Del mismo modo que el filósofo de la ciencia, Thomas Kuhn, categorizó los cambios de paradigma y las ‘revoluciones científicas’ que se han producido a lo largo de la Historia (geocentrismo de Ptolomeo, heliocentrismo de Copérnico, ley de gravitación universal de Newton, teoría de selección natural de las especies de Darwin, doble hélice del ADN, teoría de la relatividad de Einstein, física cuántica, etc.), en sentido metafórico también puede considerarse que han existido ‘revoluciones literarias’.
El Quijote, como se afirma en la presentación de la edición de la RAE (2015), es una obra literariamente revolucionaria. Y lo es ya desde su prólogo, desde el prólogo de la Primera parte.
Ante las muy probables dificultades reales para encontrar autores de renombre que aceptasen elogiar al loco y extraño personaje Don Quijote en los poemas preliminares que habitualmente se imprimían al principio de los libros [según se desprende de una carta de Lope de Vega, C. anduvo por Valladolid pidiendo que se los escribieran, sin hallar nadie «tan necio que alabe a Don Quijote»; nota al pie, n.], don Miguel dio entonces un paso hacia adelante, y convirtió lo que debiera haber sido un prólogo al estilo erudito tradicional en una contundente crítica y parodia precisamente de los prólogos hechos presumiendo de erudición (como solían ser los de Lope de Vega).
Para empezar, y así comienza el singularísimo prólogo cervantino, se lo dirige hablándole de manera directa en primera persona a un supuesto: “Desocupado lector”. Lo que equivale a decir: a un lector ocioso, ocupado tan solo en entretenerse, pasar el rato y divertirse, no a un lector selecto, estudioso, académico o erudito.
Cervantes se muestra irónicamente humilde haciéndose el incompetente ante este lector, incapaz de conseguir que su libro, “hijo del entendimiento” del autor según el pensamiento clásico, “fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse” [‘sensato, inteligente y agudo’ (y no en el sentido hoy más corriente de ‘reservado, circunspecto’); discreto y discreción son palabras clave para describir un modelo de comportamiento muy apreciado en los siglos XVI y XVII; n.]. E insiste en denostar su obra y su capacidad como escritor: “¿Qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío?”. Máxime cuando en vez de en un lugar apacible y tranquilo del campo, al arrullo de las fuentes y con cielo despejado, ¡todo lo cual sin duda hubiese estimulado mucho a las musas!, “se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación” [no se sabe a cuál de las prisiones que sufrió C. (Castro del Río, 1592, y Sevilla, 1597, ¿1602?) se refiere con esta frase, que se ha interpretado también en términos simbólicos, como «mera metáfora» (N.D. de Benjumea) de la vida o el alma del autor; n.]. “Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas”. Pero don Miguel dice que no está tan ciego con su hijo, ni quiere suplicar al lector que le perdone las faltas, pues, “ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor della (…) y sabes lo que comúnmente se dice, que «debajo de mi manto, al rey mato» [refrán usado para expresar que en su fuero interno cada uno es libre de pensar y juzgar como quiera; n.]”.
A continuación Cervantes se desdobla por primera vez en el Quijote, inventándose “un amigo” con el que dialoga sobre las dificultades de componer el prólogo. De esta peculiar forma teatralizada inicia su genial juego de identidades sobre el autor y los personajes, lo que le permite escribir: “Aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote” [la historia de DQ se finge real y narrada en los «anales de la Mancha», por Cide Hamete Benengeli o por otros autores; n.]. Esto no quiere decir, naturalmente, que don Miguel (por los datos biográficos que se conocen, que tampoco son muchos) padeciese un trastorno histero-disociativo, tendencia al desdoblamiento de personalidad, personalidad múltiple o trastorno de identidad disociativo (DSM-V). ¡Y menos aún alucinaciones visuales y auditivas! Todo lo que hace Cervantes en la novela se entiende al margen de una posible psicopatología del escritor. Es un juego literario deliberado con el que consigue difuminar la frontera y los límites entre ficción y realidad, logrando que lo ficticio se parezca más a lo real (según el principio estético de mímesis o imitación de la Poética de Aristóteles). Tres siglos después, Fernando Pessoa llevará el embrión de heterónimo que es el supuesto autor de la historia supuestamente real del hidalgo manchego Alonso Quijano, es decir, el moro Cide Hamete Benengeli (el único con nombre propio de entre los varios autores que en el relato toman la voz narrativa), a su culmen y cénit literario inventando una variada gama de autores ficticios o heterónimos con identidades muy desarrolladas (aunque en este caso, cierto trasfondo psicopatológico en el poeta portugués resulta más evidente).
