>

Blogs

Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Regreso poco triunfal (capítulo 73)

Encontraron Don Quijote y Sancho en las eras a la entrada de su pueblo a dos muchachos discutiendo, según nos recuerda con la máxima precisión el gran historiador moro, señor Benengeli.  

“–No te canses, Periquillo, que no la has de ver en todos los días de tu vida. 

Oyolo don Quijote y dijo a Sancho: 

–¿No adviertes, amigo, lo que aquel mochacho ha dicho: «no la has de ver en todos los días de tu vida»? 

–Pues bien, ¿qué importa –respondió Sancho– que haya dicho eso el mochacho?

–¿Qué? –replicó don Quijote–. ¿No vees tú que aplicando aquella palabra a mi intención quiere significar que no tengo de ver más a Dulcinea?”  

En los contextos clínicos de la ideación delirante paranoide, de persecución o perjuicio es frecuente encontrar también ideas delirantes de referencia. Aparecen de manera habitual en el trastorno psicótico más frecuente, la esquizofrenia paranoide, y también en el trastorno delirante (DSM-5, CIE-11). Este último es el que por similitud o analogía con el que padecen las personas en el mundo real, venimos diciendo que más se parece a la ‘locura’ de Don Quijote. Un trastorno el del hidalgo manchego formado por un sistema de ideas delirantes de cuatro tipos: 1) Idea delirante de grandeza (Don Quijote cree ser un famoso y heroico caballero andante como los fabulosos de los libros de caballerías de la Edad Media, dotado de una singular fuerza y poder para el combate, una especie de superhéroe con superpoderes; lo que supone la sustitución de su ‘identidad real’ de Alonso Quijano por la ‘identidad delirada’ de Don Quijote de La Mancha; este es el núcleo delirante principal en torno al que se desarrollan las demás ideas). 2) Ideas delirantes de persecución y perjuicio o paranoides (cree que constantemente unos “encantadores” le siguen para perjudicarle mediante todo tipo de engaños y transformaciones; mecanismo de defensa con el que justifica siempre los fracasos que tiene). 3) Ideación delirante amatoria, erotomanía, maladie d’amour, mélancolie érotique, psychoses passionelle, paranoia erótica, delirio erótico autorreferencial, síndrome del amante fantasma, reacción de transferencia psicótica erótica, amor delirante o Síndrome de Clérambault (cree que por su fama y condición de caballero andante, las damas de alta alcurnia y las más bellas doncellas se enamoran de él; trastorno más frecuente en mujeres tímidas y con poca experiencia sexual). 4) Finalmente, en este capítulo aparece el que pudiéramos considerar como cuarto tipo de ideación delirante: la ideación delirante de referencia, que le lleva a interpretar los sucesos del entorno como alusivos y dirigidos a su propia persona (en la esquizofrenia paranoide el sujeto afectado llega a creer, por ejemplo, que en los programas de televisión se habla sobre él y le envían mensajes personales concretos y directos). A este sistema delirante con cuatro tipos de ideas se suman los trastornos perceptivos que en varias ocasiones a lo largo de la historia ha mostrado y relatado en forma de lo que técnicamente se llaman ilusiones visuales (un trastorno de grado menor que las alucinaciones visuales: en las alucinaciones visuales se produce la percepción mental de imágenes sin objeto físico real, mientras que las ilusiones visuales consisten en la percepción errónea de objetos de la realidad que se confunden con otros; por ejemplo: confundir los molinos de viento creyendo que son gigantes).   

El ‘sistema delirante’ con cuatro tipos de ideas específicas (1) más las ‘ilusiones visuales’ (2) constituyen el núcleo principal de la ‘psicopatología’ de Don Quijote. Al que hay que añadir la ‘inestabilidad anímica’ (3) de tipo depresivo y en ocasiones eufórico, con tendencia a los episodios de cólera, y sus ‘rasgos de personalidad’ (4): positivos, como por ejemplo la bonhomía, ser noble y generoso; y no tan positivos, como la intensa ambición de fama y notoriedad, o la ingenuidad y credulidad derivadas de su pensamiento mágico-idealista y fantasioso-literario. La inteligencia (5), la cultura (6) y la poca experiencia del mundo fuera de su entorno rural (7) completan la síntesis de la ‘mente’ que Cervantes construye para su personaje Don Quijote.  

Naturalmente, todo esto lo decimos estableciendo un paralelismo entre el personaje de ficción y la psicopatología real. Paralelismo que tiene mucho más de juego lúdico, como lo es la propia novela, que de validez científica, puesto que los trastornos mentales se producen, analizan, diagnostican y tratan en las personas reales de carne y hueso, no en los personajes de las obras de ficción literaria. Lo único que pueden hacer los autores literarios es construir para sus personajes, en función de la información y de la habilidad que tengan, ‘locuras o trastornos’ con mayor o menor similitud con los del mundo real, y por tanto más o menos creíbles. Pero el realismo de un autor literario es una cosa, y la realidad física, empírica, otra. Lo dijimos en el comienzo de esta lectura de la Segunda parte y hemos de recordarlo de nuevo cuando ya estamos muy cerca de su final: pese al preciso realismo de Cervantes, pese a su excelente ‘construcción psicopatológica’, Don Quijote no es más que un loco literario.  

