veen, corazón que no quiebra, y más vale salto de mata que ruego de hombres buenos” [‘el que no se entera, no sufre; y mejor es retirarse que actuar con prudencia’; son refranes; n.]. Entonces se produce un nuevo debate entre excaballero y exescudero a propósito de eso, de los refranes. Este tipo de diálogos ya conocidos, el episodio de reconversión a la vida pastoril, y otros que veremos, prolongan el final de la novela desde el capítulo 64, en el que se produce la derrota de Don Quijote en la playa de Barcelona, hasta el 74, en el que muere en su lugar de La Mancha. Para algunos cervantistas, como el histórico Diego Clemencín, catedrático, académico de la Historia y de la Lengua, eclesiástico, casado, político, diputado en las Cortes de Cádiz, desterrado de Madrid, bibliotecario mayor y prócer del reino, esta etapa final se alarga demasiado e innecesariamente. De haber sido más breve y sin dispersión temática y cierta redundancia, la obra según piensa hubiese tenido un final más “épico”. Pero quizá fue justo ese tono el que no quiso imprimir Cervantes. ¡Y menos aún en el fin de tan verdadera historia!  

“Retiráronse, cenaron tarde y mal, bien contra la voluntad de Sancho, a quien se le representaban las estrechezas de la andante caballería usadas en las selvas y en los montes, si bien tal vez la abundancia se mostraba en los castillos y casas, así de don Diego de Miranda como en las bodas del rico Camacho y de don Antonio Moreno; pero consideraba no ser posible ser siempre de día ni siempre de noche, y, así, pasó aquélla durmiendo, y su amo velando.” 

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De la resolución que tomó don Quijote de hacerse pastor y seguir la vida del campo en tanto que se pasaba el año de su promesa, con otros sucesos en verdad gustosos y buenos

(Quijote, II, 67. RAE, 2015)

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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