Al mismo tiempo que comienza el juego con las identidades y la autoría, Cervantes hace una potente burla del modo usual en su época de componer prólogos eruditos y elogiosos, en la que muchos cervantistas han visto alusiones bastante claras a Lope de Vega y otros autores. El amigo, “gracioso y bien entendido”, por lo visto le encontró un día absorto en casa, “con el papel delante” y “la pluma en la oreja”, precisamente por no saber qué escribir, poner o dejar de poner en este prólogo. Contó entonces el atribulado autor a su anónimo buen amigo allí presente todos los problemas que pasaban por su cabeza, respondiendo este con notable desparpajo argumento por argumento, punto por punto. De este modo, el amigo logró sacarle felizmente de dudas.
“–Porque ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas [C., que tiene ahora cerca de sesenta años, no ha publicado ningún libro desde La Galatea, en 1585; n.], con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina, sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros (…) tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes? Pues ¿qué, cuando citan la Divina Escritura? No dirán sino que son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia (…) De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el margen [en los libros antiguos, a menudo se imprimían al margen referencias al autor y obra citados; n.], ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del abecé [La Arcadia (1598, 1599, 1602, 1603…) de Lope de Vega lleva una larga Exposición de los nombres poéticos e históricos, dispuesta en orden alfabético y extraída de difundidos repertorios renacentistas; cosa similar ocurre en el Isidro (1599, 1602, 1603…) y en El peregrino en su patria; n.]. También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos [C. parece aludir en particular a Lope de Vega, quien abusó de tal práctica en La Arcadia (1598), el Isidro (1599), La hermosura de Angélica (1602) y El peregrino en su patria (1604); n.]; aunque si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos [‘del oficio’; n.], yo sé que me los darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España.”
¡Ciertamente, Cervantes estaba en un callejón sin salida! Nada debe extrañarnos por tanto que concluyera:
“–En fin, señor y amigo mío –proseguí–, yo determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan, porque yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente [‘por naturaleza’; n.] soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos.”
Al oír todo esto el amigo, “dándose una palmada en la frente y disparando en una carga de risa” (¡espléndido Cervantes riéndose, antes que de nadie ni de nada, de sí mismo!), dijo:
“–Por Dios, hermano, que agora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras aciones. Pero agora veo que estáis tan lejos de serlo como lo está el cielo de la tierra. ¿Cómo que es posible que cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho a romper y atropellar por otras dificultades mayores?”
Y acto seguido pasó a darle su recetario. El remedio a “los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio” sería tan sencillo como que los escribiera el propio Cervantes, y luego los atribuyese a quien quisiera. Y si algunos “pedantes y bachilleres” descubrían la mentira, poco importaba, porque no iban a cortarle por eso la mano con que los escribió (la mano derecha; la izquierda era la que estaba discapacitada, no se sabe con certeza hasta qué grado, desde que fue herido en Lepanto). El comentario puede entenderse como una autobroma o autoironía [n.].
El problema de las anotaciones y citas bibliográficas también era fácil de solucionar. Bastaba con que para el repertorio de temas tratados en su historia, la “libertad y cautiverio”, el “poder de la muerte”, “la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo”, lo inestable de la amistad humana, etc., echase mano de “latinicos” muy conocidos, repetidos o que costase “poco trabajo” buscar. Por ejemplo, ya traducidos: No hay oro para pagar suficientemente la venta de la libertad, “y luego, en el margen, citar a Horacio, o a quien lo dijo” [los versos no son de Horacio; n.]. O bien: La pálida muerte visita igual la choza del pobre desvalido que el alcázar del rey potente [cita que sí procede de las Odas de Horacio; n.]. O citar el Evangelio, lo que sería nada menos que decir las palabras “del mismo Dios”. O a Catón: Mientras seas dichoso, contarás con muchos amigos, pero si los tiempos se nublan, estarás solo [los versos en realidad son de Ovidio; n.]. Etc. Y del mismo modo, que echase mano también de los lugares literarios más comunes entre los escritores de la época, mostrándose como “hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo” [la cosmografía se estudiaba en la Facultad de Artes, junto a los studia humanitatis o letras humanas; n.], tanto para describir el Tajo, como para hablar de ladrones mencionando la historia de Caco, o sobre la crueldad, la Medea de Ovidio, o si de hechiceras, la Calipso de Homero y la Circe de Virgilio, o, tratándose de “mujeres rameras”, las populares historias que contaba el obispo de Mondoñedo.