Pese… no es más… Si adoptamos en cambio la perspectiva del Arte de la Literatura hay que decir justo lo contrario: ¡gracias a la excelente ‘construcción psicopatológica’ de Cervantes, gracias a su preciso realismo, Don Quijote es mucho más que un loco literario!  

Resulta que a lo que se refería el otro muchacho que dijo a Periquillo: “no lo has de ver en todos los días de tu vida”, era a una jaula de grillos que le había quitado. Muy afectado Don Quijote por la interpretación que hace de esas palabras dándose por aludido en relación a Dulcinea, Sancho compró la jaula al chico con “cuatro cuartillos” que sacó de “la faltriquera” y se la dio a Don Quijote. Y del mismo modo le dio una liebre que perseguida por unos galgos y unos cazadores se refugió en las patas del rucio mientras el vencido caballero exclamaba:  

“–Malum signum! Malum signum! Liebre huye, galgos la siguen: ¡Dulcinea no parece [‘no aparece’; nota al pie; n.]!”  

Dejando aparte el ‘análisis psicopatológico’ que hemos comentado, estos dos pequeños sucesos que ocurren nada más llegar de vuelta a su aldea son planteados por Cervantes y entendidos por los personajes como malos “agüeros. Los agüeros, la interpretación de señales procedentes de animales, sucesos meteorológicos, etc. como predictores del futuro de las personas, eran conocidos desde la más remota antigüedad histórica, con correspondencia en una larga tradición literaria simbolista. Su origen antropológico está en el tipo de pensamiento llamado pensamiento mágico, muy acentuado y extendido en tiempos de Cervantes, tanto entre las gentes menos cultas y pobres como entre las más pudientes e ilustradas. En los países más racionales de Occidente en este tecnológico y científico siglo XXI, el pensamiento mágico sigue ocupando un espacio y un papel muy relevantes en la mente y en el comportamiento de la mayoría de las personas.  

Curiosamente, es Sancho, un personaje ignorante del pueblo, el que intenta convencer al culto Don Quijote de lo irracional de los pensamientos que le provocan su ánimo abatido y su mentalidad mágica, que en estos momentos excede incluso los límites establecidos por la Iglesia católica. Entregadas al caballero la liebre y la jaula de grillos, le dice:  

“–He aquí, señor, rompidos y desbaratados estos agüeros, que no tienen que ver más con nuestros sucesos, según que yo imagino, aunque tonto, que con las nubes de antaño. Y, si no me acuerdo mal, he oído decir al cura de nuestro pueblo que no es de personas cristianas ni discretas mirar en estas niñerías, y aun vuesa merced mismo me lo dijo los días pasados, dándome a entender que eran tontos todos aquellos cristianos que miraban en agüeros.”  

Encontraron luego al bachiller Sansón Carrasco y al cura rezando a la entrada del pueblo, y tras darse abrazos y ser rodeados por un grupo de muchachos que se acercó para ver la extraña indumentaria que llevaba el rucio de Sancho (al que había echado encima la capa de llamas de fuego y colocado en la cabeza el capirote que le pusieron a él en el castillo de Los Duques semejando el sambenito de un penado de la Inquisición), entraron de este modo no precisamente triunfal en su aldea.  

“–Venid, mochachos, y veréis el asno de Sancho Panza más galán que Mingo, y la bestia de don Quijote más flaca hoy que el primer día.”  

La parodia cervantina de la entrada en olor de multitudes de los caballeros andantes vencedores de regreso a sus castillos es tremenda, inmisericorde. Y evoca cierta parodia, no sabemos si intencionada o no, de la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén el Domingo de Ramos.  

Llegaron a casa de Don Quijote donde les esperaban el ama y su sobrina. “Desgreñada y medio desnuda” se acercó desde la suya Teresa Panza con Sanchica. Teresa torció el morro en cuanto vio a Sancho:  

“–¿Cómo venís así, marido mío, que me parece que venís a pie y despeado [‘con los pies maltrechos de tanto andar’; n.], y más traéis semejanza de desgobernado que de gobernador?”  

Pero Sancho, que la conocía bien, supo tranquilizarla de inmediato:  

“–Dineros traigo, que es lo que importa, ganados por mi industria y sin daño de nadie.”  

El pícaro Sancho Panza, como se ve, no considera que robar los dineros a su amo mediante el engaño de los azotes que dio a las hayas sea causar daño a alguien. Su sentido común de justicia le permite autoaplicarse una especie de ley del embudo poética para compensar tanto padecimiento como ha tenido junto al andante caballero, manteos, pellizcos, mamonas y alfilerazos incluidos.  

