Los preliminares eran un conjunto de textos breves de variado carácter que precedían el comienzo de una obra impresa. En la primera edición de la Primera parte del Quijote (1605), según explica en la edición crítica de la RAE (2015) el cervantista y catedrático de Bibliografía de la Universidad Complutense de Madrid, Jaime Moll, los preliminares estaban constituidos por dos cuadernos con un total de 12 hojas sin numerar (el primero de 4 y el segundo de 8) que contenían siete textos: TASA, APROBACIÓN, TESTIMONIO DE LAS ERRATAS, EL REY (privilegio o cédula Real), dedicatoria AL DUQUE DE BÉJAR, PRÓLOGO, y poesías laudatorias o VERSOS PRELIMINARES. Algunos, como la tasa, privilegio, aprobaciones y erratas, eran de obligada impresión según las pragmáticas vigentes en los reinos de Castilla.
Incluso en los breves textos de carácter administrativo se puede encontrar alguna pequeña curiosidad.
La TASA debía aparecer en la segunda hoja, después de la primera con la portada, pero era el último trámite que se aprobaba. Es el precio estipulado por el Consejo Real para la venta del libro. En este caso la firmó en Valladolid, con fecha 20 de diciembre de 1604, el “escribano de Cámara del Rey nuestro Señor”, Juan Gallo de Andrada, un alto funcionario de la corte (Felipe III trasladó a esta ciudad castellana la capitalidad de 1601 a 1606, previa compra por su valido, el duque de Lerma, de los terrenos que le permitieron dar un histórico pelotazo inmobiliario). El libro es “intitulado” de forma abreviada en relación al título que aparece en la portada como: El ingenioso hidalgo de la Mancha. El nombre de Don Quixote no aparece. En nota al pie [n.] se comenta la dificultad de saber si se debió a un descuido de Cervantes, a un error en los trámites administrativos, o al título que el autor tenía en realidad in mente.
La TASA que aparece en el ejemplar de la edición prínceps conservado en la Real Academia Española, curiosamente no tiene los tipos o caracteres de la imprenta madrileña de Juan de la Cuesta, sino los de la imprenta vallisoletana de Luis Sánchez. La explicación que ha dado algún cervantista experto en ecdótica (edición de textos) es que un número de ejemplares impresos en Madrid debieron llevarse a Valladolid con la hoja segunda en blanco para imprimir la TASA en cuanto fuese aprobada, y proceder así a su inmediata difusión y venta.
Como quiera que el libro tenía 83 pliegos y cada uno se tasó en “tres maravedís y medio” [el maravedí fue durante mucho tiempo en Castilla la principal unidad monetaria de cuenta: un real eran treinta y cuatro maravedís; n.], el precio final “en papel” [‘sin encuadernar’, ‘en rama’; n.] fue de 290,5 maravedís. [En total, pues, ocho reales y pico. En 1605, en Castilla la Nueva, una docena de huevos costaba unos 63 maravedís, y una de naranjas, 54; un pollo, 55, y una gallina, 127; un kilo de carnero, unos 28; una resma de papel de escribir, 28; n.]. Es decir, la Primera parte del inmortal Quijote se tasó en un precio equivalente a: ¡4 docenas y 7 huevos! O bien… ¡¡2,3 gallinas!!
El historiador y cronista, Antonio de Herrera, no halló en el libro “cosa contra policía y buenas costumbres”, entendiendo además que “será de gusto y entretenimiento al pueblo, a lo cual en regla de buen gobierno se debe de tener atención” [los biempensantes de la época no pasaban de tolerar las obras de ficción como mal menor, para dar «gusto y entretenimiento al pueblo»; n.]. Por tanto, dio su APROBACIÓN y licencia para imprimirlo, en Valladolid a 11 de septiembre de 1604. ¡Menos mal que el Quijote no contiene cosa contra policía, está bien saberlo! Que puede dar, además de otras muchas cosas, entretenimiento y gusto no solo al pueblo sino a todo el mundo, era algo que el establishment administrativo y literario del tiempo de Cervantes aún no sabía.
El médico, comentarista de Aristóteles, «corrector de libros por Su Majestad» y «corrector general», El licenciado Francisco Murcia de la Llana, dio en el TESTIMONIO DE LAS ERRATAS el 1 de diciembre de 1604, desde el Colegio de la Madre de Dios de los Teólogos de la Universidad de Alcalá, la siguiente “fee”: “Este libro no tiene cosa digna de notar que no corresponda a su original” [el original es el texto que se usaba en la imprenta para la composición: normalmente era una copia en limpio del autógrafo, realizada por un amanuense profesional; n.].
Por mandato de EL REY, su secretario, Juan de Amézqueta, firmó la cédula o privilegio para que el libro llamado por dos veces de nuevo: El ingenioso hidalgo de la Mancha, al haber cumplido todas “las diligencias que la premática últimamente por Nos fecha sobre la impresión de los libros dispone”, se pudiese imprimir solo por Cervantes o por la persona a quien él cediera su derecho (que fue al librero, Francisco de Robles), “en todos estos nuestros reinos de Castilla, por tiempo y espacio de diez años”. Reconoce el secretario del Rey que el libro, a su autor le “había costado mucho trabajo y era muy útil y provechoso”. Recordando que si a alguien se le ocurriese imprimirlo y venderlo sin autorización, “pierda la impresión que hiciere, con los moldes y aparejos della”. Teniendo que pagar además una “pena de cincuenta mil maravedís”, de los que un tercio serían para quien pusiera la denuncia, otro para el Consejo Real, y otro para el juez que sentenciase el pleito. “Fecha en Valladollid, a veinte y seis días del mes de setiembre de mil y seiscientos y cuatro años. YO EL REY”.
“En fe del buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia a toda suerte de libros, como príncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes, mayormente las que por su nobleza no se abaten al servicio y granjerías del vulgo, he determinado de sacar a luz al Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia”. La Excelencia en cuestión, a quien va dedicado el libro, es AL DUQUE DE BÉJAR (que sobre Duque era también marqués, conde y señor de otros tantos pueblos y territorios). Cuya protección solicita frente al “juicio de algunos que, no continiéndose en los límites de su ignorancia, suelen condenar con más rigor y menos justicia los trabajos ajenos”. Reconociendo que el texto va “desnudo de aquel precioso ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidas las obras que se componen en las casas de los hombres que saben”. Esta dedicatoria aparece firmada por Miguel de Cervantes Saavedra, pero Jaime Moll asegura que no es la dedicatoria original de Cervantes. Por extravío o por algún otro motivo no se pudo disponer del texto original en el momento de imprimir, igual que tampoco aparece en los preliminares la preceptiva censura aprobatoria de la autoridad eclesiástica. “Lo más probable es que no se tuvieran a mano en el momento de cerrar el pliego y que otro tanto ocurriera con la dedicatoria original de C., que, por lo mismo, sería sustituida apresuradamente por otra extractada de las Obras de Garcilaso comentadas por Fernando de Herrera.”
¿Un pequeño plagio y falsificación nada más comenzar la obra? Desde su misma concepción (quizá en la cárcel), escritura, edición y publicación, las aventuras de Don Quijote empiezan a complicarse felizmente…
Preliminares
(Quijote, I. RAE, 2015)
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