Finalmente, para dejar constancia de la lista completa de todos los autores citados y aprovechados en beneficio propio (como si él hubiera pensado y dicho lo que dijeron y pensaron ellos), la solución seguía siendo “muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde la A hasta la Z” [eran abundantes los libros que llevaban una lista de autores aducidos o temas tratados, pero suele pensarse que C. alude concretamente a La Arcadia, cuya Exposición de los nombres poéticos es en gran parte un extracto del Dictionarium de Charles Estienne (Stephanus); n. / Estienne demostró ser un erudito de importancia pero un naturalista mediocre al sacrificar la observación a la historia y la filología; ENCYCLOpedia.com]. “Pues ese mismo abecedario pondréis vos en vuestro libro; que puesto que a la clara se vea la mentira, por la poca necesidad que vos teníades de aprovecharos dellos, no importa nada, y quizá alguno habrá tan simple que crea que de todos os habéis aprovechado en la simple y sencilla historia vuestra; y cuando no sirva de otra cosa, por lo menos servirá aquel largo catálogo de autores a dar de improviso autoridad al libro”.
¡Qué capacidad de predicción, qué clarividencia! Cervantes parece estar dando instrucciones de plena actualidad para la composición de tesis doctorales y otros artículos y estudios académicos de máster o postdoctorado, porque muchos sin duda todavía se componen en buena medida siguiendo el método cervantino. ¡Y no solo por parte de famosos! De haber existido Internet en su época, el prólogo sería brevísimo (de menos de 280 caracteres) y superfácil de escribir. ¡Ni siquiera hubiese tenido que poner un WhatsApp pidiendo consejo a su amigo: con citar Wikipedia todo arreglado!
“Pretendiendo alabar tales prólogos clásicos, sobre todo el de Lope en La Arcadia, C. pone en ridículo un método de composición y un estilo pomposo mostrando, al reducirlos a mera fórmula, que cualquiera puede componer uno”. Así opina el escritor, Alberto Manguel, en su Lectura del prólogo cervantino (Quijote, RAE, 2015).
De pronto, el amigo de Cervantes cayó en la cuenta de que “este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decís que le falta, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías [por boca del amigo se hace aquí la primera declaración rotunda de la intención primaria –real o aparente– de Cervantes; n.], de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón (…) Y pues esta vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando en todo lo que alcanzáredes y fuere posible vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente [la lectura del Q. como libro de burlas que provocan la risa, expresada aquí por C., fue la que predominó en los siglos XVII y XVIII; n.], el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla (…) Sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo, que, cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere.”
De este modo, como el que no quiere la cosa, Cervantes formula toda una teoría estética sobre el estilo literario, en la que prevalecen estos principios: 1) la claridad y la sencillez en la expresión de ideas y palabras; 2) la sonoridad y musicalidad del discurso, de las frases; 3) la pintura e imitación realista del mundo hasta en sus más pequeños detalles; 4) la invención, la creatividad, el ingenio, la capacidad de imaginar, observar, reflexionar y tener algo propio que decir; 5) el alejamiento de la ostentación academicista y bibliográfica (cititis de ideas y palabras ajenas); y 6) por supuesto, el sentido del humor (magistralmente irónico), la intención lúdica, festiva, de risa y entretenimiento para los lectores.
¡En fin, una gran media docena de por fortuna breves principios!
Sobre la intención primaria (“real o aparente”, según nota al pie) expresada por Cervantes para escribir el Quijote, dice Alberto Manguel: “C. sabe por entonces [cuando compone el prólogo en 1604 después de terminar la Primera parte de la novela] que no ha escrito, simplemente, una parodia de las novelas de caballerías, como quizás fuera su primer proyecto, sino algo extraordinariamente distinto, un texto que se define a sí mismo en el proceso de su redacción.”
El caso es que Cervantes estuvo escuchando en silencio y con mucha atención todo lo que de una tacada le dijo su amigo, “y de tal manera se imprimieron en mí sus razones, que, sin ponerlas en disputa, las aprobé por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo”. Hecho lo cual, y antes de terminarlo, nos informa sin ambages del “alivio” que los lectores vamos a sentir a continuación al “hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso don Quijote de la Mancha”. No pretende autoelogiar “el servicio” que nos hace al darnos a conocer a “tan noble y tan honrado caballero”, pero sí nos pide que le agradezcamos al menos el conocimiento que va a proporcionarnos “del famoso Sancho Panza, su escudero”.
“Y con esto Dios te dé salud y a mí no olvide. Vale.”
.
Prólogo
(Quijote, I. RAE, 2015)
.
.