A pesar de que en los primeros capítulos de esta Segunda parte ciertas cosas que dijo dieron pie a algunas dudas, en el desarrollo de la novela se comprueba que Sancho Panza no está ‘loco’. No tiene una ‘folie à deux’ o ‘trastorno delirante compartido’ con Don Quijote. Él no cree en las ‘locuras’ en las que cree su amo, solo contemporiza con ellas buscando algún posible beneficio. La ‘mente’ que para este personaje construye Cervantes es una ‘mente cuerda’ (1), sin ‘trastornos psicopatológicos’, con una notable ‘inteligencia natural’ (2) caracterizada por la intuición y el ingenio, y formada en la ‘cultura popular’ (3) de los refranes, cultura nada pequeña, una ‘mente paleta’ (4) sin experiencia del mundo ni de la España de la época fuera de su pueblo, de ‘ánimo estable’ (5) y humor bonancible, y con un conjunto o sistema de ‘rasgos de personalidad’ (6) más amplio, realista, contradictorio y complejo que el de Don Quijote: pícaro, ambicioso, miedoso, cobarde, interesado, generoso, fiel, mentiroso, suspicaz, crédulo, fantasioso, ingenuo, perspicaz, simple, tranquilo, bonachón, socarrón, tosco, malicioso, algo bellaco, amante de la buena mesa, divertido y con no poco sentido común, entre otros muchos.  

Si Don Quijote es una mezcla de rey Lear y Hamlet, Sancho Panza es sin duda un castizísimo Falstaff. 

La familia Panza, felizmente reunida, se fue a su casa. Don Quijote en la suya dejó pasmados al cura y al bachiller cuando les pidió de pronto, “sin guardar términos ni horas”, que fuesen sus compañeros en el año de vida pastoril que pensaba iniciar ya mismo comprando unas ovejas. Le siguieron la corriente temiendo que se escapase de nuevo, y quizá en ese año pudiese sanar de su locura. Y aunque amigos, no dejaron de burlarse de él gastando bromas sobre sus posibles bucólicos nombres y los de las pastoras a las que dedicar castos pensamientos y celebérrimas poesías.  

La sobrina y el ama oyeron la conversación. Y en cuanto se quedaron a solas con Don Quijote pasaron al ataque tratando de inculcarle, como siempre hacían, el ideario de la ‘cordura doméstica’ que tanto critica Unamuno en su Vida de Don Quijote y Sancho (1905). Si bien, entre la dócil esclavitud de pensamiento y conducta que ese tipo de ‘cordura’ supone en ocasiones y el heroísmo místico a ultranza idealizado por el Rector de la Universidad de Salamanca, hay muchos colores y grados intermedios. La sobrina fue directa e incisiva:  

“–¿Qué es esto, señor tío? Ahora que pensábamos nosotras que vuestra merced volvía a reducirse en su casa y pasar en ella una vida quieta y honrada, ¿se quiere meter en nuevos laberintos, haciéndose «pastorcillo, tú que vienes, pastorcico, tú que vas»? [versos de un villancico; n.] Pues en verdad que está ya duro el alcacel para zampoñas [‘ya es viejo’; la zampoña de alcacel es una pajita verde de cebada, el alcacel, con una incisión de abajo arriba, que vibra cuando se sopla; n.].”  

El ama, más amable y práctica:  

“–¿Y podrá vuestra merced pasar en el campo las siestas del verano, los serenos del invierno, el aullido de los lobos? No, por cierto, que éste es ejercicio y oficio de hombres robustos, curtidos y criados para tal ministerio casi desde las fajas y mantillas. Aún, mal por mal, mejor es ser caballero andante que pastor. Mire, señor, tome mi consejo, que no se le doy sobre estar harta de pan y vino, sino en ayunas, y sobre cincuenta años que tengo de edad: estese en su casa, atienda a su hacienda, confiese a menudo, favorezca a los pobres, y sobre mi ánima si mal le fuere.”  

La respuesta de Don Quijote es premonitoria del desenlace final de todas sus aventuras:  

“–Callad, hijas –les respondió don Quijote–, que yo sé bien lo que me cumple. Llevadme al lecho, que me parece que no estoy muy bueno”.  

Lo cierto es que ni siquiera en este penúltimo capítulo de las dos largas partes de la novela de Cervantes, Don Quijote sabe muy bien lo que le cumple. Pero las “buenas hijas” obedecieron y “le llevaron a la cama, donde le dieron de comer y regalaron lo posible.”

.

De los agüeros que tuvo don Quijote al entrar de su aldea, con otros sucesos que adornan y acreditan esta grande historia

(Quijote, II, 73. RAE, 2015)

.

.

 

Temas

Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


marzo 2021
MTWTFSS
1234567
891011121314
15161718192021
22232425262728
293031